Santa Rosa de Lima, la primera rosa del continente americano

América ha visto florecer los frutos de la santidad desde los comienzos de su evangelización. Este es el caso de Santa Rosa de Lima (1586-1617), « la primera flor de santidad en el Nuevo Mundo »… Después de ella, el santoral americano se ha ido incrementando hasta alcanzar su amplitud actual… S.S. Juan Pablo II (Ecclesia in America , n.15)

Rosa de Santa María, conocida en la Iglesia Universal como Santa Rosa de Lima, nace en la capital de Perú, el 30 de Abril de 1586 y fallece en la misma el 24 de agosto de 1617.

“Es la primera santa que antes de ser canonizada – sólo 54 años después de su muerte, en 167l- sería proclamada – cosa excepcional- patrona del Perú (1669), del Nuevo Mundo y de Filipinas (1670)”.

Ella es pues, la primera rosa que el continente americano ofrecía al Altísimo. En Lima se vivía la denominada “época dorada de la santidad”. Una constelación de santos tuvieron como escenario de vida esta ciudad: Rosa conoció a san Martín de Porres, fue confirmada en 1597 en Quives, por el segundo arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo y escuchó las predicaciones de san Francisco Solano y san Juan Masías.

Su nombre ¿Rosa o Isabel?

Nuestra santa fue bautizada con el nombre de Isabel Flores de Oliva, pero un día cuando su nana la estaba meciéndola en la cuna, la descubrió para ver si dormía y vio su rostro tan hermoso, que llamó a unas niñas para que la viesen. Su mama admirada por lo que pasaba se acercó a la bebe y la vio tan linda y hermosa, parecía que todo su rostro estaba hecha una rosa muy linda y en medio de ella veía las facciones de sus ojos, boca, nariz y orejas como si hubiese puesto su cabecita en una rosa grande de un color muy encendido.

La mamá quedó admirada de ver aquel prodigioso suceso; la tomó en las manos y contenta le dijo: “Yo te prometo, hija y alma mía, que mientras viviré, de mi boca no has de oír otro nombre sino Rosa”…

¿Laica o monja?

Santa Rosa fue laica (no fue monja de clausura como a veces se cree). Vivió en casa de sus padres como terciaria dominica (usando el hábito dominico).

¿Cómo era su vida diaria?

Vivió pues su anhelo de ser toda de Dios en la vida ordinaria. Ya en vida tuvo fama de santidad debido a su incansable labor para con los menesterosos y olvidados de Lima y a la limpieza de su alma que irradiaba en todo el que le conocía.

Si Rosa llegó a la perfección en la caridad hacia el prójimo fue porque su vida espiritual fue muy intensa: la otra mitad de su jornada estaba destinaba a la vida de piedad, llegando por gracia de Dios a las cumbres de la contemplación y unión con Dios (matrimonio espiritual) dejándonos un legado de vida espiritual. Su escala espiritual la podemos apreciar en sus escritos.

Sus penitencias, ayunos y mortificaciones continuadas aún hoy siguen asombrando al mundo pues nos preguntamos cómo una doncella tan frágil pudo tomar para si tales ofrecimientos, y nos respondemos que ella fue llevada por el encendido amor a Dios que le impulsaba a pedir perdón por sus hermanos.

Su Amor a la Virgen

Rosa fue favorecida con repetidas visitas de la Reina de los ángeles. Tan familiar fue su trato con ella que como buena madre la despertaba en la mañana para ir a la oración.

Deseaba adornar a nuestra madre ofreciéndole preciosas prendas pero realizó un regalo mayor al componer a la Madre de Dios unos “vestidos espirituales” consistentes en un ofrecimiento de decenas de rosarios, oraciones y visitas al Santísimo Sacramento y otras prácticas de piedad. El amor de Rosa bien puede decirse era originalmente delicado.

Su gloriosa muerte

Al saberse la noticia de su muerte, toda Lima se conmocionó y quería ver a la que ya aclamaban como “su santa”. Transcurrieron días sin poder sepultar el sagrado cuerpo como consecuencia de las interminables visitas de toda la población, y su cuerpo, lejos de manifestar señales de corrupción permanecía lozano y sereno como en el mismo instante de su partida al cielo.

Según consta en los archivos de su proceso de canonización, se sucedieron incontables curaciones milagrosas al sólo contacto con su bendito cuerpo o con sólo invocar su nombre. Milagros de todo tipo se sucedieron. Era la canonización anticipada.

Recién el día 4 de setiembre se pudieron realizar las honras. Al coincidir este día con el de santa rosa de Viterbo, la gente se admiró y tomó este gesto como señal divina y anticipada de su elevación a los altares.

Sobre el pozo de Santa Rosa

Se encuentra en la que fuera su hogar, hoy Santuario de nuestra santa (Centro de Lima). Esta imagen nos remite al momento en que Rosa arrojó en el pozo la llave del candado de una cadena que se puso en la cintura a modo de silicio, para hacer perpetua penitencia por los pecadores.

Poco después de fallecida, al crecer el número de milagros y gracias que la gente obtenía por su intercesión, un número cada vez más grande de personas empezó a echar cartas en dicho pozo, confiando en que su protectora recibiría la celestial correspondencia, cosa que se ha verificado con el transcurso de los siglos.

Millones de personas dan fe de las gracias, tanto espirituales como materiales que Rosa brinda, si ésta está en los planes de la Providencia divina.

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. (Apocalipsis 3, 20)

 De las frases más conmovedoras y que  llenan espiritualmente, se encuentra en el capítulo 3 versículo 20 del libro del Apocalipsis.

