El Instituto Educacional María Auxiliadora, recibe la imagen de la Virgen de Fátima

maria_auxiliadora_2015_004De sus tantas manifestaciones de amor hacia Nuestra Señora, en el mes de María, el Instituto educacional María Auxiliadora, de las Hijas del Divino Salvador, fue recibir con toda veneración la imagen Peregrina de Nuestra Señora de Fátima.

La augusta visita fue recibida por los más pequeños, guiados por los bachilleres, que entre cantos y oraciones llevaron la imagen en procesión por las calles de la ciudad.

Al llegar al Instituto, todos los alumnos la esperaban en el ingreso haciéndole una valla de honor.maria_auxiliadora_2015_008

Ya en la capilla, después de las palabras de bienvenida, fue coronada solemnemente, en nombre de todos, por una de las hermanas del Colegio, donde todos los presentes irrumpieron en una fuerte salva de palmas a la Madre del Cielo.maria_auxiliadora_2015_014

El Santo Rosario fue rezado durante toda la jornada, por turno, según los grados.

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La Santísima Virgen visita a los más pequeños

bloom_2015_025En el mes de María, el mes de las flores, el mes de las madres… la Santísima Virgen, madres de las madres, flor de las flores, visitó su jardín más precioso del hospital Benjamín Bloom, se trata del departamento de niños con cáncer donde la inocencia se une al sufrimiento, sufrimientos que completan los sufrimientos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo como nos enseña el Apóstol San Pablo en su carta a los Colosense (Col. 1, 24).bloom_2015_005

La visita comenzó con el rezo del Rosario con el personal médico, del Voluntariado Por Amor por los Niños y mamás de los pequeños internados. Después de la oración, se fue con la Imagen del Inmaculado Corazón de María, a las camas de los niños donde se les daba unas palabras de consuelo y de esperanza y ellos a su vez ofrendaban una bella rosa roja, símbolo del amor hacia tan bondadosa Madre.bloom_2015_015

Pidiendo que la Santísima Virgen bendiga, proteja y les dé fortaleza siempre a estos niños, a sus padres y todo el personal que les acompañan.

Noche con María

noche con maria“Noche con María”, nombre que los Heraldos del Evangelio le han dado a su Cena de Beneficencia, tuvo lugar en el Hotel Crowne Plaza este lunes 18 de mayo. La Imagen Peregrina de la Virgen de Fátima fue venerada por todos los presentes, quien tuvo en esta actividad benéfica un lugar privilegiado y a quien monseñor Gabriel Viola, secretario de La Nunciatura de El Salvador,  coronó y le impuso en sus manos el santo rosario.

Por segundo año consecutivo los Heraldos del Evangelio celebran esta cena, con el objetivo de recaudar fondos para la construcción de un centro de espiritualidad en honor de la Virgen de Fátima, el cual se espera que esté construido para conmemorar en este el centenario de las apariciones de la Santísima Virgen de Fátima, que será dentro de dos años. Además, parte de estos fondos serán utilizados para la construcción del centro de formación de jóvenes.

El evento dio inicio con un coctel, y luego al pasar al salón de la cena los comensales recibieron con calurosas palmas a la Imagen Peregrina de la Virgen de Fátima. Durante la noche benéfica los asistentes compartieron una breve meditación dirigida por el padre Fernando Gioia, E.P., superior de Los Heraldos del Evangelio en El Salvador, en la cual destacó la importancia de formar a las nuevas generaciones a través de la belleza en todos  los actos cotidianos, y especialmente a través del testimonio, la música y el arte. También disfrutaron de un recital musical interpretado por el coro y banda sinfónica de Los Heraldos del Evangelio, interpretando desde músicas de Mozart, Schütz, Händel, hasta pasos dobles españoles y un número de tambores, que impresionaron mucho a los asistentes. Luego fue proyectado un video en el cual los benefactores de la noche pudieron observar las actividades de evangelización y servicio que emprende esta congregación en El Salvador, y el proyecto a realizar con los fondos recaudados.

Los Heraldos del Evangelio llegaron al país para establecerse en 1998, a fin de llevar el evangelio a través del inmaculado corazón de María, difundiendo la devoción a la Virgen y el rosario. Esto lo realizan por medio de sus visitas a colegios, hospitales,  cárceles, hogares de ancianos, hogares de muchas familias en la capital y fuera de esta y diferentes parroquias.

Mientras los benefactores de la noche se deleitaban escuchando un recital musical, especial para la ocasión, se hizo un descanso para que el padre Fernando Gioia bendijera los alimentos que disfrutaron más de medio millar de personas benefactoras de la noche con María. Muy satisfechos se fueron todos los participantes, pues además del alimento material, sus corazones salieron llenos del alimento espiritual que se recibió en esta ocasión.

Al finalizar el evento, los Heraldos agradecieron a todos los benefactores, les obsequiaron un recuerdo de la Santísima Virgen y les pidieron sus oraciones para que este magno proyecto siga creciendo cada vez más, en favor de todos los salvadoreños, especialmente de los jóvenes.

