La Cátedra de San Pedro y la Aprobación Pontificia de los Heraldos del Evangelio

san pedroEl  22 de febrero es para  toda la gran familia de los  Heraldos del Evangelio un día muy especial, pues es la fiesta de  La Cátedra de San Pedro y se cumple el 11º aniversario de su aprobación Pontificia.

La Cátedra de San Pedro

Para los Heraldos de Evangelio el amor y al obediencia al Papa es uno de los puntos fundamentales de su carisma y devoción, y es por eso que es muy providencial, y una alegría enorme,  que el día de su aprobación Pontificia se diera en la Fiesta de la Cátedra de Pedro. Esta Fiesta trata de poner de relieve la misión del Maestro y del Pastor conferidas a san Pedro por Jesús, constituyéndolo así, en su persona y sucesores, en el principio y fundamento visible de la unidad de la Iglesia.

El martirologio romano celebra hoy la fiesta de la cátedra de san Pedro en Antioquía y el 18 de enero la de Roma.

La reforma del calendario ha unificado las dos en el día de hoy. Esta fiesta indica el lugar preeminente de san Pedro o su sucesor en el colegio apostólico, enseñado por Cristo cuando le encargó de dirigir y apacentar a la Iglesia.

Pedro, después de la Ascensión de Cristo al cielo, es quien preside la elección de Matías y habla en nombre de todos en este momento como en el día de Pentecostés.

El mismo Herodes Agripa sabía que dando muerte a san Pedro, la iglesia naciente acabaría.

La muerte de san Pedro en Roma confirma todas las tradiciones antiquísimas llevadas a cabo por investigadores tanto católicos como no católicos.

Lo confirman también las excavaciones emprendidas en el año 1939 por Pío XII en la Gruta Vaticana, bajo la Basílica de san Pedro. Los resultados los aprobaron incluso los no creyentes.

Es pues, esta fiesta la que marca la continuidad de la Iglesia, gracias al Espíritu que habita en ella y a la unidad que se establece entre esta cátedra y la de todas las iglesias locales.

Es también un homenaje al fiel discípulo y confidente de Jesús. Aceptó esta carga por amor. Y nadie arrebatará esta Iglesia. Está Dios con ella, por ella y para ella. La historia lo confirma.

Hace once años…

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En febrero de 2001 el Siervo de Dios Juan Pablo II erigía canónicamente a los Heraldos del Evangelio como asociación privada de fieles de derecho pontificio. Era el punto de partida de una pródiga en actividad misionera.

Roma, febrero de 2001. Más de mil heraldos se reunían en la Ciudad Eterna para participar de la anhelada aprobación como asociación de derecho pontificio.

Los momentos culminantes de aquellos históricos días fueron la sencilla ceremonia de entrega del documento de erección, realizada en la sede del Pontificio Consejo para los Laicos, el mismo día 22; la Celebración Eucarística presidida por el Cardenal Jorge María Mejía en la Basílica de San Pedro, el día 27, y el saludo concedido por el Papa Juan Pablo II a Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en la Audiencia General del día 28.

“El brazo del Papa”

En el mensaje que el Papa dirigió a los Heraldos en esa ocasión, les instaba a que fueran “mensajeros del Evangelio por intercesión del Corazón Inmaculado de María”.

Y el Cardenal Mejía, en la homilía de la Misa solemne en el Altar de la Cátedra, recordando que la erección canónica le daba a la asociación “una relación especial” con la Santa Sede, aseveró: “Lo que ustedes han querido hacer, lo que está expresado en los estatutos de ustedes y las tradiciones de ustedes, eso recibe ahora desde aquí una bendición especial. Así, vuestra asociación es incluida en el gran número de instituciones de religiosos o religiosas, pero también de asociaciones laicas que el Papa, por sus órganos especiales —en este caso el Consejo de Laicos— aprueba y envía” .Así, los Heraldos del Evangelio pasaban a ser, en palabras del Cardenal, “el brazo del Papa”, y su misión evangelizadora se transformaba en un mandato pontificio.

Miércoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma

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La liturgia del Miércoles de Ceniza nos recuerda nuestra condición de mortales: “Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris – Recuerda, hombre, que eres polvo, y al polvo volverás” …. En el inicio  de la Cuaresma, queramos, más que la mortificación corporal, aceptar la invitación que la  Liturgia sabiamente nos hace, combatiendo el amor propio con todas nuestras fuerzas.  “Buscad el mérito, buscad la causa, buscad la justicia; y ved si encontráis otra cosa a no ser la gracia de Dios” (San Agustín).

Significado de la Ceremonia de la Ceniza

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La Iglesia nos indica, en las oraciones que recitan sus ministros, el significado que tiene la ceremonia del miércoles de ceniza: “Oh Dios que no queréis la muerte del pecador sino que se convierta, escuchad con bondad nuestras oraciones y dignaos bendecir estas cenizas que vamos a colocar sobre nuestras cabezas. Y así, reconociendo que somos polvo y al polvo volveremos, consigamos mediante la observación de la Cuaresma, obtener el perdón de los pecados, y vivir una vida nueva a semejanza de Cristo Resucitado”. Así pues que es la Penitencia lo que la Iglesia nos quiere enseñar mediante la ceremonia de ese día.

Ya en el Antiguo Testamento los hombres se cubrían de cenizas cuando querían expresar su dolor y humillación, como se puede leer en el libro de Job. En los primeros siglos de la Iglesia, los penitentes públicos, se presentaban ese día a los obispos o a los penitenciarios: pedían perdón revestidos de un saco, y como señal de su contrición se cubrían las cabezas con ceniza. Pero, como todos los hombres son pecadores, dice San Agustín, esa ceremonia se extendió a todos los fieles, para recordarles el precepto de la Penitencia. No había excepción alguna: pontífices, obispos, sacerdotes, reyes, almas inocentes, todas se sometían a esa humillante expresión de arrepentimiento.

Tengamos los mismos sentimientos: deploremos nuestras faltas al recibir de las manos del ministro de Dios la ceniza bendita por las oraciones de la Iglesia. Cuando el sacerdote nos diga “recuerda que eres polvo y al polvo has de volver” o “convertíos y creed en el Evangelio” mientras nos impone la ceniza, humillemos nuestro espíritu por el pensamiento de la muerte que reduciéndonos al polvo, nos pondrá bajo los pies de todos. Así dispuestos, lejos de complacer nuestro cuerpo destinado a deshacerse, nos decidiremos a tratarlo con dureza, a refrenar nuestro paladar, nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra lengua, todos nuestros sentidos; a observar en lo más posible el ayuno y la abstinencia que la Iglesia nos prescribe.

Dios mío, inspiradme verdaderos sentimientos de humildad, mediante la consideración de mi nada, de mi ignorancia y de mi corrupción. Dadme el mayor arrepentimiento posible de mis iniquidades, que hirieron vuestras infinitas perfecciones, contristaron vuestro corazón de padre, crucificaron a vuestro Hijo dilecto, y me causaron un mal mayor que la pérdida de la propia vida del cuerpo, puesto que el pecado mortal es la muerte del alma y nos expone a una muerte eterna.

