María, Madre Nuestra

Algunos no explican con toda la clareza el porqué Nuestra Señora es nuestra Madre

Llegan a decir que Nuestro Señor Jesucristo nos la entregó como Madre durante la crucifixión en la persona de Dan Juan Evangelista: Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “He ahí a tu madre” (Jn 19, 26-27).”. Cristo en aquel momento no hizo más que promulgar solemnemente ante la luz del mundo, que María era nuestra Madre. Pero no fue en aquel momento que Nuestra Señor se volvió nuestra Madre.

                El hecho de que María sea nuestra Madre es por la razón de que es Madre de Cristo, Cabeza  del Cuerpo Místico de Cristo. Nosotros somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo. ¿Dónde se vio en la historia de la humanidad, que una madre pueda ser madre de la cabeza, de su hijo, pero no de sus miembros?  Esto no pude ser. Si ella es Madre de la Cabeza, tiene que ser Madre de los miembros también. Mas, como esta Cabeza es física, y los miembros son de orden espiritual -son los miembros espirituales de Cristo- es Madre física de la Cabeza y Madre espiritual. Por el hecho de ser Madre física de la Cabeza es nuestra Madre.  Y con el mismísimo derecho. De la misma forma con que Cristo puede decir a  María Santísima: “Mi Madre” por ese mismo derecho, en el orden espiritual, en el orden místico podemos decir nosotros: “Mi Madre”. Precisamente porque es la Madre de Cristo y es nuestra también. Y Cristo en la Cruz no hizo más que proclamar solemnemente esta gran verdad. Sin embargo esto ya era así desde  el primer instante en que Ella concibió a Nuestro Señor. En este momento María Santísima nos concibió como Madre espiritual. La razón profunda, teológica del hecho de su maternidad divina trae como consecuencia nuestra maternidad.

                Si María no fuese Madre de Cristo sería nuestra Madre de una manera extrínseca, solamente porque habría sido como que anotado en un registro civil. Pero intrínsecamente es nuestra Madre porque es madre de la cabeza y nosotros somos miembros intrínsecamente unidos a Cristo. Cristo es él y nosotros. El Cristo total está formado por Cristo Cabeza y nosotros los miembros: el Cuerpo Místico. Es esta la razón que torna a la Santísima Virgen Madre de la Iglesia.

Un mandamiento Nuevo

“Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jo 15,12-13).

Ofrecemos a nuestros lectores un interesante comentario de este trecho del Evangelio de   San Juan, hecho por el Fundador de los Heraldos del Evangelio, Mons. Juan S. Clá Dias.

Un Mandamiento nuevo

Nuestro Señor nos dio un mandamiento nuevo que será una de las principales columnas de la Nueva Alianza: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. En la Antigüedad, también existía amor –por ejemplo, entre los miembros de una familia- pero este amor aún era imperfecto. Sin embargo, si Cristo no se hubiese encarnado, jamás podría la humanidad haber conocido este amor que infunde bondad y transforma. Jesús trajo para la Tierra una nueva y riquísima forma de amor, nos la enseñó con su vida, palabras y ejemplo, y nos benefició con su gracia, sin la cual nos sería imposible practicarla. Así es como Él quiere que nos amemos: tomando la iniciativa de estimar a los otros, sin esperar de ellos retribución, y estando dispuestos a dar todo por el prójimo, hasta la propia vida, a fin de ayudarlo a alcanzar la perfección. El gran drama de los días de hoy es causado justamente por la falta de este amor. Y para dejar bien claro hasta dónde este amor debe ser llevado, Nuestro Señor da un ejemplo pre anunciador de su holocausto en la Cruz, sacrificio supremo que, bajo un prisma meramente humano, podría ser calificado como una locura. Jamás en la Historia alguien había amado a sus amigos a punto de entregarse por ellos como víctima expiatoria. Ahora, si Cristo, siendo Dios,  así se inmoló por nosotros, ¿cuál debe ser nuestra retribución?

En qué consiste la verdadera amistad

Amigo: palabra sui generis, cuyo profundo significado fue, sin embargo, manchado a lo largo de los siglos.  Por encima de la mera consonancia o simpatía, hay en la verdadera amistad un elemento capital: desear el bien a quien se estima. Y, por esto, ella sólo puede estar fundada en Dios, viendo  que no es posible ambicionar nada mejor para el otro que su salvación eterna.

Al encarnarse y revelarnos las maravillas del a Buena Nueva, Jesús no se reservó para sí aquello que oyó del Padre, sino que lo transmitió en una medida proporcionada a nuestra naturaleza. Conociéndolo, amándolo y cumpliendo los Mandamientos, nos transformamos en verdaderos amigos suyo, porque amigo es aquel que conoce la voluntad del otro y la pone en práctica.

El verdadero sentido de la palabra amor

El Evangelio sitúa la palabra “amor” en una perspectiva enteramente diferente a la que estamos acostumbrados, invitándonos para la más elevada relación que sea posible alcanzar en esta tierra: la amistad con Jesús.

Si en los principios de nuestra era los paganos, al referirse a los cristianos decían “vean como ellos se aman” ( TERTULIANO. Apologeticum. c.39: ML 1, 584.), en nuestros días, tan tristemente paganizado, este afecto debe brillar de modo a atraer a aquellos que se alejaron de la Iglesia. Y para esto, necesitamos sacar de nuestras almas todo sentimentalismo, romanticismo o egoísmos que puedan existir en ellas.

“Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”, exhorta el Apóstol San Juan (I Jo 4, 7). Quien ama con verdadero amor no busca se adorado por el otro, ni exige reciprocidad. Busca, por el contrario, ser educado, cuidadoso y celoso con todos, sin hacer acepción de personas, visando reflejar de algún modo en el convivio del día a día el afecto indecible que Cristo manifestó por cada uno de nosotros durante su Pasión.