Nuestro Señor Jesucristo, se presenta diciendo “he aquí, yo estoy a la puerta y llamo”. Nuestro Señor es el que toma la iniciativa, para hablarnos de un “llamado”. Dios tiene un llamado diferente para cada uno. Para algunos será la vida de religioso, otros la vida matrimonial. A unos les estará llamando para abandonar una mala vida, un pecado, un vicio. A otros les llama, para decirles que tengan confianza en Él. A otros les llamará para que vuelvan a la vida sacramental, a la confesión. A todos nos llama para que nos dejemos amar por Él.

“Si alguno oye mi voz”. Es ahí el problema. Pues Dios llama a cada uno en particular. El problema que podemos encontrar, es que por el exceso de ruido que hay en nuestras almas no oigamos, o simplemente oímos y por comodidad preferimos no abrir, con el pretexto de decir mañana te abriré; alegamos mil pretextos para que la entrada de Nuestro Señor Jesucristo sea más tardía. Además podemos encontrar otro problema, y está en que no conocemos de Quién proviene la voz; a veces nos encontramos perdidos, en busca de algo que nos llene, que nos conforte, buscamos en el mundo, en el placer, en el dinero, en la comodidad y nunca encontramos. Si supiéramos que la respuesta que buscamos está tocando a la puerta de nuestro corazón; y Ésa persona es Nuestro Señor Jesucristo.

 “Y abre la puerta”. No basta con sólo oír. Se cumplen las palabras de Nuestro Señor, – no sólo el que dice Señor, Señor se salvará -, por tanto el abrir la puerta significa expulsar primero lo que en nuestras vidas nos ata al pecado, nos tenga amarrados a una vida de mediocridad y tibieza. Y después de expulsar eso de nuestras almas, es dar el espacio de entrada a nuestro Redentor y Salvador.  No podemos servir a dos señores. Llevar una doble vida, en la que decimos creo en Dios y no hago mal a nadie, y llevamos una vida de pecado, caemos en hipocresía, pues no estamos siendo consecuentes con nuestra fe; pues no puedo amar a Dios si no cumplo los 10 mandamientos, y no puedo amar al prójimo sino no busco primero la salvación de mi propia alma.

Algunas estampas devotas, muestran a Nuestro Señor Jesucristo tocando una puerta; y es curioso ver un detalle que tiene un significado grande; en la puerta no hay cerrojo por fuera, sólo por dentro; con ellos comprendemos la libertad que Dios nos concede, nosotros somos los únicos que tenemos la llave para dejar entrar o dejar fuera a Nuestro Señor; es la educación de Dios. 

Pobre de nosotros si cerramos nuestra puerta a Dios, pues con ese acto nosotros mismos nos estamos también cerrando las puertas del cielo. Y el día de nuestro juicio, Dios nos juzgará no por si sólo oímos su voz, pues evidente que en algún momento de nuestra vida la oímos; nos juzgará por si respondimos a ese llamado que nos hizo y le abrimos la puerta.

“Entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Esta es la dulce recompensa de dejar entrar a este Divino transeúnte, que busca no solo entrar en nuestras vidas sino compartir. El momento más tierno e importante para una familia, es el reunirse en torno a la mesa a compartir los alimentos, por eso Nuestro Señor habla de cenar, en esta Divina comunión: Él conmigo y yo con Él.

San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Nuestro Señor

Joaquín y Ana -los dos pertenecientes a la tribu de Judá- llevaban 20 años de matrimonio, pero no habían podido tener un hijo. Joaquín, con gran dolor en su corazón -puesto que la esterilidad era considerada para los hebreos un castigo del cielo-, decide retirarse al desierto y con ayuno, oración y penitencia le pide a Dios la bendición de la paternidad. Ana, por su parte, intensifica sus oraciones implorándole al dueño de la vida que le conceda un hijo. Dios no demora en escuchar sus ruegos y, aunque los esposos ya eran unos ancianos, bendice el matrimonio con una especial y única descendencia: la inmaculada Virgen María.

Hoy, la Iglesia conmemora a los abuelos de Jesús, como se llaman cariñosamente Santa Ana y San Joaquín. Aunque poco se sabe de ellos, una tradición antigua, que viene del siglo II, atribuye los nombres de Joaquín y Ana como los padres de María.

Entre esas tradiciones, está la que proviene del protovangelio de Santiago, un texto apócrifo -es decir, extracanónico- que fue escrito aproximadamente en el año 150, en el que se hace referencia a la concepción milagrosa de María -la escogida desde la eternidad para ser la Madre del Hijo de Dios-, de su infancia, y en el que se menciona a Joaquín y Ana como sus padres.

Otros textos apócrifos, que hacen referencia a los padres de la Santa Madre de Dios, son el Evangelio apócrifo de Mateo y el Evangelio de la Natividad de María, el cual data aproximadamente del siglo IX.

Sobre la devoción a Santa Ana, se afirma que ésta fue introducida en la Iglesia oriental durante el siglo VI, la cual pasó a la occidental durante el siglo X. De San Joaquín se dice que fue venerado antiguamente por los griegos. La fiesta de los abuelos de Jesús antes era celebrada por separado, pero con la reforma del Calendario Litúrgico, realizada tras el Concilio Vaticano II, la celebración de los padres de María quedó establecida para el 26 de Julio, catalogándolos como los patronos de los abuelos.

San Luis Gonzaga

Altísimo fue el grado de santidad que había alcanzado en la vía de la inocencia. No le atraía nada terrenal, vivía en contemplación y todas sus acciones eran plenamente conformes con los designios divinos.

