¡Salve María!
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Ahí encontrará todo sobre los Heraldos del Evangelio en El Salvador.
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En la Parroquia Corazón de María, de los Padres Claretianos, se celebraba, el pasado 13 de mayo, la Fiesta de Nuestra Señora de Fátima, organizada por los Heraldos del Evangelio, ante un gran número de fervorosos fieles.
Pasadas las 5 de la tarde, hacía su entrada solemne la imagen del Inmaculado Corazón de María, al son de las trompetas, que anunciaban melodiosamente la relevancia del evento.
Después de ingresada la imagen fue coronada, con toda solemnidad, por el Nuncio Apostólico en El Salvador, Mons. Gangemi Rocco Santo.
La Santa Misa fue presidida por el Nuncio Apostólico en El Salvador, y concelebrada por el párroco de Corazón de María, P. Sentre CM., el P. Fernando Gioia Ep., superior de los Heraldos del Evangelio y por el P. Edgardo Reyes, párrco de la Inmaculada Concepción, Ciudad Arce.
Momentos de mucha emoción, sin duda, de tan bella ceremonia dedicada a la Virgen Santísima, fue la procesión con la imagen que recorrió los pasillos de una abarrotada iglesia a la luz de cientos y cientos de velas al ritmo cadencioso del “Ave de Fátima”.
Poco mas de cien años de las apariciones de la Virgen en una pequeña aldea de Portugal, todavía se escuchan las palabras llenas de esperanzas dichas por ella: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Cuando Benedicto XVI subió al solio pontificio, los vínculos que los Heraldos del Evangelio y su fundador tenían con el Sucesor de San Pedro se volvieron indisolubles. En recientes visitas a él en el Vaticano, fue posible comprobar la fuerza de esa unión de personas y de misión.
Por Hna. Carmela Werner Ferreira, EP
Caía la tarde en el Vaticano en el último pasado día 29 de noviembre. La baja temperatura otoñal no impedía que el azul del firmamento fuera intenso y discretas nubes teñidas de lila adornaran el horizonte de los palacios apostólicos. Una atmósfera de serenidad marcaba el ambiente mientras se acercaba el momento en que Benedicto XVI recibiría a dos sacerdotes Heraldos del Evangelio: el P. Alex Barbosa de Brito y el P. Antonio Guerra de Oliveira Júnior.
Ambos habrían de esperar unos minutos hasta que Su Santidad concluyera el Rosario junto a la gruta de Lourdes, de los jardines pontificios. Mientras tanto, muchas impresiones les venían al espíritu, intercaladas por la emoción de comparecer en nombre de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, ante un Papa que representa mucho para la Santa Iglesia.
Por una parte, grande era la alegría de poder presentar al Santo Padre el homenaje lleno de afecto del fundador de los Heraldos del Evangelio, vinculado a él por una estrecha relación que osaríamos calificar de amistad. Por otra, la visita ofrecía la posibilidad de conocer personalmente a aquel a quien tanto debíamos como institución y por quien tanto hemos rezado.
Ese era el tercer encuentro de los Heraldos con Benedicto XVI desde que inició la vida de recogimiento en el monasterio Mater Ecclesiæ. Ahora bien, las otras dos audiencias anteriores merecen igualmente ser recordadas aquí, por su particular significado.
Numerosas vocaciones e integridad de vida
Desde hacía mucho tiempo nuestro fundador albergaba el deseo de ofrecerle a Benedicto XVI un cáliz litúrgico similar a los utilizados por los Heraldos del Evangelio, para que el Papa tuviera presente las intenciones de su obra en la celebración de la Santa Misa. La primera de las visitas, hecha por los sacerdotes Ramón Ángel Pereira Veiga y Carlos Javier Werner Benjumea, tuvo lugar el 1 de agosto de 2017 y cuyo objetivo era precisamente el de entregarle ese filial regalo.
Inmediatamente al principio, al saludarlos, Benedicto XVI les agarró firme por la mano manifestando una afable bienvenida y a continuación se detuvo en la apreciación del cáliz, complacido con el obsequio y atento a las explicaciones que le eran dadas sobre él.
Los sacerdotes comentaron que el regalo tenía por finalidad agradecerle la aprobación pontificia concedida en 2009 a las dos sociedades de vida apostólica, que él acogió en el seno de la Iglesia por inspiración del Espíritu Santo.(1) Esta medida inauguró una nueva etapa para todos sus miembros, que puede ser comprobada por los abundantes frutos que siguieron a partir de aquel año. En este sentido, basta mencionar cómo el vínculo con la Cátedra de San Pedro hizo crecer el número de actividades, casas y sobre todo vocaciones en ambas sociedades, además de fortalecer a la familia espiritual de los Heraldos del Evangelio en su conjunto.
En ese momento, Mons. Georg Gänswein —cuya simpatía siempre nos acompaña, y que participaba en la conversación— intervino para corroborar: “¡Son muchos, son un ejército!”. Uno de los sacerdotes subrayó que ese crecimiento ha permitido desarrollar nuevos y dinámicos medios de evangelización, entre ellos las misiones marianas, que hacen regresar a la vida parroquial muchos católicos alejados de las prácticas religiosas, además de propiciar abundantes conversiones.
La integridad de vida de los Heraldos fue otro de los aspectos destacados de la conversación, por su impacto favorable en la conquista de almas para Dios. Entonces Su Santidad, con una expresiva mirada, exclamó: “¡Eso es lo más importante!”.
La privilegiada memoria que siempre caracterizó a Benedicto XVI no se vio afectada en nada con el paso de los años. “Me acuerdo de São Paulo”, comentaba. “Allí la evangelización hace mucha falta, por la proliferación de las sectas”. Se refería a la multitudinaria Misa de canonización de San Antonio de Santa Ana Galvão, el 11 de mayo de 2007 en el aeropuerto paulista Campo de Marte, donde centenares de heraldos participaron en las funciones litúrgicas.
En el transcurso de aquel viaje a Brasil hubo otros encuentros, pero la histórica celebración marcada por la receptividad de las jóvenes vocaciones caló a fondo en el corazón del Sumo Pontífice. Tiempo después, ya en el año 2010, declaraba en su libroentrevista Luz del mundo: “Se ve que el cristianismo, en este momento, también está desarrollando una creatividad totalmente nueva. En Brasil, por ejemplo, se registra, por una parte, un fuerte crecimiento de las sectas, con frecuencia muy cuestionables porque prometen esencialmente riqueza y éxito exterior; por otra parte, se presencia también grandes eclosiones católicas, un dinámico florecimiento de nuevos movimientos como, por ejemplo, los Heraldos del Evangelio, jóvenes llenos de entusiasmo que han reconocido en Cristo al Hijo de Dios, y deseosos de anunciarlo al mundo”.(2)
Renuncia motivada por la sabiduría de la cruz
La conversación entonces derivó hacia el tema de la renuncia de Benedicto XVI al solio pontificio. Monseñor João y todos sus hijos querían agradecer la actitud del Santo Padre de permanecer en recogimiento, sufriendo y rezando por la Iglesia, como una forma de testimoniar la sabiduría de la cruz. Mover el corazón de Dios, le dijeron, es más importante que mover el corazón de los hombres. A lo que respondió: “Mover el corazón de Dios es el modo más eficaz de mover el corazón de los hombres”.
Interesándose por la dimisión de Mons. João de la presidencia de los Heraldos del Evangelio y del generalato de la sociedad de vida apostólica Virgo Flos Carmeli, Su Santidad quiso preguntar los motivos que lo llevaron a tomar esa decisión. Los sacerdotes le recordaron que nuestro fundador también sintió la necesidad de tocar el corazón de Dios por medio de una vida de oración más intensa y, reflejándose en el valiente gesto del Romano Pontífice, hizo lo mismo para pedir por la Santa Iglesia, por él mismo —Benedic-to XVI—, y por la obra de los Heraldos del Evangelio.
En una carta dirigida al Santo Padre acerca de su propia renuncia, Mons. João así se expresaba: “Permítame, Vuestra Santidad, trasmitiros filialmente un secreto: al veros subir al solio pontificio, la gracia divina ya me hacía intuir que vuestra persona era un varón providencial para nuestro tiempo. Es verdad que un acontecimiento me dejó perplejo en relación con esa perspectiva: la renuncia de Vuestra Santidad al ejercicio activo del ministerio petrino. Sin comprender las razones para tal, fui sustentado por la confianza de que la omnipotencia divina os reservaba para designios superiores.
“En aquella fecha, yo me encontraba ya en medio de otra gran perplejidad: desde hacía tres años estaba debilitado por una terrible enfermedad que me sustrajo las fuerzas físicas considerablemente, tulléndome la capacidad con la que María Santísima me obsequió para hacer florecer el carisma que su divino Esposo me había concedido: el don de la palabra. En consecuencia, fui galardonado por un aumento en un don superior: la fe en la victoria de la Santa Iglesia.
