Semana Santa en Guatemala 2012

Campamento Guatemala3_122El tema del campamento-retiro fueron Los Sacramentos. En todas las palestras fueron ilustradas por inúmeras e interesantes obras de teatros, que  fueron de gran subsidio para los jóvenes asistentes. La actividad comenzó con una solemne coronación de la imagen del Inmaculado Corazón de María, pidiendo, con este acto que la Santísima Virgen sea la Reina de nuestros corazones en todos estos días de retiro.

Tampoco faltó un tiempo de esparcimiento con entretenidos juegos.

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Semana Santa en Guatemala

8Con los jóvenes participante de las actividades de los Heraldos del  Evangelio, de El Salvador, Guatemala y Costa Rica, se está realizando, en su 3ª edición, un Campamento-retiro,  en la Academia Monasterio, en el país hermano de Guatemala.

Dicha actividad comenzó este domingo de Ramos en el  cual estaban también presente un numeroso grupo de los Cooperadores de los Heraldos y de los papás de algunos de los  jóvenes participantes.

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Letanías de San José

san josésLetanía de San José

La devoción a san José, casto esposo de la santísima Virgen, ha sido particularmente
recomendad por los últimos Papas, entre los que destaca S.S. Juan Pablo II, de feliz memoria,
que lo propuso como modelo para las familias cristianas (Redemptoris Custos), siguiendo la huella de uno de sus predecesores, el Papa León XIII: “Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto ejemplo de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a su vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal” (Quamquam Pluries).

La Letanía de San José, al resaltar sus virtudes excelsas, nos incita más fácilmente a imitarlo, al mismo tiempo que imploramos su poderosa intercesión.

Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo, ten piedad de nosotros.

R/. Señor, ten piedad de nosotros..

Cristo, óyenos..

R/. Cristo, escúchanos.

Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Santa Trinidad, un solo Dios,
Santa María, ruega por nosotros.

Ilustre descendiente de David,
Luz de los patriarcas,
Esposo de la Madre de Dios,
Custodio purísimo de la Virgen,
Nutricio del Hijo de Dios,
Diligente defensor de Cristo,
Jefe de la Sagrada Familia,
José justo,
José casto,
José fuerte,
José obediente,
José fiel,
Espejo de paciencia,
Amante de la pobreza,
Modelo de obreros,

Gloria de la vida doméstica,
Custodio de vírgenes,
Sostén de las familias,
Consuelo de los desdichados,
Esperanza de los enfermos,
Patrono de los moribundos,
Protector de la santa Iglesia,

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
R/. Perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
R/. Escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas
los pecados del mundo,
R/. Ten piedad de nosotros.

V/. Lo nombró administrador de su casa.
R/. Y señor de todos sus bienes.

Oremos. ¡Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste elegir a San José para esposo de tu Santísima Madre!
Te rogamos nos concedas tenerlo como intercesor en el cielo, ya que lo veneramos como protector en la tierra. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

San José, Esposo de María y Padre adoptivo de Jesús

San José es el esposo de María y padre adoptivo de Jesús. De esta fuente emana su dignidad, su santidad, su gloria. Es verdad que la dignidad de la Madre de Dios llega tan alto que no existe nada más sublime. Sin embargo, una vez que entre la Santísima Virgen y San José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda que él, más que cualquier otro, se aproximó de aquella altísima dignidad por la cual la Madre de Dios supera por mucho a todas las demás criaturas.

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Perfil moral del santo Patriarca

Pocos son los datos directos que nos refieren los Evangelios sobre san José. Mientras tanto, al haber sido escogido por Dios por esposo de María, la “llena de gracia”, y digno custodio del Verbo Encarnado, no podemos dudar de que él fue dotado con dones y virtudes extraordinarios, que van mucho más allá del breve relato de Marcos y Mateo.

En este sentido, san Alberto Magno lo exalta diciendo: “Hizo de su corazón y de su cuerpo un templo al Espíritu Santo…, en el cual se ofreció a sí mismo a Dios y, en sí mismo, la más perfecta castidad de cuerpo y alma, el más aceptable y agradable sacrificio a Dios” .

Y el Papa León XIII en una encíclica dedicada a san José nos muestra cómo su matrimonio con la Santísima Virgen lo hacía partícipe de la gracia de Ella.

José es el esposo de María y padre legal de Jesús. De esta fuente ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.

Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime. Mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de Ella.

El evangelio de la solemnidad

El pasaje del evangelio más significativo respecto del esposo de María fue escogido por la Iglesia como segunda lectura propia de la solemnidad de san José. Tomado del evangelio de Mateo (1, 18-24), al recorrerlo, sentimos el estilo claro, breve, exacto, hasta musical, con que los autores sagrados narran las maravillas de la salvación.

Analicemos uno a uno esos seis poéticos versículos:

Se trata de cómo nació Jesucristo: María, su Madre, estaba desposada con José, antes de cohabitar, sucedió que Ella concibió por virtud del Espíritu Santo.

El término “desposada” merece una explicación, que nos la da el docto Padre Ricciotti: “ El matrimonio entre los judíos se realizaba en dos etapas: el compromiso (en hebraico kiddushino erusin) no era una mera promesa, como hoy, sino un contrato legal perfecto, o sea, verdadero matrimonium ratum.

Por tanto, la mujer prometida en casamiento era esposa en el sentido pleno y podía recibir el libelo de repudio. Y en caso de muerte era verdadera viuda.

Cumplido este compromiso matrimonial, los prometidos – esposos permanecían en sus respectivas familias durante cierto tiempo que acostumbraba a ser de un año […] este tiempo era empleado en los preparativos de la nueva casa y del mobiliario familiar” .

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José, su marido, que era un hombre justo. La palabra “justo” tiene aquí un valor muy grande. san Alberto Magno comenta así: “san José fue varón perfecto, en lo referente a la justicia, por la constancia de su fe; en cuanto a la templanza, por la virtud de su castidad; en cuanto a la prudencia, por la excelencia de su discreción; en cuanto a la fortaleza, por la energía de su acción. Así, matrimopues, encontramos en él las cuatro virtudes cardinales en grado excelente” .

José jamás dudó de la integridad de María

…y, no queriendo difamarla, resuelve dejarla secretamente.

Es importante destacar que dentro de esta gran perplejidad jamás hubo en san José duda alguna en cuanto a la santidad de María. Esta santidad le era evidente, no sólo por ser notoria para cualquiera, sino porque José fue dotado por Dios —una vez que había sido escogido para ser el padre adoptivo de Jesús— con dones especiales para discernir todas las virtudes que adornaban el alma de la Virgo Virginum.

El Sensum fidei nos lleva, por tanto, a concluir que no es posible que José dudara de Ella. Concomitante con eso, veamos también lo que comentan al respecto de este pasaje algunos grandes doctores.

Dice santo Tomás que José conocía la santidad de María, lo que le hacía sentirse demasiado pequeño: “José no quiso abandonar a María para tomar otra esposa, o por alguna sospecha, sino porque temía, en su humildad, vivir unido a tanta santidad; por eso le fue dicho ‘No temas’ (Mt 1, 20)”.

A su vez, el doctor melifluus, san Bernardo, exclama, al unísono con santo Tomás: “¿Pero por qué querría dejarla? Considerad sobre este punto, no mi propio pensamiento, sino el de los Padres de la Iglesia. Si José quiso abandonar a María, lo hizo movido por el mismo sentimiento que llevó a san Pedro a decir, cuando buscaba apartar al Señor lejos de sí: ‘Apartaros de mí, porque soy un hombre pecador’ (Lc5, 8); y el centurión, disuadiendo al Salvador de ir a su morada, afirmar: ‘Señor, yo no soy digno de que entréis en mi casa’ (Mt 8, 8).