13 de Mayo con los Heraldos del Evangelio en El Salvador

13_de_mayo_2015_021En la Parroquia Corazón de María, de los Padres Claretianos, se celebraba, el pasado 13 de mayo, la Fiesta de Nuestra Señora de Fátima, organizada por los Heraldos del Evangelio, ante un gran número de fervorosos fieles.

Pasadas las 5 de la tarde, hacía su entrada solemne la imagen del Inmaculado Corazón de María, coronada por San Juan Pablo II, al son de las trompetas, que anunciaban melodiosamente la relevancia del evento.

La Santa Misa fue celebrada por el Nuncio Apostólico en El Salvador, Mons. León Kalenga  Badikebele  y concelebrada por  el párroco de Corazón de María, P. Sentre CM., el P. Fernando Gioia, el Padre Michael Carlson y el Padre Víctor Castillo, de los Heraldos del Evangelio.

Después de la homilía, la imagen del Inmaculado Corazón de María, fue solemnemente coronada por el Sr. Nuncio, tras la cual los fieles irrumpieron en un caluroso aplauso.

Momentos de mucha emoción, sin duda, de tan bella ceremonia dedicada a la Virgen Santísima, fue la procesión con la imagen que recorrió los pasillos de una abarrotada iglesia a la luz de cientos y cientos de velas al ritmo cadencioso del “Ave, Ave, Ave María”.

A dos años del centenario de las apariciones de la Virgen en una pequeña aldea de Portugal, todavía se escuchan las palabras llenas de esperanzas dichas por ella: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”.

LO INÉDITO SOBRE LOS EVANGELIOS – VOLUMEN III

Volumen III: Ciclo B, Correspondiente al año litúrgico 2015 – Domingos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua- Solemnidades del Señor en el Tiempo Ordinario – Disponible en eBook- 450 paginas- ¡Déscárgelo ahora mismo!

Lo inédito sobre los Evangelios de autoría de Mons. João Clá Dias, es una colección que le permitirá acompañar a Nuestro Señor Jesucristo a lo largo de todos los domingos del Año Litúrgico junto al fundador de los Heraldos del Evangelio.

La colección “Lo inédito sobre los Evangelios” ofrece al lector un auténtico tesoro: los comentarios de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, a los Evangelios de todos los domingos y solemnidades del ciclo litúrgico. Se trata de una publicación Internacional conjunta de la Librería Editrice Vaticana y los Heraldos del Evangelio.

Mons. João S. Clá Dias, EP, es Canónigo Honorario de la Basílica Pontificia Santa María la Mayor en Roma, y fundador de la Asociación Internacional Privada de Fieles de Derecho Pontificio Heraldos del Evangelio, de la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli y de la Sociedad Femenina de Vida Apostólica Regina Virginum. Actualmente es el Superior General de Virgo Flos Carmeli y de los Heraldos del Evangelio.

Mons. João Scognamiglio Clá Dias, natural de San Pablo, Brasil, nació el 15 de agosto de 1939, solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora. Sus padres, Antonio Clá Dias y Annitta Scognamiglo Clá Dias, constituían una familia de inmigrantes europeos (el padre era español, originario de Cádiz y la madre italiana es natural de Roma) en la cual la fe católica heredada de sus mayores era todavía muy viva.

Ese vigor de la fe se manifestó desde temprano en el joven João, quien desde los bancos escolares procuraba organizar con sus colegas un movimiento para dar a los jóvenes una orientación virtuosa a su existencia. Hizo parte activa de las Congregaciones Marianas e ingresó el 23 de mayo de 1956 en la Orden Tercera del Carmen de los Padres Carmelitas de la antigua observancia, en la misma ciudad de San Pablo, hecho que marcó su vida.

Hizo sus estudios secundarios en el Colegio Estatal Roosevelt y de Derecho en la tradicional Facultad del Largo de São Francisco de San Pablo. Durante el tiempo de sus estudios superiores se destacó como activo líder universitario católico en los convulsionados años que precedieron a la revolución de la Sorbonne en mayo de 1968.

Viendo que la música sería un eficaz medio de evangelización, perfeccionó sus conocimientos con el reconocido maestro Miguel Arqueróns, regente de la Coral Paulistana del Teatro Municipal de San Pablo.