“Por eso, siguiendo el paternal ejemplo de Vuestra Santidad, me vi en la contingencia de renunciar al mando efectivo de mi fundación, para, recogido y orante, obtener de Dios la perpetuidad de esta obra ante la marejada que se aproximaba”.(3)
Esta postura, como Mons. João hace constar más adelante en el texto de la misiva, supone una gran confianza en las autoridades eclesiásticas. Los sacerdotes le explicaron a Benedicto XVI que, habiendo sido siempre dócil y obediente a la Sagrada Jerarquía, no deseando otra cosa sino rendirle fervorosa sumisión, nuestro fundador esperaba de su parte una acogida materna en relación con la obra nacida de sus manos, de cara a las nuevas circunstancias. Mientras le eran transmitidas estas cosas, el Papa abrió bien los ojos y asintió: “Sí, rezaré. Sois muy importantes para la Iglesia”.
Una antigua amistad
Las relaciones entre Benedicto XVI y Mons. João siempre se han caracterizado por un elevado sentido eclesial por ambas partes, y por el vínculo afectivo que se desarrolló en las amistades en cuyo origen está el propio Dios.
La condición de fundador y padre de incontable número de almas hizo de Mons. João un discípulo atento a la dirección apuntada por el Santo Padre desde el inicio de su pontificado. Consciente de que el poder de las llaves se cuenta entre las prerrogativas más sagradas puestas por Dios en toda la Creación, y que confiere a quien lo detenta una dignidad a bien decir ilimitada, nuestro fundador se esforzó por inculcar en aquellos que se orientaban por sus enseñanzas un amor incondicional al Vicario de Cristo, unido al acatamiento entusiasmado de su magisterio.
A su vez, Benedicto XVI demostró a lo largo de los años una conciencia clara de la autenticidad del carisma depositado por la Providencia en el alma de Mons. João, acompañada por una receptividad paternal para todo lo que dependiera de su intervención, deseando que los Heraldos del Evangelio se institucionalizaran en plena conformidad a los designios de su fundador.
Las expresiones de reconocimiento de Mons. João con relación a este modo de proceder abundan en el contacto epistolar entre los dos, como en la propia carta que trata de la renuncia: “Recuerdo con em-ción vuestro paso por Brasil, prenuncio de la realización de las promesas de Dios para las glorias de la Iglesia en estas tierras. Y no puedo dejar de mencionar aquí otro momento histórico: recibir de vuestras manos, portadoras del anillo de Pedro pescador, el sello de aprobación de la obra que Dios me inspiró fundar, uniéndola a la Iglesia celestial”.(4)
Con la amplitud de visión propia a los grandes pastores, Benedicto XVI confirió a Mons. João dignidades eclesiásticas como el canonicato de la Basílica Papal de Santa María la Mayor y la medalla Pro Ecclesia et Pontifice, en reconocimiento por los servicios prestados a la Santa Iglesia.
El deseo de acompañar los pensamientos del Sumo Pontífice, estar junto a él y ponerse bajo sus órdenes es otra disposición exteriorizada por Mons. João en repetidas ocasiones, como en la conclusión de la mencionada misiva: “En la esperanza de encontrarnos una vez más, para, quién sabe si juntos, proclamar altivos las palabras de la Virgen de Fátima: ‘¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!’, me pongo a vuestra disposición e incondicional servicio”.5
Con la amplitud de visión propia a los grandes pastores, Benedicto XVI confirió a Mons. João dignidades eclesiásticas como el canonicato de la Basílica Papal de Santa María la Mayor y la medalla Pro Ecclesia et Pontifice, en reconocimiento por los servicios prestados a la Santa Iglesia.
No obstante, los lazos de amistad entre ambos no se limitan únicamente a esas expresiones de mutuo reconocimiento. De hecho, se encuentran vinculados por una unión profunda, como Mons. João procura explicitar en su última carta: “Por alguna razón misteriosa —tal vez vos lo sepáis discernir mejor— me siento íntimamente unido a vos, en mi propia misión y vocación. Por eso rezo incesantemente por Vuestra Santidad, pues es como si, de alguna forma, rezara por mí mismo. Quizá el futuro esclarezca mejor este sentimiento interior mío”. (6)
Regalos por su cumpleaños
La segunda visita se dio con motivo del 91.º cumpleaños de Benedicto XVI, en el que sería recordado con empeño en las oraciones de toda la Iglesia. Los Heraldos del Evangelio quisieron manifestar su cercanía y entregarle un recuerdo, confeccionando para esa fecha un busto de Nuestra Señora de Fátima como los del Apostolado del Oratorio María Reina de los Corazones, que todos los meses visitan miles de familias en todo el mundo.(7)
La entrega tuvo lugar el 13 de abril —tres días, por tanto, antes de su cumpleaños—, después del habitual paseo por los jardines del Vaticano, que en aquel día Benedicto XVI hizo acompañado por su hermano, Mons. Georg Ratzinger. Esta vez les cupo el privilegio de llevarlo a los sacerdotes Mario Beccar Varela Amadeo y Carlos Javier Werner Benjumea.
Tras saludarlos con bondad, el Papa Benedicto recibió el oratorio visiblemente tocado por la advocación de Fátima y, volviéndose hacia Mons. Gänswein, le dijo: “Tenemos que encontrar un lugar donde colocarlo en nuestro apartamento”.
Junto con el oratorio los sacerdotes le presentaron un ejemplar de la obra de autoría de Mons. João sobre su maestro y formador: Plinio Corrêa de Oliveira. Un profeta para nuestros días, que resume la existencia, actuación y vida mística del líder católico brasileño. Con gesto complacido el Papa demostró tener presente de quién se trataba, incluso antes de serle explicado que Mons. João había aprendido a ser fiel a la Iglesia gracias a su ejemplo y enseñanzas.
Entonces Benedicto XVI quiso hojear el libro. Al contemplar cierta foto del Dr. Plinio dando un discurso, uno de los sacerdotes le comentó que había sido presidente de la Acción Católica de São Paulo. “Corrêa de Oliveira, un nombre que todos los obispos de Brasil conocían bien”, añadió Su Santidad.
Algunas páginas más adelante apareció una fotografía del Dr. Plinio de pequeño, a los 4 años. La limpidez de su mirada inocente despertó la admiración del Papa, que exclamó mientras tocaba la respectiva página: “Guarda, che bello bambino! — ¡Mira, que hermoso niño!”.
Al llegar a los capítulos finales, donde se trata de la última enfermedad y muerte del Dr. Plinio, se detuvo en la foto que presenta a Mons. João confortando a su maestro en el lecho del hospital. Benedicto XVI se fijó en la imagen largo tiempo, antes de pasar a observar otra, la del Dr. Plinio ya fallecido.
Terminado el rápido vistazo de la obra, Su Santidad quiso hojearla una segunda vez, con especial atención en las ilustraciones.
Antes de la bendición y de los saludos finales, entregó algunas medallas conmemorativas como recuerdo, diciendo: “Les quedo muy agradecido por todo”.
Un rosario especial para Su Santidad
La vida retirada y pautada por la contemplación en el monasterio Mater Ecclesiæ hace propicia al Santo Padre la vida de oración que corresponde a sus íntimas aspiraciones. Y rezar, sobre todo en la actual fase de la Historia de la Iglesia, significa a título especial rezar el Rosario en honor de la Santísima Virgen.
Cuando Nuestra Señora pidió en Fátima la práctica diaria de esa devoción, dejaba claro que era el medio privilegiado que las personas tenían para dirigirse a Ella a fin de obtener los favores que necesitan, sobre todo los relacionados con los destinos del mundo. Ahora bien, las promesas vinculadas al Rosario se aplican de una forma muy especial al Sucesor de Pedro, varón que es llamado a un altísimo grado de unión con María.
En la carta del 26 de noviembre dirigida a Benedicto XVI, Mons. João explica el significado del rosario que deseaba enviarle como regalo: “A través de mis hijos, quiero ofreceros este rosario todo blanco, símbolo de la misericordia de Dios, pues es Él quien puede transformar el rojo de la púrpura en la blancura de la lana y de la nieve (cf. Is 1, 18)”. (8)
En la misma misiva Mons. João comentaba que la misericordia de Dios se manifiesta de numerosas maneras, recordando el modo como Santa Teresa del Niño Jesús la consideraba. Y concluía: “Conmigo, lo confieso, la misericordia de Dios se ha mostrado este año de otra forma: son las oportunidades que surgieron de manifestar mi admiración, mi veneración, mi unión con vuestra persona y con vuestra misión. Por eso ‘cantaré eternamente las misericordias del Señor’ (Sal 88, 2)”.(9)
Tener el fundador vivo es una imagen del Cielo”
Llevando esta carta junto con el simbólico regalo, el P. Alex Barbosa de Brito y el P. Antonio Guerra de Oliveira Júnior se presentaron en el Vaticano para la nueva visita al Papa Benedicto XVI. Enseguida los reconoció, al estar revestidos del hábito propio de los Heraldos y, a continuación, los saludó muy satisfecho.
