Letanías a Santa Teresita del Niño Jesús

Letanías a Santa Teresita del Niño Jesús

Santa Teresita del Niño Jesús, ruega por nosotros

Señor ten piedad de nosotros,

R/. Por las lágrimas de María, vuestra Hija poderosísima.

Jesucristo, ten piedad de nosotros.

R/. Por las lágrimas de María, vuestra Madre amadísima,

Señor ten piedad de nosotros,

R/. Por las lágrimas de María, tu Esposa amorosísima y misericordiosísima.

 

Santa María, ruega por nosotros

Santa Teresita del Niño Jesús, ruega por nosotros

Ángel de inocencia, ruega por nosotros

Alegría de tus padres, ruega por nosotros

Modelo de la infancia, ruega por nosotros

Esposa de Jesucristo, ruega por nosotros

Espejo de los que hacen la Primera Comunión, ruega por nosotros

Devotísima del santo escapulario, ruega por nosotros

Fidelísima a la regla Carmelitana, ruega por nosotros

Ejemplo de pobreza, ruega por nosotros

Ejemplo de castidad, ruega por nosotros

Ejemplo de obediencia, ruega por nosotros

Ejemplo de la vida monástica, ruega por nosotros

Aurora de renovación de la vida espiritual, ruega por nosotros

Guía seguro de las almas, ruega por nosotros

Que prometiste una lluvia de rosas, ruega por nosotros

V/. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,

R/. Perdónanos, Señor.

V/. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,

R/. Escúchanos, Señor

V/. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,

R/. Ten piedad de nosotros.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria (tres veces).

V/. Ruega por nosotros, Santa Teresita del Niño Jesús.

R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.

Oremos: ¡Oh Dios que te dignaste designar a tu sierva Santa Teresita del Niño Jesús, como ejemplo para nosotros, concédenos la gracia de imitarla y de, por su intercesión, alcanzar lo que te pedimos!

¡Oh Corazón Sapiencial e Inmaculado de María que abrasaste con el fuego de tu amor el alma de Santa Teresita del Niño Jesús, concédenos la gracia de amarte y de hacerte amar siempre! Amén.

Santa Teresita del Niño Jesús

En su corta existencia llegó a un elevado grado de santidad. Por sus inmensos deseos y su vida de sacrificios, fue misionera sin salir del convento y se convirtió en Patrona de las Misiones. Inauguró una nueva senda espiritual y fue proclamada Doctora de la Iglesia.

Era un 30 de septiembre de 1897. Cerca de las 16 horas, la comunidad del Carmelo de Lisieux, en Francia, se reunió en torno al lecho de una religiosa que, con tan sólo 24 años de edad, parecía entrar en agonía. A la hora del Ángelus, miró largamente a la Virgen de la Sonrisa, que siempre la había protegido en su breve existencia.

Sujetaba con firmeza el crucifijo. Notando que la enferma parecía tardar un poco más en esta tierra, la superiora dispensó a la comunidad. Pero enseguida sonó la campana de la enfermería y las religiosas regresaron a toda prisa, a tiempo para presenciar una sublime escena.

Con los ojos puestos en el crucifijo, la agonizante pronunció esta breve frase: “Dios mío… yo… ¡Te amo!”. Su semblante se iluminó, parecía estar en éxtasis. Durante algunos instantes, su mirada se posó un poco por debajo de la imagen de María que tenía en la cabecera. Después cerró los ojos y, con una sonrisa en los labios, entregó su alma al Creador.