Su intenso deseo de dedicar la vida al apostolado en la fidelidad al Magisterio de la Cátedra de San Pedro, sumado a la viva conciencia de la necesidad de un profundo conocimiento doctrinal, lo llevó a realizar estudios teológicos tomistas con grandes catedráticos de Salamanca (España) como el P. Arturo Alonso O.P., el P. Marcelino Cabreros de Anta C.M.F., el P. Victorino Rodríguez y Rodríguez O.P., el P. Esteban Gómez O.P., el P. Antonio Royo Marín O.P., el P. Teófilo Urdánoz O.P. y el P. Armando Bandera O.P. Como demostración de profundo agradecimiento con sus maestros, divulgó años después las biografías de varios de ellos con ediciones en España y los Estados Unidos:

“Antonio Royo Marín, maestro de espiritualidad, brillante predicador y famoso escritor”, “P. Cabreros de Anta CMF, firme pilar del Derecho Canónico en nuestro siglo”. Se formó en Filosofía y en Teología en el Centro Universitario Ítalo-Brasilero, de São Paulo; es licenciado en Humanidades por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, de República Dominicana, doctor en Derecho Canónico por la Pontifica Universidad Santo Tomás de Aquino (Angelicum) y doctor en Teología por la Universidad Pontifica Bolivariana, de Medellín, en Colombia.

Su anhelo de perfección lo condujo en 1970 a iniciar una experiencia de vida comunitaria en un antiguo inmueble benedictino de San Pablo. De sus primeros compañeros ninguno perseveró. Sin embargo, tras numerosas dificultades, aquella experiencia adquirió solidez, dando origen al movimiento de evangelización dirigido por Mons. João Clá. Se multiplicaron, a partir del foco originario, casas de vida comunitaria donde sus miembros se dedicaban a la oración y al estudio, como preparación para la acción evangelizadora.

Jurídicamente tomó la forma de una Asociación Privada de Fieles, Heraldos del Evangelio en la diócesis de Campo Limpo (Brasil). Y como consecuencia de su instalación en otros 20 países fue reconocida por el Pontificio Consejo de Laicos el 22 de febrero de 2001 como una Asociación Internacional de Derecho Pontificio, que hoy extiende sus actividades a cerca de 70 países en los cinco continentes. Mons. João Clá Dias es el fundador y actual Presidente General del los Heraldos del Evangelio.

Organizó también la rama femenina de los Heraldos, a la cual aplicó -de manera semejante pero separada de la rama masculina- el ideal de vida comunitaria como medio para alcanzar la santidad y preparase mejor para la misión evangelizadora. De esta rama femenina de los Heraldos, nació más tarde la Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio Regina Virginum, reconocida como Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio el 4 de Abril de 2009 por S. S. Benedicto XVI.

El deseo de una mayor entrega al Señor y a los hermanos, llevó a Mons. João Clá a prepararse para el ministerio sacerdotal junto con algunos de sus compañeros.

Siendo la Orden del Carmen uno de los remotos orígenes de los Heraldos del Evangelio, Mons. Lucio Angelo Renna, prelado carmelitano Obispo de Avezzano (Italia), fue en su momento quien acogió los primeros sacerdotes de esta Asociación.

Fueron ordenados presbíteros junto con Mons. João Clá el 15 de junio de 2005 en la Basílica del Carmen en San Pablo, donde 50 años atrás éste comenzara sus actividades al servicio de la Iglesia y de sus hermanos. La ceremonia de ordenación fue honrada con la presencia del Cardenal Claudio Hummes, siete obispos y setenta sacerdotes que concelebraron.

Mons. João Clá constituyó con estos primeros sacerdotes de los Heraldos del Evangelio la Sociedad Clerical de Vida Apostólica de Derecho Pontificio Virgo Flos Carmeli, aprobada el 4 de Abril de 2009 por S. S. Benedicto XVI. Actualmente Mons. João Clá es su Superior General.

Ha escrito también obras de gran divulgación (algunas llegando a sobrepasar el millón de ejemplares) publicadas en portugués, español, inglés, italiano, francés, polaco y albanés: “Fátima, aurora del tercer milenio”, “Fátima, Por fin mi Inmaculado Corazón Triunfará”, “El Rosario, la oración de la paz”, “Sagrado Corazón de Jesús, tesoro de bondad y amor”, “Medalla Milagrosa, historia y celestial promesa”, “Viacrucis”, “Jacinta y Francisco, predilectos de María”, “Oraciones para el día-día”, “Madre del Buen Consejo”, “Doña Lucilia” y “Comentarios al Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción ”. La tesis doctoral en Derecho Canónico se titula “Génesis y desarrollo del Movimiento Heraldos del Evangelio y su reconocimiento canónico”, y la de Teología, “El don de sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa de Oliveira”.

Es fundador y columnista habitual de la revista Heraldos del Evangelio que se publica en portugués, español, italiano e inglés con un tiraje de algo más de 800.000 ejemplares y en la cual mantiene desde el 2002 su sección “Comentarios al Evangelio”. Mons. João Clá también estimuló y apoyó la publicación de la revista académica “Lumen Veritatis” de la Facultad de los Heraldos del Evangelio que salió a luz en octubre de 2007 y de la cual es igualmente columnista habitual.

Para la formación intelectual y doctrinal de los Heraldos del Evangelio Mons. João Clá fundó el Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista (IFAT) y el Instituto Teológico Santo Tomás de Aquino, para la rama masculina, y el Instituto Filosófico-Teológico Santa Escolástica para la rama femenina. Para estimular el surgimiento de vocaciones entre los jóvenes promovió la apertura de escuelas secundarias siendo la primera el Colegio Heraldos del Evangelio Internacional, en el Gran San Pablo.