Acto seguido, los sacerdotes le entregaron el estuche que contenía el regalo, una pequeña caja hecha de palo brasil, explicándole que era aquella la madera de cuyo árbol proviene el nombre del país. En su interior estaba el rosario. Al verlo, Benedicto XVI y Mons. Gänswein reaccionaron al unísono, elogiando su belleza y afirmando que se trataba de un tesoro. Le fue esclarecido, sin embargo, que la intención era ofrecerle algo que, perteneciendo a la tierra, de alguna manera tocase el Cielo, por ser destinado a Su Santidad. A lo cual sonrió y respondió: “Especialmente precioso no tanto por su valor material, sino sobre todo como un regalo espiritual”.
Le entregaron entonces la misiva de nuestro fundador. Mientras abría el sobre, quiso saber cómo estaba Mons. João. Le respondieron que se encontraba muy bien, y que rezaba todos los días por Su Santidad. El Papa Benedicto agradeció dos veces las oraciones y añadió: “Tener el fundador vivo es una imagen del Cielo”.
Llegada la hora de la despedida, se arrodillaron para recibir la bendición. Tratando de encontrar términos que definieran las impresiones obtenidas durante la visita, uno de los sacerdotes comentó: “Estar ante Vuestra Santidad en un momento como este, es como estar ante un ‘misterio’, en el sentido litúrgico de la palabra: de un ‘sacramento’ que da fuerza y alegría para seguir adelante”.
Benedicto XVI los escuchaba con paternal condescendencia. Le pidieron que incluyera a todos los Heraldos del Evangelio y a Mons. João en sus oraciones, a lo que asintió y, apretando las manos de ambos sacerdotes, dijo antes de bendecirlos: “Mi piacciono molto gli Araldi — Me gustan mucho los Heraldos”.
Unidos a Pedro, nada hay que temer
Los días de incertidumbre, confusión y abandono de la fe en que vivimos exigen de parte de los que se han puesto bajo la bandera del Supremo General de las huestes del bien una particular asistencia de la gracia para perseverar hasta el fin del combate.
En medio a esas luchas, contar con el apoyo de alguien tan unido a la esfera sobrenatural como Benedicto XVI revigoriza nuestra certeza de que junto a la Virgen Inmaculada nada hay que temer. Impetrar, unidos a Pedro, el pleno cumplimiento de los designios de la Providencia sobre esta obra es un gran consuelo.
De este modo, estas alentadoras palabras del primer Papa nos son dirigidas aún hoy por medio de sus Sucesores: “Nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pe 3, 13). He aquí la meta que nos une a las esperanzas de Su Santidad Benedicto XVI: la transformación de todas las cosas por la unión entre el Cielo y la tierra, que vendrá cuando el reinado de María se haga efectivo sobre los corazones y el mundo.
No obstante, los esfuerzos humanos son insuficientes en sí mismos para realizar los prodigios de la gracia que ese cambio implica. Éste sólo será posible cuando María Santísima diga nuevamente fiat, y, en atención a su voz melodiosa y armónica, un nuevo régimen de gracias se establezca sobre la Esposa Mística de Cristo, fluyendo del más puro y cristalino manantial: su Inmaculado Corazón.
Fuente: Revista “Heraldos del Evangelio”, No. 186, Enero 2019. Pags. 16-21.
Notas
1 El 3 de febrero de 2010, Benedicto XVI aprobó con carácter definitivo los estatutos de la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli y de la Sociedad de Vida Apostólica Femenina Regina Virginum. Ambas están constituidas, respectivamente, por los miembros de la rama sacerdotal y por los elementos más dinámicos de la rama fe-menina de los Heraldos del Evangelio, asociación privada internacional de fieles de derecho pontificio erigida el 22 de febrero de 2001 por el entonces Papa Juan Pablo II, ahora elevado a la honra de los altares.
2 BENEDICTO XVI. Luce del mondo. Il Papa, la Chiesa e i segni dei tempi. Città del Vati-cano: LEV, 2010, pp. 89-90.
3 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Carta del 29 de ju-lio de 2017.
4 Ídem, ibídem.
5 Ídem, ibídem.
6 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Carta del 26 de noviembre de 2018.
7 Actualmente esta iniciativa pastoral cuenta con 39.980 oratorios que están circulando en residencias particulares, edificios, escuelas, hospitales, asilos, cárceles, instituciones comerciales. Al ser favorecida por las oraciones del Papa Benedicto XVI, ciertamente crecerá aún más en número y fervor de aquí en adelante.
8 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Carta del 26 de noviem-bre de 2018.
9 Ídem, ibídem.
Cuando la impudicia ya iba haciendolos estragos por el mundo, Dios hizo de unaniña de once años una heroína de la mujerpureza. El Dr. Plinio demuestra lo que el ejemplode ella significa para nosotros.
El contraste entre los acontecimientos dolorosos en el terreno de la pureza, ocurridos en nuestros días, de un lado y, por otro, el ejemplo dado por Santa María Goretti es tan flagrante que no podemos dejar de hacer un comentario sobre el tema. Basta recordar que mientras la Iglesia venera en el día de hoy una santa la cual, aún en la infancia, fue víctima de un atentado brutal, bárbaro, bestial, y sacrificó su vida por amor a la pureza, se introducen actualmente costumbres escandalosos, obscenos a tal punto que no conviene
se mencionan en nuestro ambiente. La degradación moral no se detiene, excepto cuando ya haya destruido todo lo que tiende a destruir. Y el último paso será el nudismo más anarquista y completo. Debemos dar gloria a la Iglesia que continúa, en medio a la decadencia general, a presentar a los hombres un modelo contrario a aquello para lo cual el mundo contemporáneo camina.
De manera que eso es para nosotros una fuente de alegría, de consuelo, una inspiración para la lucha en defensa de estos valores, por mayor que sea la desolación reinante en ciertos medios al respecto. Santa María Goretti se nos presenta como una incitación al celo de la Iglesia por la pureza, al valor de esa virtud que siempre ha inculcado. De tal manera que más vale la pena a la persona sacrificar su vida que perder su castidad. Necesitamos comprender que fue sobrenatural la virtud de nuestra santa, y toda la desolación del mundo de hoy puede ser dominada y transformada en motivo de alegría, por la acción de la gracia divina. Así, no podemos desanimar en la lucha.
La introducción de la religión católica entrelos romanos restableció la virtud de lapureza, y la elevó a un grado hasta entonces desconocido por el mundo antiguo.
Recordemos que la pureza se ha restablecido y elevado a un grado hasta entonces desconocido en el mundo antiguo, por la introducción de la religión católica entre los romanos. Esta continúa siempre la misma y la preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, presente en la Eucaristía, puede ser llamado en nuestros días, como lo era en el pasado, el vino que engendra vírgenes. Por lo tanto, poseemos entre nosotros la levadura de todas las victorias y la causa de todos los éxitos. Basta tener fe, piedad, de saber rezar, hacer penitencia y reparación por los pecadores, que conseguiremos vencer esa ola inmensa de impiedad.
No se puede construirseriamente la civilización Cristiana, sin que, entre otras virtudes, la de lacastidad esté en la base
Me gustaría acentuar un punto. En toda esta cuestión social de que tanto se habla hoy en día, el problema de la pureza ocupa un lugar preponderante. No puede haber verdadero orden social sin auténtico orden familiar; y esta no existe sin la virtud cuyo nombre llena los hombres de respeto humano. Esta virtud necesita ser conocida, admirada y practicada por los católicos hasta la última perfección. Sobre ella poco se oye hablar: es la virtud de la castidad según el estado de la persona, o la castidad perfecta, o la matrimonial. Dos formas santas de virtud, que necesitan ser adoptadas y defendidas. El orden político y social se raja inevitablemente en los lugares donde la pureza no es observada. No se puede construir seriamente la civilización cristiana sin que, entre otra virtudes, la de la castidad esté en la base. De esta virtud Santa María Goretti nos dio bellísimo ejemplo.
Hay un principio de Paul Bourget, muy cierto, que es el siguiente: cuando la persona no actúa de acuerdo con sus ideas, acaba pensando de acuerdo con sus actos. Nuestra sociedad, antes incluso de adoptar las ideas anárquicas, va lamentablemente caminando hacia ellas por medio de las costumbres anárquicas.
Una palabra sobre el hombre que la asesinó
Condenado a la prisión, reconoció en toda extensión el mal por él practicado y se convirtió en un prisionero para modelar. Después de cumplir la pena, fue recibido como humilde hermano laico capuchino, y solicitó a la madre de Santa María Goretti que lo atendiera, pues quería pedirle perdón. Esta lo perdonó y luego ambos combinaron comulgar lado a lado en un día marcado, en una determinada iglesia. Vemos aquí un ejemplo de contrición verdadera, en un mundo donde ésta es cada vez menos conocida: una cabeza que se humilla, un pecho en el que se golpea reconociendo haber pecado, diciendo mea culpa.