Fue, pues, llevado por ese pensamiento que José también, juzgándose indigno y pecador, se decía que no debía vivir por más tiempo en familiaridad con una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza le sobrepasaba y le inspiraba pavor. Él veía con una especie de asombro que Ella estaba embarazada de la presencia de un dios, y, no pudiendo penetrar en ese misterio, había hecho el propósito de dejarla” .

¡El motivo del deseo de irse, por tanto, no era una duda sobre la integridad de María, sino, por el contrario, su insondable veneración y humildad delante de la grandeza de Ella!

Mientras José pensaba en eso, el ángel del Señor se le apareció, en sueños, y le dijo: “José, Hijo de David, no tengas miedo de recibir a María como tu esposa, pues el hijo que ella espera proviene del Espíritu Santo”.

Resuelto el misterio, todo queda claro. Es ésta una verdadera “anunciación” a José, la cual se relaciona armoniosamente con la Anunciación del ángel Gabriel a María”.

El nombre Jesús

Ella dará a luz un hijo, y tú le darás por nombre Jesús, pues Él va a salvar a su pueblo de sus pecados. Era, de hecho, atribución del padre, en la ley judaica, dar el nombre al hijo. En el evangelio, por ejemplo, se relata también la perplejidad de los parientes de san Juan Bautista al conocer cómo querían sus padres que fuese llamado. Zacarías, escribió sobre una tablilla: “Juan es su nombre” (Lc 1, 63). Este episodio deja patente como, a pesar de la extrañeza de muchos, pues nadie en la familia se llamaba así, se aceptó la autoridad del padre en esa circunstancia.

En ese versículo, la voz del Señor, por medio del ángel, se hace oír a José, comunicándole que Dios lo asocia con este gran misterio: Es él quien debe nombrar al Salvador. De igual modo, Dios ratifica la legitimidad del poder paternal de san José sobre Jesús, o sea, su condición de verdadero padre , como destaca el Papa Juan Pablo II en su ya citada Exhortación Apostólica:

“Cuando él le dio el nombre, José declaró la propia paternidad legal en relación a Jesús; y, pronunciando ese nombre, proclamó la misión de este niño, de ser el Salvador” .

Muerte de san José

Por haber fallecido en los brazos de Jesús y María, san José es el patrón de la buena muerte. Pues se juzga, y con razón, que nadie fue tan bien asistido como él en sus últimos momentos. Casi se podría decir que por eso el término de su vida fue tan suave y consolador que de él estuvo ausente cualquier sufrimiento o angustia.

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Mientras tanto, no podemos olvidar que para José ésta fue la suprema perplejidad de su existencia terrena. Pues, al fallecer, se separaba de la convivencia inefable con su virginal esposa y con Jesús, el Hijo de Dios. José partía para la Eternidad, dejando en la tierra su Cielo… Que la consideración del ejemplo y de los preciosos dones concedidos por Dios al padre adoptivo de Jesús nos lleve a confiar en la poderosa intercesión de aquél a quien el propio Hijo de Dios obedeció: “Y Él les era sumiso” (Lc 2, 51).

Novena a San José

Fuente: Heraldos del Evangelio

La Escalera Milagrosa

En el mes de San José presentamos a nuestros lectores un gran prodigio del Castísimo Esposo de la Santísima Virgen. La inexplicable distracción de un arquitecto del siglo XIX creó un problema “insoluble”, cuyo resultado fue una admirable obra de arte que causa encanto en las almas abiertas a lo maravilloso y deja perplejos hasta hoy a los más competentes especialistas.

sanjose5En la prodigiosa escalera cuyas fotos el lector puede apreciar en estas páginas, todo es armónico y deslumbrante. Ocupando un mínimo de espacio, se eleva elegantemente en caracol, girando dos veces en 360 grados.

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Su historia, tan sorprendente como encantadora, justifica por entero el nombre que le dio la devoción popular: Escalera Milagrosa.

En 1853, las “Hermanas de Loreto” fundaron en la ciudad de Santa Fé, Estados Unidos, la Escuela de Nuestra Señora de la Luz (Loreto), para la educación de niñas. El establecimiento prosperó y, años después, las monjas decidieron construir una capilla dedicada a su Patrona. Optaron por el estilo gótico, a imitación de la famosa Sainte Chapelle de París.

Solamente cuando la obra había concluido, las buenas religiosas se dieron cuenta de un monumental descuido del arquitecto: ¡no había escalera de acceso al coro, situado a cerca de diez metros de altura!… Y la construcción de una escalera común no sólo deformaría el estilo, sino que reduciría de modo inaceptable el espacio útil del pequeño templo.

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¿Cómo resolver el problema? Se consultó a arquitectos, carpinteros y otros profesionales. Todos afirmaron categóricamente que la única “solución” era usar una escalera portátil.

Pero las monjas querían una iglesia hermosa, digna de la Reina de todas las bellezas. Y si la técnica humana era incapaz de solucionar el problema, “para Dios nada es imposible”, como nos enseña el Divino Maestro.

Llenas de fe, empezaron una novena a San José. ¡A fin de cuentas —argumentaban ellas— es un carpintero inigualable y debe empeñarse en que una iglesia dedicada a su Esposa Santísima sea perfecta en todo, como Ella!

Justamente el último día de la novena se presentó un carpintero en busca de trabajo. Llegó montado en un jumento, trayendo su caja de herramientas en la mano. Fue contratado en seguida para ejecutar una obra considerada imposible. Trabajó con diligencia y discreción durante cerca de seis meses.

Cierto día las hermanas verificaron deslumbradas que estaba construyendo una espléndida escalera de caracol. Para resolver un mero problema funcional, el discreto y eficiente artífice había adornado la pequeña capilla con una auténtica joya de madera.

¿Adónde estaba? Nadie lo sabía. Había desaparecido sin despedirse de persona alguna. No recibió paga, ni siquiera un simple agradecimiento por el servicio prestado. Lo buscaron inútilmente, incluso por medio de un anuncio publicado en el diario de la ciudad.

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Por otro lado, un examen meticuloso de la escalera causaba una enorme admiración en todos. Su magnífica estructura, la elegancia con que se eleva, aparte de varios detalles de la construcción, dejan perplejos a los especialistas hasta el día de hoy. Por ejemplo, realiza dos vueltas completas de 360 grados sin ningún apoyo colateral y está hecha enteramente de uniones, sin utilizar un solo clavo. Algunas de sus piezas son de un tipo de madera inexistente en la región.

Tomando en cuenta las circunstancias en que se hizo la novena a San José, la inexplicable perfección de la obra bajo el punto de vista humano, y la misteriosa desaparición del artista, las monjas no tuvieron dudas en sacar la conclusión: el propio esposo castísimo de la Virgen María había venido a realizar en homenaje a Ella, lo que la técnica humana consideraba imposible.

Y ahí está hasta hoy, maravillando a todas las almas capaces de ver y amar la belleza, la Escalera Milagrosa de la capilla de Nuestra Señora de Loreto, en la ciudad norteamericana de Santa Fe.

La Cátedra de San Pedro y la Aprobación Pontificia de los Heraldos del Evangelio

san pedroEl  22 de febrero es para  toda la gran familia de los  Heraldos del Evangelio un día muy especial, pues es la fiesta de  La Cátedra de San Pedro y se cumple el 11º aniversario de su aprobación Pontificia.