La Iglesia siempre amonestó a sus fieles a no contentarse solamente con las señales externas de la penitencia, sino también a embeberse del espíritu y los sentimientos de esta. Ayunemos –dice la Iglesia- como el Señor desea, pero acompañemos el ayuno con lágrimas de arrepentimiento, postrándonos ante Dios y deplorando nuestra ingratitud en la amargura de nuestros corazones. Pero esa contrición, para ser provechosa debe estar acompañada de confianza. Por eso la Iglesia siempre nos recuerda que nuestro Dios está lleno de bondad y misericordia, siempre listo a perdonarnos, lo que es un fuerte motivo para esperar firmemente la remisión de nuestras faltas si de ellas nos arrepentimos. Dios no desprecia jamás un corazón contrito y humillado.

La liturgia termina exhortándonos a que tomemos generosas resoluciones confiando en Dios: “Pecamos, Señor, porque nos olvidamos de Vos. Volvamos otra vez al bien antes que la muerte llegue y ya no haya tiempo. Óyenos Señor, ten piedad porque pecamos contra Vos. Ayúdanos oh Dios Salvador, por la gloria de vuestro nombre, libertadnos”. El pensamiento de la muerte nos invita a vivir todavía más santamente, ¡y cuán eficaz es recordar eso!

Al borde de la tumba y a la puerta del Supremo Tribunal, ¿quién se atrevería a enfrentar a su Juez, ofendiéndolo y rechazando el arrepentimiento o viviendo en la negligencia, la tibieza y la relajación? Coloquémonos espiritualmente en el que va a ser nuestro lecho de muerte y armémonos de los sentimientos de compunción que para ese momento quisiéramos tener. Depositad vuestra confianza en la misericordia divina, en los méritos de Jesús y en la intercesión de la divina Madre. Prometamos al Señor:

– 1° cortar pensamientos, conversaciones y toda clase de procederes que le desagradan;

– 2° vivir cuanto sea posible en la soledad, en el silencio y, sobre todo, en el recogimiento interior que favorece vuestro espíritu de oración y os separa de todo lo que no es Dios.

(Adaptado de Miércoles de Ceniza, en “Meditaciones para todos los días del año”, P. Luis Bronchaín CSSR, Petrópolis, Editora Vozes, 1.949 (2ª. Edición en portugués, pags. 132-134)

Beata Jacinta, Milagro de la Gracia

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En poco más de dos años, la inocente pastorcita de Fátima alcanzó un grado altísimo de unión con Dios, cumplió una gran misión y difundió por el mundo entero el perfume de su santidad. ¿Cómo logró todo esto en tan poco tiempo?

¿Qué es más fácil: Hacer que el sol baile en el cielo o mover el corazón humano para que abrace la santidad? Es bastante conocido el “milagro del sol”, el cual zigzagueo en el cielo, el día 13 de octubre de 1917, delante de 70 mil personas reunidas en Cova de Iría.

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Pero, la pregunta arriba formulada, hecha por un famoso sacerdote portugués, despierta la atención para otro prodigio operado por el Inmaculado Corazón de María, más luminoso y duradero que el primero: la santificación de Jacinta y Francisco. Si todos los santos son milagros de la gracia, estos dos son, por decirlo de alguna manera, únicos en su género. ¿Por qué?

“En breve tiempo cumplió con una larga vida”

Hasta el pontificado de Juan Pablo II, la Iglesia no permitía canonizar a un niño con el titulo de confesor de la Fe, o sea, ser tenido como mártir. Por este motivo: para que una persona sea elevada a la honra de los altares, es necesario que ella haya practicado la virtud en grado heroico; ahora, se asume una consistencia de carácter que, por las contingencias de la naturaleza humana, le falta a un niño. El Papa Pío XI llego incluso a reglamentar el tema, lo que imposibilitó que estos procesos de canonización fueran instaurados.

Sin embargo, ante las pruebas incontestables de la heroicidad de las virtudes de los dos pequeños videntes de Fátima, el Papa Juan Pablo II suspendió el decreto de su antecesor y los declaró bienaventurados.

La vida de Jacinta es más conocida. Primero, debido a varias visiones particulares que ella tuvo de Nuestra Señora. En segundo lugar, por los múltiples aspectos de santidad que trasparecen en su fogosa alma.

“En breve tiempo cumplió con una larga vida” dice el Libro de la Sabiduría (4,13). Estas palabras son utilizadas en el decreto de beatificación de la joven vidente, justamente para mostrar como en pocos años alcanzó picos elevados de perfección.

Un amor capaz de llegar al Heroísmo

De un temperamento acostumbrado a los extremos, Jacinta quedó inmediatamente maravillada por la “Señora”, como generalmente la llamaba. Después de la primera aparición, no se cansaba de repetir: “ ¡Oh! ¡Qué Señora tan linda! ¡Qué Señora tan linda!”. Y su amor nunca vaciló, incluso cuando fue necesario dar pruebas de heroísmo.

El día 13 de agosto, por ejemplo, los tres pastorcitos fueron secuestrados por el Administrador (autoridad municipal). Este ateo arbitrario, decidió arrancarles bajo amenazas la revelación del secreto que les había sido confiado por la Virgen. Comenzó por ponerlos en una cárcel, donde estuvieron durante tres días entre bandidos y ladrones. Después los sometió a un brutal interrogatorio. Por fin, les hizo a los gritos, amenazas de matarlos en un gran caldero de aceite hirviendo si ellos no le contaban todo.

Jacinta fue la primera en enfrentar la posibilidad del martirio.

– Tengo para los tres un caldero de aceite hirviendo en la cocina, listo para ustedes. Jacinta, ¿cuál es el secreto que la tal Señora les reveló? La pobre temblaba de miedo, pero respondió con firmeza:- Yo no se lo puedo decir, señor administrador, aunque me mate.

Fama de santidad

fatima2La fama de santidad de Jacinta se extendió rápidamente. Cuando de ella se aproximaban, se sentía el perfume de sus dones sobrenaturales y la presencia de la gracia. Su prima Lucía así lo describía: “Jacinta tenía un porte siempre serio, modesto y amable, que parecía traducir la presencia de Dios en todos sus actos, propio de las personas ya avanzadas en edad y de gran virtud”.

En cierta ocasión, Jacinta acompañó a Lucía a una fiesta, y, después del almuerzo, comenzó a dejar caer la cabeza en señal de sueño. El dueño de la casa envío a una de las sobrinas a acostarla en su cama. Al poco tiempo la pequeña dormía profundamente. Se comenzó a juntar la gente del lugar y, en la ansiedad de verla, fueron a espiarla al cuarto. Todos quedaron admirados de verla en profundo sueño, con una sonrisa en los labios, un aire angelical y las manos puestas hacia el cielo.