Vínole a visitar el Padre Provincial, y luego que le vio exclamó como transportado:

– Marchamos, Padre mío, y marchamos con alegría.

– ¿A dónde, Luis?

– ¡Al Cielo…! Si mis pecados no me lo impidieran, espero ir allí, por la misericordia de Dios.

Ésta era la excelente disposición de alma de ese joven novicio de la Compañía de Jesús que había interrumpido sus estudios de Teología al haber contraído una grave enfermedad, por la cual yacía en cama desde hacía ya tres meses. Ocho días antes había predicho que éstos serían los últimos para él.

Rectitud desde la infancia

Nació el 9 de marzo de 1568, en el castillo de Castiglione, Italia. Fue el primer hijo de don Ferrante Gonzaga, Marqués de Castiglione delle Stivieri y príncipe del Sacro Imperio, y de doña Marta Tana de Santena, dama de la reina Isabel de Valois.

Mucho agradaba a la marquesa ver cómo asimilaba bien, desde pequeño, sus maternales instrucciones de piedad. Sin embargo, a su padre esto le inquietaba, pues temía que tanta devoción lo desviara de la carrera de las armas a la que se destinaban los primogénitos.

Cuando Luis tenía cinco años, su padre fue llamado a que participara en la expedición española contra Túnez y, para que se acostumbrara al gusto por las armas, el marqués lo llevó consigo hasta la ciudad de Casalmaggiore, en donde se ejercitaban unos tres mil hombres en preparación de la campaña militar. El niño estuvo algunos meses conviviendo con los soldados y, entre otras cosas, aprendió algunas palabras groseras e indecorosas, que pasó a repetir sin saber su significado.

De regreso a Castiglione, su tutor le reprendió ese rudo y vulgar vocabulario. No sólo no dijo nunca más esas palabras, sino que manifestaba gran enojo cuando oía a alguien pronunciarlas. Muy avergonzado estuvo siempre por esa falta y acostumbraba a contar esa anécdota, ya de religioso, para “demostrar” cómo había sido un niño malo. 

Devoción a María y virtudes ejemplares

Al cumplir los nueve años, don Ferrante lo llevó junto con su hermano Rodolfo a la corte del Gran Duque de Toscana. La Providencia Divina se valió de esos dos años de estancia en Florencia para hacerlo progresar en los caminos de la santidad. La lectura de un libro sobre los misterios del Rosario hizo que brotara en su alma el fervor a la Virgen María. También contribuyó a ello la devoción a Nuestra Señora de la Anunciación, cuadro que se venera en la Basílica della Santissima Annunziata de aquella ciudad. Y tanto se le había inflamado su corazón por Ella que en esta misma iglesia se ofreció al Señor e hizo su voto de virginidad por intercesión de la Madre de Dios.

Las virtudes ya se habían cimentado en él porque había adquirido una completa guarda de los sentidos y una obediencia total a sus superiores, además de un profundo recogimiento y de elevación de espíritu.

Dios estaba construyendo la hermosa catedral del alma de Luis que, con la candidez de un niño, se dejaba guiar por el Padre celestial. Cuando se trasladaron a la corte del Duque de Mantua, no sólo conservó el hábito de la oración, sino que los sublimó con prácticas de mortificación. Al verse obligado por los médicos a seguir un régimen alimenticio a causa de una enfermedad renal que había contraído, le tomó tal gusto a la penitencia que, sobrepasando las recetas indicadas, se entregó a rigurosos ayunos. Consideraba haber hecho una opulenta comida ¡cuando se comía un huevo entero!

Intensa vida sobrenatural

De regreso a la casa paterna, fue colmado de gracias místicas extraordinarias. Cuando se ponía a considerar los atributos divinos, experimentaba tan gran consolación que derramaba lágrimas suficientes como para empapar varios pañuelos. En algunas ocasiones se quedaba tan arrebatado que perdía por completo los sentidos exteriores. Su mente estaba toda ocupada en lo sobrenatural y sus palabras versaban sólo sobre las cosas de Dios.

En 1580 llegaba a Castiglione el Cardenal Carlos Borromeo, Visitador Apostólico del Papa Gregorio XIII. Seadmiró tanto Su Eminencia al ver cómo aquel pequeño “ángel” discurría sobre los temas de la Religión que, al final de las dos horas de conversación que mantuvo con él, decidió darle por primera vez la Sagrada Eucaristía.

San Carlos Borromeo

San Carlos Borromeo

A los trece años ya había decidido hacerse religioso, pero por ser aún muy joven no les comunicó nada a sus padres y redobló sus austeridades. Eliminó el uso de la chimenea de su cuarto, incluso en los días del riguroso invierno lombardo. Se levantaba de madrugada y, de rodillas, rezaba durante largo tiempo, aun cuando hiciera demasiado frío.

A don Ferrante le dieron, en 1581, la misión de formar parte del séquito de la ex emperatriz María de Habsburgo en su viaje de Bohemia a España. El marqués, cada vez más inquieto por los progresos de su hijo en las vías de la piedad, decidió que su familia le acompañara a Madrid, a ver si con eso lo distraía. Luis fue designado paje de don Diego, hijo del rey Felipe II; sin embargo, con el alma anclada en Dios, permaneció firme y resuelto en sus propósitos, en medio de los placeres y las honras de la corte.