Para auxiliar obras de apostolado en necesidad Mons. João Clá creó dentro de la estructura de los Heraldos del Evangelio en Brasil el Fondo de Asistencia “Misericordia” que recolecta donaciones directas.

La construcción de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, en el Seminario de los Heraldos del Evangelio, en Caieiras, Gran San Pablo, Brasil, ha sido hasta ahora su más reciente realización, y gracias a su iniciativa fue casi concluida la construcción del Monasterio del Monte Carmelo, Casa Madre de la Sociedad Femenina Regina Virginum.

Mons. João Clá es actualmente miembro de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino, de la Academia Mariana de Aparecida y de la Pontificia Academia de la Inmaculada Concepción. Fue condecorado por su actividad científica y cultural con la Medalla de Ciencias de México y distinguido con título Honoris Causa por el Centro Cultural Universitario Italo-Brasilero de San Pablo.

El 15 de Agosto de 2009 el Santo Padre Benedicto XVI, como un reconocimiento a Mons. João Clá por la obra desempeñada a favor de la  Iglesia, entregó -por manos del Cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y  Sociedades de Vida Apostólica- la medalla “Pro Ecclesia et Pontifice”, una de las honras más altas concedidas por el Santo Padre a aquellos que se distinguen por su actuación en favor de la Iglesia y del Papa. Mons. João Clá es Canónigo Honorario de la Basílica Pontificia Santa María la Mayor en Roma, y Protonotario Apostólico.

14º aniversario de la Aprobación Pontificia de los Heraldos del Evangelio

El 22 de febrero es para toda la gran familia de los Heraldos del Evangelio un día muy especial, pues es la fiesta de La Cátedra de San Pedro y se cumple el 14º aniversario de su aprobación Pontificia.

Hace catorce años…

En febrero de 2001 San Juan Pablo II erigía canónicamente a los Heraldos del Evangelio como asociación privada de fieles de derecho pontificio. Era el punto de partida de una pródiga en actividad misionera.

Roma, febrero de 2001. Más de mil heraldos se reunían en la Ciudad Eterna para participar de la anhelada aprobación como asociación de derecho pontificio.

Los momentos culminantes de aquellos históricos días fueron la sencilla ceremonia de entrega del documento de erección, realizada en la sede del Pontificio Consejo para los Laicos, el mismo día 22; la Celebración Eucarística presidida por el Cardenal Jorge María Mejía en la Basílica de San Pedro, el día 27, y el saludo concedido por el Papa Juan Pablo II a Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en la Audiencia General del día 28.

“El brazo del Papa”

En el mensaje que el Papa dirigió a los Heraldos en esa ocasión, les instaba a que fueran “mensajeros del Evangelio por intercesión del Corazón Inmaculado de María”.

Y el Cardenal Mejía, en la homilía de la Misa solemne en el Altar de la Cátedra, recordando que la erección canónica le daba a la asociación “una relación especial” con la Santa Sede, aseveró: “Lo que ustedes han querido hacer, lo que está expresado en los estatutos de ustedes y las tradiciones de ustedes, eso recibe ahora desde aquí una bendición especial. Así, vuestra asociación es incluida en el gran número de instituciones de religiosos o religiosas, pero también de asociaciones laicas que el Papa, por sus órganos especiales —en este caso el Consejo de Laicos— aprueba y envía” .Así, los Heraldos del Evangelio pasaban a ser, en palabras del Cardenal, “el brazo del Papa”, y su misión evangelizadora se transformaba en un mandato pontificio.

Para saber más sobre la fiesta de la Cátedra de San Pedro: haga clik Aquí.

Miércoles de Ceniza: Acuérdate que eres polvo…

El inicio de la Cuaresma está marcado por un ritual sencillo, aunque de gran profundidad: la imposición de la ceniza como signo de la verdadera penitencia del corazón.

Como ya hemos considerado en anteriores ocasiones, la riquísima liturgia de la Iglesia nos guía sabiamente a lo largo del año, para que obtengamos en cada momento un provecho espiritual determinado. Y uno de los períodos en que esto ocurre con más intensidad es en la Cuaresma, “tiempo favorable” para la conversión (cf. 2 Co 6, 2).

Durante seis semanas, la gracia nos invita a un sincero cambio de corazón. El ayuno, la oración y la limosna son signos sensibles de la penitencia con los que nos preparamos para celebrar el acontecimiento central de la historia de la Salvación: la Resurrección del Señor, celebrada el Domingo de Pascua.