El cuarto se llenó rápidamente de curiosos. Al momento unos salían para dejar entrar a otros. La dueña de la casa y sus sobrinas comentaban admiradas: “Este debe ser un ángel”. Y, tomadas de un reverencial respeto, permanecieron de rodillas junto a la cama. A medida que transcurrieron las apariciones, crecía la confianza del pueblo en el poder de intercesión de los videntes.

Una tarde, iban por la calle para rezar un rosario en la casa de una piadosa señora. A la mitad del camino, salió a su encuentro un joven de unos 20 años, suplicándoles que fueran hasta su casa a rezar por su pobre padre, el cual hacía más de 3 años sufría de un molesto contratiempo que le impedía dormir.

Como anochecía y no querían retrasar el inicio del rosario, Lucía pidió a Jacinta que fuese a la casa del joven a rezar por su padre, mientras ella seguiría con Francisco y se encontrarían al regreso. Cuando regresaron, encontraron a su joven prima sentada en una silla, delante de un hombre no muy enfermo, marchitado y llorando de la emoción, totalmente curado. Jacinta se levantó y se despidió, prometiendo no olvidarse del ex–enfermo en sus oraciones. Tres días después, acompañado de su hija, este vino a agradecer la gracia recibida por las valiosas oraciones de la humilde pastorcita.

Sacrificios por la conversión de los pecadores

“Sí, yo quiero ofrecer sacrificios para salvar a los pecadores”, repetía siempre la pequeña Jacinta, especialmente cuando su hermano Francisco le presentaba una oportunidad para mortificarse.

Movidos por una ardiente devoción al Inmaculado Corazón de María, los dos jóvenes videntes en poco tiempo alcanzaron una alta comprensión del verdadero significado del sufrimiento.

Pocos meses antes, la Santísima Virgen les mostró el infierno, lugar de tormentos eternos, y les pidió que ofreciesen oraciones y sacrificios por la conversión de los pecadores, muchos de los cuales van para allá por no haber quien sufra por ellos. Jacinta y Francisco tomaron muy enserio el pedido de la “Señora” que, a partir de entonces, no dejaban pasar una ocasión para sacrificarse en esa intención. Lucía, en sus memorias, afirma que eran tan numerosos los ejemplos de su espíritu de mortificación que le era imposible relatar los todos. A modo de ejemplo narra algunos.

En una mañana, cuando los tres videntes jugaban cerca de un viñedo, la madre de Jacinta les ofreció algunos gajos de uva. Nada más apetecible para tres niños alegres, cansados y con sed. Pero Jacinta nunca se olvidaba del pedido de la bella Señora:

– ¡No vamos a comerlas! Y ofrezcamos este sacrificio por los pecadores. Entonces fue corriendo a llevar las uvas para algunos niños pobres, que jugaban cerca. Cuando regresó estaba radiante de alegría. Otro día, la tía de Lucía les ofreció una cesta de esplendidos higos. Jacinta se sentó con Lucía, satisfecha, al lado de la cesta. Tomó el primer higo para comerlo, pero, de repente, se acordó del pedido de la Señora y dijo:

– ¡Es verdad! ¡Hoy todavía no hemos hecho ningún sacrificio por los pecadores! Tenemos que hacer este.

Invitación al holocausto completo

Mayor generosidad, sin embargo, fue necesaria para enfrentar la terrible gripa neumónica de 1918, la cual cobró la vida de millones de persona en Europa. Entre ellas, las de Jacinta y Francisco. Durante meses, los dos hermanos sufrieron con edificante resignación. La primera operación, mal realizada, fue hecha apenas con anestesia local para aliviar los dolores. Dos costillas le fueron retiradas para facilitar el drenaje, dejando una llaga abierta del tamaño de un puño. En medio de los inmensos dolores, Jacinta sólo decía: “ ¡Ay!¡ Nuestra Señora! ¡Ay! ¡Nuestra Señora!”.

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En enero de 1919, la Santísima Virgen se les apareció para darles una sorprendente noticia e invitar a Jacinta al holocausto completo. Así lo relató la hermana Lucía: – Nuestra Señora nos vino a ver y dijo que vendría a buscar a Francisco en muy poco tiempo para llevarlo al Cielo. Y a mi, me preguntó si quería convertir más pecadores. Le dije que si. Me dijo que iría a un hospital donde sufriría mucho; que sufriese por la conversión de los pecadores, en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María y por amor de Jesús.

Sucedió como Nuestra Señora lo predijo. Internada en el Hospital Dona Estefanía, en Lisboa, ella edificó a todos por su inocencia y por la encantadora serenidad con que soportaba los sufrimientos de la terrible enfermedad.

De allí, sólo saldría para el Cielo, el 20 de febrero de 1920.

En la última visita hecha a su santa prima, Lucía le preguntó si sufría mucho y escuchó de sus labios esta simple pero sublime confidencia: “Yo sufro, pero ofrezco todo por los pecadores y para reparar al Inmaculado Corazón de María. ¡Me gusta tanto sufrir por su amor! ¡Para darle gusto! ¡Ella gusta de quien sufre para convertir a los pecadores!”.

Unión mística con Jesús

En pocos años de vida, Jacinta alcanzó una unión tal alta con Nuestro Señor Jesucristo, que pudo haber llegado al grado llamado “cambio de corazones” por parte de algunos teólogos. Ella dijo: “ ¡Yo no sé cómo es: siento a Nuestro Señor dentro de mí, comprendo aquello que Él me dice aunque no lo vea y no escuche su voz!”.

Pero, ¡no nos olvidemos! Si Jacinta llegó en tan poco tiempo a este grado de unión con Dios, fue porque supo entender y practicar tiernamente la devoción a Nuestra Señora. Del mismo modo, también nosotros podemos seguir el consejo dado por ella a Lucía en la última despedida: “Decid a todas las personas que Dios nos concede las gracias por medio del Corazón Inmaculado de María. ¡Ah! ¡Si yo pudiese clavar en el corazón de todas las personas el fuego que tengo aquí dentro de mi pecho, que me quema y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María!”.

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(Revista Heraldos del Evangelio, Mayo/2004, n. 29, pág. 12 a 15)

Cristo es la Plenitud de la Ley

monsDios implantó en el alma humana una luz intelectual por la que el hombre conoce que el bien debe ser practicado y el mal evitado. Esa luz está siempre presente en nuestra alma. Conforme afirma el Concilio Vaticano II, el hombre «tiene en el corazón una ley escrita por el propio Dios», la ley natural. Y como nuestro espíritu es gobernado por una lógica monolítica, no conseguimos practicar ninguna acción mala sin intentar justificarla de alguna manera. Por eso, para poder pecar, el hombre recurre a falsas razones que ahogan su recta conciencia y llevan al entendimiento a presentar a la voluntad el objeto deseado como un bien.

Este es el origen de los sofismas y doctrinas erróneas, con los cuales procuramos disimular nuestras malas acciones.

En vista de esto, se hizo indispensable —además del sello impreso por Dios en lo más íntimo de nuestras almas— la existencia de preceptos concretos para acordarnos, de forma clara e inexcusable, del contenido de la ley natural. Son los Diez Mandamientos entregados por Dios a Moisés en el Monte Sinaí.