Conquista del permiso paterno

“¿A qué orden religiosa estaré llamado?”, se preguntaba el joven doncel. Optó por la Compañía de Jesús. Además de la noble función de la enseñanza a la cual se dedicaba ésta, su elección se vio motivada por el hecho de que los jesuitas tenían prohibido, por la regla, ascender a cualquier cargo, a no ser que fuera por orden directa del Papa. De esta manera, renunciaría para siempre a las honras, no sólo del mundo, sino también las eclesiásticas.

Gritos de cólera y amenazas de azotes fue la respuesta del marqués a la petición de su hijo de entregarse a Dios en la orden fundada por San Ignacio. Usó su influencia para conseguir que algunas dignidades eclesiásticas intentasen disuadirlo de su vocación o, por lo menos, que entrara por un camino que le pudiera conducir a los posibles honores del cardenalato. No sirvieron de nada, como el choque de las furiosas olas del mar contra las rocas. Entonces don Ferrante le pidió que esperase a volver a Italia para que se decidiera. No podía conformarse con perder a aquel hijo tan dotado, en el que había puesto todas las esperanzas de la principesca casa de los Gonzaga.

Empezó de este modo un largo período de dos arduos años de lucha para conquistar el permiso paterno de abandonar todo y seguir a Cristo. Fue la fase más dura de su vida, pero quizá la más gloriosa. Este combate terminó con un episodio conmovedor: cierto día el marqués estaba mirando por el ojo de la cerradura de la habitación de su hijo y lo vio arrodillado y flagelándose. Fue así como se doblegó y le concedió la tan anhelada autorización.

La alegría de entrar en la casa del Señor

“¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!” (Sl 121, 1). Obtenida la respectiva aprobación del emperador —dada la importancia estratégica del marquesado de Castiglione— de la renuncia pública a sus derechos como primogénito, Luis entraba en el noviciado de la Compañía de Jesús, en Roma. Por todos los lugares por donde pasaba, el noble religioso iba dejando detrás de sí el suave aroma de sus virtudes. Se despojó de todo cuanto podría recordarle su antigua condición, buscando humillaciones y el último sitio. Llegaba a enrojecerse de vergüenza cuando oía elogios a la nobleza de su familia.

Los novicios se disputaban el lugar para estar a su lado en las horas de recreación, por el placer de participar en sus elevadas conversaciones. Y consideraban sus objetos personales como auténticas reliquias. En el estudio de Filosofía y Teología se había mostrado tan sabio que defendió una tesis, muy aplaudida, ante tres cardenales y otras autoridades. Al ver sus superiores el valor de la joya que tenían en sus manos y, a su vez, la fragilidad de su salud multiplicaron los desvelos por él. Recurrieron en vano a un cambio de aires, con la esperanza de que le haría bien. A la vista de lo infructuoso de esta terapia, el Padre Rector le ordenó que, durante un tiempo, no se detuviera en pensamientos elevados, por si acaso éstos le estuviesen perjudicando…

Víctima de la caridad

En 1591, su caridad para con el prójimo encontró una excelente ocasión para expandirse hasta el heroísmo: atender a las pobres víctimas de la peste que asolaba la Ciudad Eterna. Sin embargo, poco tardó para que él mismo fuera contagiado. Pero Dios, que había decidido coger tan temprano a este lozano lirio, no quiso llevárselo antes de que esparciera sus últimas fragancias. Tres meses con una fiebre ardiente, aceptada con absoluta abnegación, encerraban los 23 años de su permanencia en esta Tierra.

Su confesor, San Roberto Belarmino, afirmó que había llevado una vida perfecta y había sido confirmado en gracia. Más tarde, Santa Magdalena de Pazzi, a propósito de una visión que había tenido de la gloria inmensa que gozaba en el Cielo este hijo de San Ignacio de Loyola, declararía: “Mientras vivió, Luis mantuvo su mirada siempre atenta en dirección al Verbo, y por ello que es tan grande. […] ¡Oh, cuánto amó en la Tierra! Es por eso que hoy en el Cielo posee a Dios en una soberana plenitud de amor”. Luis Gonzaga fue beatificado por Pablo V en 1605 y canonizado el 13 de diciembre de 1726 por Benedicto XIII, que lo declaró patrono de la juventud.

Modelo de santidad en el amor

“Al atardecer de esta vida, te examinarán en el amor”. Es a este amor, en una total entrega, al que Dios nos llama desde nuestra juventud, tal como lo hizo con el joven rico del Evangelio: “Ven y sígueme” (Mt 19, 21). Que la juventud actual —tan carente de modelos a seguir y tan confundida acerca del amor— no tome la actitud del joven rico, que se entristeció por tener que desapegarse de las cosas de este mundo, sino que se encuentre con el ejemplo de su patrono, San Luis Gonzaga.

A eso incentivó el recordado Papa Juan Pablo II, al dirigirse a los jóvenes de Mantua: “San Luis es sin duda un santo a ser re descubierto en su alta estatura cristiana. Es un modelo indicado también para la juventud de nuestro tiempo, un maestro de la perfección y un experimentado guía hacia la santidad. ‘El Dios que me llama es Amor —se lee en uno de sus apuntes—, ¿cómo puedo circunscribir este amor, cuando para hacerlo sería demasiado pequeño el mundo entero?’”.

 (Revista Heraldos del Evangelio, Junio/2010, n. 102, pag. 34 a 37)

Sagrado Corazón de Jesús

Presentamos a nuestros lectores una breve historia de la devoción al Corazón de Cristo, y de la devoción de los 9 primeros viernes en su honra

En las páginas sagradas de los Evangelios brota la devoción al Sagrado Corazón de Jesús abierto por la lanza de Longinos del cual brotó sangre y agua (cf. Jn 19, 34). También de este Corazón cruelmente traspasado nace, en un derramarse de amor por la humanidad, la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana.

