San José, Esposo de María y Padre adoptivo de Jesús

San José es el esposo de María y padre adoptivo de Jesús. De esta fuente emana su dignidad, su santidad, su gloria. Es verdad que la dignidad de la Madre de Dios llega tan alto que no existe nada más sublime. Sin embargo, una vez que entre la Santísima Virgen y San José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda que él, más que cualquier otro, se aproximó de aquella altísima dignidad por la cual la Madre de Dios supera por mucho a todas las demás criaturas.

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Perfil moral del santo Patriarca

Pocos son los datos directos que nos refieren los Evangelios sobre san José. Mientras tanto, al haber sido escogido por Dios por esposo de María, la “llena de gracia”, y digno custodio del Verbo Encarnado, no podemos dudar de que él fue dotado con dones y virtudes extraordinarios, que van mucho más allá del breve relato de Marcos y Mateo.

En este sentido, san Alberto Magno lo exalta diciendo: “Hizo de su corazón y de su cuerpo un templo al Espíritu Santo…, en el cual se ofreció a sí mismo a Dios y, en sí mismo, la más perfecta castidad de cuerpo y alma, el más aceptable y agradable sacrificio a Dios” .

Y el Papa León XIII en una encíclica dedicada a san José nos muestra cómo su matrimonio con la Santísima Virgen lo hacía partícipe de la gracia de Ella.

José es el esposo de María y padre legal de Jesús. De esta fuente ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.

Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime. Mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de Ella.

El evangelio de la solemnidad

El pasaje del evangelio más significativo respecto del esposo de María fue escogido por la Iglesia como segunda lectura propia de la solemnidad de san José. Tomado del evangelio de Mateo (1, 18-24), al recorrerlo, sentimos el estilo claro, breve, exacto, hasta musical, con que los autores sagrados narran las maravillas de la salvación.

Analicemos uno a uno esos seis poéticos versículos:

Se trata de cómo nació Jesucristo: María, su Madre, estaba desposada con José, antes de cohabitar, sucedió que Ella concibió por virtud del Espíritu Santo.

El término “desposada” merece una explicación, que nos la da el docto Padre Ricciotti: “ El matrimonio entre los judíos se realizaba en dos etapas: el compromiso (en hebraico kiddushino erusin) no era una mera promesa, como hoy, sino un contrato legal perfecto, o sea, verdadero matrimonium ratum.

Por tanto, la mujer prometida en casamiento era esposa en el sentido pleno y podía recibir el libelo de repudio. Y en caso de muerte era verdadera viuda.

Cumplido este compromiso matrimonial, los prometidos – esposos permanecían en sus respectivas familias durante cierto tiempo que acostumbraba a ser de un año […] este tiempo era empleado en los preparativos de la nueva casa y del mobiliario familiar” .

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José, su marido, que era un hombre justo. La palabra “justo” tiene aquí un valor muy grande. san Alberto Magno comenta así: “san José fue varón perfecto, en lo referente a la justicia, por la constancia de su fe; en cuanto a la templanza, por la virtud de su castidad; en cuanto a la prudencia, por la excelencia de su discreción; en cuanto a la fortaleza, por la energía de su acción. Así, matrimopues, encontramos en él las cuatro virtudes cardinales en grado excelente” .

José jamás dudó de la integridad de María

…y, no queriendo difamarla, resuelve dejarla secretamente.

Es importante destacar que dentro de esta gran perplejidad jamás hubo en san José duda alguna en cuanto a la santidad de María. Esta santidad le era evidente, no sólo por ser notoria para cualquiera, sino porque José fue dotado por Dios —una vez que había sido escogido para ser el padre adoptivo de Jesús— con dones especiales para discernir todas las virtudes que adornaban el alma de la Virgo Virginum.

El Sensum fidei nos lleva, por tanto, a concluir que no es posible que José dudara de Ella. Concomitante con eso, veamos también lo que comentan al respecto de este pasaje algunos grandes doctores.

