Consagración de sí mismo por las manos de María

consagracion_familias_13_octubre_074El 13 de octubre, día que se conmemora la última apaición de la Virgen en Fátima, en la Casa de los Heraldos del Evangelio se vivieron momentos de mucha alegría y unción ya que un grupo de jóvenes, papás y amigos de los Heraldos del Evangelio, se han consagrado a Jesús por las manos de María, según el conocidísimo método de San Luis María Grignon de Monfort. En la solemne Eucaristía, celebrada por el P. Fernando Gioia EP, tuvo lugar dicha consagración.

 Después de un profundo estudio del Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, de San Luis, y de haber cumplido con las prescripciones de las oraciones y meditaciones durante los 33 días de preparación, se escogió esta fecha mariana para realizar la tan esperada consagración y con esto servir a Dios de una manera más perfecta, es decir, haciéndose todo dependientes de Aquella que es la Medianera de todas las Gracias.

La familia es como una “iglesia”, pero doméstica

Los padres fueron constituidos en autoridad para predicar con sus enseñanzas, pero principalmente para “predicar” con su testimonio de vida, dado que la familia es “una escuela del más rico humanismo” (Gaudium et spes, 52).

P. Fernando Gioia, EP.

Al principio el hombre estaba solo, y Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle a alguien como él, que le ayude” (Gén, 2, 18), hacerle una ayuda semejante a él que lo complete. Y así se dio, que, por su mujer, dejará a su padre y a su madre, se unirá a ella, serán dos en una sola carne.

sagradafamiliaNacía allí, en el orden natural, la más pequeña de las comunidades humanas: la familia. Surgía posteriormente la sociedad, formada por el conjunto de familias, como un cuerpo se constituye de sus miembros. Vemos así cómo la institución de la familia es anterior a la sociedad humana, pues el hombre primero es miembro de una familia antes de ser ciudadano de una nación. Lógicamente, bien común de una sociedad, nacerá del mutuo relacionamiento entre las familias, dependiendo este, a su vez, del bien común de las familias.

Pero, muchos se preguntan: ¿Cómo lograr el “bien común” de la familia? Momentos difíciles está pasando esta institución. Rodeada de múltiples adversidades y peligros, navega la familia en mares revueltos, y esto repercute en la sociedad que nos rodea. Bien afirmaba el documento conciliar Gaudium et spes (47): “El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar”.

Con la intención de ayudar ante estas circunstancias, dando un aporte simple pero que considero de profundidad, me recordaba que –en viejos tiempos de estudios sobre el tema– había guardado un esquema sobre la familia de Profesores de la Orden de Santo Domingo en Salamanca. Si bien es de hace cuarenta años atrás, mantiene su actualidad y, principalmente, se destaca en la belleza de su argumentación y comparación.

Era la consideración de la institución de la familia –como la calificara posteriormente en 1981 San Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica “Familiaris consortio” (21)– como una “iglesia doméstica”. Esto, siempre y cuando el relacionamiento mutuo se realice con base en el amor de Dios, dando lugar, en el convivio familiar, a que el amor pase por encima de todo.

Con relación al hogar, a la vida de familia, aquella compilación de ideas de estos sabios sacerdotes de Salamanca, nos hablaba de que podríamos considerar tres aspectos: el hogar material, el hogar espiritual y el hogar templo. Creo que pocas veces, queridos lectores, hemos pensado en esta clasificación tan singular y decidora.

Cuando pensamos en los aposentos que conforman nuestros hogares, podrán ellos ser mejor o peor acondicionados, pero es donde se reúne la familia, donde pasa –al menos lo era en otros tiempos– la mayor parte de la vida. Protegidos son de las inclemencias del tiempo y de los extraños. Realmente podremos decir que la casa es donde nos encontramos con nuestros seres más queridos, es el rincón del mundo más deseado del corazón humano.

murillo-sagrada_familiaPero un hogar puede estar bien construido y amueblado, al ser este el “hogar material”, será el cuerpo pero no el alma. El alma de la casa, el “hogar espiritual”, es constituido por los momentos familiares. Circunstancias de alegría, períodos de tristeza, tiempos de dificultad.

Estos aspectos serían materia muy aprovechable para numerosos artículos periodísticos de opinión. Sin embargo, mi intención es sobresaltar el aspecto de la familia, el hogar, la casa, como una “iglesia doméstica”, como “hogar templo”.

Y no considere algún profano que es una exageración de nuestra parte considerar a la familia así. El hogar es un lugar sagrado, no lo podrán negar, es el espacio en que Dios hace sentir su presencia. Veamos.

En el centro de las iglesias hay un “altar” hacia donde se concentran las atenciones de los fieles, altar en donde se renueva el sacramento de la Cruz. En las familias hay también altares, son los corazones de los que la forman. En ese “altar”, en nuestra cotidianidad, se ofrecen cada día sacrificios en el cumplimiento del deber de cada uno: la mutua comprensión, la tolerancia con los defectos del otro, la exigencia del cuidado y la educación de los hijos, la obediencia de parte de los hijos para con sus padres, el esfuerzo cotidiano del trabajo doméstico, etcétera.