Los años vieron esta devoción expandirse por todo el mundo. En la segunda mitad del siglo XVII, más precisamente en el año 1670, San Juan Eudes introdujo por primera vez una fiesta pública al Sagrado Corazón de Jesús. Apenas tres años después, en el monasterio de Paray-le-Monial, Francia, Santa Margarita María Alacoque pasó a recibir una serie de apariciones de nuestro Señor Jesucristo indicándole la devoción a Su Corazón Sagrado.

Santa Margarita María de Alacoque y el Sagrado Corazón de Jesús

En la octava de la fiesta de Corpus Christi de 1675 el Corazón de Jesús reveló a Santa Margarita: “He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres, que nada guardó, hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Como reconocimiento no recibo de la mayoría de ellos sino ingratitud, por sus irreverencias y sus sacrilegios, y por la frialdad y desprecio que tienen por mí en este sacramento de amor. Pero lo que me es más sensible es que son corazones consagrados que proceden así. Por eso yo te pido que el primer viernes, después de la octava del Santísimo Sacramento, sea dedicado a una fiesta particular, para honrar mi Corazón, comulgando, en este día, y haciéndole reparación de honra, por un pedido de disculpas, para reparar las indignidades que él recibió, durante el tiempo en que quedó expuesto en los altares. Te prometo también que mi Corazón se dilatará para esparcir, en abundancia, las influencias de su divino amor sobre los que le prestaren esta honra, y que consigan que ésta le sea dada” (DUFOUR, Gerard. Rezar 15 dias com Margarida Maria. São Paulo, Loyola, 01996. p. 55.).

Santa Margarita María de Alacoque

Santa Margarita María de Alacoque

A lo largo de las apariciones el divino Corazón prometió a sus devotos; conceder su bendición sobre las casas donde su imagen sea expuesta y venerada; dar gracias especiales; la paz en las familias; la consolación en las aflicciones; ser el refugio durante la vida y principalmente en el momento de la muerte; bendecir todos sus trabajos y emprendimientos; ser una fuente inagotable de misericordia para los pecadores; perfeccionar las almas fervorosas; a los sacerdotes el poder de tocar las almas más empedernidas. Prometió también que aquellos que propaguen la devoción a Él tendrán sus nombres inscritos en su Corazón.

Los primeros Viernes

Durante la Acción de Gracias después de recibir la comunión, Santa Margarita recibe este importante comunicado del Corazón de Jesús: “Te prometo, por la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente obtendrá para todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes del mes consecutivos, la gracia de la penitencia final, que no morirán en mi enemistad, sin recibir los sacramentos y que mi divino Corazón será su refugio asegurado en la última hora. Nada temas, Yo reinaré a pesar de mis enemigos y de todos aquellos que buscarán oponerse”.

A partir de entonces el culto al Corazón de Jesús pasó a ser estimulado con enorme empeño por el Magisterio de la Iglesia. San Claudio la Colombière, sacerdote jesuita, quedó conocido como el apóstol del Sagrado Corazón de Jesús.

Beato Pío IX

El Beato Pío IX, en el año 1856, extendió su fiesta por todo el orbe. León XIII consagró el mundo al Corazón de Jesús en 1899. La encíclica de Pío XII, Haurietis aquas, publicada el 15 de mayo de 1956 es una demostración más de cuánto los Romanos Pontífices han buscado difundir el amor a este Corazón que nos es presentado por el propio Jesús como fuente de paz y reparación: “Venid a mí, todos os que estáis afligidos bajo la carga, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, porque yo soy manso y humilde de corazón y encontrareis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga es leve”. (Mt 11, 28-30)

Fuente: Gaudium Press

También lea: El Corazón que nos amó hasta el final de Mons. Joao Cla Dias

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Ofrecemos a nuestros lectores las Letanías del Sagrado Corazón de Jesús

 Letanía del Sagrado Corazón de Jesús

Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Jesús, óyenos.
Jesús, escúchanos.
Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros
Dios, Hijo Redentor del Mundo,
Dios, Espíritu Santo,
Santísima Trinidad, un solo Dios.
Corazón de Jesús, Hijo del eterno Padre,
Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre,
Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios,
Corazón de Jesús, majestad infinita,
Corazón de Jesús, templo santo de Dios,
Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo,
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo,
Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad,
Corazón de Jesús, sagrario de justicia y de amor,
Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor,
Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes,
Corazón de Jesús, dignísimo de toda alabanza,
Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones,
Corazón de Jesús, donde se encuentran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia,
Corazón de Jesús, donde habita la plenitud de la divinidad,
Corazón de Jesús, en quien el Padre se ha complacido,
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido,
Corazón de Jesús, deseo de las colinas eternas,
Corazón de Jesús, paciente y de inmensa misericordia,
Corazón de Jesús, magnánimo para todos los que te invocan,
Corazón de Jesús, fuente de vida y de santidad,
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,
Corazón de Jesús, saturado de oprobios,
Corazón de Jesús, lacerado por nuestras culpas,
Corazón de Jesús, obediente hasta la muerte,
Corazón de Jesús, atravesado por la lanza,
Corazón de Jesús, fuente de toda consolación,
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra,
Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra,
Corazón de Jesús, víctima de los pecadores,
Corazón de Jesús, salvación de los que esperan en ti,
Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en ti,
Corazón de Jesús, delicia de todos los santos.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, óyenos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

V. Jesús, manso y humilde de corazón.
RHaz mi corazón semejante al tuyo.

Oremos:

Oh Dios, que en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, nos concedes infinitos tesoros de amor y misericordia; te pedimos que, al rendirle el devoto homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos también el de una digna reparación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Corpus Christi

Corpus ChristiMás que la Encarnación o la muerte en la Cruz, el amor de Dios para con los hombres manifestado en la Eucaristía ultrapasa nuestra capacidad de comprensión.

