Nuevos Consagrados a la Virgen, según el Método de San Luis María Grignon de Monfort

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El pasado domingo, 22 de abril, se vivieron momentos de mucha emoción y gracia sobrenatural en la Casa de los Heraldos del Evangelio en El Salvador, ya que un grupo de jóvenes participantes de las actividades de los Heraldos, en una solemne Eucaristía, presidida por el P. Fernando Gioia EP, se consagraron a Jesucristo como esclavos de Amor por las manos de María, según las enseñanzas de San Luis Maria Grignon de Monfort.

Después de un profundo estudio del Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, de San Luis, y de haber cumplido con las prescripciones de las oraciones y meditaciones durante los 33 días de preparación, realizaron la tan esperada consagración y con esto servir a Dios de una manera más perfecta, es decir, haciéndose todo dependientes de Aquella que es la Medianera de todas las Gracias.

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¿A qué edad se puede ser santo?

“Si Domingo pudo santificarse a tan corta edad, ¿por qué yo no?”– interroga Don Bosco al escribir la vida del joven santo.

santodomingo1Los rayos del sol mañanero atraviesan, tímidos y fríos aún, las ventanas de las aulas de un colegio católico. Suena la campana del recreo, y los alumnos salen en orden al patio donde pronto comienza el sano alborozo. Centenares de niños corren, saltan y juegan.

Algunos sacerdotes y clérigos animan la diversión, velando al mismo tiempo para que no se mezclen actitudes inconvenientes con la sana alegría. Uno de ellos, rodeado de jóvenes, tras esquivar un balón perdido en el aire, exclama: “¡Griten y jueguen, con tal que no pequen!” Se trata de Don Bosco. Tiene fama de santo entre los jóvenes, que se disputan el privilegio de estar a su lado, de intercambiarle un saludo, de besar su mano sacerdotal.

Si él pudo ser santo, ¿por qué yo no?

La escena anterior sucede en el primer colegio abierto por Don Bosco en Turín, Italia. Ahí se encuentran jóvenes de humilde condición a los que se da formación humana y cristiana, amén de prepararlos para su futura vida profesional. Algunos llegarán muy alto en la vida social y eclesiástica. Muchos serán honestos carpinteros, herreros, maestros de obras, etc. Unos pocos, elevándose sobre todos los demás, alcanzarán la gloria de los altares. Es el caso del joven Domingo Savio.

De su corta existencia sabemos que vivió casi tres años en el Oratorio, donde mantuvo un entrañado afecto hacia el padre de su alma, san Juan Bosco, y sirvió de continuo ejemplo y estímulo a los demás adolescentes. De todos se granjeó la amistad, formando junto a un núcleo más fervoroso la Compañía de María Inmaculada, que luego sería el primer semillero de vocaciones sacerdotales para la Congregación Salesiana.

Al narrar su vida, “cuyo tenor fue notoriamente maravilloso”, su primer biógrafo, el propio Don Bosco, tuvo la intención de hacer imitadores de Savio entre sus jóvenes lectores, a los que dirige esta pregunta: “Si Domingo pudo santificarse a tan corta edad, ¿por qué yo no?”

Deseo ardiente por recibir a Jesús Eucaristía

Hagamos nuestras delicias con algunos datos y hechos más sobresalientes de este joven prodigioso que supo aliar virtudes armónicamente contrarias.

El pequeño poblado italiano de Riva de Chieri lo vio nacer el 2 de abril de 1841. Sus padres, Carlos Savio y Brígida, eran pobres pero honrados y buenos católicos. Desde chiquito, Domingo tomó muy en serio la piedad inculcada por sus padres. Contando apenas cinco años de edad, un forastero convidado a la pobre mesa de la familia Savio se sirvió de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso, Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto, no está bien que nos sentemos a su lado”.

Por razones de trabajo la familia hubo de mudarse a Murialdo, en los alrededores de Castelnuovo, donde el futuro santo asistía al catecismo de la parroquia. Su privilegiada memoria –se aprendió todo el catecismo breve a pie juntillas–, su perfecto discernimiento de la sustancia y grandeza del sacramento de la Eucaristía y su ardiente deseo de recibir a Jesús Sacramentado, llevaron al párroco a autorizarlo a recibir su primera comunión con siete años de edad, aun cuando la costumbre en aquel entonces era esperar que los niños tuviesen los once cumplidos.