Un rito único y emocionante

Las lecturas de la Misa de ese día han sido escogidas por la Iglesia para preparar a los fieles en la perspectiva del tiempo que comienza. La profecía de Joel convoca al pueblo de Israel a la penitencia como medio de atraer la misericordia del Señor (Jl 2, 12-18). Después de los versículos del Miserere , salmo penitencial por excelencia (Sal 50), el Apóstol nos invita a la reconciliación con Dios (2 Co 5, 20; 6, 2). Finalmente, en el Evangelio, el Señor nos enseña el verdadero sentido de la oración, del ayuno y de la limosna (Mt 6, 1-6.16-18) que durante este período realizaremos.

Tras la Liturgia de la Palabra, los fieles participan en un rito único y emocionante. El sacerdote bendice la ceniza y cada uno de los presentes se acerca para recibirla en forma de cruz en la cabeza, permaneciendo el resto del día con la marca de Cristo trazada sobre su frente. ¿Cuál es el origen y sentido de esta ceremonia? Lo veremos a continuación.

La ceniza como signo de penitencia

Elocuente imagen de la fragilidad humana y de la futilidad de los bienes de este mundo, la ceniza ha sido desde los tiempos más antiguos un signo de luto y de dolor, incluso fuera del ámbito del Pueblo Elegido. Para éste, simbolizaba la penitencia o la humillación del hombre ante Dios. Las páginas de la Historia Sagrada están llenas de episodios donde los hebreos se sirven de la ceniza, antes de pedir el auxilio de la omnipotencia divina, para reconocer la nada de la naturaleza humana frente a los designios del Altísimo.

Así, por ejemplo, cuando el impío Amán se disponía a eliminar a los israelitas del imperio persa, Mardoqueo se cubrió de ceniza (cf. Est 4, 1), mientras muchos de ellos “se acostaron sobre saco y ceniza” (Est 4, 3). Y, convencida por su tío de la necesidad de presentarse ante el rey Asuero para implorarle la revocación del decreto, Ester pasó tres días en ayuno y oración y “echó sobre su cabeza ceniza” (Est 14, 2) a fin de pedir el auxilio de Dios antes de encontrarse con el tirano.

Casos similares se encuentran en abundancia en las páginas del Antiguo Testamento. Daniel suplica a Dios clemencia para Israel en el destierro, “con ayuno, saco y ceniza” (Dn 9, 3); Job se retracta y se arrepiente “echado en el polvo y la ceniza” (Jb 42, 6); el rey de Nínive, un pagano, sensibilizado con la predicación del profeta Jonás que anunciaba la destrucción de la ciudad, “se sentó sobre cenizas” (Jon 3, 6) e hizo penitencia junto con todos sus súbditos, obteniendo de Dios la abolición de la pena decretada contra ellos. Y así otros muchos.

En el Nuevo Testamento, el mismo Jesucristo es quien indica el valor de la ceniza como elemento penitencial cuando increpa a Corozaín y Betsaida diciendo que “si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza” (Mt 11, 21).

Desde los primeros tiempos del cristianismo

Desde los primeros tiempos de la Era de la Gracia los cristianos adoptaron esa forma de manifestar la contrición y el dolor, como lo demuestran numerosos documentos (1). Y con el tiempo el uso de la ceniza fue incorporado al rito penitencial público mediante el cual era administrado, al comienzo de la Cuaresma, el sacramento de la Reconciliación.

Consta que en Roma, por ejemplo, ese rito se celebraba, ya en el siglo VII, el miércoles anterior al primer domingo de Cuaresma. En los casos de faltas graves y públicas, el confesor envolvía al penitente con un vestido ordinario de saco, que cubría de ceniza, para después expulsarlo del templo con estas palabras: “Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris: age pænitentiam ut habeas vitam æternam — Acuérdate, hombre, de que eres polvo y al polvo volverás; haz penitencia para que tengas vida eterna”.

Poco después, el pecador salía hacia sitios alejados, monasterios fuera de la ciudad o, en ciertos casos, su propia casa, donde debía hacer penitencia durante toda la Cuaresma, y sólo sería readmitido en la comunidad el Jueves Santo (2).

Con el paso del tiempo fue creciendo el número de fieles que se asociaban a esos ritos de penitencia de forma espontánea, deseando, movidos por la devoción, recibir las mismas cenizas con que eran cubiertos los pecadores arrepentidos. Y cuando la progresiva suavización de las formas de penitencia pública y la evolución del sacramento de la Reconciliación hasta su forma actual hizo desaparecer esa severa ceremonia disciplinar, el rito de la ceniza, sumado al ayuno más riguroso de ese día, se mantuvieron como manifestación penitencial del inicio de la Cuaresma.

De manera que en el siglo XI la imposición de la ceniza, antiguamente reservada a los pecadores públicos, se volvió obligatoria para laicos y clérigos (3).

La imposición de la ceniza, hoy

La reforma litúrgica conciliar introdujo la ceremonia de imposición de la ceniza en el seno de la Celebración Eucarística de ese día, aunque en caso de necesidad se pueda administrar fuera de la Misa, durante una Liturgia de la Palabra.