Estos hechos nos ayudan a comprender que Santa María Goretti es nuestra patrona, para preservar en la virtud de la pureza; y, si tenemos la desgracia de alejarnos de ese camino, para reconducirnos a una verdadera penitencia y sincera conversión.
Es altamente oportuno pedir su ayuda el día de su fiesta. Si ella llegó a perdonar, por esa forma sublime, a su asesino y consiguió para un hombre tan depravado una forma tan alta de virtud, que se convirtió en un religioso; quién puede más, puede el menos. Entendemos así cuánta confianza podemos depositar en su intercesión.
(Extraído de conferencia del 6/7/1965).
Cuenta una antigua leyenda que el cisne blanco era mudo, pero que justo antes de morir emitía un bello canto. Y con él, relucían todas las bellezas que había reflejado en el agua y la hermosura que ésta le había prestado a lo largo de su existencia. Es bien sabido, desde tiempos remotos, que tal leyenda, aun siendo poética, no coincide con la realidad. Sin embargo, hizo su camino a través de los tiempos, como metáfora, para significar el final de algo que termina coronado con el éxito. Como se suele decir, simboliza un «cierre con llave de oro». En cierto modo, el Reino de María será como el «canto del cisne» de la humanidad. De hecho, podemos considerar el Reino de María como el ápice de la Historia, cuando la preciosísima Sangre de Cristo, derramada por nuestra redención, producirá sus mejores frutos.
San Luis María Grignion de Montfort y el Reino de María
Pero ¿por qué un Reino de Nuestra Señora? Porque «Jesucristo vino al mundo por medio de la Santísima Virgen, y por Ella debe también reinar en el mundo», enseña el gran mariólogo San Luis María Grignion de Montfort, en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen.
Con todo, uno podría preguntarse: si el mismo Jesucristo le dijo a Pilato que su Reino no era de este mundo (cf. Jn 18, 36), ¿cómo explicar un reinado suyo por medio de su Madre Santísima aquí en la tierra? ¿No se referirá San Luis Grignion al reinado de la Virgen en la eternidad, al final de todos los siglos? ¿O a su título de Reina de Cielo y tierra, que recibió cuando subió a los cielos y fue coronada por la Santísima Trinidad? No. Lo que San Luis Grignion afirma, cuando habla de un reinado temporal de María, es que Ella será, de hecho, la Reina de los hombres y ejercerá un gobierno efectivo sobre la humanidad. Cuando llegue ese tiempo, «respirarán las almas a María, como los cuerpos respiran el aire». Será una nueva era histórica en quela gracia habitará en el corazón de la mayoría de los hombres, que serán dóciles a la acción del Espíritu Santo a través de la devoción a María: «Se verán cosas maravillosas en este lugar de miseria, en donde el Espíritu Santo, hallando a su Esposa como reproducida en las almas, llegará a ellas con la abundancia de sus dones y las llenará de ellos, pero especialmente del don de su sabiduría, para obrar maravillas de la gracia». Será un tiempo feliz, un «siglo de María en que muchas almas escogidas y obtenidas del Altísimo por medio de María, perdiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se transformarán en copias vivas de María para amar y glorificar a Jesucristo».
Sin embargo, ¿cómo se va a realizar todo esto en nuestro mundo, que vemos en un estado tan lamentable? Es que nos resulta difícil imaginar una época en la que reine entre
los hombres la virtud y la aspiración a la santidad…
Pero San Luis Grignion es el que nos explica, en una de las oraciones más admirables que haya sido compuesta por alguien, su Oración Abrasada, cómo será esta maravilla: «El Reino especial de Dios Padre duró hasta el diluvio y terminó por un diluvio de agua; el Reino de Jesucristo terminó por un diluvio de sangre; pero vuestro Reino, Espíritu del Padre y del Hijo, continúa actualmente y se terminará por un diluvio de fuego, de amor y de justicia». Caerá sobre la tierra una lluvia del fuego abrasador del Espíritu Santo que transformará las almas, como ocurrió con los Apóstoles (cf. Hch 2, 3), que estaban reunidos en el Cenáculo con María Santísima después de la Ascensión de Jesús (cf. Hch 1, 14), en los comienzos de la Iglesia naciente. De medrosos y cobardes durante la Pasión de Nuestro Señor, se convirtieron en héroes de la fe, sin miedo y dispuestos a todo, para ir por todo el mundo y predicar «el Evangelio a toda la Creación» (Mc 16, 15). Por lo tanto, podemos decir con San Luis Grignion que la vida de la Iglesia es un Pentecostés prolongado, en que el Reino del Espíritu Santo se suma al Reino de Cristo, igual que éste se sumó al Reino de Dios Padre. Y en este Reino predicho por él, la sociedad temporal crecerá tanto en dignidad que los hombres, aunque vivan en esta tierra de exilio, serán semejantes a los habitantes del Cielo.
María: Reina en el sentido más excelso
La realidad de los hechos nos demuestra que la sociedad moderna es como un edificio en ruinas, especialmente si se compara con la época en que «la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados», según palabras de León XIII en su encíclica Immortale Dei. No obstante, lo cierto es que la restauración de estas ruinas será gloriosa, porque el Reino de María será la plenitud del Reino de Nuestro Señor Jesucristo, ya que la devoción a Nuestra Señora es la devoción, la misericordia y el amor de Nuestro Señor elevados hasta la más alta perfección.
Pero no será tan sólo un periodo en que la filosofía del Evangelio gobernará a los pueblos; yendo aún más lejos, será la edificación de la Ciudad de Dios descrita por San Agustín, en la que la cultura, la civilización, el Estado y la familia, en fin, todos los elementos que constituyen la vida en este mundo vivirán del amor a Dios.
San Bernardo dice, con toda hermosura, que Nuestra Señora, por ser «la Reina del Cielo, es misericordiosa. Y, sobre todo, es la Madre del Hijo único de Dios. Esto es lo que nos convence de que su poder y ternura son ilimitados; ¿y vamos a poner en duda el honor que el Hijo de Dios tributa a su Madre?» Así, esta nueva era histórica se llamará, con toda propiedad, Reino de María, precisamente porque las gracias que recibirá la Iglesia vendrán por medio de Aquella que es la Medianera de todas las gracias. Y será realmente necesario que la devoción a Nuestra Señora sea plena, como lo dijo en Fátima,que ésa es la voluntad de Dios, para que llegue el triunfo de su Inmaculado Corazón. Ahora bien, cuando la devoción a Ella es plena, es porque Ella está reinando y es Reina en el sentido más excelso; por lo tanto, es el Reino de María. En consecuencia, el Reino de María será la gloria de Dios, la de su Madre Santísima y la de la Santa Iglesia Católica; a decir verdad, será un esplendor tal de la luz de la virtud que sobrepujará todo el dominio que han tenido las tinieblas de esta época en que vivimos: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5, 20). Ese Reino conllevará una reparación de todo el mal practicado en el pasado, y especialmente en nuestros días, realizando, por fin, la voluntad de Dios en la tierra como en el Cielo.
Plenitud y perfección de la Iglesia
En el Mensaje de Fátima se deja claro que la venida del Reino de María es irreversible. Pero no sólo eso: el reinado de la Santísima Virgen traerá consigo una nueva plenitud y perfección para la Iglesia, porque al castigo seguirá la misericordia: el Reino de María vendrá por un acto de clemencia de la Virgen, puesto que la afirmación «mi Inmaculado Corazón triunfará» significa que triunfarán la misericordia y la bondad de Nuestra Señora. Después de obtener para el mundo un castigo regenerador, Ella lo va a colmar de dones. Así, el Reino de María será una gran reconciliación, que es indispensable para que la Iglesia alcance la perfección a la que es llamada. Habría sido contrario a los planes de la Providencia que Nuestro Señor no alcanzara la plenitud de su desarrollo físico, moral e intelectual, en su humanidad santísima, antes de la muerte en Cruz, porque Él no podría haber venido al mundoy quedarse incompleto en algo, sin llegar a su perfección, en la forma como se dio.
Basándonos en el principio de que todo lo que se refiere a Nuestro Señor puede y debe ser aplicado a su Cuerpo Místico, tampoco sería algo según los planes de la Providencia que el mundo terminase sin que la Iglesia alcanzara la perfección a la que está llamada. Sin embargo, en el pasado, en ninguna época histórica después de Cristo, llegó a su auge de perfección; por lo tanto, esa perfección todavía está por llegar y nada la podrá frenar.