Propósitos para toda la vida

Mal supo Domingo que iba a participar del banquete celestial, se transbordó de alegría al punto de vérselo rezando largos ratos por esos días. En las vísperas de la tan anhelada fecha redactó un papelito que más tarde vino a caer en manos de Don Bosco:

“Propósitos tomados por mí, Domingo Savio, en el año 1849, a la edad de siete años:

1º. Me confesaré muy a menudo y recibiré la comunión todas las veces que el confesor me lo permita.

2º. Santificaré los días festivos.

3º. Mis amigos serán Jesús y María.

4º. La muerte, antes que pecar.

¡Ojalá todos los jóvenes recibieran este Sacramento con las mismas disposiciones de este celestial patrono suyo!

Al decir de Don Bosco, “la Primera Comunión bien hecha pone un sólido fundamento moral a toda la existencia”. Así ocurrió con santo Domingo Savio. En su corta vida renovaría muchas veces los propósitos formulados, dando ejemplo evidente de ponerlos en práctica con fervor y eficacia.

El encuentro con san Juan Bosco

Movido por su deseo de ser sacerdote, Domingo iba a clases a la escuela de un pueblo cercano, recorriendo 20 kilómetros a pie cada día. Durante estos recorridos dominaba su curiosidad fijando su mirada en los límites del angosto camino rural, a tal punto que nunca supo describir los pueblos y paisajes encontrados a su paso. Esta dura mortificación se la aplicaba porque quería resguardar sus ojos de cualquier cosa fea, y así poder ver con ellos a Jesús y María en el cielo.

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El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su vida. No pudiendo continuar los estudios por la precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía a jóvenes de escasos recursos. “En este joven encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta de recomendación.

La Historia guarda un recuerdo imborrable de ese primer encuentro gracias a la pluma de san Juan Bosco, que lo recordó siempre con ternura y emoción.

“En el primer lunes de octubre – escribe–, bastante temprano, vi un niño acompañado por su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de inmediato mi atención.

– ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde vienes.

– Soy –repuso– Domingo Savio, de quien ya le ha hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de Mondonio.

Descubrí en aquel joven un alma según el espíritu del Señor y quedé no poco maravillado al comprobar el trabajo que la gracia divina había obrado en tan tierna edad.

Después de un coloquio más bien prolongado, me dijo estas textuales palabras:

– Pues bien, ¿me llevará a Turín para estudiar?

– ¡Veremos! Me parece que hay un buen paño.

– ¿Para qué podrá servir ese paño?

– Para hacer un hermoso vestido y regalárselo al Señor.

– Pues bien, yo soy el paño, usted será el sastre; lléveme consigo y hará un hermoso vestido para el Señor.

– Pero, cuando hayas terminado tus estudios de latín, ¿qué piensas hacer?

– Si el Señor me concediera gracia tan grande, deseo ardientemente abrazar el estado eclesiástico”.

Don Bosco, convencido de la calidad del “paño” que tenía ante sí, decidió llevarlo a la “sastrería”, es decir, al Oratorio de Valdocco en Turín.

¡Le pido que me haga santo!

Allí, su buena conducta y el serio cumplimiento de sus deberes lo destacaron. Únicamente la salud del cuerpo no acompañaba la marcha de esta alma tan celosa. Al corto tiempo, un preocupante agotamiento de sus fuerzas físicas lo apartó de la escuela, aunque siguió estudiando en el internado del Oratorio.

Cierto día un sermón de Don Bosco lo llenó de entusiasmo.

“Es voluntad de Dios –decía el sacerdote– que todos nos hagamos santos. Es bastante fácil conseguirlo. Y hay en el cielo un premio preparado para quien llega a ser santo.”

Aquella frase fue como una centella que provocó en su alma un incendio de amor de Dios. Su meta ya estaba plenamente clara: la santidad.

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la medida de sus posibilidades, cualquier petición que le hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de pedidos. Savio tomó su papelito y escribió algo diferente a todos: “Le pido que salve mi alma y me haga santo”.

