Joaquín y Ana -los dos pertenecientes a la tribu de Judá- llevaban 20 años de matrimonio, pero no habían podido tener un hijo. Joaquín, con gran dolor en su corazón -puesto que la esterilidad era considerada para los hebreos un castigo del cielo-, decide retirarse al desierto y con ayuno, oración y penitencia le pide a Dios la bendición de la paternidad. Ana, por su parte, intensifica sus oraciones implorándole al dueño de la vida que le conceda un hijo. Dios no demora en escuchar sus ruegos y, aunque los esposos ya eran unos ancianos, bendice el matrimonio con una especial y única descendencia: la inmaculada Virgen María.
Hoy, la Iglesia conmemora a los abuelos de Jesús, como se llaman cariñosamente Santa Ana y San Joaquín. Aunque poco se sabe de ellos, una tradición antigua, que viene del siglo II, atribuye los nombres de Joaquín y Ana como los padres de María.
Entre esas tradiciones, está la que proviene del protovangelio de Santiago, un texto apócrifo -es decir, extracanónico- que fue escrito aproximadamente en el año 150, en el que se hace referencia a la concepción milagrosa de María -la escogida desde la eternidad para ser la Madre del Hijo de Dios-, de su infancia, y en el que se menciona a Joaquín y Ana como sus padres.
Otros textos apócrifos, que hacen referencia a los padres de la Santa Madre de Dios, son el Evangelio apócrifo de Mateo y el Evangelio de la Natividad de María, el cual data aproximadamente del siglo IX.
Sobre la devoción a Santa Ana, se afirma que ésta fue introducida en la Iglesia oriental durante el siglo VI, la cual pasó a la occidental durante el siglo X. De San Joaquín se dice que fue venerado antiguamente por los griegos. La fiesta de los abuelos de Jesús antes era celebrada por separado, pero con la reforma del Calendario Litúrgico, realizada tras el Concilio Vaticano II, la celebración de los padres de María quedó establecida para el 26 de Julio, catalogándolos como los patronos de los abuelos.