Algo quizás olvidado, el Pudor

Una mirada atenta sobre la Historia certifica que incluso las civilizaciones de la antigüedad cultivaban el vestuario no solo como mera necesidad de cubrir el cuerpo de las intemperies. Las vestimentas expresan algo de la propia auto-concepción que un individuo tiene de sí mismo. El traje es un lenguaje no verbal por el cual el hombre sociable presenta a los demás algo de su mentalidad. ¿Qué papel juega el pudor en la mentalidad de las personas?

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La modestia

Nos dice el Padre Manuel Sabino,Fundador de los Siervos del Buen Pastor: “El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad y Él es el “Señor que da la vida y que procede del Padre y del Hijo y con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado. Fue Él, el que habló por los profetas.” El Espíritu Santo es dador de todos los dones y carismas extraordinarios; todos los frutos espirituales provienen de Él”. Uno de esos frutos es la Modestia. “La Modestia, continúa el P. Manuel, se relaciona con ser discreto. La modestia es contra la ostentación y la exhibición. La modestia es el pudor que debe acompañar a todo cristiano pues en él habita Dios. Como tal, debemos respetar nuestro propio cuerpo, no exponiéndolo como un muestrario. Alertad a aquellas personas que se visten con mini-faldas, escotes exagerados, blusas trasparentes, pantalones exageradamente apretados, presentando los contornos del cuerpo. Podemos usar ropas bonitas y arregladas con el debido pudor y respeto por el cuerpo“.

Catecismo de la Iglesia Católica

Nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que el noveno mandamiento exige vencer la concupiscencia carnal en los pensamientos y en los deseos. La lucha contra esta concupiscencia supone la purificación del corazón y la práctica de la virtud de la templanza.

¿Cómo se llega a la pureza del corazón?

El bautizado, con la gracia de Dios y luchando contra los deseos desordenados, alcanza la pureza del corazón mediante la virtud y el don de la castidad, la pureza de intención, la pureza de la mirada exterior e interior, la disciplina de los sentimientos y de la imaginación, y con la oración.

.¿Qué otras cosas exige la pureza?

La pureza exige el pudor, que, preservando la intimidad de la persona, expresa la delicadeza de la castidad y regula las miradas y gestos, en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas. El pudor libera del difundido erotismo y mantiene alejado de cuanto favorece la curiosidad morbosa. Requiere también una purificación del ambiente social, mediante la lucha constante contra la permisividad de las costumbres, basada en un erróneo concepto de la libertad humana (Cfr.Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica – Preguntas 527 a 530).

Podemos también definir el pudor, de una forma más simple y para poder fijarla en nuestra memoria, con la siguiente fórmula: “Pudor: es la moderación y decoro en el vestir. Veamos algunos ejemplos de los santos.

Santa Juana de Chantal

San Francisco de Sales, vio una vez a Santa Juana de Chantal, un poco más adornada de lo normal. Sabiendo de su gran vocación, le dijo: “pues entonces os volveréis a casar, o por acaso es menester quitar la muestra”. La Santa comprendió y al día siguiente apareció con menos adornos, solamente con un encaje. San Francisco la vio y le dijo: “Señora, estarías siempre noblemente y decentemente vestida aun sin eso adornos”. La santa comprendió, y hasta retiró el encaje.

Ni después de la muerte

San José de Calazanz nunca permitió que partes de su cuerpo estuviera descubierta, a tal punto que ni a su madre ni as sus hermanos, les djaba cura una herida que tenía en el brazo. Esto porque de joven hizo voto de virginidad, tanto que a su muerte no pudieron cambiarle la ropa.

Pertenezco a otro esposo

La madre de Santa Rosa de Lima, pensaba que, como su hija era tan linda, la podría casar con un joven rico que le diera bienestar a l afamilia. Mandaba a du hija a vestir las mejores galas e ir a fiestas, pero ´Rosa lejos de faltar a su castidad, ponía clavos es sus diademas para no tenr miviimentos inapropiados. Un día se cortó la cabellera y, mostrándose a si madre que estaba enfurecida, le dice: “Pertenezco a otro esposo más noble que el que tú me quieres dar”.