Por esta razón, el deseo del advenimiento del Reino de María debe estar presente en el alma de todo católico, como un soplo de la gracia, una certeza colocada en el alma por la acción del Espíritu Santo, pues el que pierde esta esperanza es como si dejara que el amor de Dios saliera de su corazón.
Inexorable ley de la Historia: el bien resurge a partir de un pequeño resto de fieles
De este modo, teniendo en cuenta todo lo que se ha analizado en esta obra, nadie puede negar que el mundo está en una crisis sin precedentes, denunciada por la propia Madre de Dios en Fátima. Esta crisis, cuyo ámbito de acción es el propio hombre, ya sea en el ámbito moral, religioso o social, tiende a avanzar hacia un trágico final. Frente a un cuadro tan dramático, estaríamos tentados a pensar que no hay ninguna solución para el problema, si no nos acordáramos de la afirmación del Apóstol: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13).
En este sentido, si nos fijamos en la trama de la Historia, vemos que, en muchísimas ocasiones, el número de los fieles se queda reducido a un resto que, fortalecido por la gracia, enarbola la bandera de la verdad y la ortodoxia. Esto se puede comprobar incluso en las Sagradas Escrituras, donde se revelan muchas circunstancias en las que Dios hace resurgir el bien a partir de un puñado de justos. De hecho, se conoce el nombre misterioso que Isaías le pone a su primer hijo; a decirverdad, es un nombre de carácter profético: «Sear-Yasub» (7, 3), que significa un resto volverá.
Sería como si Dios tuviese el plan de guiar a la humanidad hacia una determinada dirección; pero, como ésta prevarica, traza un plan nuevo, escogiendo a unos pocos fieles que quedan para ser sus instrumentos y, a partir de ahí, hace surgir algo mejor todavía. Si analizamos la Historia Sagrada, vemos que después de la caída de Adán y su consiguiente expulsión del Paraíso, hubo tales pecados entre los hombres que se hizo necesario un castigo divino para destruirlo todo: el Diluvio. Sin embargo, Dios separó a un resto: a Noé y a su familia. Y, al concluir una alianza con él, la tierra es repoblada otra vez.
La prevaricación de los hombres en la construcción de la Torre de Babel fue algo a la manera de un segundo pecado original. Por eso sobrevino otro castigo divino: la dispersión de los pueblos y la confusión de las lenguas. Una vez más, Dios llama a un justo, Abraham, para que sea el padre de un pueblo que Él mismo elige para sí, y establece con él una nueva alian-za con la que inaugura una era patriarcal entre sus elegidos. Estos episodios confieren a la Historia una belleza particular. Y el proceso vuelve a comenzar con una maravilla superior: la promesa del Mesías, que nacería de ese pueblo, de una Virgen que concebiría y daría a luz al Hijo de Dios (cf. Is 7, 14).
No obstante, el pueblo elegido y amado por el Altísimo viola muchas y muchas veces la alianza, se rebela contra su Creador y va hundiéndose en continua decadencia hasta «la plenitud del tiempo» (Gál 4, 4), cuando se da el nacimiento del Mesías. Sí, el Mesías que sería entregado para morir por su propio pueblo con una «muerte de cruz» (Flp 2, 8).
Otra vez parece que el plan divino no se realiza, puesto que Dios aplica su justicia y dispersa al pueblo hebreo, pero se sirve de un resto de fieles de este amado Israel para fundar su Iglesia y extender el buen olor del Evangelio por toda la faz de la tierra, lográndose así una nueva victoria divina. Sin embargo, con la decadencia de la Edad Media, los buenos fueron debilitándose, a pesar de algunos intentos de resurgimiento, y llegamos a nuestros días en medio de una aparente derrota del bien.
El mejor vino llega al final
Así, si Dios realizó cosas tan extraordinarias en el pasado, seguro que también las hará en el futuro, y cosas aún mayores. Haciendo una interpretación de carácter sobrenatural de toda esta perspectiva histórica, podemos afirmar que, después de haber sido muy derrotado y muy aplastado, el bien resurgirá con nuevo vigor.
Alguien podría objetar haciendo una pregunta: ¿cómo se prueba que el Reino de María es irreversible?
Respondemos con la lógica de la fe: el mal tiene que llegar a su paroxismo, igual que el hijo pródigo del Evangelio, que tuvo que llegar a comer las bellotas de los cerdos (cf. Lc 15, 16) para caer en sí y volver a la casa de su padre, a la verdad de la Fe.
El mismo Evangelio nos enseña que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Existe, por lo tanto, un dinamismo misterioso de la Divina Providencia, por el cual es preciso que el fruto se descomponga y muera para que la semilla sea liberada. De forma análoga, es necesario que el ciclo de la decadencia del mundo moderno llegue a su fin y se destruya a símismo, como la enfermedad, que desaparece llevando al enfermo a la muerte: enfermedad y muerte acaban juntas.
Además, fue María Santísima quien, en las Bodas de Caná, obtuvo de Nuestro Señor el milagro de la transformación del agua en vino. Y si bien es cierto que el mayordomo le dice al novio que había guardado el mejor vino hasta el final (cf. Jn 2, 9-10), bien podemos exclamar encantados, llenos de alegría y gratitud hacia Nuestro Señor: «Habéis dejado vuestras mejores gracias y vuestros mejores favores para el final de la Historia del mundo». El episodio de las Bodas de Caná, es decir, el primer signo de Jesús hecho a ruegos de María, es la expresión más clara del Reino de María. Este Reino será el vino nuevo de una nueva sociedad que surgirá. Para usar una bella metáfora del Dr. Plinio, será como «un lirio nacido en el lodo, durante la noche y bajo la tempestad», también a ruegos de Aquella que es la Reina del Cielo y de la tierra.
Cfr. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. ¡Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará! Heraldos del Evangelio Guatemala 2017 pp. 115 ss.
En su más reciente libro, Monseñor João Clá Dias, EP, desvenda una visión inédita del esposo de María Santísima y revela la altísima misión que le cabe en la implantación del Reino de Ella. Transcribimos aquí algunos de los trechos compuestos por el fundador de los Heraldos del Evangelio para la introducción de esta obra.
Al enviar su Hijo al mundo, el Padre bien sabía que Él estaría cercado del odio desenfrenado y mortal de los malos, como evidenciará el sangriento episodio del martirio de los Santos Inocentes ordenado por Herodes. Entretanto, no lo hizo nacer en un inexpugnable castillo construido sobre la roca, no lo llenó de ejércitos numerosos y disciplinados, ni le concedió una compañía de guardias que lo escoltasen. ¡Las soluciones de Dios son siempre más bellas!
El pequeño Jesús ya estaba amparado por el afecto de la mejor de las madres, pero para defenderlo de tantos riesgos un solo hombre fue escogido: José, a quien el propio Padre Eterno eligió para ser, en esta tierra, el padre virginal de Jesús. Él será el brazo fuerte del Todopoderoso para custodiar y salvar de los más variados peligros al Hijo de Dios y su Madre Santísima.
Por eso, San José fue un varón dotado de altísima sabiduría, de vigor indomable y de intachable inocencia. Nadie, en toda la Historia, alió como él la más fina inteligencia a la más íntegra pureza, constituyéndose en pieza clave de la victoria del bien sobre el mal.
Alma ardiente y contemplativa, pero impregnada de cariño
El Autor, Mons. João Clá Dias, no conoce una presentación del perfil moral de San José más apropiada a introducir el lector en el estudio de la vida, las virtudes y los excepcionales dones del casto esposo de Nuestra Señora, que la descripción hecha por Plinio Corrêa de Oliveira:
Casado con Aquella que es llamada de Espejo de Justicia, padre adoptivo del León de Judá, San José debía ser un modelo de fisionomía sapiencial, de castidad y de fuerza. Un hombre firme, lleno de inteligencia y criterio, capaz de hacerse cargo del secreto de Dios. Un alma de fuego, ardiente, contemplativa, pero también impregnada de cariño.
Descendía de la más augusta dinastía que ya hubo en el mundo, esto es, la de David. […] Como príncipe, conocía también la misión de que estaba imbuido, y la cumplió de forma magnífica, contribuyendo para la preservación, defensa y glorificación terrena de Nuestro Señor Jesucristo. ¡En sus manos confiara el Padre Eterno ese tesoro, el mayor que jamás hubo y habrá en la Historia del universo! Y tales manos solo podían ser las de un auténtico jefe y dirigente, un hombre de gran prudencia y de profundo discernimiento, así como de elevado afecto, para cercar de la ternura adoradora y veneradora necesaria al hijo de Dios humanado.
Al mismo tiempo, un hombre listo para enfrentar, con perspicacia y firmeza, cualquier dificultad que se le presentase: fuesen las de índole espiritual e interior, fuesen las originadas por las persecuciones de los adversarios de Nuestro Señor. […]
Acostúmbrase apreciar y alabar, con justicia, la vocación de Godofredo de Bouillon, el victorioso guerrero que, en la Primera Cruzada, comandó las tropas católicas en la conquista de Jerusalén. ¡Es una linda proeza! Él es el cruzado por excelencia.