En efecto, de forma muy sintética, compendia el Decálogo las reglas puestas por Dios en el alma humana. Dios «escribió en tablas» lo que los hombres «no conseguían leer en sus corazones», afirma San Agustín. Y el hecho de haber sido grabado en piedra —elemento firme, estable y duradero— simboliza el carácter perenne de su vigencia.

Los fariseos deforman la Ley de Moisés

De cara a toda norma jurídica siempre hay dos corrientes: la de los laxistas que, en nombre de la “moderación”, justifican su inobservancia con todo género de falsedades y racionalizaciones; y la de los rigoristas, apreciadores de la ley por la ley, abstrayéndola de su verdadero espíritu y de su vínculo con el legislador. En la segunda categoría estaban los escribas y fariseos.

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Subestimaban el cumplimiento de los más fundamentales preceptos del Decálogo, pero acrecentaron a la Ley mosaica, a lo largo del tiempo, numerosas obligaciones y reglas, llevando su práctica a extremos ridículos. Juzgándose los únicos dueños de la verdad, los doctores de la Ley se sirvieron de su autoridad para crear una moral basada en las exterioridades, en cuanto el orgullo, la envidia, la ira y otros vicios hervían sin freno en sus corazones. Merecían, por tanto, la terrible censura de Nuestro Señor:“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparéis a la condenación del infierno?”(Mt, 23, 23.25.33). De tal forma Jesús se abstraía de algunas normas farisaicas, que muchos podrían imaginar que habría venido a revocar la Ley mosaica, sustituyéndola por otra. Los doctores de la Ley, por ejemplo, prohibían el contacto con los pecadores y publicanos, mientras el Divino Maestro iba a cenar a su casa. Rompía también los preceptos farisaicos del sábado, permitía que sus discípulos omitiesen abluciones rituales antes de comer y afirmaba que no estaba la impureza en los alimentos, sino en el corazón. Todo esto podría dar la impresión de ser Él un laxista dispuesto a abolir las antiguas prácticas, excesivamente rigurosas.

El Decálogo es un reflejo del Creador

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No ignorando esa objeción de sus oyentes, Jesús comienza a edificar el evangelio sobre los fundamentos de la Ley. De hecho, al final del espléndido sermón de las Bienaventuranzas advierte a sus seguidores: «No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5, 17).

Nuestro Señor no es sólo el autor de la Ley, sino también la Ley viva. De la misma manera que decimos que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», podemos afirmar que «la Ley de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros». En el Divino Maestro se encuentran los Mandamientos en estado de divinidad; por ejemplo, ¿qué es lo que hace en su vida terrena sino practicar en todo momento el primer mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas»? En esta perspectiva, es fácil ver en el Decálogo un reflejo del Creador, comprender la belleza que hay en sus preceptos y acatarlos con amor, de modo a crear en nuestra alma la aspiración de cumplirlos con integridad, como único medio de aproximarnos a Dios.

Mons. Juan Clá Dias

Bernardette, el mayor milagro de Lourdes

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¡Lourdes! ¿Dónde encontraremos las palabras que alcancen a explicar todo cuanto ese nombre significa para la piedad católica en el mundo entero?¿Quién podrá traducir en palabras el ambiente de paz que envuelve la gruta sagrada en la cual, hace exactamente 154 años, vino la Santísima Virgen para estar con la humilde Bernardette e inaugurar, de modo definitivo, un nuevo vínculo con la humanidad sedienta de consuelo y de paz? Por designio de la Divina Providencia, a ese lugar se asoció una acción intensa de gracia, especialmente capaz de transmitir a los millares de peregrinos, venidos de lejos, la certeza interior de que sus oraciones son benignamente oídas, sus dramas apaciguados, y sus esperanzas fortalecidas. En efecto, a lo largo de este siglo y medio, las ásperas rocas de Massabielle se han convertido en palco de las más espectaculares conversiones y curas, legando a la Santa Iglesia Católica un tesoro espiritual de valor incalculable.

En Lourdes tales curas y conversiones se revisten de una grandiosidad peculiar, delante de la cual nuestra lengua enmudece. Allí está, delante de todos, la sublimidad del milagro. Mientras tanto, no se puede hablar de Lourdes sin recordar con veneración a la protagonista ligada de modo indisociable a esa historia de bendición y misericordias.

La modesta pastorcita a quien Nuestra Señora apareció es el primero y mayor milagro de Lourdes: ella simboliza la íntegra fidelidad a los llamamientos a la conversión y penitencia, que aquellos días fueron lanzados por la Reina de los Cielos, y que habrían de llegar a los más alejados rincones de la Tierra.

Infancia marcada por la Fe

Bernardette nació en un siglo de profundas transformaciones. Animada, por un lado, por la oleada de devoción mariana que el pontificado del Beato Pío IX estaba suscitando, la segunda mitad del siglo XIX presenciaba el avance insolente del ateísmo y del materialismo.

Los espíritus estaban divididos y, a fin de actuar precisamente en esa encrucijada de la Historia, María Santísima quiso servirse de la hija primogénita del matrimonio Soubirous. ¡Qué alejados, pues, de esta suerte de consideraciones, estaban François y Louise, el 7 de enero de 1844! Ese día les nacía su hija Bernardette en el Molino Bolli, en las cercanías de Lourdes, durante los días felices de abundancia que ellos allí pasaron.

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La niña fue bautizada, recibiendo el nombre de su madrina Bernarde, al que se sumó el de Nuestra Señora que se le habría de aparecer. Marie- Bernarde, es como se llamaba Bernardette, que no escapó al diminutivo cariñoso que le acompañaría por el resto de su vida.

En el Molino Bolli transcurrió su primera infancia, marcada por una religiosidad auténtica y sincera, además de la frecuencia a los sacramentos, la oración en conjunto a los pies del crucifijo era una eximia práctica de los principios cristianos a la que correspondían como un deber moral el matrimonio de campesinos. Bernardette creció, por así decir, respirando la santa fe católica del mismo modo que respiraba el aire puro de la montañosa región de los Pirineos.

La miseria visitó el hogar de los Soubirous

La época era difícil y los negocios de François Soubirous iban mal. A los ocho años de edad Bernardette se trasladadó a un molino más sencillo, y al cabo de tres años alquilaron una cabaña al lado del camino. Ya crecida, ella acompañaba las progresivas desgracias de los padres y enfrentaba, con admirable resignación, la situación de indigencia a la que se vieron reducidos en 1856, hasta el punto de tener que mudarse hasta la antigua cárcel de Petits- Fósees: un cubículo húmedo y pestilente que las autoridades habían juzgado inadecuado hasta para los presos.

La pobreza allí era completa. El habitáculo medía menos de cinco por cuatro metros y la familia no poseía absolutamente nada excepto el mobiliario más indispensable y las ropas. La luz del sol nunca penetraba en el lugar, marcado por la reja de la ventana y por el cerrojo de la pesada puerta -reminiscências del antiguo calabozo. Allí vivían los padres y los cuatro hijos, constantemente atormentados por el hambre.

