Estar juntos, mirarse y quererse bien: ¿antigua y bella costumbre en plena crisis?
P. Fernando Gioia, EP.
Tiempos hubo en que hombres y mujeres desarrollaban lo que se podríamos llamar el “arte de conversar”, intercambiando –hasta ceremoniosamente– sus impresiones, sus conocimientos, sus alegrías, sus tristezas. Esa reciprocidad no era solo de palabras, en las cuales se resaltaban tonos de voz y gestos, sino también de miradas.
Como si fuera una música, estos intercambios de personalidades, de mentalidades, de pensamientos, de formas de ser, entran en sintonía. Por eso bien decía una virtuosa señora nacida en el siglo XIX, pero que vivió gran parte de sus años en el convulsionado siglo XX: “Vivir es: estar juntos, mirarse y quererse bien”.
En nuestros días, por diversas circunstancias, se ha perdido el convivio familiar. Hasta hace pocos años la televisión –penetrando en el interior de las familias– había tomado el puesto de “rey del hogar”. Antes lo había sido el periódico, que absorbía la atención de nuestros abuelos, alejándolos por completo en los momentos de su lectura del ambiente que los rodeaba. Hoy, el mundo de la tecnología, del computador, de los juegos electrónicos, de los celulares de última generación, iPad… nos invade de una forma completamente peculiar.
Están avanzando los sistemas de comunicación a una velocidad que impresiona. No se podrán negar las “bondades” con que nos benefician: comunicación inmediata, relacionamiento que supera las distancias geográficas más inimaginables, solucionar preocupaciones, si bien que también traerlas de inmediato a tono…, alegrías pero también desgracias las sabemos de inmediato. Las distancias fueron superadas, nos comunicamos con cualquier lugar del orbe. Pero, cada vez más no hablamos, no nos comunicamos, no nos relacionamos, cuando… ¡estamos cerca!
Bien comenta el educador argentino Guillermo Jaim Etcheverry al decir que se sufre “la tiranía de lo instantáneo, de lo disperso, de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual, que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro frente a frente”. Frases como “papi, mírame, deja de mirar todo el tiempo a tu teléfono” dicha por algún afligido hijo; o “¡mírame cuando te hablo!” de una madre regañando a su hijo tomado en una atención hipnótica ante la pantalla de un iPad o de un juego electrónico; son expresiones que se han vuelto frecuentes en nuestros días.
Según un estudio del Departamento de Pediatría del Centro Médico de la Universidad de Boston, de 55 grupos examinados, 75 % de los adultos utilizó dispositivos móviles durante la comida. Una encuesta de la Consultora Common Sense Media realizada en el año 2013 en Estados Unidos halló que el 38 % de los niños menores de dos años usaba teléfonos celulares para mirar videos o jugar. Estadísticas de The Kaiser Family Foundation mostraron que los chicos, en Estados Unidos, de 8 a 18 años pasan más de 7 horas y media diarias en las redes sociales. Las pantallas cautivan la atención. El “estar juntos, mirarse y quererse bien” va perdiendo espacio. La ausencia del vínculo presencial repercute en el desarrollo psicológico, y por lo tanto en la afectividad. “Ellos –en concreto los niños– necesitan de la mirada del adulto, del estímulo, del tacto, de la atención exclusiva”, destaca el doctor Guillermo Golffard, de la Sociedad Argentina de Pediatría.
En Escuela para Padres encontramos la singular afirmación de la psicóloga Eva Rotenberg: “En el vínculo entre padres e hijos falta comunicación, hablar cara a cara desde las emociones, lo que genera un verdadero problema en la construcción del yo y potencia la patología del vacío”.
No por otra razón, la articulista Soledad Vallejos, en el diario La Nación de Buenos Aires, advierte que “la conectividad sin límites puede ser genial, pero también hay que aprender a darle un corte”, pues, “el contacto cara a cara sin distracciones es clave”.
Los padres con los hijos, los hijos con los padres… una interacción que sin el mirarse a los ojos, sin considerar los gestos –en la propia comunicación verbal–, nos va transformando en autómatas. El ser gobernados por la pantalla, grandes y chicos, pero especialmente estos últimos, da lugar a que los especialistas adviertan “sobre el efecto que eso puede tener en el aprendizaje de las habilidades de comunicación no verbal”.
En su libro “Chicos enchufados”, la psicopedagoga Elvira Giménez de Abad, destacando que el primer contacto con el mundo externo de un niño es la mirada fija en los ojos de su madre; irá –con el tiempo– notando diferentes gestos, tonos de voz, observando a su interlocutor, incorporando, además del lenguaje, el idioma gestual. Niños, jóvenes, pero no solo ellos, los mayores sufren también este fenómeno que se presenta avasallador en su “modernidad”. Es normal que en los teatros o en la iglesia se solicite que apaguen el celular. Lo que llama la atención es que comienzan a aparecer restaurantes, no solo en Europa sino también en América Latina (especialmente en Colombia y Argentina), en que se les propone a los clientes que dejen de lado su celular, en una caja apropiada para ello, para poder degustar mejor la comida y es claro conversar, sin que las músicas (porque ya no son timbres) de los celulares los interrumpan. Para unir a las familias, a los amigos, y que el diálogo prevalezca sobre los medios electrónicos. ¡Sí, hasta les hacen descuento a quienes aceptan! Así podrán tener una comunicación mutua, como en antaño, en que había en una conversación el interés de cómo había sido el día, que preocupa a cada quien, transmitir las alegrías, o las penas, planes, vivencias. Era la alegría de estar juntos, mirarse y quererse bien.
Singular lucha, nos dice el articulista Víctor Andrés Álvarez, “contra la tiranía del móvil y sus continuas interrupciones que han estropeado la charla, el afecto cercano, el intercambio de mensajes cara a cara. La tecnología ha creado nuevas soledades, y además ha menoscabado las normas de respeto y cortesía. Parece una nueva “esclavitud”. Sepamos enfrentar los tiempos que nos han tocado vivir. Consideremos que el “arte de conversar” presupone, como primera disposición, el interesarnos por los otros. Así cumpliremos la síntesis de todos los Mandamientos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, por amor a Dios”.