La Cátedra de San Pedro

Para los Heraldos de Evangelio el amor y al obediencia al Papa es uno de los puntos fundamentales de su carisma y devoción, y es por eso que es muy providencial, y una alegría enorme,  que el día de su aprobación Pontificia se diera en la Fiesta de la Cátedra de Pedro. Esta Fiesta trata de poner de relieve la misión del Maestro y del Pastor conferidas a san Pedro por Jesús, constituyéndolo así, en su persona y sucesores, en el principio y fundamento visible de la unidad de la Iglesia.

El martirologio romano celebra hoy la fiesta de la cátedra de san Pedro en Antioquía y el 18 de enero la de Roma.

La reforma del calendario ha unificado las dos en el día de hoy. Esta fiesta indica el lugar preeminente de san Pedro o su sucesor en el colegio apostólico, enseñado por Cristo cuando le encargó de dirigir y apacentar a la Iglesia.

Pedro, después de la Ascensión de Cristo al cielo, es quien preside la elección de Matías y habla en nombre de todos en este momento como en el día de Pentecostés.

El mismo Herodes Agripa sabía que dando muerte a san Pedro, la iglesia naciente acabaría.

La muerte de san Pedro en Roma confirma todas las tradiciones antiquísimas llevadas a cabo por investigadores tanto católicos como no católicos.

Lo confirman también las excavaciones emprendidas en el año 1939 por Pío XII en la Gruta Vaticana, bajo la Basílica de san Pedro. Los resultados los aprobaron incluso los no creyentes.

Es pues, esta fiesta la que marca la continuidad de la Iglesia, gracias al Espíritu que habita en ella y a la unidad que se establece entre esta cátedra y la de todas las iglesias locales.

Es también un homenaje al fiel discípulo y confidente de Jesús. Aceptó esta carga por amor. Y nadie arrebatará esta Iglesia. Está Dios con ella, por ella y para ella. La historia lo confirma.

Hace once años…

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En febrero de 2001 el Siervo de Dios Juan Pablo II erigía canónicamente a los Heraldos del Evangelio como asociación privada de fieles de derecho pontificio. Era el punto de partida de una pródiga en actividad misionera.

Roma, febrero de 2001. Más de mil heraldos se reunían en la Ciudad Eterna para participar de la anhelada aprobación como asociación de derecho pontificio.

Los momentos culminantes de aquellos históricos días fueron la sencilla ceremonia de entrega del documento de erección, realizada en la sede del Pontificio Consejo para los Laicos, el mismo día 22; la Celebración Eucarística presidida por el Cardenal Jorge María Mejía en la Basílica de San Pedro, el día 27, y el saludo concedido por el Papa Juan Pablo II a Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en la Audiencia General del día 28.

“El brazo del Papa”

En el mensaje que el Papa dirigió a los Heraldos en esa ocasión, les instaba a que fueran “mensajeros del Evangelio por intercesión del Corazón Inmaculado de María”.

Y el Cardenal Mejía, en la homilía de la Misa solemne en el Altar de la Cátedra, recordando que la erección canónica le daba a la asociación “una relación especial” con la Santa Sede, aseveró: “Lo que ustedes han querido hacer, lo que está expresado en los estatutos de ustedes y las tradiciones de ustedes, eso recibe ahora desde aquí una bendición especial. Así, vuestra asociación es incluida en el gran número de instituciones de religiosos o religiosas, pero también de asociaciones laicas que el Papa, por sus órganos especiales —en este caso el Consejo de Laicos— aprueba y envía” .Así, los Heraldos del Evangelio pasaban a ser, en palabras del Cardenal, “el brazo del Papa”, y su misión evangelizadora se transformaba en un mandato pontificio.

Miércoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma

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La liturgia del Miércoles de Ceniza nos recuerda nuestra condición de mortales: “Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris – Recuerda, hombre, que eres polvo, y al polvo volverás” …. En el inicio  de la Cuaresma, queramos, más que la mortificación corporal, aceptar la invitación que la  Liturgia sabiamente nos hace, combatiendo el amor propio con todas nuestras fuerzas.  “Buscad el mérito, buscad la causa, buscad la justicia; y ved si encontráis otra cosa a no ser la gracia de Dios” (San Agustín).

Significado de la Ceremonia de la Ceniza

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La Iglesia nos indica, en las oraciones que recitan sus ministros, el significado que tiene la ceremonia del miércoles de ceniza: “Oh Dios que no queréis la muerte del pecador sino que se convierta, escuchad con bondad nuestras oraciones y dignaos bendecir estas cenizas que vamos a colocar sobre nuestras cabezas. Y así, reconociendo que somos polvo y al polvo volveremos, consigamos mediante la observación de la Cuaresma, obtener el perdón de los pecados, y vivir una vida nueva a semejanza de Cristo Resucitado”. Así pues que es la Penitencia lo que la Iglesia nos quiere enseñar mediante la ceremonia de ese día.

Ya en el Antiguo Testamento los hombres se cubrían de cenizas cuando querían expresar su dolor y humillación, como se puede leer en el libro de Job. En los primeros siglos de la Iglesia, los penitentes públicos, se presentaban ese día a los obispos o a los penitenciarios: pedían perdón revestidos de un saco, y como señal de su contrición se cubrían las cabezas con ceniza. Pero, como todos los hombres son pecadores, dice San Agustín, esa ceremonia se extendió a todos los fieles, para recordarles el precepto de la Penitencia. No había excepción alguna: pontífices, obispos, sacerdotes, reyes, almas inocentes, todas se sometían a esa humillante expresión de arrepentimiento.

Tengamos los mismos sentimientos: deploremos nuestras faltas al recibir de las manos del ministro de Dios la ceniza bendita por las oraciones de la Iglesia. Cuando el sacerdote nos diga “recuerda que eres polvo y al polvo has de volver” o “convertíos y creed en el Evangelio” mientras nos impone la ceniza, humillemos nuestro espíritu por el pensamiento de la muerte que reduciéndonos al polvo, nos pondrá bajo los pies de todos. Así dispuestos, lejos de complacer nuestro cuerpo destinado a deshacerse, nos decidiremos a tratarlo con dureza, a refrenar nuestro paladar, nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra lengua, todos nuestros sentidos; a observar en lo más posible el ayuno y la abstinencia que la Iglesia nos prescribe.

Dios mío, inspiradme verdaderos sentimientos de humildad, mediante la consideración de mi nada, de mi ignorancia y de mi corrupción. Dadme el mayor arrepentimiento posible de mis iniquidades, que hirieron vuestras infinitas perfecciones, contristaron vuestro corazón de padre, crucificaron a vuestro Hijo dilecto, y me causaron un mal mayor que la pérdida de la propia vida del cuerpo, puesto que el pecado mortal es la muerte del alma y nos expone a una muerte eterna.

La Iglesia siempre amonestó a sus fieles a no contentarse solamente con las señales externas de la penitencia, sino también a embeberse del espíritu y los sentimientos de esta. Ayunemos –dice la Iglesia- como el Señor desea, pero acompañemos el ayuno con lágrimas de arrepentimiento, postrándonos ante Dios y deplorando nuestra ingratitud en la amargura de nuestros corazones. Pero esa contrición, para ser provechosa debe estar acompañada de confianza. Por eso la Iglesia siempre nos recuerda que nuestro Dios está lleno de bondad y misericordia, siempre listo a perdonarnos, lo que es un fuerte motivo para esperar firmemente la remisión de nuestras faltas si de ellas nos arrepentimos. Dios no desprecia jamás un corazón contrito y humillado.