¡Sin embargo, mucho más que retomar el Santo Sepulcro es defender al propio Nuestro Señor Jesucristo! Y de eso San José fue gloriosamente encargado, tornándose el caballero-modelo en la protección del Rey de reyes y Señor de señores (1).
Misteriosa participación en el plan hipostático
En esta obra, Monseñor João desea presentar el genuino perfil del gran Patriarca de la Iglesia, a fin de fomentar, con todo énfasis, la auténtica devoción en relación a su extraordinaria figura.
San José fue un héroe insuperable, un verdadero Cruzado de la Luz; en síntesis, el hombre de confianza de la Santísima Trinidad. Su fuerza está profundamente ligada a su virginidad, pues la pureza íntegra es la única capaz de originar en el corazón humano las energías necesarias para enfrentar las dificultades con ánimo resoluto y total certeza de la victoria.
Sin duda, San José es el mayor Santo de la Historia, dotado con una vocación más alta que la de los Apóstoles y la de San Juan Bautista, como apuntan autores avalados (2).
Esta afirmación se apoya en el hecho de que el ministerio de San José está íntimamente unido a la Persona y misión redentora de Nuestro Señor Jesucristo, participando de modo misterioso, conforme será tratado en momento oportuno, del plan hipostático.
Tal proximidad con Dios hecho Hombre le permitió beneficiarse como nadie, después de Nuestra Señora, de los efectos de la Encarnación, habiendo sido santificado de forma superabundante por ese Niño Divino que lo llamaría de padre, aunque San José no haya concurrido para su generación natural.
Él todavía no mostró la fuerza de su brazo
Tampoco era conveniente que el escogido para ser el esposo virgen de Nuestra Señora no estuviese a la altura de la criatura más pura y más santa salida de las manos de Dios. ¿En función de eso, se puede aventar la hipótesis de que él fue santificado desde su concepción, como su Esposa?
Estas y otras consideraciones relativas al Santo Patriarca atraerán nuestra atención a lo largo de estas páginas.
De hecho, muchas verdades aún no manifestadas sobre la persona de San José deben ser proclamadas desde lo alto de los tejados, a fin de dejar patente la grandeza oculta de ese varón. Tanto más que, en esta hora de crisis y de tragedia en la cual se encuentra el mundo y la Iglesia, su figura ha de tomar un realce providencial. El casto esposo de María aparecerá en todo su esplendor, como nunca antes en la Historia, para que los fieles recurran a él como insigne defensor de los buenos.
Sí, San José ya fue proclamado Patrono de la Santa Iglesia, pero todavía no mostró a la humanidad la fuerza de su brazo. ¡Tempus faciendi! Están llegando los días en que, bajo el amparo del padre virginal de Jesús, los escogidos de Dios harán grandes proezas a fin de instaurar el Reino de Cristo sobre la tierra, Reino de paz y de pureza, Reino también, porque no decirlo, de María y de José.
(Transcrito, com pequenas adaptaciones, de: CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. São José: quem o conhece? São Paulo: Lumen Sapientiæ, 2017 – in “Revista Arautos do Evangelho”, agosto/2017, n. 188, p. 32 a 33)
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1- CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. São José, esposo de Maria e pai adotivo de Jesus. In: Dr. Plinio. São Paulo. Ano II. N.12 (Mar., 1999); p.14-15; 17.
2- Cf. SUÁREZ, SJ, Francisco. Misterios de la vida de Cristo. Disp.VIII, sec.1- 2. In: Obras. Madrid: BAC, 1948, t.III, p.261-281.
Fuente: Gaudium Press
El 30 de diciembre de 1988, su Santidad Juan Pablo II, emitió la Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles Laici sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Señalando que: “Los fieles laicos han de sentirse parte viva y responsable de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad, llamados como están a anunciar y a vivir el Evangelio en el servicio a los valores y a las exigencias de las personas y de la sociedad.”.- “En la vida de cada fiel laico hay además momentos particularmente significativos y decisivos para discernir la llamada de Dios y para acoger la misión que Él confía.” “Esta es la tarea maravillosa y esforzada que espera a todos los fieles laicos, a todos los cristianos, sin pausa alguna: conocer cada vez más las riquezas de la fe y del Bautismo y vivirlas en creciente plenitud. El apóstol Pedro hablando del nacimiento y crecimiento como de dos etapas de la vida cristiana, nos exhorta: «Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación»”
El 22 de febrero del 2001, se funda los Heraldos del Evangelio, como una Asociación Internacional de Fieles de Derecho Pontificio y, el Santo Padre Juan Pablo II, les dijo: “Sed mensajeros del Evangelio por intercesión del Corazón Inmaculado de María”. Dicha Asociación tiene como finalidad, “el ser instrumento de santidad en la Iglesia, ayudando a sus miembros a responder generosamente al llamamiento a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, favoreciendo y alentando la más íntima unidad entre la vida práctica y la fe”.
El 14 de junio del 2017, el señor Andrea Tornielli, que tiene relación con el Vaticano, publicó en el diario italiano La Stampa un artículo denominado: “La doctrina secreta de los Heraldos”, “Plinio Correa incentiva la muerte del Papa”; documento que es repetido en Brasil en el sitio O Globo: “los Heraldos del Evangelio, es una institución conservadora de sacerdotes exorcistas, ¡”son satanistas”!- “La Folha de Sao Paulo, afirmó que: “deseaban la muerte del Papa” e, “hicieron un pacto con el diablo”.
Artículo con un título muy sugestivo, y en el desarrollo del mismo se ve y se puede dar cuenta el lector, que hay una serie de afirmaciones aberrantes, malintencionadas y con el afán exclusivo de causar daño, no es posible que se permita escribir en un medio de comunicación serio, tanta barbaridad, sin haber contrastado, sin realizar una investigación seria y sin apasionamientos.
No es posible, que un articulista que debe tener una formación amplia, ética y honesta, saque de contexto, algunas frases de una reunión realizada entre los miembros de los Heraldos del Evangelio, causando gran revuelo entre la comunidad cristiana y pretendiendo dividir a los cristianos que conocen y siguen, la magnífica obra evangelizadora de dicha Asociación.
En el mencionado artículo se habla mucho del diablo, llevándonos a pensar que, el artículo es una diablura del señor Andrea Tornielli.
El Papa Francisco, tiene que llamarle al indicado señor, para que realice las debidas rectificaciones y pida las correspondientes disculpas, con el fin de lograr la unidad de la Iglesia Católica.
Hay que tener Fe y Esperanza de que aquellos, que realizaron actos y acciones deshonestas, se arrepientan, pidan perdón a los ofendidos y piedad al Creador.
Tenemos que ser valientes ante las amenazas permanentes y apoyarnos con paciencia y con toda la fuerza, ya que al fin el Sagrado Corazón triunfará.
Fue el otro día, cuando el encargado de guiar a un visitante se introdujo en la nave del templo gótico sin encontrar al que debería ser guiado. Lo busca con la mirada en un sitio, en otro, pero no lo halla.
Entretanto, suave como un murmullo, como el correr de un riachuelo emocionado y delicado, el Heraldo escucha unos casi imperceptibles sollozos. Llevado por ellos encuentra, detrás de una columna, a una señora bañada en lágrimas que al ser ‘descubierta’ le dice con pena y el corazón en la mano: “Discúlpeme. Vea usted, durante 40 años juré que Dios no existía. Y cuando entro a esta iglesia evidencio que sí, que Dios existe…”.
¿Qué produjo la anterior cuasi fulminante conversión?
La gracia sí, ayudada por la sublimidad. Se trata de la Basílica Nuestra Señora de Fátima, de los Heraldos del Evangelio, dedicada en el año 2014, maravilloso templo neogótico ubicado entre los municipios de Cotia y Embu das Artes, en el estado de San Pablo, Brasil.
Decimos neogótico por intentar ubicar en una categoría conocida el estilo. Pero es más que neogótico. Es claro que los arcos ojivales, las bóvedas que tiran hacia lo alto, las torres floridas, los frescos a lo Fra Angelico y demás elementos son particulares de este estilo nacido en la gran Edad Media. Pero realmente la Basílica de Fátima de los Heraldos del Evangelio es más que gótica, es de un trans-gótico, un gótico del más allá. Y lo que más impacta es el colorido. Bien, es el conjunto, pero particularmente el colorido.
Las proporciones de sus tres naves no son gigantescas, son grandes y perfectas, con bóveda central muy hacia lo alto. Pero nuevamente es el color el que ayuda a subir, un color que en esa cúpula central es de un azul no ‘minuit’ ni ‘crepusculaire’, sino entre aguamarina y celeste, con lindas estrellas de oro.