Corría el año de 1264. El Papa Urbano IV ordenó que se convocara una selecta asamblea que reuniese a los más famosos maestros de teología de aquel tiempo. Entre ellos se encontraban dos varones conocidos no sólo por el brillo de la inteligencia y pureza de su doctrina, sino por la heroicidad, sobre todo, de sus virtudes: Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura.

La razón de la convocatoria se relacionaba con una reciente bula pontificia en la que se instituía una fiesta anual en honor al Santísimo Cuerpo de Cristo.

Origen de la fiesta de “Corpus Christi”

Varios motivos condujeron a que la Sede Apostólica diese este nuevo impulso al fervor eucarístico, haciendo extensiva a toda la Iglesia una devoción que ya se venía practicando en ciertas regiones de Bélgica, Alemania y Polonia. El primero de ellos se remonta a la época en que Urbano IV, entonces miembro del clero belga de Liège, examinó cuidadosamente el contenido de las revelaciones con las que el Señor se dignó favorecer a una joven religiosa del monasterio agustino de Mont-Cornillón, cercano a aquella ciudad.

Santa Juana de Mont-Cornillón

Santa Juliana de Mont-Cornillón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En 1208, cuando tenía sólo 16 años, Juliana fue objeto de una singular visión: un refulgente disco blanco, semejante a la luna llena, que tenía uno de sus lados oscurecido por una mancha. Tras algunos años de oración, le fue revelado el significado de aquella luminosa “luna incompleta”: simbolizaba la Liturgia de la Iglesia, a la cual le faltaba una solemnidad en alabanza al Santísimo Sacramento. Santa Juliana de Mont-Cornillón había sido elegida por Dios para comunicar al mundo ese deseo celestial.

Pasaron más de veinte años hasta que la piadosa monja, dominando la repugnancia que procedía de su profunda humildad, se decidiera a cumplir su misión y relatara el mensaje que había recibido. A pedido suyo, fueron consultados varios teólogos, entre ellos el P. Jacques Pantaleón —futuro Obispo de Verdún y Patriarca de Jerusalén—, que se mostró entusiasmado con las revelaciones de Juliana.

Algunas décadas más tarde, y ya habiendo fallecido la santa vidente, quiso la Divina Providencia que el ilustre prelado fuese elevado al Solio Pontificio en 1261, escogiendo el nombre de Urbano IV.

Se encontraba este Papa en Orvieto, en el verano de 1264, cuando llegó la noticia de que, a poca distancia de allí, en la ciudad de Bolsena, durante una Misa en la iglesia de Santa Cristina, el celebrante —que sentía probaciones en relación a la presencia real de Cristo en la Eucaristía— había visto como la Hostia Sagrada se transformaba en sus propias manos en un pedazo de carne, que derramaba abundante sangre sobre los corporales.

La crónica del milagro se difundió rápidamente en la región. El Papa, informado de todos los detalles, pidió que llevaran las reliquias a Orvieto, con la debida reverencia y solemnidad. Él mismo, acompañado por numerosos cardenales y obispos, salió al encuentro de la procesión que se había organizado para trasladarlas a la catedral.

Milagro de Bolsena

Milagro de Bolsena

Poco después, el 11 de agosto del mismo año, Urbano IV emitía la bula Transiturus de hoc mundo, por la que se determinaba la solemne celebración de la fiesta de Corpus Christi en toda la Iglesia. Una afirmación contenida en el texto del documento dejaba entrever un tercer motivo que contribuiría a la promulgación de la mencionada festividad en el calendario litúrgico: “Aunque renovemos todos los días en la Misa la memoria de la institución de este Sacramento, aún estimamos conveniente que sea celebrada más solemnemente, por lo menos una vez al año, para confundir particularmente a los herejes; pues en el Jueves Santo la Iglesia se ocupa de la reconciliación de los penitentes, la consagración del santo crisma, el lavatorio de los pies y otras muchas funciones que le impiden dedicarse plenamente a la veneración de este misterio”.

Catedral de Orvieto

Catedral de Orvieto

Así, la solemnidad del Santísimo Cuerpo de Cristo nacía también para contrarrestar la perjudicial influencia de ciertas ideas heréticas que se propagaban entre el pueblo en detrimento de la verdadera Fe. Conocer más.

Fuente: (Revista Heraldos del Evangelio, Junio/2009, n. 90, p. 24 a 31)

San José, el hombre a quien Dios le llamaba padre

Dios siempre elige lo más hermoso

Dios Todopoderoso –para el que “nada es imposible” (Lc 1, 37) y que todo lo gobierna con sabiduría infinita– posee lo que pudiéramos llamar “su única limitante”: al crear no puede hacer nada que no sea bello y perfecto, o que no se destine a su gloria. Cuando determinó la Encarnación del Verbo desde la eternidad, el Padre quiso que la llegada de su Hijo al mundo estuviera revestida con la suprema pulcritud que conviene a Dios, no obstante los aspectos de pobreza y humildad a través de los cuales habría de mostrarse. Dispuso que naciera de una Virgen, concebida a su vez sin pecado original y reuniendo en sí misma las alegrías de la maternidad y la flor de la virginidad. Pero, para completar el cuadro, se imponía la presencia de alguien capaz de proyectar en la tierra la “sombra del Padre”. Fue la misión que Dios destinó a san José, el que bien merece las palabras dichas por la Escritura sobre su ancestro David: “El Señor se ha buscado un hombre según su corazón” (1 Sam13, 14).