La liturgia termina exhortándonos a que tomemos generosas resoluciones confiando en Dios: “Pecamos, Señor, porque nos olvidamos de Vos. Volvamos otra vez al bien antes que la muerte llegue y ya no haya tiempo. Óyenos Señor, ten piedad porque pecamos contra Vos. Ayúdanos oh Dios Salvador, por la gloria de vuestro nombre, libertadnos”. El pensamiento de la muerte nos invita a vivir todavía más santamente, ¡y cuán eficaz es recordar eso!

Al borde de la tumba y a la puerta del Supremo Tribunal, ¿quién se atrevería a enfrentar a su Juez, ofendiéndolo y rechazando el arrepentimiento o viviendo en la negligencia, la tibieza y la relajación? Coloquémonos espiritualmente en el que va a ser nuestro lecho de muerte y armémonos de los sentimientos de compunción que para ese momento quisiéramos tener. Depositad vuestra confianza en la misericordia divina, en los méritos de Jesús y en la intercesión de la divina Madre. Prometamos al Señor:

– 1° cortar pensamientos, conversaciones y toda clase de procederes que le desagradan;

– 2° vivir cuanto sea posible en la soledad, en el silencio y, sobre todo, en el recogimiento interior que favorece vuestro espíritu de oración y os separa de todo lo que no es Dios.

(Adaptado de Miércoles de Ceniza, en “Meditaciones para todos los días del año”, P. Luis Bronchaín CSSR, Petrópolis, Editora Vozes, 1.949 (2ª. Edición en portugués, pags. 132-134)

Beata Jacinta, Milagro de la Gracia

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En poco más de dos años, la inocente pastorcita de Fátima alcanzó un grado altísimo de unión con Dios, cumplió una gran misión y difundió por el mundo entero el perfume de su santidad. ¿Cómo logró todo esto en tan poco tiempo?

¿Qué es más fácil: Hacer que el sol baile en el cielo o mover el corazón humano para que abrace la santidad? Es bastante conocido el “milagro del sol”, el cual zigzagueo en el cielo, el día 13 de octubre de 1917, delante de 70 mil personas reunidas en Cova de Iría.

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Pero, la pregunta arriba formulada, hecha por un famoso sacerdote portugués, despierta la atención para otro prodigio operado por el Inmaculado Corazón de María, más luminoso y duradero que el primero: la santificación de Jacinta y Francisco. Si todos los santos son milagros de la gracia, estos dos son, por decirlo de alguna manera, únicos en su género. ¿Por qué?

“En breve tiempo cumplió con una larga vida”

Hasta el pontificado de Juan Pablo II, la Iglesia no permitía canonizar a un niño con el titulo de confesor de la Fe, o sea, ser tenido como mártir. Por este motivo: para que una persona sea elevada a la honra de los altares, es necesario que ella haya practicado la virtud en grado heroico; ahora, se asume una consistencia de carácter que, por las contingencias de la naturaleza humana, le falta a un niño. El Papa Pío XI llego incluso a reglamentar el tema, lo que imposibilitó que estos procesos de canonización fueran instaurados.

Sin embargo, ante las pruebas incontestables de la heroicidad de las virtudes de los dos pequeños videntes de Fátima, el Papa Juan Pablo II suspendió el decreto de su antecesor y los declaró bienaventurados.

La vida de Jacinta es más conocida. Primero, debido a varias visiones particulares que ella tuvo de Nuestra Señora. En segundo lugar, por los múltiples aspectos de santidad que trasparecen en su fogosa alma.

“En breve tiempo cumplió con una larga vida” dice el Libro de la Sabiduría (4,13). Estas palabras son utilizadas en el decreto de beatificación de la joven vidente, justamente para mostrar como en pocos años alcanzó picos elevados de perfección.

Un amor capaz de llegar al Heroísmo

De un temperamento acostumbrado a los extremos, Jacinta quedó inmediatamente maravillada por la “Señora”, como generalmente la llamaba. Después de la primera aparición, no se cansaba de repetir: “ ¡Oh! ¡Qué Señora tan linda! ¡Qué Señora tan linda!”. Y su amor nunca vaciló, incluso cuando fue necesario dar pruebas de heroísmo.

El día 13 de agosto, por ejemplo, los tres pastorcitos fueron secuestrados por el Administrador (autoridad municipal). Este ateo arbitrario, decidió arrancarles bajo amenazas la revelación del secreto que les había sido confiado por la Virgen. Comenzó por ponerlos en una cárcel, donde estuvieron durante tres días entre bandidos y ladrones. Después los sometió a un brutal interrogatorio. Por fin, les hizo a los gritos, amenazas de matarlos en un gran caldero de aceite hirviendo si ellos no le contaban todo.

Jacinta fue la primera en enfrentar la posibilidad del martirio.

– Tengo para los tres un caldero de aceite hirviendo en la cocina, listo para ustedes. Jacinta, ¿cuál es el secreto que la tal Señora les reveló? La pobre temblaba de miedo, pero respondió con firmeza:- Yo no se lo puedo decir, señor administrador, aunque me mate.

Fama de santidad

fatima2La fama de santidad de Jacinta se extendió rápidamente. Cuando de ella se aproximaban, se sentía el perfume de sus dones sobrenaturales y la presencia de la gracia. Su prima Lucía así lo describía: “Jacinta tenía un porte siempre serio, modesto y amable, que parecía traducir la presencia de Dios en todos sus actos, propio de las personas ya avanzadas en edad y de gran virtud”.

En cierta ocasión, Jacinta acompañó a Lucía a una fiesta, y, después del almuerzo, comenzó a dejar caer la cabeza en señal de sueño. El dueño de la casa envío a una de las sobrinas a acostarla en su cama. Al poco tiempo la pequeña dormía profundamente. Se comenzó a juntar la gente del lugar y, en la ansiedad de verla, fueron a espiarla al cuarto. Todos quedaron admirados de verla en profundo sueño, con una sonrisa en los labios, un aire angelical y las manos puestas hacia el cielo.

El cuarto se llenó rápidamente de curiosos. Al momento unos salían para dejar entrar a otros. La dueña de la casa y sus sobrinas comentaban admiradas: “Este debe ser un ángel”. Y, tomadas de un reverencial respeto, permanecieron de rodillas junto a la cama. A medida que transcurrieron las apariciones, crecía la confianza del pueblo en el poder de intercesión de los videntes.

Una tarde, iban por la calle para rezar un rosario en la casa de una piadosa señora. A la mitad del camino, salió a su encuentro un joven de unos 20 años, suplicándoles que fueran hasta su casa a rezar por su pobre padre, el cual hacía más de 3 años sufría de un molesto contratiempo que le impedía dormir.

Como anochecía y no querían retrasar el inicio del rosario, Lucía pidió a Jacinta que fuese a la casa del joven a rezar por su padre, mientras ella seguiría con Francisco y se encontrarían al regreso. Cuando regresaron, encontraron a su joven prima sentada en una silla, delante de un hombre no muy enfermo, marchitado y llorando de la emoción, totalmente curado. Jacinta se levantó y se despidió, prometiendo no olvidarse del ex–enfermo en sus oraciones. Tres días después, acompañado de su hija, este vino a agradecer la gracia recibida por las valiosas oraciones de la humilde pastorcita.