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se presenta marcada por el carisma salesiano, según la enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser un santo alegre; y después, aplicando la máxima “salvando sálvate”, debía hacer apostolado entre sus compañeros.

Así, luego de ganarse la simpatía de un jovencito al que acababan de admitir en el Oratorio, Domingo le explicó: “Tienes que saber que en esta casa la santidad consiste en estar siempre muy alegres. Sólo nos esforzamos en evitar el pecado, un gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz del corazón, y en cumplir bien nuestros deberes”.

Funda una asociación “secreta”

Con el mismo objetivo de “salvando sálvate”, fundó un poco después la ya mencionada Compañía de María Inmaculada. “Yo desearía –solía decir Savio– hacer algo en honor de María, pero hacerlo pronto porque temo que me falte el tiempo.

La Compañía era una asociación “secreta” guiada por Don Bosco y en ella participaban algunos de los mejores alumnos del Oratorio, deseosos de hacer apostolado con sus compañeros. Uno de ellos se llamaba Miguel Rúa, el sucesor de Don Bosco al frente de la obra salesiana.

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Las “constituciones” de la Compañía se resumían en cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos elementos que pervierten a los demás.

A guisa de ejemplo de la acción de esos jóvenes ejemplares entre sus compañeros sirva este hecho, protagonizado por el mismo Domingo y contado por San Juan Bosco:

“Cierto día sucedió que un jovencito, extraño al oratorio, entró al patio llevando consigo desconsideradamente una revista con figuras indecentes e irreligiosas. Una turba de niños lo circundó para contemplar las ‘maravillas’. También corrió Savio, en la creencia de que allí estuviesen mostrando alguna imagen devota.

Pero cuando se hubo percatado, tomó la hoja y la hizo pedazos. Todos sus compañeros se quedaron de una pieza, mirándose unos a otros sin saber qué decir .Entonces él les habló así:

– El Señor nos ha dado los ojos para contemplar la belleza de las cosas que ha creado, ¿y ustedes se sirven de ellos para mirar semejantes asquerosidades? ¿Olvidaron ya lo que tantas veces se les predicó?

– Nosotros –respondió uno– estábamos contemplando esas figuras para reírnos.

– Sí, sí, para reírse; y sin embargo se preparan para ir al infierno riendo… ¿Pero seguirían riendo si tuvieran la desgracia de caer en él?

A tales palabras, todos callaron y nadie se atrevió a aventurar ninguna nueva observación”.

Avisos del final

Infelizmente, la vida de Domingo, que tanto prometía para el futuro si llegase a ser sacerdote, sería corta. En sus largos tiempos de oración, la divina gracia iba preparándolo para la gloria eterna.

Durante los recreos, de repente salía de la rueda de amigos y paseaba solo, con el espíritu absorto. Al pedirle explicaciones, respondía: “Me asaltan las distracciones de costumbre, y me parece que el Paraíso se abre sobre mi cabeza, y tengo que alejarme de mis compañeros para no decirles cosas que ellos podrían ridiculizar”.

En otra ocasión, también en el recreo, cayó como desmayado en brazos de un amigo y al volver en sí, afirmó: “Los inocentes están en el cielo más cerca de la persona de nuestro divino Salvador, y le cantarán especialmente himnos de gloria eternamente”.

Vaticinando su próximo fin, escribió a un gran amigo suyo, el ejemplar joven Massaglia: “Me dices que no sabes si volverás al Oratorio a visitarnos; también mi carcacha aparece bastante deteriorada, y todo me hace presagiar que me acerco a grandes pasos al término de mis estudios y de mi vida”.

“¡Qué hermosas cosas veo!”

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Massaglia lo precedió en entrar al Paraíso, pero Domingo no tardó en seguirlo. A inicios de 1857 su enfermedad se agravó notablemente. Una tos persistente despertaba serios temores por el contagio, tanto más cuando el cólera cundía en la región de Turín. Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir, pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso”.