Santa Bernadette Soubirous

Santa Bernadette Soubirous

Cuando conseguían comprar pan, la madre lo dividía entre los pequeños, que aún así se sentían insatisfechos. Bernardette, no pocas veces, se privaba de su pequeña parte a favor de los más jóvenes, sin nunca demostrar el menor desacuerdo por eso. Por la noche, sin conseguir dormir, atormentada por el asma, Bernardette lloraba. La causa principal de aquél desahogo, sin embargo, no era la enfermedad o las duras privaciones materiales.

El único deseo de la angelical niña era hacer la primera comunión, pero la necesidad de cuidar de los hermanos y de la casa le impedía frecuentar el catecismo, aprender a leer y a escribir y hasta hablar el francés. De hecho, cuando la Santísima Virgen le dirigió la palabra, lo hizo en patois, el dialecto de la región de Lourdes. Si Bernardette deseó algo para sí misma, en los días de su infancia, fue únicamente recibir el Santísimo Sacramento, el Señor ofendido por los pecados de los hombres, que ella aprenderá tan pronto a consolar.

Días de pastoreo en Bartrès

Las pocas veces que Bernardette frecuentó las aulas de catecismo en Lourdes fueron desaprovechadas, porque no conseguía acompañar al resto, más jóvenes y adelantadas que ella. Louise Soubirous estaba preocupaba por la hija, de 13 años, que todavía no había hecho la primera comunión, y resolvió pedir a su amiga, María Lagües, que la aceptase en Bartrès -aldea no muy distante de Lourdes- con el objetivo de que Bernardette allí pudiese frecuentar las aulas de catecismo.

Por consideración y amistad, María Lagües la recibió en su casa, pero no fue tan fiel a su promesa como sería de esperar -enseguida ocupó a Bernardette en los servicios de la casa y en el cuidado de los hijos. Y su marido encontró en ella su pastora ideal para su rebaño de corderos. Fue en ese periodo de pastoreo cuando Bernardette se solidificó en la oración, durante las largas horas transcurridas en el más completo silencio en medio del privilegiado panorama Pirenaico. Contemplativa, ella montaba un pequeño altar en honra de la Santísima Virgen y allí pasaba horas de gran fervor recitando el Rosario, la única oración que conocía.

Un hecho que le ocurrió a Bernardette en esta época demuestra la pureza cristalina de su corazón. Cierto día, cuando François Soubirous fue a visitar a su hija, la encontró triste y cabizbaja. Le preguntó qué era lo que le afligía. – Todos mis corderos tienen los costados verdes- respondió ella.

El padre, dándose cuenta de que se trataba de la marca hecha por un intermediario, hizo un comentario gracioso: – Ellos tienen los costados verdes porque comieron mucha hierba. – ¿Y pueden morir? -preguntó asustada Bernardette. – Tal vez… Apenada, comenzó a llorar en el mismo instante, entonces el padre le contó la verdad: – Vamos, no llores. Fue el intermediario que los marcó así.

Más tarde, cuando le llamaron boba por haber creído en semejante disparate, su respuesta constituyó una demostración involuntaria de su elevada virtud: – Yo nunca mentí; no podía suponer que aquello que mi padre me decía no era verdad. Los días pasaban lentamente en la pequeña aldea, y ya habían pasado siete meses desde la llegada de Bernardette.¡Cuánta esperanza de aproximarse a la mesa eucarística traía en la llegada, y qué decepción experimentaba, después de las pocas aulas de insignificante instrucción! Aquella espera interminable la afligía, pero, como todo en la vida del hombre, fue permitido por Nuestro Señor.

Gruta de las Apariciones

“Sufre los retrasos de Dios; dedícate a Dios, espera con paciencia, con el fin de que, en el último momento, tu vida se enriquezca” (Eclo 2, 3) Esas palabras, desconocidas para Bernardette, significaban exactamente como Dios procedió con respecto a ella. Al mismo tiempo en que la gracia inspiraba en su alma un ardiente deseo de las cosas elevadas, éstas parecían serle retiradas.

Gruta de las apariciones

La Gruta de las apariciones

Con eso, su ansia se robustecía, y todo lo que era terrenal empezaba a ser poco a sus ojos, cada vez más aptos para comprender las realidades sobrenaturales. Como suele pasar con las almas que Dios prueba por medio de largas esperas, le estaban reservadas gracias mucho mayores.

Celestial sorpresa

De vuelta a la casa paterna, Bernardette retomó los antiguos quehaceres. En la mañana inolvidable del 11 de febrero de 1858, salió con la hermana Toinette y la amiga Jeanne Abadie para el bosque, con el fin de recoger leña para la chimenea y huesos que vender para comprar algún alimento. Anduvieron bastante hasta llegar a la gruta de Massabielle, donde Bernardette nunca había estado. En el momento en que las despiertas niñas atravesaban el agua helada del río Gave, Bernardette se preparaba para hacer lo mismo.

Ésta es la narración de Bernardette de lo que entonces sucedió: “Escuché un barullo, como si fuese un rumor. Entonces, volví la cabeza hacia la orilla del prado; vi que los árboles no se movían en absoluto. Seguí descalzándome. Volví a escuchar el mismo barullo. Levanté la cabeza, mirando hacia la gruta. Vi a una Señora toda de blanco, con el vestido blanco, un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie, del color de la cadena de su rosario: las cuentas del rosario eran blancas” .

Era la Santísima Virgen que le sonreía y le llamaba para que se aproximara. Temerosa, Bernardette no se adelantó, sino que sacó su tercio y comenzó a rezar. Lo mismo hizo la “bella Señora”, que aunque no moviese los labios la acompañaba con su propio rosario. Después, al terminar el Rosario, Ella desapareció.

La impresión que esa primera aparición produjo en Bernardette fue profunda. Sin reconocer en Ella a la Madre celeste, la niña se sentía irresistiblemente atraída por esa figura tan amable y admirable, en la cual no podía parar de pensar. Cuando una monja le preguntó, años más tarde, en la enfermería del convento, si la Señora era bella, ella respondió: – ¡Sí! ¡Tan bella que, cuando se ve una vez, se desea la muerte sólo para volver a verla!

Dieciocho encuentros en Massabielle

Por más que Bernardette hubiese pedido que guardaran el secreto a sus dos compañeras, a las que contó lo que viera, ellas no se mantuvieron calladas en ningún momento. Poco más tarde, eran decenas de personas las que comentaban en la vecindad el sobrenatural acontecimiento. Y era apenas El comienzo: la impresionante popularidad de las apariciones asumió proporciones tales, que el día 4 de marzo, estaban junto a Bernardette nada menos que 20.000 peregrinos.

Antes de cada visita de Nuestra Señora, Bernardette sentía un enorme deseo de ir a Massabielle. Fue lo que ocurrió los días 14 y 18 de febrero, cuando un presentimiento interior la condujo hasta la gruta. En la segunda aparición, la Virgen Santísima permaneció nuevamente en silencio; dijo apenas alguna palabra el día 18, como nos lo narra la obediente niña: “La Señora sólo me habló en la tercera vez. Me preguntó si quería ir allí durante 15 días. Le respondí que sí, después de pedir permiso a mis padres”.