Sacrificios por la conversión de los pecadores

“Sí, yo quiero ofrecer sacrificios para salvar a los pecadores”, repetía siempre la pequeña Jacinta, especialmente cuando su hermano Francisco le presentaba una oportunidad para mortificarse.

Movidos por una ardiente devoción al Inmaculado Corazón de María, los dos jóvenes videntes en poco tiempo alcanzaron una alta comprensión del verdadero significado del sufrimiento.

Pocos meses antes, la Santísima Virgen les mostró el infierno, lugar de tormentos eternos, y les pidió que ofreciesen oraciones y sacrificios por la conversión de los pecadores, muchos de los cuales van para allá por no haber quien sufra por ellos. Jacinta y Francisco tomaron muy enserio el pedido de la “Señora” que, a partir de entonces, no dejaban pasar una ocasión para sacrificarse en esa intención. Lucía, en sus memorias, afirma que eran tan numerosos los ejemplos de su espíritu de mortificación que le era imposible relatar los todos. A modo de ejemplo narra algunos.

En una mañana, cuando los tres videntes jugaban cerca de un viñedo, la madre de Jacinta les ofreció algunos gajos de uva. Nada más apetecible para tres niños alegres, cansados y con sed. Pero Jacinta nunca se olvidaba del pedido de la bella Señora:

– ¡No vamos a comerlas! Y ofrezcamos este sacrificio por los pecadores. Entonces fue corriendo a llevar las uvas para algunos niños pobres, que jugaban cerca. Cuando regresó estaba radiante de alegría. Otro día, la tía de Lucía les ofreció una cesta de esplendidos higos. Jacinta se sentó con Lucía, satisfecha, al lado de la cesta. Tomó el primer higo para comerlo, pero, de repente, se acordó del pedido de la Señora y dijo:

– ¡Es verdad! ¡Hoy todavía no hemos hecho ningún sacrificio por los pecadores! Tenemos que hacer este.

Invitación al holocausto completo

Mayor generosidad, sin embargo, fue necesaria para enfrentar la terrible gripa neumónica de 1918, la cual cobró la vida de millones de persona en Europa. Entre ellas, las de Jacinta y Francisco. Durante meses, los dos hermanos sufrieron con edificante resignación. La primera operación, mal realizada, fue hecha apenas con anestesia local para aliviar los dolores. Dos costillas le fueron retiradas para facilitar el drenaje, dejando una llaga abierta del tamaño de un puño. En medio de los inmensos dolores, Jacinta sólo decía: “ ¡Ay!¡ Nuestra Señora! ¡Ay! ¡Nuestra Señora!”.

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En enero de 1919, la Santísima Virgen se les apareció para darles una sorprendente noticia e invitar a Jacinta al holocausto completo. Así lo relató la hermana Lucía: – Nuestra Señora nos vino a ver y dijo que vendría a buscar a Francisco en muy poco tiempo para llevarlo al Cielo. Y a mi, me preguntó si quería convertir más pecadores. Le dije que si. Me dijo que iría a un hospital donde sufriría mucho; que sufriese por la conversión de los pecadores, en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María y por amor de Jesús.

Sucedió como Nuestra Señora lo predijo. Internada en el Hospital Dona Estefanía, en Lisboa, ella edificó a todos por su inocencia y por la encantadora serenidad con que soportaba los sufrimientos de la terrible enfermedad.

De allí, sólo saldría para el Cielo, el 20 de febrero de 1920.

En la última visita hecha a su santa prima, Lucía le preguntó si sufría mucho y escuchó de sus labios esta simple pero sublime confidencia: “Yo sufro, pero ofrezco todo por los pecadores y para reparar al Inmaculado Corazón de María. ¡Me gusta tanto sufrir por su amor! ¡Para darle gusto! ¡Ella gusta de quien sufre para convertir a los pecadores!”.

Unión mística con Jesús

En pocos años de vida, Jacinta alcanzó una unión tal alta con Nuestro Señor Jesucristo, que pudo haber llegado al grado llamado “cambio de corazones” por parte de algunos teólogos. Ella dijo: “ ¡Yo no sé cómo es: siento a Nuestro Señor dentro de mí, comprendo aquello que Él me dice aunque no lo vea y no escuche su voz!”.

Pero, ¡no nos olvidemos! Si Jacinta llegó en tan poco tiempo a este grado de unión con Dios, fue porque supo entender y practicar tiernamente la devoción a Nuestra Señora. Del mismo modo, también nosotros podemos seguir el consejo dado por ella a Lucía en la última despedida: “Decid a todas las personas que Dios nos concede las gracias por medio del Corazón Inmaculado de María. ¡Ah! ¡Si yo pudiese clavar en el corazón de todas las personas el fuego que tengo aquí dentro de mi pecho, que me quema y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María!”.

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(Revista Heraldos del Evangelio, Mayo/2004, n. 29, pág. 12 a 15)

Cristo es la Plenitud de la Ley

monsDios implantó en el alma humana una luz intelectual por la que el hombre conoce que el bien debe ser practicado y el mal evitado. Esa luz está siempre presente en nuestra alma. Conforme afirma el Concilio Vaticano II, el hombre «tiene en el corazón una ley escrita por el propio Dios», la ley natural. Y como nuestro espíritu es gobernado por una lógica monolítica, no conseguimos practicar ninguna acción mala sin intentar justificarla de alguna manera. Por eso, para poder pecar, el hombre recurre a falsas razones que ahogan su recta conciencia y llevan al entendimiento a presentar a la voluntad el objeto deseado como un bien.

Este es el origen de los sofismas y doctrinas erróneas, con los cuales procuramos disimular nuestras malas acciones.

En vista de esto, se hizo indispensable —además del sello impreso por Dios en lo más íntimo de nuestras almas— la existencia de preceptos concretos para acordarnos, de forma clara e inexcusable, del contenido de la ley natural. Son los Diez Mandamientos entregados por Dios a Moisés en el Monte Sinaí.

En efecto, de forma muy sintética, compendia el Decálogo las reglas puestas por Dios en el alma humana. Dios «escribió en tablas» lo que los hombres «no conseguían leer en sus corazones», afirma San Agustín. Y el hecho de haber sido grabado en piedra —elemento firme, estable y duradero— simboliza el carácter perenne de su vigencia.

Los fariseos deforman la Ley de Moisés

De cara a toda norma jurídica siempre hay dos corrientes: la de los laxistas que, en nombre de la “moderación”, justifican su inobservancia con todo género de falsedades y racionalizaciones; y la de los rigoristas, apreciadores de la ley por la ley, abstrayéndola de su verdadero espíritu y de su vínculo con el legislador. En la segunda categoría estaban los escribas y fariseos.

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Subestimaban el cumplimiento de los más fundamentales preceptos del Decálogo, pero acrecentaron a la Ley mosaica, a lo largo del tiempo, numerosas obligaciones y reglas, llevando su práctica a extremos ridículos. Juzgándose los únicos dueños de la verdad, los doctores de la Ley se sirvieron de su autoridad para crear una moral basada en las exterioridades, en cuanto el orgullo, la envidia, la ira y otros vicios hervían sin freno en sus corazones. Merecían, por tanto, la terrible censura de Nuestro Señor:“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparéis a la condenación del infierno?”(Mt, 23, 23.25.33). De tal forma Jesús se abstraía de algunas normas farisaicas, que muchos podrían imaginar que habría venido a revocar la Ley mosaica, sustituyéndola por otra. Los doctores de la Ley, por ejemplo, prohibían el contacto con los pecadores y publicanos, mientras el Divino Maestro iba a cenar a su casa. Rompía también los preceptos farisaicos del sábado, permitía que sus discípulos omitiesen abluciones rituales antes de comer y afirmaba que no estaba la impureza en los alimentos, sino en el corazón. Todo esto podría dar la impresión de ser Él un laxista dispuesto a abolir las antiguas prácticas, excesivamente rigurosas.

