Mucho antes que las definiciones teológicas de los últimos siglos, la enseñanza sobre los ángeles encuentra su fundamento en la autoridad de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la Iglesia. Tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento hay numerosos pasajes que muestran a los ángeles en la tarea de proteger y guiar a los hombres o sirviendo como mensajeros de Dios. El versículo 11 del Salmo 90 menciona claramente a los ángeles de la guarda: “Él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos” .
Si en algunas ocasiones los encargados de misiones en la tierra son ángeles de la más alta jerarquía celestial –los casos de san Gabriel y san Rafael–, en muchas otras se trata de una actuación del ángel guardián de la persona involucrada, aunque la Biblia no lo menciona específicamente. Esa es la impresión que deja, por ejemplo, la lectura del profeta Daniel, salvado de las fieras hambrientas en la cárcel, cuando declara ante el rey Darío: “Mi Dios ha enviado a su ángel, que ha cerrado la boca de los leones para que no me hiciesen mal” (Dn6, 22). Del mismo modo, en los Hechos de los Apóstoles vemos a san Pedro liberado de la prisión por un ángel (Cf. Hch12, 1-11).
Nuestro Señor hace una referencia muy clara a los ángeles de la guarda cuando dice: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt18, 10).
San Pablo, en la Epístola a los Hebreos, enseña que todos los ángeles son espíritus al servicio de Dios, quien les confía misiones a favor de los herederos de la salvación eterna (Cf. Heb1, 14).
Los Padres de la Iglesia
Siguiendo la huella de las Sagradas Escrituras, la mayoría de los Padres de la Iglesia habla de los ángeles como custodios del hombre. San Basilio Magno declara en la obra Adversus Eunomium : “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor, para conducirlo a la vida”.
En el siglo II, Hermas, en la obra “El Pastor”, dice que todo hombre posee un ángel de la guarda que lo inspira y aconseja para practicar la justicia y huir del mal. En el siglo III la creencia en los ángeles custodios echaba raíces en el espíritu cristiano, tanto que Orígenes le dedica varios pasajes, y sobre la misma materia encontramos hermosos textos de san Basilio, san Hilario de Poitiers, san Gregorio Nacianceno, san Gregorio de Nisa, san Cirilo de Alejandría, san Jerónimo. Todos ellos enseñan que: el ángel custodio preside las oraciones de los fieles, ofreciéndolas a Dios por medio de Cristo; como nuestro guía, le pide a Dios que nos libre de los peligros y nos lleve a la bienaventuranza; es como un escudo que nos rodea y protege; es un preceptor que nos enseña el culto y la adoración; nuestra dignidad es más grande por disponer de un ángel protector desde el nacimiento.
Los ángeles, en relación a nosotros, son como hermanos mayores, encargados por el Padre común para conducirnos rumbo a la Patria Celeste. Tienen la misión de guiarnos y de apartar de nosotros, en misteriosa medida, los obstáculos del camino. Su “custodia” no consiste en asistirnos y defendernos como lo haría un subalterno, sino en una especie de tutela protectora que se adapta a nuestra libertad humana y que será tanto más eficaz cuanto más nos apoyemos en ella con confianza y buena voluntad.
La principal ocupación del ángel de la guarda, nos dice Santo Tomás, es iluminar nuestra inteligencia: “La guarda de los ángeles tiene como último y principal efecto la iluminación doctrinal” (Suma Teológica I, 113, 2).
El Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a la misión del ángel de la guarda con nosotros: “Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión” (n. 336); y el Papa Juan Pablo II, en la Audiencia General del 6 de agosto de 1986, acentúa que “la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y recomendando que se recurra a su protección con una oración frecuente, como la invocación ‘Ángel del Señor’.”
Oración al Ángel de la Guarda
Ángel de la Guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes solo, que me perdería. Hasta que me pongas en paz y alegría, con todos los santos, Jesús, José y María.
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