La quincena de apariciones, que se dio entre el 18 de febrero y el 4 de marzo, con excepción de los días 22 y 26, constituyó el gran foco de irradiación del mensaje confiado a Bernardette. Cada día se multiplicaba el número de asistentes que emprendían penosos viajes, atraídos por los celestiales coloquios. Aunque nadie más que Bernardette viese a la “Señora”, todos sentían Su presencia y se conmovían con los éxtasis de la campesina.

El santuario de Lourdes es uno de los mayores centros de peregrinación del mundo católico, acogiendo cerca de 6 millones de peregrinos todos los años

El santuario de Lourdes es uno de los mayores centros de peregrinación del mundo católico, acogiendo cerca de 6 millones de peregrinos todos los años

– Ella no parecía de este mundo -dijo un testigo. Las palabras de Nuestra Señora no fueron muchas, aunque de expresivo significado. Dijo a Bernardette el mismo día 18: “No prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”. Y otras veces: “Yo quiero que venga aquí mucha gente”. “¡Pide a Dios por los pecadores! ¡Besa la tierra por los pecadores!”. “¡Penitencia, penitencia, penitencia!”. “Ve y di a los sacerdotes que construyan aqui una capilla. Quiero que todos vengan en procesión”. Todavía durante la quincena, la Reina de los Cielos confió tres secretos y enseñó una oración a Bernardette, que ella recitó con insuperable fervor todos los días de su vida.

Después de un largo silencio con respecto a su identidad, la Señora reveló su nombre a Bernardette en la decimosexta aparición, el 25 de marzo de 1858: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Era una solemne confirmación del dogma proclamado por el Beato Pío IX cuatro años antes; la pureza de doctrina sería coronada, de aquí en adelante, por la belleza de los milagros.

Transformada por Nuestra Señora

Uno de los criterios de prudencia adoptados por la Santa Iglesia para verificar la autenticidad de las revelaciones como las que recibió Bernardette, es observar atentamente la conducta de los videntes. En ellos, se refleja invariablemente la veracidad y el tenor de lo que dicen ver: su testimonio personal es decisivo.

En el caso de Lourdes, tal como después sucedió con los pastorcitos de Fátima, el cambio que se operó en Bernardette puede ser considerado un milagro de la gracia. Sus gestos, modos, palabras y, sobre todo, su piedad adquirieron un indescriptible brillo por el contacto con la Reina de los Cielos: “En su actitud, en sus trazos fisonómicos, se veía que su alma estaba arrebatada. ¡Qué paz profunda! ¡Qué serenidad! ¡Qué elevada contemplación! La mirada de la niña durante la aparición no era menos maravillosa que su sonrisa. Era imposible imaginar algo tan puro, tan suave, tan amable…”.

En la gruta de Massabielle, donde María pidió a Bernardette que rezase por los pecadores, se operaron verdaderos milagros de gracia

En la gruta de Massabielle, donde María pidió a Bernardette que rezase por los pecadores, se operaron verdaderos milagros de gracia

Después de los éxtasis, mantenía la clave de sublimidad que le invadiera: el modo como hacía la señal de la cruz, su compostura durante la oración y su finura de trato, aliados a la simplicidad, eran más distinguidos que los de cualquier dama que hubiera pasado la vida entera ejercitándose en el arte de “savoir-plaire”.

“No escapa a los padres que en ella se ha operado una transformación en el discurrir de este mes. No fue vano para ella la contemplación de las lecciones celestes […] habiendo visto llorar a la Señora de Massabielle por el pecado y por los pecadores, esta niña analfabeta comprendió el gran deber de la penitencia y la oración”.4 Hasta el mismo padre Peyramale, el párroco de Lourdes, célebre por su desconfianza acerca de todos los hechos relacionados con Bernardette, confesó: “todo en ella evoluciona de manera impresionante”.5

Respondiendo a los magistrados

Los espíritus escépticos estaban al acecho de acontecimientos. Sumamente irritados por la afluencia multitudinaria a la gruta, decían: “Es increíble que quieran hacernos creer en apariciones en pleno siglo XIX”. Estos hombres colocaban sus esperanzas más en sus “modernos” inventos que en la omnipotencia de Dios: “Es estupidez y oscurantismo admitir la posibilidad de apariciones en la época del telégrafo eléctrico y la máquina a vapor”.6 Fue delante de las autoridades que pensaban de esa forma que Bernardette tuvo que declarar tres veces en el corto periodo de una semana, durante la misma quincena de las apariciones.

Durante los interminables interrogatorios en los que la acribillaban de preguntas capciosas, Bernardette oyó cosas brutales: “¡Vamos a detenerte! ¿Qué es lo que vas a buscar en la gruta? ¿Por qué haces correr a tanta gente? ¡Vamos a meterte en prisión! ¡Te mataremos en la prisión!”.7 La llamaron mentirosa, visionaria, loca. A todo esto ella sólo respondía con la verdad, soportando esos sufrimientos con humildad y dulzura. Sus acertadas respuestas confundían a los magistrados, que nunca tuvieron ningún motivo legal para detenerla.

La opinión final que se formaron respecto de Bernardette, la que enviaron al Ministerio de Justicia de entonces, fue ésta: “Según el reducido número de aquellos que pretenden tener a su lado el sentido común, la razón y la ciencia, Bernardette Soubirous es portadora de una enfermedad mental conocida: ¡está siendo víctima de alucinaciones, apenas es esto!”.8 ¿Tendrían ellos, como pretendían, la razón de su lado? La respuesta no tardó en quedar clara.

La fuente milagrosa y la llamada a la expiación

En la aparición del 25 de febrero la Santísima Virgen dice a Bernardette: “Ve a beber a la fuente”. Bernardette fue al río Gave y bebió. Aunque, no era al río que Ella se refería, sino a un lugar de la gruta donde apenas había agua sucia. La niña cavó y bebió. De aquella agua oscura broto discretamente el agua milagrosa, que en unos días manaba en abundancia para asombro de todos.

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Fuente milagrosa de Lourdes

Los enfermos no tardaron en servirse de ella y las curas inexplicables se iniciaron el 1 de marzo. Enfermos desahuciados “por la razón y por la ciencia” veían sus males desaparecer en un instante, y los argumentos de innumerables corazones reticentes se transformaron en cánticos de fe. Cuando Bernardette, más tarde, probó esta agua para sus penosas dolencias, no le fue eficaz. Le preguntaron, entonces: – Esa agua cura a otros enfermos: ¿Por qué no te cura a ti? – Tal vez la Santísima Virgen quiera que yo sufra- fue su respuesta.