San José, el hombre a quien Dios le llamaba padre

Dios siempre elige lo más hermoso

Dios Todopoderoso –para el que “nada es imposible” (Lc 1, 37) y que todo lo gobierna con sabiduría infinita– posee lo que pudiéramos llamar “su única limitante”: al crear no puede hacer nada que no sea bello y perfecto, o que no se destine a su gloria. Cuando determinó la Encarnación del Verbo desde la eternidad, el Padre quiso que la llegada de su Hijo al mundo estuviera revestida con la suprema pulcritud que conviene a Dios, no obstante los aspectos de pobreza y humildad a través de los cuales habría de mostrarse. Dispuso que naciera de una Virgen, concebida a su vez sin pecado original y reuniendo en sí misma las alegrías de la maternidad y la flor de la virginidad. Pero, para completar el cuadro, se imponía la presencia de alguien capaz de proyectar en la tierra la “sombra del Padre”. Fue la misión que Dios destinó a san José, el que bien merece las palabras dichas por la Escritura sobre su ancestro David: “El Señor se ha buscado un hombre según su corazón” (1 Sam13, 14).

Varón justo por excelencia

Tomando en cuenta el axioma latino nemo summus fit repente (“nada grande se hacede repente”) y aquella certera frase de Napoleón, “la educación de un niño empieza cien años antes de nacer”, es probable que en vista de su misión y de su rol como educador del Niño Dios, José haya sido santificado en el claustro materno al igual que san Juan Bautista en el vientre de santa Isabel; una tesis defendida por muchos autores y que puede sintetizarse en las palabras de san Bernardino de Siena: “Siempre que la gracia divina elige a alguien para un favor especial o para algún estado elevado, le concede todos los dones necesarios para su misión; dones que lo adornan abundantemente”.

El Evangelio traza la alabanza de José en una sola y breve frase: era justo. Tal elogio, a primera vista de un laconismo desconcertante, no es nada mediocre. El adjetivo “justo”, en lenguaje bíblico, designa la reunión de todas las virtudes. El Antiguo Testamento llama justo al mismo que la Iglesia concede el título de santo: justicia y santidad expresan la misma realidad.

El mismo silencio de las Escrituras a su respecto revela una faceta primordial de su perfección: la contemplación. San José es el modelo del alma contemplativa, más ansiosa de pensar que de actuar, aunque su oficio de carpintero le hiciera consagrar bastante tiempo al trabajo. Vemos realizada en él la enseñanza de santo Tomás: la contemplación es superior a la acción, pero más perfecta es la unión de una y otra en una misma persona.

Al serrar la madera, fabricar un mueble o un arado, José conservaba siempre su espíritu orientado al aspecto más sublime de las cosas, considerándolo todo bajo el prisma de Dios. Sus gestos reflejaban la seriedad y la altísima intención con que siempre actuaba, y esto contribuía a la excelencia de los trabajos ejecutados.

Su humilde condición de trabajador manual no le quitaba su nobleza, antes bien, reunía admirablemente ambas clases sociales. Como legítimo heredero del trono de David, mostraba en su porte y semblante la distinción y donaire propios de un príncipe, pero a ellos añadía una alegre sencillez decarácter. Más que la nobleza de la sangre, le importaba aquella otra que se alcanza con el brillo de la virtud; y esta última la poseía ampliamente.

Sin embargo, la Providencia lo destinaba al honor más alto que pueda recibir una criatura concebida en pecado original, colocándole en desproporción con el resto de los hombres. San Gregorio Nacianceno dice:“El Señor conjugó en José, como en un sol, todo cuanto los demás santos reunidos tienen de luz y esplendor”.

Todas las glorias se acumulaban en este varón incomparable,cuya existencia terrena avanzó en una sublimidad ignorada por sus conocidos y compatriotas, en silencio y oscuridad casi totales. Leer más…

Fuente: Revista Heraldos del Evangelio, Marzo/2007, n. 63, p. 18 a 25