Via Crucis
Además de los méritos adquiridos por el ejercicio del Via Crucis, podemos también ser fácilmente beneficiados por las indulgencias concedidas por la Iglesia a quien cumpla determinadas condiciones. Por la obtención de indulgencias se nos perdona total o parcialmente la pena debida por nuestros pecados, o sea, el Purgatorio después de la muerte. Las indulgencias pueden ser aplicadas a las almas de personas ya fallecidas.
|
Mons. João Clá Dias, EP
Presidente General |
Requisitos para alcanzar indulgencia plenaria con el Via CrucisSe puede obtener indulgencia plenaria rezando el Via Crucis de acuerdo con la costumbre, que consiste en hacer lecturas, oraciones y meditaciones de cada Estación delante del respectivo cuadro, o cruz, colocados habitualmente a lo largo de las paredes de las iglesias. Cuando se reza en conjunto y hay dificultad de moverse todos ordenadamente, de una Estación a otra, basta con que el que dirige se disloque. Es necesario aún, además del rechazo de cualquier afecto a cualquier pecado, incluso el venial, el cumplimiento de las tres condiciones siguientes: confesión sacramental, comunión eucarística y oración en las intenciones del Sumo Pontífice (se acostumbra rezar un Padrenuestro, una Avemaría y un Gloria). Una confesión puede valer para alcanzar todas las indulgencias plenarias durante el periodo de un mes. (Cfr. Manual de las Indulgencias, normas y concesiones, Ed. Paulus, 4ª edición, 1990). Oración Inicial “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Oh, Jesús mío, me preparo en este momento para acompañarte durante tu Via Crucis. En él te encontraré llagado, sin fuerzas y ensangrentado. La Escritura usa una fuerte expresión al referirse a tu Pasión: “Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo” (Sl 21,7). Cuán diferente está tu divina figura de aquélla que los apóstoles contemplaron en el Tabor, o al caminar sobre las aguas, o al curar enfermos. En esta divina tragedia veré estampada la fealdad y la maldad de mis pecados. A tus pies deposito mis miserias y te pido perdón por la grandísima culpa que tengo en tus tormentos. Recurro, para ello, a la intercesión de la Virgen Dolorosa. Que Ella me cubra con su maternal manto, socorriéndome para unirme a Ti y a abrazar también mi cruz. Amén. Primera Estación: Jesús es condenado a muerte. V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Entró Pilato de nuevo en el pretorio, y llamando a Jesús, le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? (…) Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn 18,33/36). “Pilato (…), tomó agua y se lavó las manos delante de la muchedumbre, diciendo: Yo soy inocente de esta sangre; vosotros veáis. Y todo el pueblo contestó diciendo: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que lo crucificaran” (Mt 27, 24-26).
Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor.
V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Tomaron, pues, a Jesús, que, llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice «Gólgota»” (Jn 19,17). “Pero fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores” (Is 53,4 ). Un romano jamás podría ser condenado a morir crucificado, pues la cruz era el mayor símbolo de la deshonra, reservada para los peores criminales. Pero la señal, por excelencia, de la vergüenza fue abrazada por Jesús, “Él mismo llevaba su cruz…” En este paso de la Pasión, Jesús carga sobre sus hombros adorables mis pecados. Sin embargo, el Divino Redentor es un rey tan grandioso que transformará la cruz en un objeto de elevada nobleza y distinción. Será colocada en lo alto de las iglesias, en las coronas de los reyes… y será la pasión de los santos. ¿Qué debo ofrecer a Jesús en este momento en que le veo besar la cruz? ¡Oh, Jesús mío! Al verte arrodillado para abrazar el instrumento de tu suplicio, me lanzo a tus pies contrito y humillado. Consume todas mis culpas en tu infinita misericordia y haz que sean una corona más de tu gloria. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Tercera Estación: Jesús cae por primera vez V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue sobre él, y en sus llagas hemos sido curados” (Is 53, 5). Terribles son nuestros crímenes, ¡hacen que caiga un Dios hecho hombre! Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Cuarta Estación: V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 34-35). “¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que yo soy atormentado!” (Lam 1, 12). “Su madre conservaba todo esto en su corazón” (Lc 2, 51). Se debería acordar con exactitud de las palabras del arcángel San Gabriel en la Anunciación: “Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33). Pero, ¿cómo será ese trono y ese reino, pensaría Ella, si mi Hijo es sólo llagas de la cabeza hasta los pies, sin fuerzas bajo el peso de la cruz? María, por su sabiduría, conocía profundamente la inmensa gravedad del pecado. Pero, ¿era necesario que llevaran las cosas hasta ese extremo? ¿Quién podría imaginar escena más trágica? Una espada de dolor penetró su alma purísima y allí depositó un sufrimiento lancinante. ¡Oh, Virgen Dolorosa, perdón! Perdón por la gran culpa que tengo en este paso de la Pasión. Te agradezco que te hayas asociado a los tormentos de tu Divino Hijo para redimirme. Oh celestial Co-redentora, invoco ese sagrado intercambio de miradas entre Madre e Hijo, en circunstancias tan dramáticas, para implorar perdón. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Quinta Estación: Jesús es ayudado por el Cirineo a llevar la cruz V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Y requisaron a un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, para que tomara la cruz” (Mc 15, 21). Los soldados romanos temían que el Divino condenado fuese a morir antes de que llegase al Gólgota. Era urgente encontrar a alguien que le auxiliase a terminar el camino. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Sexta Estación: V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Alza sobre nosotros, ¡oh Yahvé!, la lumbre de tu rostro. Yo en justicia contemplaré tu faz, y me saciaré, al despertar, de tu imagen.” (Sl 4, 7; 16, 15). “Vera ícona”, o sea, verdadera imagen. Éste es el verdadero significado del nombre de aquella que se compadeció de Jesús y le secó el rostro. ¿Qué podría ofrecerle Él, en aquel momento, en retribución por tan distinguida actitud? ¡Su Verdadera Faz! Jesús quiso dejarnos este precioso mensaje: siempre que, de alguna manera, yo le seque su rostro, su fisonomía se estampará en mi alma, seré otro Cristo. Sí, “christianus alter Christus”, el cristiano es otro Cristo. Si, en la vida de todos los días, me empeñase en auxiliar al prójimo a seguir el camino del Evangelio, a buscar la salvación, la faz de Cristo se fijará en mi espíritu, y me haré semejante a Él. Señor, ahora comprendo, por un auxilio de tu gracia, tu mandamiento: “Que os améis los unos a los otros; como yo os he amado” (Jn 13, 34). Quieres de mí que sea atento con los necesitados de mi auxilio, bondadoso con los humildes, fuerte con los orgullosos. Estoy dispuesto a proceder así. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Séptima Estación: Jesús cae por segunda vez V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Por Yahvé se afirman los pasos del varón cuyo camino le place. Si cayere, no permanecerá postrado, porque Yahvé le sostiene su mano” (Sl 36, 23-24). A pesar del auxilio del cirineo, el peso de la cruz se va haciendo aplastante. ¿Quién, al caer por segunda vez en aquellas circunstancias, no dejaría de quedarse en el suelo? Era la oportunidad para desistir. Pero Jesús quiso llevar hasta el final el holocausto. Y qué suaves eran aquellas piedras del camino en comparación con los sufrimientos que aún vendría por delante… Una vez más, Jesús quiso mostrarnos cuál debe ser la extensión de nuestra confianza, incluso cuando recaemos en nuestras faltas. El Salvador está siempre dispuesto a perdonarnos. Habiendo Él asumido nuestras culpas, jamás dejará de re-erguirnos. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Octava Estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Le seguía una gran muchedumbre del pueblo y de mujeres, que se herían y lamentaban por Él. Vuelto a ellas Jesús dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos” (Lc 23, 27-28). Jesús, aunque sumergido en los tormentos de la Pasión, caminaba hacia el triunfo de su misión. Pero, en su infinita justicia, no dejaba de advertir a las santas mujeres la necesidad de que reparasen el pecado colectivo. No bastaba con que se conmovieran con la tragedia de un Dios injustamente condenado. Era indispensable aplacar la cólera divina contra los hombres, por el crimen cometido. Oh Jesús, Señor de la Justicia, que todo bien premias y todo mal castigas, dame la gracia de tener plena conciencia de mis locuras, crímenes y pecados, con el fin de pedirte perdón con sinceridad. Mientras más profundamente reconozca mis faltas, mejor será mi arrepentimiento y más completa será tu absolución. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Novena Estación: Jesús cae por tercera vez V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Quiso Yahvé quebrantarle con padecimientos” (Is 53, 10). “También Cristo padeció por vosotros y os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos. Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que, muertos al pecado, viviéramos para la justicia” (Pe 2, 21/24). Ahí está, ante mis ojos, y bajo el peso de la cruz, la luz del mundo caída en el suelo por tercera vez. ¿De qué ha servido que el cirineo cargase la cruz? ¿Por qué no llevó sobre sus hombros por lo menos la parte más pesada? Si los soldados ya habían decidido convocar compulsivamente al cirineo, no les faltaría comprensión para darse cuenta del agotamiento de su víctima. ¿Por qué le exigen que continúe el camino? Es, una vez más, la imagen de nuestra miseria. Así somos nosotros. Si yo fuese el cirineo, ¿actuaría de otra forma? Cuántas y cuántas veces fui relajado en el cumplimiento de mis deberes, en la práctica de la virtud, en el evitar las ocasiones que me llevan al pecado… ¡Qué lejos estoy de la perfección, dejando que Jesús sea casi que aplastado bajo el peso de la cruz, sin preocuparme por ayudarle! Jesús dame el divino ejemplo: si me abandonan o me persiguen, y caigo bajo el madero de las decepciones, jamás el desánimo me abatirá. Siempre hay algo más para dar, incluso cuando las fuerzas parecen que no existen. Ésta es también una de las lecciones contenidas en esta Estación. ¡Oh, Jesús mío!, te agradezco el ejemplo de generosidad y entrega totales que en este paso de la Pasión me das, y te ruego gracias eficaces para servirte continuamente con amor desinteresado y ánimo fuerte. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Décima Estación: V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Tomaron sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida toda desde arriba. Dijéronse, pues, unos a otros: «No la rasguemos, sino echemos suertes sobre ella para ver a quién le toca», a fin de que se cumpliese la Escritura: «Dividiéronse mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes»” (Jn 19, 23-24). Cuatro son los cantos de la tierra y en cuatro se reparten sus pertenencias. Es un bellísimo símbolo de la expansión de la más alta de las obras de Jesús, la Santa Iglesia, que tomará cuenta de toda la extensión del mundo. Decidieron echar la túnica a suerte, pues los soldados concluyeron que se trataba de una pieza de elevado valor, ya que no tenía una sola costura de arriba a bajo. La Santa Iglesia está simbolizada en su unidad perfecta por la túnica inconsútil. Ella reclama una unión total entre todos sus fieles, donde no comporta la menor división. ¡Oh, Jesús mío!, que yo ame la unidad de tu Santa Iglesia y trabaje por su expansión en el mundo entero, jamás haciendo acepción de personas en esta tarea, para ayudarte a salvar pobres o ricos, en fin, todas las almas. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Décimo Primera Estación: V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí, y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Escribió Pilato un título y lo puso sobre la cruz; estaba escrito: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos»” (Lc 23, 33 ; Jn 19, 19). Por fin, llega Jesús al Calvario, lugar donde, según una piadosa tradición, Adán fue sepultado. Allí abundaba el pecado, allí transbordaría la gracia. El requinte de la maldad de sus acusadores llega hasta el punto de crucificarlo entre dos ladrones para que fuera considerado como tal. Mientras los soldados se repartían los haberes materiales del Divino Crucificado, Él entregaba su preciosa herencia –María Santísima– al discípulo amado, en un último y supremo gesto de amor filial. ¡Oh, Jesús mío! Veo, en esta meditación, el drama de la locura de amor de un Dios por sus criaturas. Si fuese yo el único que hubiera pecado, tu proceder no habría sido de otra manera. Tú fuiste crucificado por mí. Concédeme las mismas gracias derramadas sobre el buen ladrón y que pueda algún día estar contigo en el Paraíso. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Décimo Segunda Estación: V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús: Todo está acabado, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con Él; pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,30; 32-34). “Inclinando la cabeza, entregó el espíritu” , afirma el Evangelio. Sobre este respecto, pregunta San Agustín: “¿Quién puede dormir cuando quiera, como Jesús murió cuando quiso?” Y afirma San Juan Crisóstomo: “Por sus actos, indica el evangelista que Él era Señor de todas las cosas”. De su costado “salió sangre y agua” , que simbolizan los Sacramentos de la Iglesia, indispensables para nuestra salvación. El agujero dejado por la lanzada, significa la apertura de la puerta de la cual nacería la Santa Iglesia. ¡Oh, Jesús mío, no existe mayor prueba de amor! ¡Diste tu preciosísima vida por mí! Y, ¿qué te debo dar yo? ¡Pensar que ese mismo sacrificio se renueva todos los días sobre el altar, de manera incruenta, para que me beneficie de él totalmente! ¡Ah, Señor!, acepta mi pobre ser, mi cuerpo, mi alma, mis familiares, todo lo que me pertenece ahora y en el futuro, incluso mis méritos. Todo es tuyo, Señor, y te lo entrego a Ti en retribución, por medio de María Santísima. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Décimo Tercera Estación: Jesús es bajado de la cruz V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Después de esto rogó a Pilato, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos” (Jn 19, 38-40). La Providencia traza con perfección las líneas de la Historia. José de Arimatea, además de ser noble, estaba muy relacionado con Poncio Pilato, y reunía, por lo tanto, las condiciones favorables para obtener de él la autorización necesaria para que Jesús no fuese enterrado como un condenado cualquiera, sino como una persona ilustre. ¿Quién, a no ser José, tendría valor de presentarse ante el gobernador romano para pedirle el cuerpo de un crucificado? Por eso, a respecto de él comenta San Juan Crisóstomo: “Véase el valor de este hombre; se pone en peligro de muerte, atrayendo sobre sí las enemistades de todos, por su afecto a Jesucristo…” ¡Qué gracia insigne para este José! La de poder descender de la cruz, con el auxilio de Nicodemo, el Divino Cuerpo, víctima de valor infinito, y de sepultarlo. ¡Oh, Sagrado Cuerpo de Jesús!, viéndote así, sin vida, siento que mi corazón gime. Esas manos que dieron órdenes a los mares y a las tempestades, expulsaron a los vendedores del Templo e hicieron el bien por todo Israel, ya no se articulan. Tus pies, que caminaron sobre las aguas y surcaron los caminos todos en busca de los necesitados, no se mueven. Tu voz, que hacía estremecer a los fariseos, pero que perdonaba con dulzura a los pecadores arrepentidos, ya no se oye más. Toda una llaga te cubre de arriba a bajo. ¡Oh, Virgen Dolorosa!, te imploro la insigne gracia de que mantengas ante mí, para el resto de mi vida, esta terrible imagen de la gravedad del pecado. ¡Perdón , Madre mía, perdón! Y ayúdame a no pecar nunca más. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Décimo Cuarta Estación: Jesús es trasladado al sepulcro V: Te adoramos Cristo y te bendecimos. “Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca del monumento, pusieron a Jesús. Y [José de Arimatea] corriendo una piedra grande a la puerta del sepulcro, se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro” (Jn 19, 41-42 ; Mt 27, 60-61). Una gran piedra nos separa en este momento del Cuerpo Sagrado de Jesús. Por ello, afirma San Jerónimo: “Las mujeres perseveraron en su deber, esperando lo que Jesús había prometido; por esta razón merecieron ser las primeras en ver la Resurrección, porque «Quien persevere hasta el final, se salvará».” ¡Felices las santas mujeres! Más felices aún somos nosotros, que tenemos a Jesús en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. En ella le adoramos, no con una “gran piedra” de por medio, sino a través de las apariencias del pan y del vino. A Ti, oh Virgen, recurro a fin de que me alcances de Jesús sepultado, la confirmación en la gracia de Dios para que un día, siguiendo tus caminos y los de Él, pueda resucitar para la gloria eterna. Padrenuestro, Avemaría y Gloria. V: Ten piedad de nosotros, Señor. Oración Final En Vos, oh Virgen Dolorosa, recuerdo la síntesis de todos los episodios meditados por mí. ¡Qué gracias místicas no os deben haber sido concedidas en medio de aquellas angustias! Gracias de sentir en Sí misma los propios dolores del Redentor. No es sin razón, que bajo cierto aspecto, podéis ser llamada de Co-redentora. Es a Vos que recurro y de Vos me valgo, gimiendo bajo el peso de mis pecados, en la inquebrantable convicción de que “jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro haya sido abandonado de Vos.” Madre Dolorosa, que a Vos recurro, imploro y reclamo por el perdón de mis pecados, por mi salvación eterna y por la total santificación de mi alma. Y mucho os pido por la sociedad en general, y por la propia Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, para que lleguen a la plenitud de su esplendor y gracia, y se pueda de esta manera realizarse la proclamación universal del triunfo de vuestro Inmaculado Corazón: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón Triunfará!” Amén. |