Bueno, pero, ¿y qué más padre nos va a introducir en nuestros hogares, además del “altar”? Pues… los “confesionarios”. Por más que tengamos buen carácter, buena voluntad, seamos bien portados, a veces, ofendemos no solo a Dios sino al prójimo. Aparecerá en nuestras familias siempre alguna ofensa, algo que sea desagradable para los demás. Si somos sinceros, si quedamos arrepentidos, deberá haber perdón y olvido generoso, como lo tiene Dios Nuestro Señor para con nosotros.

Y por qué no recordar que también en el hogar hay “predicación”. Los padres fueron constituidos en autoridad para predicar con sus enseñanzas, pero principalmente para “predicar” con su testimonio de vida, dado que la familia es “una escuela del más rico humanismo” (Gaudium et spes, 52).

Si volvemos nuestras miradas a la Sagrada Familia –Jesús, José y María– en Nazaret, aprenderemos de esa vida doméstica lo que es la vida de familia. Que “su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable; enseñe lo dulce e insustituible que es su pedagogía; enseñe lo fundamental e insuperable de su sociología”, decía Pablo VI, en 1964, en su visita a Tierra Santa.

Rodeada de la ruidosa vida moderna, presionada por los factores de deterioro moral y social que nos envuelven, no dejemos de considerar la belleza de esta “iglesia doméstica”; de esta “primera escuela de oración”, en el decir de Benedicto XVI (28-12-2011); pilar fundamental de una sociedad bien ordenada y constituida; “escuela de virtudes humanas y cristianas” (Catecismo, 350).

Que los esposos, compenetrados de que conforman una institución sagrada –bendecida por Dios– renueven a todo momento el amor mutuo, sean de corazón generoso, acompañen las dificultades con espíritu de sacrificio, sean hombres y mujeres de oración. Desafiando así el hedonismo tan difundido que “banaliza las relaciones humanas y las vacía de su genuino valor y belleza” (Benedicto XVI, 5-6-2006). Y al mismo tiempo, los padres, sean para con sus hijos, “los primeros predicadores, mediante la palabra y el ejemplo” (Lumen Gentium, 11).

¿Por qué el mundo que vivimos está en un caos incomprensible?

Tiempos pasados parecen ser los momentos en que el respeto a los mayores, el orden en las cosas de la vida, el miramiento hacia los necesitados, las normas más elementales de urbanidad, las formas de vestir y comportarse, y los estilos de conversación, eran tomadas en consideración en la vida diaria

Por el año 1969, un profesor de psicología social realizó un singular experimento que recibió el nombre de “síndrome de la ventana rota”. Consideremos, para facilitar el acompañamiento de este artículo, que síndrome es un indicio, una manifestación, una señal, un síntoma. Su resultado y sus comentarios corrieron por el mundo demostrando un aspecto que dará luz para comprender mejor el fenómeno de caos incomprensible que vive el mundo contemporáneo. Conocer sus causas, y especialmente revertir la situación hacia una restauración de la vida cristiana –y por lo tanto ordenada– en la sociedad, es la preocupación de no pocos.carrro

El profesor Phillip Zimbardo, de la Universidad de Stanford, de Estados Unidos, dejó dos autos iguales abandonados en la calle. Uno en una zona rica y tranquila (Palo Alto, California), otro en una zona pobre y conflictiva (Bronx, en Nueva York). El vehículo dejado en la zona pobre no tardó en ser desmantelado en pocos días. El de la zona rica, seguía igual al cabo de una semana.

Continuando con el experimento procedió a romper uno de los vidrios del vehículo que se encontraba en la zona rica y tranquila. No tardó en comenzar el desmantelamiento de igual forma que había ocurrido en la zona pobre.

En el primero el desmantelamiento fue casi inmediato. En el segundo, nada pasó durante la primera semana. Para que comenzara a ocurrir algo los investigadores sociales tuvieron que proceder a romper un vidrio, dando idea de un total abandono, lo cual incentivó el robo y el vandalismo. “Ese –como que– mensaje rompe unos misteriosos códigos de convivencia y transmite la idea de ausencia de ley, de normas, de reglas, como si valiera todo”. Es lo que demuestra el articulista Alfonso Aguiló, vicepresidente del Instituto Europeo de Estudios para la Educación, de cómo los pequeños detalles modelan todo el modo de ser de las personas.

Tiempos pasados parecen ser los momentos en que el respeto a los mayores, el orden en las cosas de la vida, el miramiento hacia los necesitados, las normas más elementales de urbanidad, las formas de vestir y comportarse, y los estilos de conversación, eran tomadas en consideración en la vida diaria. Pero hoy, nos dice sabiamente este articulista, que “son detalles pequeños que constituyen y modelan todo un modo de ser. Pequeños rasgos o gestos sin aparente importancia, pero que configuran bastantes de los principios más importantes” (Revista Hacer Familia, n.º 200, 10-10-2010).