“Du sublime au ridicule il n’y a qu’un pas”: Lo sublime queda a un paso de lo ridículo, repiten los franceses. Es decir, procurar lo sublime -que muchas veces debe tener la característica de lo novedoso, porque lo bello pero común es menos bello- es algo que fascina pero arriesgado: si no se consigue se queda en ridículo y lo ridículo es feo, vergonzoso.
¿Combinar tonos naranjas con azules y con verdes, y con rojos? Solo Dios, en algunas de sus aves, también en los atardeceres, pero porque es Dios, autor de los colores. Entretanto la Basílica de Nuestra Señora de Fátima de los Heraldos del Evangelio tiene la más magnífica combinación de colores que hayamos visto, llenos de contrastes, armónicos, algunos no tan contrastados sino secuenciales, tal vez con predominancia de los pastel, pero no sólo de ellos. ¿Cómo se consiguió esto? Almas inspiradas, inocentes, bajo la guía de su fundador Mons. João Clá Dias. Almas inspiradas por Dios.
Las columnas tienen apliques de flores de lys (‘el gótico es florido’ nos dijo nuestro cicerone) y de otras figuras. Los vitrales son también muy floridos, salvo algunos como el del imponente Carlo Magno al final de la nave derecha. Los frescos representan diversos momentos de la vida del Señor, relacionados con el calendario litúrgico. Pero por todas partes colores, formas sí, pero que casi no son capaces de contener colores, colores que sirven de trasfondo a llamas, a lirios estilizados, a estrellas de diversos tamaños, a frescos también coloridos, colores que impregnan los arcos, las columnas.
Digno de nota es el suelo de la iglesia, de mármoles y otras maravillosas piedras del Brasil, conformando bellas figuras, también muy coloridas, con la propia fuerza del color que emana de la piedra.
El suelo… se nos olvidaba decir que precede la Basílica, el patio tal vez -y también- más bello del mundo… A la Basílica se llega pisando con cuidado, con un respeto que introduce el espíritu en otra clave; antes del atrio es este patio maravilloso el que prepara el alma para encontrarse con Jesús sacramentado.
Jesús sacramentado. La capilla del Santísimo Sacramento, detrás del presbiterio está llena de luz y paz. El fondo de la pared es blanco, blanco de resurrección y feliz y serena quietud, con toques de llamas doradas. Encima del altar, un retablo gótico realizado igualmente con las maravillosas piedras del Brasil, en el que se incrusta un inédito sagrario, también en el magnífico estilo de los Heraldos del Evangelio. Aunque el Santísimo Sacramento no esté expuesto, lo que sí ocurre con frecuencia, el deseo que surge espontáneo es de arrodillarse y rezar, rezar, meditar, dejarse purificar por la atmósfera sobrenatural. Particularmente bellas son allí las fuertes puntas de arcos góticos que como lluvia de gracias caen sobre los adoradores.
Cada detalle en la Basílica fue realizado con esmero. Eso se percibe por ejemplo en las figuras decorativas que se sobreponen a los tonos plata y bronce de ciertos arcos. Pero realmente los detalles están en todo.
Fue maravilloso llegar a la Basílica. Fue maravilloso estar en ella por espacio de casi tres horas. Fue una bendición rezar el rosario en el patio de entrada mientras iba cayendo el sol, en un límpido atardecer que podíamos contemplar casi en 360 grados.
Fue maravilloso rezar en la Basílica, y luego adorar al Jesús Hostia en la capilla del Santísimo. Fue en extremo amable nuestro Heraldo guía. Fue maravillosa la eucaristía a la que pudimos asistir, con todo el ceremonial característico de los Heraldos del Evangelio, con sus voces, que en ese ambiente parecían de ángeles. Fue doloroso partir, pero se iba haciendo tarde.
Con la ayuda de la Virgen volveremos, al tal vez más sacral y sublime templo del mundo.
Fuente: Alateia
Recientemente el Sr. Tornielli publicó un artículo polémico en el blog Vatican Insider, del diario La Stampa: «La doctrina secreta de los “Heraldos”: “Plinio Correa incentiva la muerte del Papa”»
Quien lee los artículos y libros del prestigioso vaticanista, Sr. Andrea Tornielli, puede recrearse pensando en la pintoresca imagen de un camaleón. Y es que sus publicaciones denotan una astuta capacidad para adaptarse al entorno en el que se encuentra y llevar a cabo sus actividades: supo sonreírle a Juan Pablo II, acariciar el pontificado de Benedicto XVI y, al mismo tiempo, ir poniéndolo discretamente de lado, cuando ya andaba cogido de la mano de Francisco…
Recientemente, el señor Tornielli ha publicado un polémico artículo en el blog Vatican Insider, del diario La Stampa: «La doctrina secreta de los “Heraldos”: “Plinio Correa incentiva la muerte del Papa”». Teniendo en cuenta el conocido carácter camaleónico del articulista, surgen dos preguntas en relación con esta publicación: ¿qué es lo que pretende? ¿Para qué ambiente está ya anticipando una nueva adaptación?
Es interesante notar que el autor resucita, en el artículo mencionado, denuncias antiguas, muy antiguas, contra el profesor Plinio Corrêa de Oliveira, sobre la veneración que muchos le tenían en vida, y la devoción privada a su madre, Dña. Lucilia. Ahora, Mons. João Scognamiglio Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio, es el blanco de los mismos ataques. Son acusaciones ya obsoletas, que fueron todas ellas contestadas y debidamente refutadas según los dictámenes de la más estricta doctrina católica.
Timeo hominem unius libri. Esto es precisamente lo que los lectores de la prensa católica pueden concluir actualmente viendo el grado de conocimiento que tiene el Sr. Tornielli del tema que trata en su artículo: temo al hombre de un solo libro. Y esto no queda nada bien para un articulista de su porte… Vamos a ver por qué.
En primer lugar, podríamos sugerirle al Sr. Tornielli que volviera un poco al pasado de la institución que con tanta vehemencia ataca, y prestase algo de atención en una obra publicada en 1985 –Servitudo ex Caritate– con el parecer del eminente teólogo P. Victorino Rodríguez y Rodríguez, OP. En este trabajo, que nunca fue refutado, el asunto de la Sagrada Esclavitud a Jesús por las manos de María, así como el de los vínculos espirituales entre el Prof. Plinio y sus discípulos -tema que menciona en su artículo-, fueron completamente aclarados para el pasado, para el presente y para el futuro.
¿Y por qué no leer también el libro Doña Lucilia, de 1995, que contiene un elogioso prólogo del P. Antonio Royo Marín, OP, y ha sido reeditado en colaboración con la Libreria Editrice Vaticana en 2013, también en italiano? Su lectura habría sido suficiente para entender que los fundamentos de la devoción a esta gran dama brasileña se basan en su vida, de una virtud impecable, y en la costumbre doblemente milenaria de la Santa Iglesia. Permita que le digamos, Sr. Tornielli, que puede serle conveniente una revisión de sus apuntes de cuando estudió el catecismo, puesto que antes incluso de que alguien sea canonizado, la Santa Madre Iglesia pide que sea reconocida su fama de santidad.
¿Y sobre la devoción al Dr. Plinio? Si al Sr. Tornielli le interesan datos más actualizados, le invitamos a que haga un estudio serio de una obra muy reciente, de 2016, publicada en cinco volúmenes, también por la Libreria Editrice Vaticana, con más de cien mil colecciones impresas, cuyo título es El don de la sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa de Oliveira. En ese trabajo está detallada la historia del origen, y la fundamentación teológica del tema, que en su artículo trata de manera tan tendenciosa.
Es verdad, sin embargo, que ante el Sr. Tornielli apareció de repente, una inusitada y gran novedad: un vídeo privado, divulgado fuera de contexto y superado por el tiempo, puesto que es de hace un año y medio. Aunque el uso del vídeo está restringido a la institución, fue obtenido ilegalmente por un hombre exaltado en su aversión a la TFP y los Heraldos -siendo él mismo un exmiembro de la TFP-, casado con una señora que es exmiembro del Opus Dei, y que ambos dedican buena parte de su tiempo a atacar a las entidades a las que pertenecían. Y a esta fuente acudió el influyente Sr. Tornielli para buscar su imparcial información…
Se trata del registro de una reunión privada de clérigos, que no implicó en cambio alguno de orientación en los Heraldos del Evangelio, ya sea en su relación con la Sagrada Jerarquía y la sociedad civil, ya sea en su labor con la inmensa cantidad de seguidores del movimiento. El objetivo de la reunión registrada fue simplemente el intercambio de impresiones sobre ciertos fenómenos preternaturales, en un ambiente familiar ameno y distendido. A pesar de ello, unas manos criminales, todavía desconocidas, decidieron maliciosa e inconsecuentemente dar a conocer su contenido a un público que, en su gran mayoría, no tiene conocimientos teológicos suficientes para formarse un juicio adecuado sobre su contenido. No fue difícil, por tanto, crear confusión en sus mentes. Por otra parte, a esas mismas manos no les interesó, por supuesto, divulgar las conclusiones de estos análisis.
