Con estos dos pedidos, termina la oración por excelencia, compuesta por Nuestro Señor Jesucristo: El Padre Nuestro.
Para empezar a comentar estas peticiones, es de notar el sentido plural de ambas frases. Es decir que al rezarlo, aunque sea de forma individual, hacemos el pedido para todos los miembros de la Santa Iglesia.
Es preciso destacar, que en el pedido “no nos dejes caer en tentación”, es un pedido en que le pedimos fuerzas a Dios, para que no permita el pecado en nuestras almas, muy diferente en pedirle “no nos tientes”. Por tanto consideremos que la tentación y el pecado son cosas diferentes; una nos aleja de Dios y otra, si no caemos, nos acerca y nos torna dignos ante Dios.
La tentación, para nuestra vida espiritual y conquistar el cielo, es necesaria, pues así ganamos méritos y gracias; además que reconocemos nuestro nada y miseria y por otro lado nos lleva a admirar la bondad, y misericordia infinita de Nuestro Señor.
Al pedirle a Dios, en esta oración – líbranos del mal, estamos pidiendo que nos libre de nuestros enemigos, que no son necesariamente personas con la que no tengamos buen relacionamiento, sino, nuestros tres enemigos del alma: el demonio, el mundo y la carne.
El mayor triunfo del demonio en nuestros días, es hacer pensar a las personas que él no existe, por lo tanto advirtamos que él existe y que busca nuestra condenación eterna. El mundo, es un enemigo para nosotros, pues si nos apegamos a él, será nuestra perdición, si buscamos en él la felicidad será nuestra ruina. Y el peor enemigo, la carne, ósea uno mismo. Todos tenemos defectos, vicios que si no los combatimos nos irán esclavizando y alejándonos de Dios.
¿Cuál es la mejor solución para no caer en tentación? Nuestro Señor Jesucristo nos responde en el monte de los Olivos, “vigilad y orad, para no caer en tentación”.
Y la mejor forma de librarnos del mal, es la devoción ardorosa a la Santísima Virgen, pues ella es el mayor enemigo del demonio. Se estudia en teología, que con solo decir el nombre de Ave María Purísima el infierno tiembla; no olvidemos que el demonio es un ser cobarde, que sólo con pronunciar el nombre de Nuestra Señora, huye lleno de espanto y de terror.