Varón justo por excelencia

Tomando en cuenta el axioma latino nemo summus fit repente (“nada grande se hacede repente”) y aquella certera frase de Napoleón, “la educación de un niño empieza cien años antes de nacer”, es probable que en vista de su misión y de su rol como educador del Niño Dios, José haya sido santificado en el claustro materno al igual que san Juan Bautista en el vientre de santa Isabel; una tesis defendida por muchos autores y que puede sintetizarse en las palabras de san Bernardino de Siena: “Siempre que la gracia divina elige a alguien para un favor especial o para algún estado elevado, le concede todos los dones necesarios para su misión; dones que lo adornan abundantemente”.

El Evangelio traza la alabanza de José en una sola y breve frase: era justo. Tal elogio, a primera vista de un laconismo desconcertante, no es nada mediocre. El adjetivo “justo”, en lenguaje bíblico, designa la reunión de todas las virtudes. El Antiguo Testamento llama justo al mismo que la Iglesia concede el título de santo: justicia y santidad expresan la misma realidad.

El mismo silencio de las Escrituras a su respecto revela una faceta primordial de su perfección: la contemplación. San José es el modelo del alma contemplativa, más ansiosa de pensar que de actuar, aunque su oficio de carpintero le hiciera consagrar bastante tiempo al trabajo. Vemos realizada en él la enseñanza de santo Tomás: la contemplación es superior a la acción, pero más perfecta es la unión de una y otra en una misma persona.

Al serrar la madera, fabricar un mueble o un arado, José conservaba siempre su espíritu orientado al aspecto más sublime de las cosas, considerándolo todo bajo el prisma de Dios. Sus gestos reflejaban la seriedad y la altísima intención con que siempre actuaba, y esto contribuía a la excelencia de los trabajos ejecutados.

Su humilde condición de trabajador manual no le quitaba su nobleza, antes bien, reunía admirablemente ambas clases sociales. Como legítimo heredero del trono de David, mostraba en su porte y semblante la distinción y donaire propios de un príncipe, pero a ellos añadía una alegre sencillez decarácter. Más que la nobleza de la sangre, le importaba aquella otra que se alcanza con el brillo de la virtud; y esta última la poseía ampliamente.

Sin embargo, la Providencia lo destinaba al honor más alto que pueda recibir una criatura concebida en pecado original, colocándole en desproporción con el resto de los hombres. San Gregorio Nacianceno dice:“El Señor conjugó en José, como en un sol, todo cuanto los demás santos reunidos tienen de luz y esplendor”.

Todas las glorias se acumulaban en este varón incomparable,cuya existencia terrena avanzó en una sublimidad ignorada por sus conocidos y compatriotas, en silencio y oscuridad casi totales. Leer más…

Fuente: Revista Heraldos del Evangelio, Marzo/2007, n. 63, p. 18 a 25

 

Adoración de los Reyes Magos

No existen razones profanas ni mundanas en el largo viaje que emprendieron
los Magos. Y la confianza que mostraron, impregnada de valentía, ante un
tirano con mala fama como Herodes, resulta conmovedora. Sin duda los
sustentaba una especial moción del Espíritu Santo.

La fiesta de la Epifanía —también llamada Teofanía por los griegos, es decir, manifestación de Dios— ya era celebrada en Oriente antes del siglo IV. Es una de las conmemoraciones cristianas más antiguas, tanto como la Resurrección de Nuestro Señor. No debemos olvidar que la Encarnación del Verbo se hizo efectiva después de la Anunciación del Ángel; pero hasta entonces, María, Isabel, José y probablemente Zacarías eran los únicos conocedores del gran misterio realizado por el Espíritu Santo. El resto de la humanidad no se percató de lo que sucedía en el período de gestación del Hijo de Dios humanado. La Revelación de los Profetas estaba cubierta bajo cierto misterio, que sólo se despejó tras el testimonio de los Apóstoles.

Si en la Navidad, por así decir, Dios se manifiesta como Hombre, en la Epifanía ese hombre se revela como Dios. Así, en estas dos fiestas Dios quiso que el gran misterio de la Encarnación quedara al descubierto con todo su brillo, frente a judíos y gentiles, dado su carácter universal. Occidente celebraba desde un principio la Navidad el 25 de diciembre, y Oriente la Epifanía el 6 de enero. Fue la Iglesia de Antioquía, en tiempos de San Juan Crisóstomo, la que pasó a celebrar ambas fechas. La segunda festividad sólo comenzaría a ser celebrada en Occidente a partir del siglo V.

En nuestra actual fase histórica, la liturgia conmemora la Adoración de los Reyes Magos al Niño Jesús. Por otro lado, todavía quedan vestigios de la antigua tradición oriental que incluía en la Epifanía, además de la Adoración de los Reyes, el milagro de las Bodas de Caná y el Bautismo del Señor en el Jordán. Hoy nuestra liturgia ya no celebra las Bodas de Caná, y el Bautismo del Señor es festejado el día domingo entre el 9 y el 13 de enero. En síntesis, podemos afirmar que la Epifanía, es decir, la manifestación del Verbo Encarnado, no puede ser considerada separadamente de la adoración que le tributaron los Reyes de Oriente. La escena implica un reconocimiento público a la Divinidad del Niño Jesús unida a su humanidad.

