La Cátedra de San Pedro

La Cátedra de San Pedro Centro de la unidad y santidad de la Iglesia

Bien pobre era aquel extranjero que Roma vio llegar, en el reinado de Claudio, pro la Vía Apia. Respondía su nombre al de Pedro, vestía un manto simple y se apoyaba en un bastón de peregrino. Sin embargo, sus sucesores, tres siglos más tarde,  ascendían al más alto trono de la Tierra. Frágiles también eran aquellos varones que, en estos veinte siglos, ocuparon la Cátedra de Pedro. Muchos fueron martirizados, otros presos o exiliados. El hombre puede morir, pero el Papa sobrevive. Aún hoy-y así será siempre- las multitudes lo buscan sin cesar. ¿Buscan ellos oro, poder, influencia? No. Se sentirán felices si consiguen verlo a distancia, en la Plaza de San Pedro, o, quizá, recibir de él una bendición o una mirada. En la persona de Pedro es a Jesús que buscan.

Milagro de la verdad infalible en la inconstancia del hombre

En el Papado, el hombre inconstante, sujeto al error, asumido por el Espíritu Santo, sirve de instrumento a la doctrina eterna. A lo largo de los siglos, en medio a todas las limitaciones de la naturaleza de los que ocupan la Cátedra de Pedro,  una cosa perdurará siempre: la verdad divina. De generación en generación, los Papas portarán la luminosa antorcha de la Verdad que ninguna tempestad conseguirá apagar. “Yo rogué por ti (Pedro) a fin de que tu fe no desfallezca; y tú, por tu vez, confirma a tus hermanos” (Lc. 22, 32). Con estas palabras, el divino Salvador prometió una particular asistencia al jefe de la Iglesia, en virtud de la cual nunca faltará su fe. Con ellas aseguró  a San Pedro y sus sucesores el don de la infalibilidad, es decir, ellos no pueden  errar cuando enseñan ex cathedra, en materia de fe y de costumbres. Es el milagro de la verdad divina bajo las apariencias de la inconstancia humana.

Misterio de la santidad en la debilidad

En consecuencia del pecado, la naturaleza humana quedó corrompida, sus instintos la llevan la mal. Sin embargo, le hombre frágil fue escogido por Dios para, sin desfallecimiento ni interrupción,  derramar sobre el mundo el inmaculado manantial de la gracia y de la virtud, la doctrina que  proclama la santidad y los sacramentos que la confiere. Si, como hombre, el Papa está sujeto a debilidades  no obstante jamás dejará de cumplir su misión de santificar las almas. Y las debilidades humanas señaladas por la Historia, ¿no  habrán sido permitidas por la Providencia justamente para hacer sobresalir aún más que el fundamento de la infalibilidad y la inmortalidad de la Iglesia es el propio Nuestro Señor Jesucristo, y no de criaturas humanas?

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