De hecho, su vocación era sufrir y expiar por la conversión de los pecadores. La fuente no era para ella. Esa hija predilecta de María comprendió con profundidad su singular llamada. Todo cuanto habría de padecer física y moralmente de ahí en adelante -que no fue poco- ella deseaba unirlo a los méritos infinitos del Redentor crucificado, para que fuese pleno el efecto de las gracias derramadas en la gruta. Nunca un murmullo, una queja o un acto de impaciencia se desprendieron de sus resignados labios, acostumbrados al silencio y a la inmolación.

En el asilo de Nevers

Después del ciclo de las apariciones, todos querían ver a Bernardette y tocarla. Le pedían bendiciones, le robaban reliquias… Hombres ilustres emprendían largos viajes para conocerla y altas figuras eclesiásticas no escondían su admiración delante de ella.

Pero, ¡cuánto le hacían sufrir por causa de eso! En su acrisolada humildad, Bernardette se sentía incómoda delante de tantas manifestaciones de deferencia. Su mayor deseo era ser olvidada, quería que sólo la Virgen Santísima fuese objeto de encanto y amor. En Lourdes, ella vivió todavía nueve años en el Asilo, administrado por las Hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana, de Nevers.

Ayudaba en la atención a los enfermos, en los servicios de la cocina, cuidando de los niños. A los 23 años partió hacia la Casa Madre de la Congregación, en Nevers, deseando ávidamente la vida de recogimiento y oración: – Vine aquí para esconderme -dijo.

Los trece años de vida religiosa de Santa Bernardette fueron marcados por la práctica de todas las virtudes y, de modo especial, por el desprendimiento de sí  misma y el amor al sufrimiento. Sus trece años de vida religiosa fueron acentuados por la práctica de todas las virtudes y, de modo especial, el desprendimiento de sí misma y el amor al sufrimiento. De ese período, pasó nueve años de ininterrumpidas enfermedades: el asma inclemente, un doloroso tumor en la rodilla, que evolucionó hasta una terrible infección de los huesos. El día 16 de abril de 1879, a los 35 años de edad, ella entregó su alma al Creador.

“Me encontraréis junto al peñasco”luordes7

Sus restos mortales incorruptos constituyen uno de los más bellos vestigios de la felicidad eterna que Dios haya otorgado a los pobres mortales en este Valle de Lágrimas. Intacto, puro, angélico es el cuerpo de Bernardette, delante del cual el peregrino se siente atraído a pasar horas seguidas en oración, y levantarse con la dulce impresión de haber penetrado en la felicidad eterna de la que goza la vidente de Massabielle.

Allí están, cerrados, pero elocuentes, los ojos que otrora contemplaran a la Santísima Virgen, para enseñarnos que los únicos que son exaltados son los mansos y los humildes de corazón; para recordarnos que, para realizar Sus grandes obras, Dios no precisa de las fuerzas humanas, sino de la fidelidad a la voz de Su gracia.

Sabemos que la misión de Bernardette no terminó. La acción beneficiosa de su intercesión se hace sentir junto a la gruta, como ella misma predijo: “Me encontraréis junto al peñasco que tanto amo”. Que ella nos obtenga, en este año de jubileo y acción de gracias, una confianza inquebrantable en el poder de Aquella que dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

(Revista Heraldos del Evangelio, Febrero 2008, Número 55, p. 18 à 23)

Primeros Oratorios en El Congo y Coatepeque

oratorios0019Los Cooperadores de los Heraldos del Evangelio, encargados del Apostolado de los Oratorios, este domingo 29 de enero, se dirigieron simultáneamente a El Congo y a Coatepeque, departamento de Santa Ana,  para la entrega de los primeros Oratorios en la zona.

En Coatepeque fueron entregados los dos primeros Oratorios en la parroquia de San Pedro Apóstol en la misa de las nueve celebrada por el párroco P. Vicente Calderón.

En El Congo, La comisión llegó a la ciudad  en el momento que grupos de niños y adolecentes llegaban para participar de la  procesión en conmemoración de la “La Jornada nacional de la infancia y adolescencia misionera, de El Salvador”,  en la cual se nos invitó participar en ese momento, junto con la imagen de Nuestra Señora. La procesión iba muy colorida  y animada comenzando desde la Ermita para terminar en la Parroquia Divina Providencia.

Previo a la finalización de la misma, el P. Rodrigo Antonio Sandoval dio el espacio para dirigirse a la feligresía y explicar el Apostolado de los Oratorios.

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San Blás y su Poderosa Intercesión

¿De dónde viene la costumbre particular, de pedir a San Blas la cura de las enfermedades de la garganta? Invitamos al lector a revivir los hechos maravillosos de la vida de este mártir de los primeros tiempos del cristianismo, en los cuales encontrará el origen de la poderosa
intercesión de San Blas.

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Este día, tres de febrero,  recordamos la vida de San Blas, venerado desde Oriente hasta Occidente, que nació en Armenia, en el siglo III, fue médico y obispo en Sebaste. Como médico, usaba sus conocimientos para rescatar la salud, no sólo del cuerpo, sino también del alma, pues se ocupaba de la evangelización de sus pacientes.

En la época de este santo hubo una fuerte persecución religiosa, y por esta razón, el santo obispo procuró exhortar a sus fieles en la firmeza de la fe. A su vez, San Blas, que era testimonio de seguridad en Dios, se retiró a un lugar desolado, con el fin de continuar gobernando aquella Iglesia. Sin embargo, fue descubierto por soldados y les dijo: “Benditos sean, me traen una buena nueva: que Jesucristo quiere que mi cuerpo sea inmolado como hostia de alabanza”.

Murió en el 316. Cuando las persecuciones comenzaron bajo el Emperador Diocleciano (284 – 305). San Blas huyó a una caverna donde cuidó algunos animales salvajes. Años más tarde, fue encontrado por cazadores que lo llevaron preso hasta el gobernador Agrícola, de Capadocia, en la baja Armenia, esto mientras se seguían las persecuciones del Emperador Licinius Lacianianus (308-324). San Blas fue torturado con hierros candentes y después fue decapitado.

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La costumbre de bendecir las gargantas en su día continúa hasta hoy, las velas se utilizan en las ceremonias conmemorativas. Son utilizadas para recordar el hecho que la madre de un niño curado por San Blás, las llevaba para él a la prisión. Muchos eventos milagrosos son mencionados en los estudios sobre San Blas y es muy venerado en Francia y España.

Sus reliquias se encuentran en Brunswick, Mainz, Lubeck, Trier y Colonia en Alemania. En Francia en Paray-le-Monial. En Dubrovnik en la antigua Yugoslavia y en Roma, Tarento y Milán en Italia.

En la liturgia de la Iglesia Católica San Blas es representado con velas en las manos y frente a él, una madre cargando un niño con la mano en la garganta, como para pedirle una cura. Desde allí se originó la bendición de la garganta en su día.

* * * * * * *

A los pies de una montaña, en una gruta, en los campos de Sebaste, en Armenia, vivía un hombre puro e inocente, dulce y modesto. El pueblo de la ciudad, movido por las virtudes del Santo Varón, inspirados por el Espíritu Santo, lo escogió como Obispo. Los habitantes de la ciudad y hasta los animales, iban en su búsqueda para obtener el alivio de sus males.