El fenómeno llamado de secularización que se vive, quitando cualquier señal, signo o presencia de realidades superiores, produce una diminución del sentido de lo sagrado, afectando automáticamente el convivio humano.

De forma progresiva, gradual, se ha ido atenuando, perdiéndose de forma imperceptible el significado de lo sagrado y, como terrible consecuencia, perdiéndose la presencia de Dios entre los hombres. Definía San Juan Pablo II al secularismo como “un movimiento de ideas y costumbres, defensor de un humanismo que hace total abstracción de Dios, y que se concentra totalmente en el culto del hacer y del producir, a la vez que embriagado por el consumo y el placer”, en la Exhortación Reconciliatio et Penitentia, agregando que todo esto minaba el sentido del pecado.

En este alejarse el mundo de Dios acabamos viendo lo que califica Benedicto XVI de “proceso continuo de descristianización”

En este alejarse el mundo de Dios acabamos viendo lo que califica Benedicto XVI  de      proceso continuo de descristianización”

Estamos en un momento de continuas transformaciones. Este fenómeno se produce –como en el caso de la “ventana rota” de un automóvil con aspecto de abandonado– cuando se sobrepone lo natural a lo sobrenatural, cuando las formas de presentarse y de vivir, cuando la música, la literatura y el arte no tienen la calidad y belleza que corresponden. Cuando todo esto ocurre, la consecuencia es la situación de caos que estamos presenciando. Al romperse el vínculo con Dios, se nota la incertidumbre social, la sociedad se descompone y se desvía para defectuosos derroteros. La vida pierde su objetivo, quedando afectada por el ambiente cultural que la rodea, por un secularismo que niega lo sobrenatural, lo transcendente, queriendo sacarlo de escena. En este alejarse el mundo de Dios acabamos viendo lo que califica Benedicto XVI de “proceso continuo de descristianización” (10-12-2010).

La institución de la familia es –entre otras– una de las que más sufren los embates de este penetrante fenómeno, “atravesando una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales”, en palabras de Francisco en la Evangelii Gaudium (66).

Esta atmósfera de secularización que se ha ido difundiendo en diversas partes del mundo envuelve especialmente los jóvenes y los somete a la presión del ambiente. Se pierde el sentido de Dios y en consecuencia se pierde incluso el sentido profundo del amor conyugal y de la familia; como profundiza el Pontificio Consejo para la Familia en su documento para la preparación del Sacramento del Matrimonio (13-5-1996), es preocupante la “crisis de los valores morales y, en particular, la pérdida de la identidad del matrimonio y de la familia cristiana, y por lo tanto del sentido mismo del noviazgo”.

El tema es de vital importancia para los hombres de hoy. Sin tener en cuenta estas graves circunstancias no se logrará salir del caos que nos rodea. Benedicto XVI decía al Episcopado Francés (19-11-2012) que nos encontramos ante “un enorme desafío de vivir en una sociedad que no siempre comparte las enseñanzas de Cristo y que, en ocasiones, trata de ridiculizar o marginar a la Iglesia intentando confinarla exclusivamente a la esfera privada”. Es lo que advierte Francisco en la Evangelii Gaudium (64) al decir que “el proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo”.

La Constitución Conciliar Gaudium et spes (7) alertaba que la negación de Dios en muchas regiones se encontraba expresada “no sólo a niveles filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y de la historia, y la misma legislación civil”.

Se pretende excluir a Dios de la vida de las personas “hasta el intento de marginarla de la vida pública”, es la afirmación actualizada de Benedicto XVI (30-5-2011).

“Aprended a llamar pecado al pecado, y no lo llaméis liberación y progreso”

“Aprended a llamar pecado al pecado, y no lo llaméis liberación y progreso”

Esta realidad, que penetrando silenciosa –porque no la sentimos ya que actúa como una radioactividad– desencadena la pérdida del sentido del pecado, es el relativismo. Pío XII ya lo decía, en frase proverbial: “El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado” (26-10-1946). San Juan Pablo II, en homilía a jóvenes universitarios: “Aprended a llamar pecado al pecado, y no lo llaméis liberación y progreso” (26-3-1981). Francisco, en una de sus homilías: “Que el Señor nos dé siempre la gracia de no perder el sentido del pecado” (31-1-2014).

Así se va extendiendo un ambiente de secularismo, se produce una crisis de valores morales que nos llena de preocupación. Un entrechoque entre dos mundos espirituales, según decir del papa Emérito Benedicto en Luz del Mundo (70): “El mundo de la fe y el mundo del secularismo”.

En este avance avasallador del secularismo, en animosidad abierta contra la presencia de la Iglesia católica con su mensaje evangélico, vemos el intento de desplazar, desarraigar, de expulsar la cultura y la fe cristiana de los pueblos. Ante eso, la Comisión Pontificia para América Latina (28-2-2012) incentivaba a “actualizar, reformular y revitalizar la tradición católica, arraigándola más profundamente en el corazón de las personas, en la vida de las familias y en la cultura de los pueblos, para que resplandezca como belleza de la verdad, promesa de felicidad y novedad de vida más humana para todos”.