Según una costumbre iniciada en el siglo XII (4), la ceniza impuesta a los fieles en ese día es obtenida por la combustión de los ramos de olivo bendecidos en el Domingo de Ramos del año precedente. Esto resalta aún más la futilidad de las glorias de este mundo, volátiles como la ceniza que el viento lleva y efímeras como las alabanzas dadas al Salvador al entrar en Jerusalén, que después se transformaron en gritos de condenación.

Cuando nos acercamos al sacerdote para recibir la ceniza, éste traza sobre nuestra frente de forma visible el signo de la Redención, pues no debemos ocultar ante el mundo nuestra fe cristiana, ni debemos sentir vergüenza de reconocer nuestra necesidad de conversión. Y, mientras el ministro de Dios la impone, dice una de estas dos frases bíblicas: “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás” (cf. Gn 3, 19), o bien, “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15).

La primera recuerda la caducidad de nuestra naturaleza humana, tan bien simbolizada por el polvo y la ceniza, fin implacable de nuestros cuerpos mortales. Con ella, la Liturgia eleva nuestras miras hacia la eternidad, fortaleciéndonos en la “convicción de que nada en este mundo tiene valor, a no ser que se refiera a la vida sobrenatural, y de que estamos aquí para atesorar valores eternos, y no los que son comidos por la tierra” (5).

La segunda realza la apremiante necesidad de la verdadera conversión, advertencia que nos será repetida muchas veces a lo largo del período cuaresmal.

Un sacramental de gran valor

La ceremonia de bendición e imposición de la ceniza no debe ser vista sólo como una bonita manifestación de fe que echa sus raíces en antiguos tiempos. Más allá de su valor simbólico e histórico, es un sacramental mediante el cual la Santa Iglesia intercede ante su divino Esposo por los fieles que se acogen a esa ceremonia e implora para ellos gracias de penitencia y conversión.

Así, cuando al imponer la ceniza el sacerdote le pide que Dios derrame su bendición sobre los que van a recibirla de modo que “fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual” (6) —o para que el Señor conceda “por medio de las prácticas cuaresmales, el perdón de los pecados para poder alcanzar la vida nueva”— (7), debemos tener la certeza de que al recibir en nuestra frente la ceniza hecha sagrada, Dios fortalecerá con su gracia los buenos propósitos para este período de penitencia.

Con la ceniza, símbolo de la muerte, a lo largo del camino cuaresmal, moriremos al pecado con Cristo y, limpios de nuestras faltas, resucitaremos con Él, fortalecidos para la vida nueva de la gracia, tan bien simbolizada por las aguas regeneradoras con las que seremos rociados en la Vigilia Pascual.

Aprovechemos este poderoso auxilio que Dios pone a nuestro alcance y no tengamos miedo de hacer propósitos osados que nos lleven a un efectivo cambio de vida. ¡Cómo deberíamos sentirnos estimulados, ante esta convicción, a hacer un cuidadoso examen de conciencia con miras a una buena confesión! Estando la Santa Iglesia rezando por nosotros, no nos faltará el auxilio necesario para llegar al glorioso día de la Resurrección del Señor con un alma enteramente limpia y renovada.

P. Ignacio Montojo, EP.

1 Cf. LECLERCQ, Henri. Cendres. In: CABROL, Fernand; LECLERCQ, Henri (Org.). Dictionnaire d’arquéologie chrétienne et de liturgie . París: Letouzey et Ané, 1925, t. II, 2, col. 3039-40.
2 Cf. GARRIDO BOÑANO, OSB, Manuel. Curso de Liturgia Romana. Madrid: BAC, 1961, p. 460; COELHO, OSB, Antonio. Curso de Liturgia Romana. Braga: Pax, 1941, v. I, p. 84.
3 Cf. ABAD IBÁÑEZ, José Antonio. La celebración del misterio cristiano. 2.ª ed. Pamplona: EUNSA, 2000, p. 543; ABAD IBÁÑEZ, José Antonio, GARRIDO BOÑANO, OSB, Manuel. Iniciación a la liturgia de la Iglesia. 2.ª ed. Palabra: Madrid, 1997, p. 702; GARRIDO BOÑANO, op. cit., p. 460; COELHO, op. cit., p. 84.
4 Cf. ABAD IBÁÑEZ, op. cit., p. 543.
5 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Conferencia . São Paulo, 13/2/2002.
6 MIÉRCOLES DE CENIZA. Bendición e imposición de la ceniza. In: MISAL ROMANO. Texto unificado en lengua española. Edición típica aprobada por la Conferencia Episcopal Española y confirmada por la Congregación para el Culto Divino. 17.ª ed. San Adrián del Besós (Barcelona): Coeditares Litúrgicos, 2001, p. 185.
7 Cf. Ídem, p. 186.

María, Madre Nuestra

Algunos no explican con toda la clareza el porqué Nuestra Señora es nuestra Madre

Llegan a decir que Nuestro Señor Jesucristo nos la entregó como Madre durante la crucifixión en la persona de Dan Juan Evangelista: Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “He ahí a tu madre” (Jn 19, 26-27).”. Cristo en aquel momento no hizo más que promulgar solemnemente ante la luz del mundo, que María era nuestra Madre. Pero no fue en aquel momento que Nuestra Señor se volvió nuestra Madre.