Dice santo Tomás que José conocía la santidad de María, lo que le hacía sentirse demasiado pequeño: “José no quiso abandonar a María para tomar otra esposa, o por alguna sospecha, sino porque temía, en su humildad, vivir unido a tanta santidad; por eso le fue dicho ‘No temas’ (Mt 1, 20)”.

A su vez, el doctor melifluus, san Bernardo, exclama, al unísono con santo Tomás: “¿Pero por qué querría dejarla? Considerad sobre este punto, no mi propio pensamiento, sino el de los Padres de la Iglesia. Si José quiso abandonar a María, lo hizo movido por el mismo sentimiento que llevó a san Pedro a decir, cuando buscaba apartar al Señor lejos de sí: ‘Apartaros de mí, porque soy un hombre pecador’ (Lc5, 8); y el centurión, disuadiendo al Salvador de ir a su morada, afirmar: ‘Señor, yo no soy digno de que entréis en mi casa’ (Mt 8, 8).

Fue, pues, llevado por ese pensamiento que José también, juzgándose indigno y pecador, se decía que no debía vivir por más tiempo en familiaridad con una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza le sobrepasaba y le inspiraba pavor. Él veía con una especie de asombro que Ella estaba embarazada de la presencia de un dios, y, no pudiendo penetrar en ese misterio, había hecho el propósito de dejarla” .

¡El motivo del deseo de irse, por tanto, no era una duda sobre la integridad de María, sino, por el contrario, su insondable veneración y humildad delante de la grandeza de Ella!

Mientras José pensaba en eso, el ángel del Señor se le apareció, en sueños, y le dijo: “José, Hijo de David, no tengas miedo de recibir a María como tu esposa, pues el hijo que ella espera proviene del Espíritu Santo”.

Resuelto el misterio, todo queda claro. Es ésta una verdadera “anunciación” a José, la cual se relaciona armoniosamente con la Anunciación del ángel Gabriel a María”.

El nombre Jesús

Ella dará a luz un hijo, y tú le darás por nombre Jesús, pues Él va a salvar a su pueblo de sus pecados. Era, de hecho, atribución del padre, en la ley judaica, dar el nombre al hijo. En el evangelio, por ejemplo, se relata también la perplejidad de los parientes de san Juan Bautista al conocer cómo querían sus padres que fuese llamado. Zacarías, escribió sobre una tablilla: “Juan es su nombre” (Lc 1, 63). Este episodio deja patente como, a pesar de la extrañeza de muchos, pues nadie en la familia se llamaba así, se aceptó la autoridad del padre en esa circunstancia.

En ese versículo, la voz del Señor, por medio del ángel, se hace oír a José, comunicándole que Dios lo asocia con este gran misterio: Es él quien debe nombrar al Salvador. De igual modo, Dios ratifica la legitimidad del poder paternal de san José sobre Jesús, o sea, su condición de verdadero padre , como destaca el Papa Juan Pablo II en su ya citada Exhortación Apostólica:

“Cuando él le dio el nombre, José declaró la propia paternidad legal en relación a Jesús; y, pronunciando ese nombre, proclamó la misión de este niño, de ser el Salvador” .

Muerte de san José

Por haber fallecido en los brazos de Jesús y María, san José es el patrón de la buena muerte. Pues se juzga, y con razón, que nadie fue tan bien asistido como él en sus últimos momentos. Casi se podría decir que por eso el término de su vida fue tan suave y consolador que de él estuvo ausente cualquier sufrimiento o angustia.

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Mientras tanto, no podemos olvidar que para José ésta fue la suprema perplejidad de su existencia terrena. Pues, al fallecer, se separaba de la convivencia inefable con su virginal esposa y con Jesús, el Hijo de Dios. José partía para la Eternidad, dejando en la tierra su Cielo… Que la consideración del ejemplo y de los preciosos dones concedidos por Dios al padre adoptivo de Jesús nos lleve a confiar en la poderosa intercesión de aquél a quien el propio Hijo de Dios obedeció: “Y Él les era sumiso” (Lc 2, 51).

Novena a San José

Fuente: Heraldos del Evangelio

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