Cuaresma Tiempo de Oración

En este tiempo especial de gracias que es la Cuaresma debemos aprovechar al máximo para hacer una renovación espiritual en nuestra vida. El Apóstol San Pablo insistía: “En nombre de Cristo os rogamos: ¡reconciliaos con Dios!” (2 Cor 5, 20); “os exhortamos a que no recibáis la gracia de Dios en vano. Pues él dice: Yo te oí en el tiempo favorable y te ayudé en el día de la salvación (Is 49,8). Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.” (2 Cor 6, 1-2).

 Cristo ayunó y rezó durante cuarenta días (un largo tiempo) antes de enfrentar las tentaciones del demonio en el desierto y nos enseñó a vencerlo por la oración y el ayuno. De la misma forma la Iglesia quiere enseñarnos cómo vencer las tentaciones de hoy. De ahí surgió la Cuaresma.

El Miércoles de Ceniza, cuando ella comienza, los sacerdotes colocan un poquito de cenizas sobre la cabeza de los fieles en la Misa. El sentido de este gesto es el de recordar que un día la vida termina en este mundo, “volvemos al polvo” que las cenizas recuerdan. Por causa del pecado, Dios dijo a Adán: “Eres polvo, y al polvo tú has de volver”. (Génesis 2, 19).

Este sacramental de la Iglesia nos recuerda que estamos de paso por este mundo, y que la vida de verdad, sin fin, comienza después de la muerte; y que, por tanto, debemos vivir en función de eso. Las cenizas humildemente nos recuerdan que después de la muerte prestaremos cuentas de todos nuestros actos, y de todas las gracias que recibimos de Dios en esta vida, comenzando por la propia vida, del tiempo, de la salud, de los bienes, etc.

Esos cuarenta días, deben ser un tiempo fuerte de meditación, oración, ayuno, limosna (“remedios contra el pecado”). Es tiempo para meditar profundamente la Biblia, especialmente los Evangelios, la vida de los Santos, vivir un poco de mortificación (cortar un dulce, dejar la bebida, cigarrillo, paseos, asados, la TV, alguna diversión, etc.) con la intención de fortalecer el espíritu para que pueda vencer las debilidades de la carne.

En la Oración de la Misa de Cenizas la Iglesia reza: “Concedednos oh Dios todopoderoso, iniciar con este día de ayuno el tiempo de la Cuaresma para que la penitencia nos fortalezca contra el espíritu del Mal”.

Sabemos cómo debemos vivir, pero no tenemos fuerza espiritual para eso. La mortificación fortalece el espíritu. No es la valorización del sacrificio por él mismo, y de manera masoquista, mas por el fruto de conversión y fortalecimiento espiritual que él trae; es un medio, no un fin.

Cuaresma es un tiempo de “rever la vida” y abandonar el pecado (orgullo, vanidad, arrogancia, prepotencia, ganancia, pornografía, sexismo, gula, ira, envidia, pereza, mentira, etc.). En fin, vivir lo que Jesús recomendó: “Vigilad y orad, porque el espíritu es fuerte pero la carne es débil”.

Aunque este sea un tiempo de oración y penitencia más profundas, no debe ser un tiempo de tristeza, al contrario, pues el alma se vuelve más leve y feliz. El placer es satisfacción del cuerpo, pero la alegría es la satisfacción del alma.

San Agustín decía que “el pecador no soporta ni a sí mismo”, y que “tus pecados son tu tristeza; deja que la santidad sea a tu alegría”. La verdadera alegría brota a causa de la virtud, de la gracia; entonces, la Cuaresma nos trae un tiempo de paz, alegría y felicidad, porque llegamos más cerca de Dios.

Una buena confesión

Para eso podemos hacer una Confesión bien hecha; el medio más eficaz para librarse del pecado. Jesús instituyó la Confesión en su primera aparición a los discípulos, en el mismo domingo de la Resurrección (Jn 20,22) diciéndoles: “a quien ustedes perdonen los pecados, los pecados estarán perdonados”. No hay gracia mayor que ser perdonado por Dios, estar libre de las miserias del alma y estar en paz con la consciencia.

Jesús quiso que nos confesemos con el Sacerdote de la Iglesia, su ministro, porque él también es débil y humano, y puede comprendernos, orientarnos y perdonarnos por la autoridad de Dios. Especialmente a aquellos que hace mucho no se confiesan, tienen en la Cuaresma una gracia especial de Dios para aproximarse al Confesor y entregar a Cristo en él representado, sus miserias.

Una práctica muy saludable que la Iglesia nos recomienda durante la Cuaresma, una vez por semana, es hacer el ejercicio del Via Crucis, en la iglesia, recordando y meditando la Pasión de Cristo y todo su sufrimiento para salvarnos. Esto aumenta en nosotros el amor a Jesús y a los otros.

No podemos olvidar también que la Santa Misa es la práctica de piedad más importante de la fe católica, y que de ella debemos participar, si posible, todos los días de la Cuaresma. En la Misa estamos delante del Calvario, el mismo y único Calvario. Sí, no es la repetición del Calvario, ni apenas su “recuerdo”, mas su “presentación”; es la actualización del Sacrificio único de Jesús.

La Iglesia nos recuerda que todas las veces que participamos bien de la Misa, “se torna presente nuestra redención”.

Así podemos vivir bien la Cuaresma y participar bien de la Pascua del Señor, enriqueciendo nuestra alma con sus gracias extraordinarias; pudiendo ser mejor y vivir mejor.

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