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Mons. João Clá Dias, EP

Santísimo Nombre de Jesús

En nombre del Divino Salvador la Iglesia reza, cura a los enfermos, evangeliza a los pueblos, expulsa a los demonios y, en fin, realiza su obra de salvación de las almas.

Es su nombre: Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Is 9,5).

¡Qué extraordinario, rico y simbólico es este nombre, que según el profeta Isaías significa “Dios con nosotros”! ¡Qué maravillada debió quedar la Santísima Virgen –que ponderaba todas las cosas en su corazón– cuando el arcángel Gabriel le dijo en el momento de la Anunciación: “Y le pondrás por nombre Jesús”! (Lc 1, 31).

Estas palabras, que quedaron grabadas indeleblemente en el Inmaculado Corazón de María, llegan hasta los oídos de los fieles de todos los tiempos, en el orbe entero, fecundando los buenos afectos de todo hombre bautizado. A lo largo de los siglos, diversas almas monásticas y contemplativas fueron inspiradas por ellas, al punto que innumerables composiciones de canto gregoriano versan sobre el suave nombre del Hijo de Dios.

Existe una relación misteriosa e insondable entre el nombre de Jesús y el Verbo Encarnado, pues resulta imposible concebir otro más apropiado.

Es el más suave y santo de los nombres; es un símbolo sacratísimo del Hijo de Dios, sumamente eficaz para atraer sobre nosotros las gracias y favores celestiales. El mismo Señor prometió: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo concederá” (Jn 15, 6). ¡Magnífica invitación para repetirlo sin cesar y con ilimitada confianza!

 ¡Invoque este nombre poderosísimo! 

La Santa Iglesia, madre próvida y solícita, concede indulgencias a quien lo invoque con reverencia; incluso pone a disposición de sus hijos la Letanía del Santísimo Nombre de Jesús, para incentivarlos a rezar con frecuencia.

En el siglo XIII, el Papa Gregorio X exhortó a los obispos del mundo y sus sacerdotes a pronunciar muchas veces el nombre de Jesús e incentivar al pueblo cristiano a colocar toda su confianza en este nombre todopoderoso, como un remedio contra los males que amenazaban la sociedad de entonces. El Papa confió particularmente a los dominicos la tarea de predicar las maravillas del Santo Nombre, obra que realizaron con celo, logrando grandes éxitos y victorias para la Santa Iglesia.

Un vigoroso ejemplo de la eficacia del Santo Nombre de Jesús se verificó con motivo de la devastadora epidemia que azotó a Lisboa (Portugal) en 1432. Todos los que podían se fugaban de la ciudad aterrorizados, llevando así la enfermedad a todos los rincones del país. Murieron miles de personas. Entre los heroicos miembros del clero que daban asistencia a los agonizantes estaba un venerable obispo dominico, Mons. Andrés Diaz, que incentivaba a la población a invocar el Santo Nombre de Jesús.

Recorría incansablemente el país, recomendándoles a todos, hasta a los que se habían librado de la terrible enfermedad, que repitieran: Jesús, Jesús. “Escriban este nombre en letreros y guárdenlos sobre sus cuerpos; por la noche pónganlos bajo la almohada; cuélguenlos en sus puertas; pero sobre todo invoquen continuamente, con sus labios y en sus corazones, este nombre poderosísimo”.

¡Maravilla! En un plazo increíblemente breve el país fue liberado por completo de la epidemia, y las personas siguieron confiando agradecidas y con amor en el Santo Nombre de nuestro Salvador. Tal confianza se extendió desde Portugal hasta España, Francia y el resto del mundo.

(Revista Heraldos del Evangelio, Enero/2005, n. 37, pag. 22-25)

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Nuestra Señora de Guadalupe

Se piensa generalmente que Juan Diego era un indígena “pobre” y de “baja condición social”. No obstante, sabemos hoy, por diversos testimonios, que él era hijo del rey de Textoco, Netzahualpiltzintli, y nieto del famoso rey Netzahualcóyolt. Su madre era la reina Tlacayehuatzin, descendiente de Moctezuma y señora de Atzcapotzalco y Atzacualco. En estos dos lugares Juan Diego poseía tierras y otros bienes en herencia.

Fue a este representante de las etnias indígenas del Nuevo Mundo a quien, ya hace casi quinientos años, la Madre de Dios apareció trayendo un mensaje de bienquerencia, dulzura y suavidad, cuya luz se prolonga hasta nuestros días.

Para comprender la magnitud del bondadoso mensaje de Nuestra Señora, debemos trasladarnos al ambiente psico-religioso de aquel tiempo.

De un lado, las numerosas etnias que habitaban el valle del Anahuac, actual Ciudad de Méjico, habían vivido durante décadas bajo el despotismo de la tribu más poderosa, en la que habitualmente se practicaban sangrientos ritos idolátricos. Anualmente, sacrificaban millares de jóvenes para mantener encendido el “fuego del sol”. La antropofagia, la poligamia y el incesto eran parte de su vida. Los celosos misioneros, llegados junto con los españoles, veían la necesidad imperiosa de evangelizar ese pueblo, extirpando tan repugnantes costumbres.

Entretanto, los malos hábitos adquiridos, la dificultad del idioma y, sobretodo, un cierto orgullo indígena de no aceptar el “Dios del conquistador” en detrimento de sus divinidades, hacían difícil la tarea de introducir en ese ambiente la Luz del mundo. Dios Nuestro Señor, en su infinita misericordia, queriendo que todos los hombres “se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4), preparaba una maravillosa solución para ese impasse.

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