Estamos en 1897. Dos jóvenes carmelitas conversan en el Carmelo de Lisieux. Una de ellas, sor Teresita del Niño Jesús, se acerca al final de su vida y a la cúspide de la santidad. La otra, que le tiene una viva admiración, es una novicia llegada de París, sor María de la Trinidad.
Ante todo es preciso creer en el Papa
Ambas conversan sobre el camino espiritual que enseñaba la hermana Teresita: “la pequeña vía”. Ante las insistentes preguntas de la novicia, la santa y doctora de la Iglesia afirma con absoluta seguridad: – Si te induzco al error con mi pequeña vía de amor, no temas que te deje seguirla durante mucho tiempo. Al momento apareceré para decirte que sigas otro rumbo. Pero si no vuelvo, cree en la verdad de mis palabras: en el buen Dios, tan poderoso y misericordioso, nunca se confía demasiado. De Él se obtiene todo lo que se espera.
– Creo con tanta firmeza, que me parece que si el Papa dijera que estás equivocada, no le creería… Santa Teresita corrige en el acto a la joven religiosa, muy fervorosa pero algo atolondrada:
– ¡Oh, ante todo es preciso creer en el Papa! Pero no temas que él pueda decirte que cambies de camino: no le daré tiempo, pues si en el Cielo me entero que te induje a error, obtendría del buen Dios el permiso de venir a prevenirte de inmediato. Hasta entonces, debes creer que mi vía es segura, y seguirla fielmente.