Un día, los soldados de Agrícola, gobernador de Capadocia, buscaban fieras y bestias en los campos de Sebaste, para martirizar a los cristianos en la arena, y se encontraron a muchos animales feroces de todas las especies: leones, osos, tigres, hienas, lobos y gorilas conviviendo en la mayor armonía. Mirando estupefactos y asombrados, se preguntaban que era lo que ocurría, cuando de una negra gruta surgió, de la oscuridad a la luz, un hombre caminando entre las fieras, levantando la mano, como bendiciéndolas. Tranquilas y en orden regresaron para sus cuevas y lugares de donde vinieron.

Un enorme león de melena rubia permaneció en el lugar. Los soldados muertos de miedo, lo vieron levantar una pata y poco después, San Blas se aproximó para extraerle una astilla que tenía clavada. El animal, tranquilo, se fue.

Al enterarse del hecho, el gobernador Agrícola ordenó capturar al hombre de la caverna. Blas fue puesto preso sin la menor resistencia.

Al no conseguir doblegar al santo anciano, que rechazó adorar a los ídolos paganos, Agrícola ordenó castigarlo con latigazos y que después lo encerrasen en la más negra y húmeda de las mazmorras.

Muchos iban en búsqueda del Santo Obispo, que los bendecía y curaba. Una pobre mujer lo buscó, afligida, con su hijo en brazos, casi estrangulado por una espina de pez que le atravesaba la garganta. Conmovido por la fe de aquella pobre madre, San Blás pasó su mano por la cabeza del niño, levantó sus ojos, rezó por un instante, hizo la señal de la cruz en la garganta del niño y pidió a Dios que lo ayudase. Poco después, el niño estaba curado del mal que lo afligía.

En varias ocasiones el santo fue llevado delante de Agrícola, pero siempre perseveraba en la fe de Jesucristo. En represalia era torturado. Movido por su fidelidad y amor a Nuestro Señor Jesucristo, San Blas curaba y bendecía. Siete mujeres que cuidaron sus heridas – provocadas por los suplicios de Agrícola – fueron también castigadas. Después el gobernador fue informado que ellas habían lanzado sus ídolos al fondo de un lago cercano, y mandó matarlas.San Blás3

San Blas lloró por ellas y Agrícola, enfurecido, lo condenó a muerte, decretando que lo lanzasen al lago. Blas hizo la señal de la cruz sobre las agua y avanzó sin hundirse. Las aguas parecían un camino bajo sus pies. En medio del lago se detuvo y desafió a los soldados:

– ¡Vengan! ¡Vengan y pongan a prueba el poder de sus dioses!

Varios aceptaron el desafío. Entraron al lago y se hundieron al instante.

Un ángel del Señor apareció al buen Obispo y le ordenó que regresase

a tierra firme para ser martirizado. El gobernador lo condenó a la decapitación. Antes de presentar su cabeza al verdugo, San Blas suplicó a Dios por todos aquellos que lo habían ayudado en el sufrimiento y también por aquellos que le pedirían ayuda, después que él hubiera entrado en la gloria de los cielos.

En aquel instante, Jesús apareció y le prometió concederle lo que pedía.

Murió San Blas en plena época de ascensión del Cristianismo, en Sebaste, el 3 de febrero. Era natural de Armenia.

Blás, brasa, llama de

amor de Dios, de la fe, de amor al prójimo. La vida heroica de San Blas es un estimulo para que mantengamos también en nuestras almas encendida la brasa de la fe, que en medio de las tinieblas siempre arda el celo, fidelidad y valentía en favor del bien.

Entre los milagros que rodearon la vida de este gran santo, hay uno que llama particularmente la atención: su dominio sobre los animales salvajes, que, en la compañía del santo, se tornaban mansos como corderos. ¿Cuál es el sentido de este hecho?

En el Paraíso Terrenal, antes del pecado original, Adan y Eva tenían poder sobre los animales, que vivían en armonía con el hombre y lo servían. Como castigo del primer pecado, que fue una rebelión contra Dios, la naturaleza se reveló contra el violador del orden y los animales comenzaron a hostilizar al hombre.

Por el apaciguamiento que San Blas operaba en los animales salvajes, quiso Dios mostrar a los pecadores el poder de la virtud, que ordena hasta la naturaleza indomable de las fieras.

Hoy en día, la humanidad llora bajo el peso del caos, provocado por el pecado. Y los hombres practican actos de ira nunca antes vistos. Busquemos la solución para el desorden del mundo en la Ley de Dios. Por la fuerza de la virtud, no sólo los hombres, sino incluso la propia naturaleza entrarán en orden. Y entonces, ¿qué maravillas surgirán de una sociedad, donde todos practiquen el bien y amen la verdad?

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(Revista Heraldos del Evangelio, Febrero/2002, n. 2, págs. 22-23)

Futuro y Vida en el Colegio Salvadoreño Inglés

lsalvadoreño_ingles0017En la mañana del 17 de enero, los jóvenes del Colegio Salvadoreño Inglés, han vivido una experiencia inolvidable ya que pudieron participar del Proyecto “Futuro y Vida” que llevan adelante los Heraldos del Evangelio en diversos establecimientos educativos del país. Después de una interesante y muy participada obra de Teatro y una pieza musical, se proyectó un vídeo sobre las actividades de los Heraldos del Evangelio que cautivó la atención de, no sólo a los más jóvenes, como  también a todo el personal docente.

Aprovechamos la ocasión para agradecer al Colegio Salvadoreño Inglés por todo el apoyo y disponibilidad para la realización del Proyecto en sus instalaciones.

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Fiesta de La Sagrada Familia de Jesús, María y José con los Heraldos del Evangelio

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El día viernes 30 de diciembre la Iglesia festejó la Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, y que mejor fecha para los Heraldos que festejarlo en familia con los jóvenes que participan de las actividades juntos con los papás de los mismos.

Después de la Santa Misa en la Casa de los Heraldos pudimos saborear con todos los presentes la tradicional pizza hecha por los Heraldos del Evangelio.

En todo un ambiente de mucha amistad y alegría al finalizar el P. Fernando nos dio la bendición enfatizando especialmente que en este año de 2012 Dios mantenga muy unida a todas las familias.

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Visita al Hospital Benjamín Bloom

hospitalbloom0011En el ámbito de las fiestas de Navidad del Hospital Benjamín Bloom, los Heraldos del Evangelio ofrecieron un concierto de Villancicos para los niños y papás de los mismos.  A continuación se hizo un recorrido por las diferentes salas de este centro, llevando la adorable imagen del Niño Jesús y la imagen del Inmaculado Corazón de María de Fátima, llenando de esperanza y alegría a quienes allí se encontraban.

Deseando que la Santísima Virgen y San José intercedan ante el Divino Niño, para que derrame sus más abundantes gracias,  bendiciones y fortaleza a todos los niños, como también a sus papás,  a todos sus seres queridos y al personal del Hospital Bloom, en esta Navidad y en los días del Año 2012 que se aproxima.

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