Pero ¿por qué el Sr. Tornielli no buscó a los Heraldos para aclarar el asunto? Bien podríamos decir: timeo hominem unius factionis, temo al hombre de las medias verdades, al hombre parcial, al que no sabe y no quiere oír ambas partes.
¿Estará actuando el Sr. Andrea Tornielli solo? No lo sabemos…
Pero podemos afirmar, analizando el artículo del renombrado vaticanista y las circunstancias mencionadas, que está contribuyendo ciegamente a la destrucción de la tan soñada unidad que los Padres del Concilio Vaticano II quisieron llevar a cabo y que tres grandes hombres concretizaron: san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Mons. João Clá. Aquí está una manera de arrasar con la doctrina de un Concilio Ecuménico y con la dedicada labor de dos papas -uno de ellos todavía vivo entre nosotros- y un fundador, con quien, según un prefecto de la Congregación para los Religiosos, el cardenal Franc Rodé, ¡la Iglesia está en deuda!
Cui prodest? ¿Quién se beneficia de esta actitud? Ciertamente el mundo católico está desconcertado: esta vez, el tono que muestra el camaleón es tan surrealista, que, hechas las debidas ponderaciones, sigue levantando preguntas en relación con sus diferentes y nuevos tintes:
– ¿A quién representa el Sr. Andrea Tornielli?
– ¿Tiene la intención de causar un cisma en la Iglesia?
– ¿Con qué objetivo?
Por último, aclaradas las falsedades y distorsiones, le hacemos una invitación a que vuelva a un periodismo culto, serio y ético. Los Heraldos del Evangelio consagran a San José, patrono de la Iglesia, su propia defensa, con la certeza de que no van a ser desamparados por el padre virginal de Jesús y esposo castísimo de María. Sin perjuicio de los propios derechos, están dispuestos siempre a acoger con benevolencia la retractación de los calumniadores y a perdonarlos sinceramente, pues no guardan ningún resentimiento.
Autor : Gaudium Press
Una “epidemia” muy antigua entre los hombres, hoy ultra dimensionada por el uso de los medios electrónicos de comunicación
Fernando Gioia, EP. Heraldos del Evangelio.
En tiempos idos, mismo en los cuales aún no existía la televisión – no tan lejanos, pues esta irrumpió en los hogares a inicios de la década del 50 – ya los hombres, especialmente ellos pues casi no existía entre el género femenino, sufrían la burla en las escuelas, colegios, clubes, y otros momentos del convivio social. También la agresión de los que se consideraban, y no pocas veces lo eran, más fuertes físicamente. El acoso era menos acentuado. La colocación burlesca de motes sí era común.
En nuestros días, este fenómeno está tomando una presencia alarmante, especialmente en escuelas y colegios, que son los lugares en que los niños y jóvenes pasan gran parte del día, ambiente hoy contaminado por el revolucionario mundo que vivimos. Sí, no se asuste el lector de este término, pues la crisis de valores que asistimos es tal, que seríamos ingenuos en considerar que es un fenómeno normal del convivir humano. No es así, es una revolución cultural que ha penetrado, poco a poco, y que la tenemos frente a nosotros como que dominando todo. Es allí donde la burla, el acoso, la agresión, el “bullying” – anglicismo como se lo llama por influencia norteamericana (uno de los países que más lo padece) -, hace sus estragos, ante la reacción angustiada de educadores, la indiferencia de la mayoría de los compañeros, la complicidad de otros, y la actitud agresiva, violenta, injusta, provocadora, insultante, degradante, y no sé cuántos calificativos más podríamos ponerle, a este grave pecado contra la caridad para con el prójimo, de parte de los promotores o ejecutores del “bullying”.
En otros tiempos era la burla oral, o la agresión física lo que campeaba en escuelas o colegios. Hoy, con los modernos medios electrónicos de comunicación, se ejerce otro sistema a más de presión. De lo que era una grave situación, el “ciberbulying”, así como el corruptor sistema de “sexting” (exhibicionismo o envío de imágenes indecentes) entran en escena agudizando la situación. Ambos produciendo un maltrato psicológico, que es tanto o más grave que el físico o verbal. Y esto ocurre normalmente, en promedio, entre preadolescentes, de 12 a 15 años.
Ante nosotros encontramos un enfrentamiento entre el “acosado”, que son niños normales, moralmente preservados, tímidos, que por alguna característica física, el color de piel o nacionalidad, sufren burla o discriminación. Del otro lado están los que califican los expertos de “acosador”. Acosador que por sentirse con poder, para aparecer y ser considerado líder, es normalmente un antisocial; procediendo, no en pocas veces, de familias en conflicto.
Cuando el acoso es físico produce daños a su víctima u objetos personales. Es verbal por medio de humillaciones, insultos, desprecios, ofensas, etc. Otras veces, si bien que todo puede ir junto, es por medio del aislamiento, la dura situación de sentirse excluido de la vida social de un colegio o escuela. Todo esto tiene graves efectos psicológicos provocando miedos, soledades, crisis nerviosas, que llegan, en situaciones extremas de hostigamiento, al suicidio del pobre niño o niña burlado o acosado. Es el vulgarmente llamado “bullying”.
No hay nivel social de escuela o colegio en que no ocurra esta peste de fenómeno psicológico-social invadiendo los ambientes juveniles de los días de hoy.
Los nuevos medios electrónicos de comunicación, el acceso fácil a ellos de parte de niños y pre adolescentes, han hecho que este acoso sea más constante, penetrando en la privacidad de los victimados, superando el espacio (escuela-colegio) y el tiempo (fuera del horario de clases). La defensa ante estos ataques – es el nombre que debemos ponerle – se presenta de una debilidad que asusta, y nos hace pensar en el futuro del convivio social juvenil viendo aproximarse las tristes consecuencias.
No caigamos en una “alegría optimista” de algunos padres al ver la precocidad de sus hijos (a veces de apenas 7 años) utilizando las redes sociales. El saber usar estos aparatos no es sinónimo de estar en condiciones psicológicas o espirituales preparados para hacerlo.
De los tiempos en que no había televisión (o en que había un solo aparato para toda una familia) a los tiempos en que cada niño o niña poseen un instrumento que, si bien les ayudará a comunicarse con sus familiares, a informarse de cosas necesarias, acaban teniendo en sus manos un elemento que lo podrá llevar a situaciones de ser víctima de “cyberbullying”, o de “sexting”, y caer en el desespero de traumáticas consecuencias psicológicas.
Cometería una falta de caridad si antes de terminar este artículo no hiciese un llamado de atención, un apelo, una advertencia, a quienes, de una forma u otra, directa o indirectamente, participan de este diabólico proceder.
Primeramente a los que son los autores principales: recapaciten, cambien de actitud. Sólo les repito las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, “al que escandalizare a uno de estos pequeños, más le valdría…”, busquen en Lc 17, 2 las consecuencias.
A los cómplices directos, pues normalmente, es un accionar con un líder seguido por otros que son arrastrados a este mal: les digo que son tan responsables de este pecado, como el propio burlador o agresor.
¿Y qué decir a los que presencian con gusto y no hacen nada para parar este malvado acto?: no tienen la valentía de detenerlo y quedan asistiendo a una “crucifixión” de un hijo de Dios, de un “hermano”, sin hacer nada para impedirlo, pecan de omisión.
Y los indiferentes: ¡qué horror ser indiferente!. Sólo pensar en sí, en sus placeres, en su vidita…, cuidado, pues Dios podrá hacerse indiferente de vosotros cuando sea vuestro juicio particular, nos responderá: “no os conozco” (Mt 25, 12).
Profesores, maestros: estén alerta a los acontecimientos. No lo permitan. Tomen medidas drásticas sobre aquellos que violan el mandamiento de la caridad, pues si dejan eso desarrollarse, serán responsables de que este cáncer llegue, como lo estamos viendo, a las entrañas de la sociedad.
Padres de familia: cuiden, apoyen, orienten, alerten a sus hijos de los peligros que rondan en torno de ellos en esta convulsionada sociedad en la que les ha tocado nacer.
Que valga para todos nosotros el compenetrarnos de que estamos viviendo los resultados del alejamiento de Dios. Al no haber amor de Dios… poco podremos pedir de amor al prójimo. Los más importantes mandamientos: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón… y a tu prójimo como a ti mismo” (Mc, 30-31), quedan sustituidos por el trato brutal, sin misericordia, despreciando al débil o necesitado…
Que la Virgen Santísima, Madre de Misericordia, convierta, despierte, proteja e ilumine a unos y otros de los actores de esta “epidemia”, tan antigua, que está tomando características de pandemia…en nuestros jóvenes.