El Decálogo es un reflejo del Creador

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No ignorando esa objeción de sus oyentes, Jesús comienza a edificar el evangelio sobre los fundamentos de la Ley. De hecho, al final del espléndido sermón de las Bienaventuranzas advierte a sus seguidores: «No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5, 17).

Nuestro Señor no es sólo el autor de la Ley, sino también la Ley viva. De la misma manera que decimos que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», podemos afirmar que «la Ley de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros». En el Divino Maestro se encuentran los Mandamientos en estado de divinidad; por ejemplo, ¿qué es lo que hace en su vida terrena sino practicar en todo momento el primer mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas»? En esta perspectiva, es fácil ver en el Decálogo un reflejo del Creador, comprender la belleza que hay en sus preceptos y acatarlos con amor, de modo a crear en nuestra alma la aspiración de cumplirlos con integridad, como único medio de aproximarnos a Dios.

Mons. Juan Clá Dias

Bernardette, el mayor milagro de Lourdes

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¡Lourdes! ¿Dónde encontraremos las palabras que alcancen a explicar todo cuanto ese nombre significa para la piedad católica en el mundo entero?¿Quién podrá traducir en palabras el ambiente de paz que envuelve la gruta sagrada en la cual, hace exactamente 154 años, vino la Santísima Virgen para estar con la humilde Bernardette e inaugurar, de modo definitivo, un nuevo vínculo con la humanidad sedienta de consuelo y de paz? Por designio de la Divina Providencia, a ese lugar se asoció una acción intensa de gracia, especialmente capaz de transmitir a los millares de peregrinos, venidos de lejos, la certeza interior de que sus oraciones son benignamente oídas, sus dramas apaciguados, y sus esperanzas fortalecidas. En efecto, a lo largo de este siglo y medio, las ásperas rocas de Massabielle se han convertido en palco de las más espectaculares conversiones y curas, legando a la Santa Iglesia Católica un tesoro espiritual de valor incalculable.

En Lourdes tales curas y conversiones se revisten de una grandiosidad peculiar, delante de la cual nuestra lengua enmudece. Allí está, delante de todos, la sublimidad del milagro. Mientras tanto, no se puede hablar de Lourdes sin recordar con veneración a la protagonista ligada de modo indisociable a esa historia de bendición y misericordias.

La modesta pastorcita a quien Nuestra Señora apareció es el primero y mayor milagro de Lourdes: ella simboliza la íntegra fidelidad a los llamamientos a la conversión y penitencia, que aquellos días fueron lanzados por la Reina de los Cielos, y que habrían de llegar a los más alejados rincones de la Tierra.

Infancia marcada por la Fe

Bernardette nació en un siglo de profundas transformaciones. Animada, por un lado, por la oleada de devoción mariana que el pontificado del Beato Pío IX estaba suscitando, la segunda mitad del siglo XIX presenciaba el avance insolente del ateísmo y del materialismo.

Los espíritus estaban divididos y, a fin de actuar precisamente en esa encrucijada de la Historia, María Santísima quiso servirse de la hija primogénita del matrimonio Soubirous. ¡Qué alejados, pues, de esta suerte de consideraciones, estaban François y Louise, el 7 de enero de 1844! Ese día les nacía su hija Bernardette en el Molino Bolli, en las cercanías de Lourdes, durante los días felices de abundancia que ellos allí pasaron.

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Santa Bernadette Soubirous

La niña fue bautizada, recibiendo el nombre de su madrina Bernarde, al que se sumó el de Nuestra Señora que se le habría de aparecer. Marie- Bernarde, es como se llamaba Bernardette, que no escapó al diminutivo cariñoso que le acompañaría por el resto de su vida.

En el Molino Bolli transcurrió su primera infancia, marcada por una religiosidad auténtica y sincera, además de la frecuencia a los sacramentos, la oración en conjunto a los pies del crucifijo era una eximia práctica de los principios cristianos a la que correspondían como un deber moral el matrimonio de campesinos. Bernardette creció, por así decir, respirando la santa fe católica del mismo modo que respiraba el aire puro de la montañosa región de los Pirineos.

La miseria visitó el hogar de los Soubirous

La época era difícil y los negocios de François Soubirous iban mal. A los ocho años de edad Bernardette se trasladadó a un molino más sencillo, y al cabo de tres años alquilaron una cabaña al lado del camino. Ya crecida, ella acompañaba las progresivas desgracias de los padres y enfrentaba, con admirable resignación, la situación de indigencia a la que se vieron reducidos en 1856, hasta el punto de tener que mudarse hasta la antigua cárcel de Petits- Fósees: un cubículo húmedo y pestilente que las autoridades habían juzgado inadecuado hasta para los presos.

La pobreza allí era completa. El habitáculo medía menos de cinco por cuatro metros y la familia no poseía absolutamente nada excepto el mobiliario más indispensable y las ropas. La luz del sol nunca penetraba en el lugar, marcado por la reja de la ventana y por el cerrojo de la pesada puerta -reminiscências del antiguo calabozo. Allí vivían los padres y los cuatro hijos, constantemente atormentados por el hambre.

Santa Bernadette Soubirous

Santa Bernadette Soubirous

Cuando conseguían comprar pan, la madre lo dividía entre los pequeños, que aún así se sentían insatisfechos. Bernardette, no pocas veces, se privaba de su pequeña parte a favor de los más jóvenes, sin nunca demostrar el menor desacuerdo por eso. Por la noche, sin conseguir dormir, atormentada por el asma, Bernardette lloraba. La causa principal de aquél desahogo, sin embargo, no era la enfermedad o las duras privaciones materiales.

El único deseo de la angelical niña era hacer la primera comunión, pero la necesidad de cuidar de los hermanos y de la casa le impedía frecuentar el catecismo, aprender a leer y a escribir y hasta hablar el francés. De hecho, cuando la Santísima Virgen le dirigió la palabra, lo hizo en patois, el dialecto de la región de Lourdes. Si Bernardette deseó algo para sí misma, en los días de su infancia, fue únicamente recibir el Santísimo Sacramento, el Señor ofendido por los pecados de los hombres, que ella aprenderá tan pronto a consolar.

Días de pastoreo en Bartrès

Las pocas veces que Bernardette frecuentó las aulas de catecismo en Lourdes fueron desaprovechadas, porque no conseguía acompañar al resto, más jóvenes y adelantadas que ella. Louise Soubirous estaba preocupaba por la hija, de 13 años, que todavía no había hecho la primera comunión, y resolvió pedir a su amiga, María Lagües, que la aceptase en Bartrès -aldea no muy distante de Lourdes- con el objetivo de que Bernardette allí pudiese frecuentar las aulas de catecismo.

Por consideración y amistad, María Lagües la recibió en su casa, pero no fue tan fiel a su promesa como sería de esperar -enseguida ocupó a Bernardette en los servicios de la casa y en el cuidado de los hijos. Y su marido encontró en ella su pastora ideal para su rebaño de corderos. Fue en ese periodo de pastoreo cuando Bernardette se solidificó en la oración, durante las largas horas transcurridas en el más completo silencio en medio del privilegiado panorama Pirenaico. Contemplativa, ella montaba un pequeño altar en honra de la Santísima Virgen y allí pasaba horas de gran fervor recitando el Rosario, la única oración que conocía.