                El hecho de que María sea nuestra Madre es por la razón de que es Madre de Cristo, Cabeza  del Cuerpo Místico de Cristo. Nosotros somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo. ¿Dónde se vio en la historia de la humanidad, que una madre pueda ser madre de la cabeza, de su hijo, pero no de sus miembros?  Esto no pude ser. Si ella es Madre de la Cabeza, tiene que ser Madre de los miembros también. Mas, como esta Cabeza es física, y los miembros son de orden espiritual -son los miembros espirituales de Cristo- es Madre física de la Cabeza y Madre espiritual. Por el hecho de ser Madre física de la Cabeza es nuestra Madre.  Y con el mismísimo derecho. De la misma forma con que Cristo puede decir a  María Santísima: “Mi Madre” por ese mismo derecho, en el orden espiritual, en el orden místico podemos decir nosotros: “Mi Madre”. Precisamente porque es la Madre de Cristo y es nuestra también. Y Cristo en la Cruz no hizo más que proclamar solemnemente esta gran verdad. Sin embargo esto ya era así desde  el primer instante en que Ella concibió a Nuestro Señor. En este momento María Santísima nos concibió como Madre espiritual. La razón profunda, teológica del hecho de su maternidad divina trae como consecuencia nuestra maternidad.

                Si María no fuese Madre de Cristo sería nuestra Madre de una manera extrínseca, solamente porque habría sido como que anotado en un registro civil. Pero intrínsecamente es nuestra Madre porque es madre de la cabeza y nosotros somos miembros intrínsecamente unidos a Cristo. Cristo es él y nosotros. El Cristo total está formado por Cristo Cabeza y nosotros los miembros: el Cuerpo Místico. Es esta la razón que torna a la Santísima Virgen Madre de la Iglesia.

El Niño del Tambor

Hace más de dos mil años, en los inmensos y lejanos arenales de Arabia, donde las montañas no tienen nombre, pues el viento las hace y deshace con su fuerza mutable y dominadora, vivía un niño muy pobre, huérfano de madre desde muy pequeño. Su padre era el guardián de un oasis que estaba algo apartado de las rutas más transitadas, pero conocido por los viajantes por su abundante y cristalina agua.

En varias ocasiones el celoso padre había pensado aliviar la soledad de su hijo regalándole un juguete. Aunque nunca tuvo el valor de preguntarle el precio a ninguno de los mercaderes que por allí pasaban, porque seguramente sería mayor de lo que podría pagar con las pocas monedas que poseía.

¿No habrá abrigo en tu casa para una caravana que llega fatigada
de una larga jornada?

Entonces decidió fabricarle a su hijo un sencillo tambor. Cogió un viejo barrilito, le quitó las tapaderas, lo barnizó con aceite de palma y extendió cuidadosamente sobre sus extremos dos pieles de cabra, fuertemente estiradas con tendones de carnero.

La preparación del instrumento le costó semanas de trabajo. Tuvo que rehacerlo varias veces, hasta que quedó bien. Pero el esfuerzo mereció la pena: el niño recibió el tamborcito con esa capacidad de alma que tienen los inocentes de contentarse con un único regalo, ¡que vale más que recibir mil otros! Lo tocaba constantemente, acompañándose de canciones que él mismo componía, ¡y qué bonitas eran!

Tan hermosas que en todo el desierto, desde el mar hasta los montes, era conocido como el “tamborilero”.

En una fría noche de invierno, la monótona rutina de aquellos lugares fue rota por un fenómeno sorprendente: en el cielo apareció, en el oriente, una estrella que brillaba más que todas las otras y parecía que se movía lentamente en dirección hacia occidente. Era tan luminosa que permanecía visible día y noche, acercándose a ellos cada vez más.

Ante tan extraordinario prodigio, el padre llegó a sentir temor, pero su hijo lo tranquilizó enseguida: aquel astro era demasiado bello para que fuera un mal presagio. Más bien parecía anunciar lo contrario, un acontecimiento grandioso y feliz.

Días después, cuando la estrella se encontraba más próxima, el niño divisó en el horizonte una larga hilera de hombres y cabalgaduras. No se trataba de una caravana común. El número de bestias de carga era incontable.

¡Transportaban magníficos fardos! E incluso el menor de los siervos que allí estaba, vestía y se comportaba con la dignidad de un hidalgo.

Al final de la extensa cabalgata, sentados encima de robustos dromedarios, venían tres nobles señores, vestidos con coloridos trajes y turbantes de seda. Uno de ellos era un anciano de larga barba, el otro un hombre maduro de ojos vivaces y rubios cabellos y el tercero un vigoroso árabe de piel oscura.

Se diría que los tres eran reyes.