Partió a la morada de sus padres en Mondonio, donde llegó el primer día de marzo de 1857. Ahí soportó con admirable resignación e incluso alegría los padecimientos con que la Divina Providencia quiso enriquecer su alma los últimos días de vida. Su larga agonía transcurrió en medio de una dulzura y paz admirables, que culminaron en el instante supremo, cuando exclamó, sonriendo con aire de Paraíso: “¡Ah, qué hermosas cosas veo!” Así diciendo, expiró con las manos cruzadas sobre el pecho, sin hacer el menor movimiento.

Cruzaba el umbral de la eternidad el primer santo salesiano, un día 9 de marzo de 1857. La noticia de su muerte entristeció a Don Bosco; había perdido una perla preciosa…

¿La había perdido?

¡Desde el Paraíso, santo Domingo atraería por el camino de la inocencia a innumerables jóvenes más! Al mismo Don Bosco se le aparecería más tarde en sueños, mostrándole las bellezas del Cielo, donde se encontraba.

(Revista Heraldos del Evangelio, Marzo/2006, n. 51, pag. 16 a 19)

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Nuevos Sacerdotes Heraldos

PCO_6310El día 19 de marzo, solemnidad de San José, 14 diáconos de la Sociedad Clerical de Vida Apostólica de Derecho Pontifico Virgo Flos Carmeli, fueron ordenados sacerdotes por las manos de Don Benito Beni dos Santos, Obispo Diocesano de Lorena, San Pablo.

Triduo Pascual en Guatemala

IMG_4336Siguiendo con el retiro-campamento con los jóvenes de El Salvador, Guatemala y Costa Rica, en el Monasterio Academia de los Heraldos del Evangelio de Guatemala, tuvo lugar el Triduo Pascual, donde también los papás de los chicos pudieron participar.

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Semana Santa en Guatemala 2012

Campamento Guatemala3_122El tema del campamento-retiro fueron Los Sacramentos. En todas las palestras fueron ilustradas por inúmeras e interesantes obras de teatros, que  fueron de gran subsidio para los jóvenes asistentes. La actividad comenzó con una solemne coronación de la imagen del Inmaculado Corazón de María, pidiendo, con este acto que la Santísima Virgen sea la Reina de nuestros corazones en todos estos días de retiro.

Tampoco faltó un tiempo de esparcimiento con entretenidos juegos.

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Semana Santa en Guatemala

8Con los jóvenes participante de las actividades de los Heraldos del  Evangelio, de El Salvador, Guatemala y Costa Rica, se está realizando, en su 3ª edición, un Campamento-retiro,  en la Academia Monasterio, en el país hermano de Guatemala.

Dicha actividad comenzó este domingo de Ramos en el  cual estaban también presente un numeroso grupo de los Cooperadores de los Heraldos y de los papás de algunos de los  jóvenes participantes.

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Letanías de San José

san josésLetanía de San José

La devoción a san José, casto esposo de la santísima Virgen, ha sido particularmente
recomendad por los últimos Papas, entre los que destaca S.S. Juan Pablo II, de feliz memoria,
que lo propuso como modelo para las familias cristianas (Redemptoris Custos), siguiendo la huella de uno de sus predecesores, el Papa León XIII: “Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto ejemplo de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a su vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal” (Quamquam Pluries).

La Letanía de San José, al resaltar sus virtudes excelsas, nos incita más fácilmente a imitarlo, al mismo tiempo que imploramos su poderosa intercesión.

Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo, ten piedad de nosotros.

R/. Señor, ten piedad de nosotros..

Cristo, óyenos..

R/. Cristo, escúchanos.

Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Santa Trinidad, un solo Dios,
Santa María, ruega por nosotros.

Ilustre descendiente de David,
Luz de los patriarcas,
Esposo de la Madre de Dios,
Custodio purísimo de la Virgen,
Nutricio del Hijo de Dios,
Diligente defensor de Cristo,
Jefe de la Sagrada Familia,
José justo,
José casto,
José fuerte,
José obediente,
José fiel,
Espejo de paciencia,
Amante de la pobreza,
Modelo de obreros,

Gloria de la vida doméstica,
Custodio de vírgenes,
Sostén de las familias,
Consuelo de los desdichados,
Esperanza de los enfermos,
Patrono de los moribundos,
Protector de la santa Iglesia,

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
R/. Perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
R/. Escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas
los pecados del mundo,
R/. Ten piedad de nosotros.