Un hecho que le ocurrió a Bernardette en esta época demuestra la pureza cristalina de su corazón. Cierto día, cuando François Soubirous fue a visitar a su hija, la encontró triste y cabizbaja. Le preguntó qué era lo que le afligía. – Todos mis corderos tienen los costados verdes- respondió ella.

El padre, dándose cuenta de que se trataba de la marca hecha por un intermediario, hizo un comentario gracioso: – Ellos tienen los costados verdes porque comieron mucha hierba. – ¿Y pueden morir? -preguntó asustada Bernardette. – Tal vez… Apenada, comenzó a llorar en el mismo instante, entonces el padre le contó la verdad: – Vamos, no llores. Fue el intermediario que los marcó así.

Más tarde, cuando le llamaron boba por haber creído en semejante disparate, su respuesta constituyó una demostración involuntaria de su elevada virtud: – Yo nunca mentí; no podía suponer que aquello que mi padre me decía no era verdad. Los días pasaban lentamente en la pequeña aldea, y ya habían pasado siete meses desde la llegada de Bernardette.¡Cuánta esperanza de aproximarse a la mesa eucarística traía en la llegada, y qué decepción experimentaba, después de las pocas aulas de insignificante instrucción! Aquella espera interminable la afligía, pero, como todo en la vida del hombre, fue permitido por Nuestro Señor.

Gruta de las Apariciones

“Sufre los retrasos de Dios; dedícate a Dios, espera con paciencia, con el fin de que, en el último momento, tu vida se enriquezca” (Eclo 2, 3) Esas palabras, desconocidas para Bernardette, significaban exactamente como Dios procedió con respecto a ella. Al mismo tiempo en que la gracia inspiraba en su alma un ardiente deseo de las cosas elevadas, éstas parecían serle retiradas.

Gruta de las apariciones

La Gruta de las apariciones

Con eso, su ansia se robustecía, y todo lo que era terrenal empezaba a ser poco a sus ojos, cada vez más aptos para comprender las realidades sobrenaturales. Como suele pasar con las almas que Dios prueba por medio de largas esperas, le estaban reservadas gracias mucho mayores.

Celestial sorpresa

De vuelta a la casa paterna, Bernardette retomó los antiguos quehaceres. En la mañana inolvidable del 11 de febrero de 1858, salió con la hermana Toinette y la amiga Jeanne Abadie para el bosque, con el fin de recoger leña para la chimenea y huesos que vender para comprar algún alimento. Anduvieron bastante hasta llegar a la gruta de Massabielle, donde Bernardette nunca había estado. En el momento en que las despiertas niñas atravesaban el agua helada del río Gave, Bernardette se preparaba para hacer lo mismo.

Ésta es la narración de Bernardette de lo que entonces sucedió: “Escuché un barullo, como si fuese un rumor. Entonces, volví la cabeza hacia la orilla del prado; vi que los árboles no se movían en absoluto. Seguí descalzándome. Volví a escuchar el mismo barullo. Levanté la cabeza, mirando hacia la gruta. Vi a una Señora toda de blanco, con el vestido blanco, un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie, del color de la cadena de su rosario: las cuentas del rosario eran blancas” .

Era la Santísima Virgen que le sonreía y le llamaba para que se aproximara. Temerosa, Bernardette no se adelantó, sino que sacó su tercio y comenzó a rezar. Lo mismo hizo la “bella Señora”, que aunque no moviese los labios la acompañaba con su propio rosario. Después, al terminar el Rosario, Ella desapareció.

La impresión que esa primera aparición produjo en Bernardette fue profunda. Sin reconocer en Ella a la Madre celeste, la niña se sentía irresistiblemente atraída por esa figura tan amable y admirable, en la cual no podía parar de pensar. Cuando una monja le preguntó, años más tarde, en la enfermería del convento, si la Señora era bella, ella respondió: – ¡Sí! ¡Tan bella que, cuando se ve una vez, se desea la muerte sólo para volver a verla!

Dieciocho encuentros en Massabielle

Por más que Bernardette hubiese pedido que guardaran el secreto a sus dos compañeras, a las que contó lo que viera, ellas no se mantuvieron calladas en ningún momento. Poco más tarde, eran decenas de personas las que comentaban en la vecindad el sobrenatural acontecimiento. Y era apenas El comienzo: la impresionante popularidad de las apariciones asumió proporciones tales, que el día 4 de marzo, estaban junto a Bernardette nada menos que 20.000 peregrinos.

Antes de cada visita de Nuestra Señora, Bernardette sentía un enorme deseo de ir a Massabielle. Fue lo que ocurrió los días 14 y 18 de febrero, cuando un presentimiento interior la condujo hasta la gruta. En la segunda aparición, la Virgen Santísima permaneció nuevamente en silencio; dijo apenas alguna palabra el día 18, como nos lo narra la obediente niña: “La Señora sólo me habló en la tercera vez. Me preguntó si quería ir allí durante 15 días. Le respondí que sí, después de pedir permiso a mis padres”.

La quincena de apariciones, que se dio entre el 18 de febrero y el 4 de marzo, con excepción de los días 22 y 26, constituyó el gran foco de irradiación del mensaje confiado a Bernardette. Cada día se multiplicaba el número de asistentes que emprendían penosos viajes, atraídos por los celestiales coloquios. Aunque nadie más que Bernardette viese a la “Señora”, todos sentían Su presencia y se conmovían con los éxtasis de la campesina.

El santuario de Lourdes es uno de los mayores centros de peregrinación del mundo católico, acogiendo cerca de 6 millones de peregrinos todos los años

El santuario de Lourdes es uno de los mayores centros de peregrinación del mundo católico, acogiendo cerca de 6 millones de peregrinos todos los años

– Ella no parecía de este mundo -dijo un testigo. Las palabras de Nuestra Señora no fueron muchas, aunque de expresivo significado. Dijo a Bernardette el mismo día 18: “No prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”. Y otras veces: “Yo quiero que venga aquí mucha gente”. “¡Pide a Dios por los pecadores! ¡Besa la tierra por los pecadores!”. “¡Penitencia, penitencia, penitencia!”. “Ve y di a los sacerdotes que construyan aqui una capilla. Quiero que todos vengan en procesión”. Todavía durante la quincena, la Reina de los Cielos confió tres secretos y enseñó una oración a Bernardette, que ella recitó con insuperable fervor todos los días de su vida.

Después de un largo silencio con respecto a su identidad, la Señora reveló su nombre a Bernardette en la decimosexta aparición, el 25 de marzo de 1858: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Era una solemne confirmación del dogma proclamado por el Beato Pío IX cuatro años antes; la pureza de doctrina sería coronada, de aquí en adelante, por la belleza de los milagros.

Transformada por Nuestra Señora

Uno de los criterios de prudencia adoptados por la Santa Iglesia para verificar la autenticidad de las revelaciones como las que recibió Bernardette, es observar atentamente la conducta de los videntes. En ellos, se refleja invariablemente la veracidad y el tenor de lo que dicen ver: su testimonio personal es decisivo.

En el caso de Lourdes, tal como después sucedió con los pastorcitos de Fátima, el cambio que se operó en Bernardette puede ser considerado un milagro de la gracia. Sus gestos, modos, palabras y, sobre todo, su piedad adquirieron un indescriptible brillo por el contacto con la Reina de los Cielos: “En su actitud, en sus trazos fisonómicos, se veía que su alma estaba arrebatada. ¡Qué paz profunda! ¡Qué serenidad! ¡Qué elevada contemplación! La mirada de la niña durante la aparición no era menos maravillosa que su sonrisa. Era imposible imaginar algo tan puro, tan suave, tan amable…”.