El rostro del Niño Jesús se iluminó con una bella sonrisa, agradado con la candidez de esa alma inocente

El niño salió corriendo a coger su tambor, empezó a tocarlo y se puso a cantar en honor de aquellos admirables viajeros. Cuando terminó, el venerable anciano de la larga barba se inclinó en dirección al muchacho y le dijo complacido:

— Mi buen chico, ¡qué hermosa es tu música! ¿No habrá abrigo en tu casa para una caravana que llega fatigada de una larga jornada?

Con una profunda reverencia le respondió:

— ¡Sí, señor! Mi padre es el guardián de este pozo, y siempre da posada a los hombres de bien.

Padre e hijo se aplicaron en recibir a aquellos señores con la más esmerada hospitalidad posible. Les sirvieron los dátiles más buenos que tenían y leche de cabra recién ordeñada. Dieron de beber a los camellos, llenaron los odres de agua y los hospedaron lo mejor que pudieron en la cabaña de paredes de barro y techo de hojas de palmera que habían construido a manera de posada.

Por la noche, cuando ya todos se habían recogido, el niño se acercó con curiosidad al anciano que tan bondadosamente lo había tratado y le preguntó con sencillez:

— Señor, perdóneme mi atrevimiento, pero ¿a qué se debe la presencia de tan ilustres personas en estos desérticos parajes?

El buen hombre sonrió y le explicó que venían desde muy lejos. Allí, en sus distantes tierras, supieron mediante sueños que una estrella habría de conducirlos hasta el lugar donde nacería el Mesías, el enviado de Dios, anunciado por los profetas.

Cuando vieron aparecer aquel astro desconocido, cogieron oro, incienso y mirra y se pusieron en camino.

Hacía meses que la venían siguiendo y una especial alegría del corazón les decía que estaban cerca de su destino.

El “tamborilero” no había oído hablar nunca tales cosas. Él, que no era ningún sabio como los ilustres viajeros, se emocionó al oír hablar del Mesías, del “anunciado por los profetas”. Sintió un irresistible deseo de ir a conocerle.

Al día siguiente, se despertó bien temprano. Se despidió de su anciano padre y se unió a la caravana. Había estado buscando con ahínco en el oasis un regalo que le pudiera llevar al Mesías, pero no encontró nada digno de Él. Y pensó: “Iré con mi tambor, y cuando esté delante suyo le diré: Señor, soy pobre y no tengo nada para ofreceros. Pero dicen que mi música es bonita y trae alegría. He venido a tocar para Vos la más linda de mis canciones”.

Días después, tras haber contorneado el Mar Muerto y remontado las escarpadas laderas que conducen hasta Judea, la caravana hacía su entrada en Belén de Judá. Bien en lo alto de una humilde casa, la estrella se había detenido y los tres nobles señores entraron allí.

Como si estuviera esperándoles, se encontraba un resplandeciente Niño sentado majestuosamente, como en un trono, en el regazo de una hermosa mujer. Enseguida comprendieron que aquel era el Mesías anunciado por los profetas. Se postraron, lo adoraron y le ofrecieron los valiosos regalos que habían traído: oro, incienso y mirra.

Pero he aquí que, de repente, se oye el redoble de un tamborcillo y una armoniosa voz infantil que interrumpe la solemnidad de la escena.

Era el “tamborilero” que tocaba para el Salvador la más bonita de sus canciones. Al oírlo, el rostro del Niño Jesús se iluminó con una bella sonrisa, agradado con la candidez de esa alma inocente. Quizá haya sido, antes incluso que San Juan Bautista, el primer amigo del Niño Jesús.

 Fuente: Navidad con los Heraldos

Concierto Navideño con los Heraldos del Evangelio

En todo un ambiente de mucha unción y alegría, en su sexto año consecutivo, los Heraldos del Evangelio ofrecieron un sublime concierto de Villancicos navideños, el 7 de diciembre,  en los salones del  Hotel Crowne Plaza, el cual se llenó de alegría, espíritu y regocijo para la celebración navideña, que conmemora el nacimiento de Jesucristo en Belén.

En su sexta edición del concierto navideño de los Heraldos del Evangelio, tuvo lugar  el “Oratorio de Navidad”, escrito por el compositor alemán, Heinrich Schütz, y a seguir con los cantos de los más bellos villancicos de todo el mundo.

El “Oratorio de Navidad” transmitió la belleza, la dulzura y la suavidad del ambiente navideño, por medio de la música, contando la versión de los Evangelios del nacimiento de Cristo, la anunciación del ángel, la huida a Egipto y el retorno a Tierra Santa.

Los villancicos en diferentes idiomas: español, alemán, francés, latín, entre otros, se oyeron en el Salón, “Adeste Fideles”, “El niño del tambor”, “Stille” (Nacht-Noche de paz), “Campanas sobre campanas”, “Il est né le Divin Enfan”, “Los peces en el río”, entre otras

Más que una velada musical, ha sido  una preparación navideña para festejar el nacimiento de nuestro Salvador.