V/. Lo nombró administrador de su casa.
R/. Y señor de todos sus bienes.

Oremos. ¡Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste elegir a San José para esposo de tu Santísima Madre!
Te rogamos nos concedas tenerlo como intercesor en el cielo, ya que lo veneramos como protector en la tierra. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

San José, Esposo de María y Padre adoptivo de Jesús

San José es el esposo de María y padre adoptivo de Jesús. De esta fuente emana su dignidad, su santidad, su gloria. Es verdad que la dignidad de la Madre de Dios llega tan alto que no existe nada más sublime. Sin embargo, una vez que entre la Santísima Virgen y San José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda que él, más que cualquier otro, se aproximó de aquella altísima dignidad por la cual la Madre de Dios supera por mucho a todas las demás criaturas.

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Perfil moral del santo Patriarca

Pocos son los datos directos que nos refieren los Evangelios sobre san José. Mientras tanto, al haber sido escogido por Dios por esposo de María, la “llena de gracia”, y digno custodio del Verbo Encarnado, no podemos dudar de que él fue dotado con dones y virtudes extraordinarios, que van mucho más allá del breve relato de Marcos y Mateo.

En este sentido, san Alberto Magno lo exalta diciendo: “Hizo de su corazón y de su cuerpo un templo al Espíritu Santo…, en el cual se ofreció a sí mismo a Dios y, en sí mismo, la más perfecta castidad de cuerpo y alma, el más aceptable y agradable sacrificio a Dios” .

Y el Papa León XIII en una encíclica dedicada a san José nos muestra cómo su matrimonio con la Santísima Virgen lo hacía partícipe de la gracia de Ella.

José es el esposo de María y padre legal de Jesús. De esta fuente ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.

Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime. Mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de Ella.

El evangelio de la solemnidad

El pasaje del evangelio más significativo respecto del esposo de María fue escogido por la Iglesia como segunda lectura propia de la solemnidad de san José. Tomado del evangelio de Mateo (1, 18-24), al recorrerlo, sentimos el estilo claro, breve, exacto, hasta musical, con que los autores sagrados narran las maravillas de la salvación.

Analicemos uno a uno esos seis poéticos versículos:

Se trata de cómo nació Jesucristo: María, su Madre, estaba desposada con José, antes de cohabitar, sucedió que Ella concibió por virtud del Espíritu Santo.

El término “desposada” merece una explicación, que nos la da el docto Padre Ricciotti: “ El matrimonio entre los judíos se realizaba en dos etapas: el compromiso (en hebraico kiddushino erusin) no era una mera promesa, como hoy, sino un contrato legal perfecto, o sea, verdadero matrimonium ratum.

Por tanto, la mujer prometida en casamiento era esposa en el sentido pleno y podía recibir el libelo de repudio. Y en caso de muerte era verdadera viuda.

Cumplido este compromiso matrimonial, los prometidos – esposos permanecían en sus respectivas familias durante cierto tiempo que acostumbraba a ser de un año […] este tiempo era empleado en los preparativos de la nueva casa y del mobiliario familiar” .

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José, su marido, que era un hombre justo. La palabra “justo” tiene aquí un valor muy grande. san Alberto Magno comenta así: “san José fue varón perfecto, en lo referente a la justicia, por la constancia de su fe; en cuanto a la templanza, por la virtud de su castidad; en cuanto a la prudencia, por la excelencia de su discreción; en cuanto a la fortaleza, por la energía de su acción. Así, matrimopues, encontramos en él las cuatro virtudes cardinales en grado excelente” .

José jamás dudó de la integridad de María

…y, no queriendo difamarla, resuelve dejarla secretamente.

Es importante destacar que dentro de esta gran perplejidad jamás hubo en san José duda alguna en cuanto a la santidad de María. Esta santidad le era evidente, no sólo por ser notoria para cualquiera, sino porque José fue dotado por Dios —una vez que había sido escogido para ser el padre adoptivo de Jesús— con dones especiales para discernir todas las virtudes que adornaban el alma de la Virgo Virginum.