En la gruta de Massabielle, donde María pidió a Bernardette que rezase por los pecadores, se operaron verdaderos milagros de gracia

En la gruta de Massabielle, donde María pidió a Bernardette que rezase por los pecadores, se operaron verdaderos milagros de gracia

Después de los éxtasis, mantenía la clave de sublimidad que le invadiera: el modo como hacía la señal de la cruz, su compostura durante la oración y su finura de trato, aliados a la simplicidad, eran más distinguidos que los de cualquier dama que hubiera pasado la vida entera ejercitándose en el arte de “savoir-plaire”.

“No escapa a los padres que en ella se ha operado una transformación en el discurrir de este mes. No fue vano para ella la contemplación de las lecciones celestes […] habiendo visto llorar a la Señora de Massabielle por el pecado y por los pecadores, esta niña analfabeta comprendió el gran deber de la penitencia y la oración”.4 Hasta el mismo padre Peyramale, el párroco de Lourdes, célebre por su desconfianza acerca de todos los hechos relacionados con Bernardette, confesó: “todo en ella evoluciona de manera impresionante”.5

Respondiendo a los magistrados

Los espíritus escépticos estaban al acecho de acontecimientos. Sumamente irritados por la afluencia multitudinaria a la gruta, decían: “Es increíble que quieran hacernos creer en apariciones en pleno siglo XIX”. Estos hombres colocaban sus esperanzas más en sus “modernos” inventos que en la omnipotencia de Dios: “Es estupidez y oscurantismo admitir la posibilidad de apariciones en la época del telégrafo eléctrico y la máquina a vapor”.6 Fue delante de las autoridades que pensaban de esa forma que Bernardette tuvo que declarar tres veces en el corto periodo de una semana, durante la misma quincena de las apariciones.

Durante los interminables interrogatorios en los que la acribillaban de preguntas capciosas, Bernardette oyó cosas brutales: “¡Vamos a detenerte! ¿Qué es lo que vas a buscar en la gruta? ¿Por qué haces correr a tanta gente? ¡Vamos a meterte en prisión! ¡Te mataremos en la prisión!”.7 La llamaron mentirosa, visionaria, loca. A todo esto ella sólo respondía con la verdad, soportando esos sufrimientos con humildad y dulzura. Sus acertadas respuestas confundían a los magistrados, que nunca tuvieron ningún motivo legal para detenerla.

La opinión final que se formaron respecto de Bernardette, la que enviaron al Ministerio de Justicia de entonces, fue ésta: “Según el reducido número de aquellos que pretenden tener a su lado el sentido común, la razón y la ciencia, Bernardette Soubirous es portadora de una enfermedad mental conocida: ¡está siendo víctima de alucinaciones, apenas es esto!”.8 ¿Tendrían ellos, como pretendían, la razón de su lado? La respuesta no tardó en quedar clara.

La fuente milagrosa y la llamada a la expiación

En la aparición del 25 de febrero la Santísima Virgen dice a Bernardette: “Ve a beber a la fuente”. Bernardette fue al río Gave y bebió. Aunque, no era al río que Ella se refería, sino a un lugar de la gruta donde apenas había agua sucia. La niña cavó y bebió. De aquella agua oscura broto discretamente el agua milagrosa, que en unos días manaba en abundancia para asombro de todos.

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Fuente milagrosa de Lourdes

Los enfermos no tardaron en servirse de ella y las curas inexplicables se iniciaron el 1 de marzo. Enfermos desahuciados “por la razón y por la ciencia” veían sus males desaparecer en un instante, y los argumentos de innumerables corazones reticentes se transformaron en cánticos de fe. Cuando Bernardette, más tarde, probó esta agua para sus penosas dolencias, no le fue eficaz. Le preguntaron, entonces: – Esa agua cura a otros enfermos: ¿Por qué no te cura a ti? – Tal vez la Santísima Virgen quiera que yo sufra- fue su respuesta.

De hecho, su vocación era sufrir y expiar por la conversión de los pecadores. La fuente no era para ella. Esa hija predilecta de María comprendió con profundidad su singular llamada. Todo cuanto habría de padecer física y moralmente de ahí en adelante -que no fue poco- ella deseaba unirlo a los méritos infinitos del Redentor crucificado, para que fuese pleno el efecto de las gracias derramadas en la gruta. Nunca un murmullo, una queja o un acto de impaciencia se desprendieron de sus resignados labios, acostumbrados al silencio y a la inmolación.

En el asilo de Nevers

Después del ciclo de las apariciones, todos querían ver a Bernardette y tocarla. Le pedían bendiciones, le robaban reliquias… Hombres ilustres emprendían largos viajes para conocerla y altas figuras eclesiásticas no escondían su admiración delante de ella.

Pero, ¡cuánto le hacían sufrir por causa de eso! En su acrisolada humildad, Bernardette se sentía incómoda delante de tantas manifestaciones de deferencia. Su mayor deseo era ser olvidada, quería que sólo la Virgen Santísima fuese objeto de encanto y amor. En Lourdes, ella vivió todavía nueve años en el Asilo, administrado por las Hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana, de Nevers.

Ayudaba en la atención a los enfermos, en los servicios de la cocina, cuidando de los niños. A los 23 años partió hacia la Casa Madre de la Congregación, en Nevers, deseando ávidamente la vida de recogimiento y oración: – Vine aquí para esconderme -dijo.

Los trece años de vida religiosa de Santa Bernardette fueron marcados por la práctica de todas las virtudes y, de modo especial, por el desprendimiento de sí  misma y el amor al sufrimiento. Sus trece años de vida religiosa fueron acentuados por la práctica de todas las virtudes y, de modo especial, el desprendimiento de sí misma y el amor al sufrimiento. De ese período, pasó nueve años de ininterrumpidas enfermedades: el asma inclemente, un doloroso tumor en la rodilla, que evolucionó hasta una terrible infección de los huesos. El día 16 de abril de 1879, a los 35 años de edad, ella entregó su alma al Creador.

“Me encontraréis junto al peñasco”luordes7

Sus restos mortales incorruptos constituyen uno de los más bellos vestigios de la felicidad eterna que Dios haya otorgado a los pobres mortales en este Valle de Lágrimas. Intacto, puro, angélico es el cuerpo de Bernardette, delante del cual el peregrino se siente atraído a pasar horas seguidas en oración, y levantarse con la dulce impresión de haber penetrado en la felicidad eterna de la que goza la vidente de Massabielle.

Allí están, cerrados, pero elocuentes, los ojos que otrora contemplaran a la Santísima Virgen, para enseñarnos que los únicos que son exaltados son los mansos y los humildes de corazón; para recordarnos que, para realizar Sus grandes obras, Dios no precisa de las fuerzas humanas, sino de la fidelidad a la voz de Su gracia.

Sabemos que la misión de Bernardette no terminó. La acción beneficiosa de su intercesión se hace sentir junto a la gruta, como ella misma predijo: “Me encontraréis junto al peñasco que tanto amo”. Que ella nos obtenga, en este año de jubileo y acción de gracias, una confianza inquebrantable en el poder de Aquella que dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

(Revista Heraldos del Evangelio, Febrero 2008, Número 55, p. 18 à 23)