El Sensum fidei nos lleva, por tanto, a concluir que no es posible que José dudara de Ella. Concomitante con eso, veamos también lo que comentan al respecto de este pasaje algunos grandes doctores.

Dice santo Tomás que José conocía la santidad de María, lo que le hacía sentirse demasiado pequeño: “José no quiso abandonar a María para tomar otra esposa, o por alguna sospecha, sino porque temía, en su humildad, vivir unido a tanta santidad; por eso le fue dicho ‘No temas’ (Mt 1, 20)”.

A su vez, el doctor melifluus, san Bernardo, exclama, al unísono con santo Tomás: “¿Pero por qué querría dejarla? Considerad sobre este punto, no mi propio pensamiento, sino el de los Padres de la Iglesia. Si José quiso abandonar a María, lo hizo movido por el mismo sentimiento que llevó a san Pedro a decir, cuando buscaba apartar al Señor lejos de sí: ‘Apartaros de mí, porque soy un hombre pecador’ (Lc5, 8); y el centurión, disuadiendo al Salvador de ir a su morada, afirmar: ‘Señor, yo no soy digno de que entréis en mi casa’ (Mt 8, 8).

Fue, pues, llevado por ese pensamiento que José también, juzgándose indigno y pecador, se decía que no debía vivir por más tiempo en familiaridad con una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza le sobrepasaba y le inspiraba pavor. Él veía con una especie de asombro que Ella estaba embarazada de la presencia de un dios, y, no pudiendo penetrar en ese misterio, había hecho el propósito de dejarla” .

¡El motivo del deseo de irse, por tanto, no era una duda sobre la integridad de María, sino, por el contrario, su insondable veneración y humildad delante de la grandeza de Ella!

Mientras José pensaba en eso, el ángel del Señor se le apareció, en sueños, y le dijo: “José, Hijo de David, no tengas miedo de recibir a María como tu esposa, pues el hijo que ella espera proviene del Espíritu Santo”.

Resuelto el misterio, todo queda claro. Es ésta una verdadera “anunciación” a José, la cual se relaciona armoniosamente con la Anunciación del ángel Gabriel a María”.

El nombre Jesús

Ella dará a luz un hijo, y tú le darás por nombre Jesús, pues Él va a salvar a su pueblo de sus pecados. Era, de hecho, atribución del padre, en la ley judaica, dar el nombre al hijo. En el evangelio, por ejemplo, se relata también la perplejidad de los parientes de san Juan Bautista al conocer cómo querían sus padres que fuese llamado. Zacarías, escribió sobre una tablilla: “Juan es su nombre” (Lc 1, 63). Este episodio deja patente como, a pesar de la extrañeza de muchos, pues nadie en la familia se llamaba así, se aceptó la autoridad del padre en esa circunstancia.

En ese versículo, la voz del Señor, por medio del ángel, se hace oír a José, comunicándole que Dios lo asocia con este gran misterio: Es él quien debe nombrar al Salvador. De igual modo, Dios ratifica la legitimidad del poder paternal de san José sobre Jesús, o sea, su condición de verdadero padre , como destaca el Papa Juan Pablo II en su ya citada Exhortación Apostólica:

“Cuando él le dio el nombre, José declaró la propia paternidad legal en relación a Jesús; y, pronunciando ese nombre, proclamó la misión de este niño, de ser el Salvador” .

Muerte de san José

Por haber fallecido en los brazos de Jesús y María, san José es el patrón de la buena muerte. Pues se juzga, y con razón, que nadie fue tan bien asistido como él en sus últimos momentos. Casi se podría decir que por eso el término de su vida fue tan suave y consolador que de él estuvo ausente cualquier sufrimiento o angustia.

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Mientras tanto, no podemos olvidar que para José ésta fue la suprema perplejidad de su existencia terrena. Pues, al fallecer, se separaba de la convivencia inefable con su virginal esposa y con Jesús, el Hijo de Dios. José partía para la Eternidad, dejando en la tierra su Cielo… Que la consideración del ejemplo y de los preciosos dones concedidos por Dios al padre adoptivo de Jesús nos lleve a confiar en la poderosa intercesión de aquél a quien el propio Hijo de Dios obedeció: “Y Él les era sumiso” (Lc 2, 51).

Novena a San José

Fuente: Heraldos del Evangelio

La Escalera Milagrosa

En el mes de San José presentamos a nuestros lectores un gran prodigio del Castísimo Esposo de la Santísima Virgen. La inexplicable distracción de un arquitecto del siglo XIX creó un problema “insoluble”, cuyo resultado fue una admirable obra de arte que causa encanto en las almas abiertas a lo maravilloso y deja perplejos hasta hoy a los más competentes especialistas.

sanjose5En la prodigiosa escalera cuyas fotos el lector puede apreciar en estas páginas, todo es armónico y deslumbrante. Ocupando un mínimo de espacio, se eleva elegantemente en caracol, girando dos veces en 360 grados.

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Su historia, tan sorprendente como encantadora, justifica por entero el nombre que le dio la devoción popular: Escalera Milagrosa.

En 1853, las “Hermanas de Loreto” fundaron en la ciudad de Santa Fé, Estados Unidos, la Escuela de Nuestra Señora de la Luz (Loreto), para la educación de niñas. El establecimiento prosperó y, años después, las monjas decidieron construir una capilla dedicada a su Patrona. Optaron por el estilo gótico, a imitación de la famosa Sainte Chapelle de París.

Solamente cuando la obra había concluido, las buenas religiosas se dieron cuenta de un monumental descuido del arquitecto: ¡no había escalera de acceso al coro, situado a cerca de diez metros de altura!… Y la construcción de una escalera común no sólo deformaría el estilo, sino que reduciría de modo inaceptable el espacio útil del pequeño templo.

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¿Cómo resolver el problema? Se consultó a arquitectos, carpinteros y otros profesionales. Todos afirmaron categóricamente que la única “solución” era usar una escalera portátil.

Pero las monjas querían una iglesia hermosa, digna de la Reina de todas las bellezas. Y si la técnica humana era incapaz de solucionar el problema, “para Dios nada es imposible”, como nos enseña el Divino Maestro.

Llenas de fe, empezaron una novena a San José. ¡A fin de cuentas —argumentaban ellas— es un carpintero inigualable y debe empeñarse en que una iglesia dedicada a su Esposa Santísima sea perfecta en todo, como Ella!

Justamente el último día de la novena se presentó un carpintero en busca de trabajo. Llegó montado en un jumento, trayendo su caja de herramientas en la mano. Fue contratado en seguida para ejecutar una obra considerada imposible. Trabajó con diligencia y discreción durante cerca de seis meses.

Cierto día las hermanas verificaron deslumbradas que estaba construyendo una espléndida escalera de caracol. Para resolver un mero problema funcional, el discreto y eficiente artífice había adornado la pequeña capilla con una auténtica joya de madera.

¿Adónde estaba? Nadie lo sabía. Había desaparecido sin despedirse de persona alguna. No recibió paga, ni siquiera un simple agradecimiento por el servicio prestado. Lo buscaron inútilmente, incluso por medio de un anuncio publicado en el diario de la ciudad.

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Por otro lado, un examen meticuloso de la escalera causaba una enorme admiración en todos. Su magnífica estructura, la elegancia con que se eleva, aparte de varios detalles de la construcción, dejan perplejos a los especialistas hasta el día de hoy. Por ejemplo, realiza dos vueltas completas de 360 grados sin ningún apoyo colateral y está hecha enteramente de uniones, sin utilizar un solo clavo. Algunas de sus piezas son de un tipo de madera inexistente en la región.

Tomando en cuenta las circunstancias en que se hizo la novena a San José, la inexplicable perfección de la obra bajo el punto de vista humano, y la misteriosa desaparición del artista, las monjas no tuvieron dudas en sacar la conclusión: el propio esposo castísimo de la Virgen María había venido a realizar en homenaje a Ella, lo que la técnica humana consideraba imposible.

Y ahí está hasta hoy, maravillando a todas las almas capaces de ver y amar la belleza, la Escalera Milagrosa de la capilla de Nuestra Señora de Loreto, en la ciudad norteamericana de Santa Fe.