La Confesión, Medicina para el alma

En cierta ocasión, hace algunos siglos atrás, un personaje renombrado, contrario a las prácticas de piedad propias de la Iglesia, conversando con el anciano párroco de su ciudad, se burlaba de la confesión diciendo: Padre, yo no me confieso por la simple razón que no cometo pecados. El sacerdote, acostumbrado a este argumento en los largos años que llevaba ejerciendo su ministerio le respondió: siento pena por usted señor, pues, es verdad que existen personas que no pecan, pero yo conozco sólo dos tipos: aquellos que todavía no llegaron al uso de la razón, y aquellos que la perdieron.

Frente a esta respuesta ingeniosa del anciano párroco, creemos no tener necesidad de tratar en este artículo de si es propio del ser humano pecar, pues es evidente que cada uno de nosotros ha experimentado en algún momento el remordimiento o peso de conciencia por no haber hecho lo que debía en alguna circunstancia de la vida. Equivocarse es algo propio a nuestra naturaleza caída. Al abrir los ojos a la luz de la razón, el hombre se enfrenta a la toma de decisiones, que al no ser siempre bien resueltas, hacen experimentar el peso del error, del pecado.

Ahora, cuando nuestro alto personaje decía al sacerdote que él no cometía pecados, pensamos que de alguna manera su objeción más profunda no era tanto acerca del pecado en sí, sino más bien a la necesidad de ser confesados a alguien para ser perdonados.

¿por qué debo contarle a un hombre tan pecador como yo las cosas de mi intimidad? ¿Acaso no puedo reconciliarme con Dios directamente, en lo íntimo de mi corazón?

La confesión oral como condición relativa

Podría cuestionarse como las personas, que por diversas razones no pueden expresarse oralmente ante un confesor pueden beneficiarse del sacramento. Debemos decir que esto ya ha sido respondido por diversos teólogos, quienes apoyándose en el magisterio, concluyen ser esta una concesión de la Iglesia “que no debe entenderse de modo absoluto y material, sino relativo y formal (modo humano), según las condiciones físicas y morales del sujeto [Cfr. Dionisio Borobio. El sacramento de la Reconciliación Penitencial. Ed. Sígueme, Salamanca, 2006. , 307]. Entretanto, no se trata de que cada individuo determine si está en condiciones o no de confesarse oralmente, sino que existen una serie de concesiones a quienes particularmente están impedidos (como es el caso de los sordomudos por citar uno de tantos otros ejemplos).

En condiciones normales, la Iglesia es bien clara cuando afirma: “la confesión individual e integra y la absolución constituyen el único modo ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia” (Juan Pablo II. Carta apostólica Misericordia Dei, 1.a.).

Esta obligación no la pone la Iglesia porque quiere entrometerse y dirigir la vida de sus seguidores, sino que como madre quiere responder a una necesidad vital del hombre. ¿Cuál es esa necesidad? Es la que veremos a continuación.

La confesión oral y su implicancia antropológica

El hombre, constituido de cuerpo y alma, necesita por su naturaleza liberarse de alguna manera material de aquello que lo atormenta en su interioridad. Esto es algo que se  puede ver como una expresión en las más variadas costumbres culturales, donde los ‘ritos de expiación’ en los pueblos antiguos cuando se había generado un estado de enemistad entre la comunidad y la divinidad. Si se cometía una falta, el dios del clan era aplacado por la confesión del propio pecado, seguida de una ofrenda a los difuntos, que expiaba la ofensa. De ahí que, desde la perspectiva de la antropología cultural, la confesión era, ante todo, una actitud humana liberadora. Confesar el pecado quería decir separarse, sacar fuera de uno mismo aquello que causaba el mal que se padecía (Cfr. Félix M. Arocena, Scripta Theologica sep-dic2009, Vol. 41 Issue 3, p745-783).

En la Iglesia, esta actitud liberadora se completa agregando el bálsamo regenerador de los efectos de la preciosa sangre derramada por Jesús en el Calvario, que con la absolución proferida por los labios del sacerdote borra la culpa de la ofensa. Pero para esto, repetimos, en los casos normales es necesaria esa declaración oral e individual.

Tribunal de misericordia: carácter medicinal de la confesión

“La confesión es un acto por el que se descubre la enfermedad oculta con la esperanza del perdón” (Tomás de Aquino,SummaTheológicaSuppl., q. VII, a. 1 co). Santo Tomás nos muestra aquí un aspecto de la confesión oral que junto con el aspecto judicial, pastoral y paternal del sacramento de la penitencia completa esta necesidad de confesarse: el carácter medicinal del sacramento. El pecador cuando peca se asemeja al enfermo con su enfermedad. Para el sacerdote, ministro del perdón, al igual que el médico, le es imposible recetar la medicina adecuada si el paciente no revela los síntomas de su enfermedad. San Jerónimo decía que si el enfermo se avergüenza de descubrir la llaga al médico, difícilmente este lo podrá curar, pues ‘la medicina no cura lo que ignora’.

Así también se refiere el magisterio de la Iglesia a este aspecto del sacramento: “Tribunal de misericordia o lugar de curación espiritual; bajo ambos aspectos el Sacramento exige un conocimiento de lo íntimo del pecador para poder juzgarlo y absolver, para asistirlo y curarlo. Y precisamente por esto el Sacramento implica, por parte del penitente, la acusación sincera y completa de los pecados, que tiene por tanto una razón de ser inspirada no sólo por objetivos ascéticos (como el ejercicio de la humildad y de la mortificación), sino inherente a la naturaleza misma del Sacramento”[Juan Pablo II. Exhortación apostólica Reconciliatio et Poenitentiae. 31, II].

 

 

La confesión regular, para el progreso espiritual

Ya que estamos analizando la confesión oral en su carácter medicinal, no podemos dejar de mencionar algo sobre el beneficio que esta nos trae cuando es regular.

De la misma manera que catalogaríamos de negligente aquel que sólo acude al médico cuando está en un estado avanzado de enfermedad, al borde de la muerte, así también podríamos pensar de aquellos que pretenden acercarse a la confesionario sólo cuando estén en una situación de pecado mortal, ya habiendo perdido la amistad con Dios.

“La cualidad terapéutica de la Penitencia recomienda también el recurso al sacramento para los pecados veniales, justificado por la experiencia multisecular de la Iglesia como cauce idóneo para intensificar la conversión permanente del cristiano (CCE 1458). El bautizado que confiesa sus faltas y pecados veniales de forma asidua recibe de modo personal y, desde el discernimiento del ministro, el aliento oportuno que purifica y enciende una vida cristiana que no ha conocido quiebra” [Félix M. Arocena, ScriptaTheologica sep-dic2009, Vol. 41 Issue 3, p745-783.14]. : “Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia (Cf. Cc. de Trento: DS 1680; ?CIC 988,2). En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1458. Ed. San Pablo, Bogotá (2000), 500)

Fuente: Gaudium Press

Por qué Octubre es el mes del Rosario

¡Mar de Lepanto! Una inmensa batalla entre católicos y turcos se desarrolla. El entrechoque de las embarcaciones recuerda la conflagración final, cuando la bóveda celestial se enrrollará cual pergamino. Era el día 7 de octubre de 1571. Si los católicos perdiesen la batalla la Cristiandad sería sumergida por las huestes de Mahoma. La religión católica habría desaparecido para siempre.

A leguas de distancia, en Roma, San Pío V imploraba el auxilio divino, por intercesión de la Madre de la Iglesia. Inspirado, el santo Papa pide al pueblo romano que rece el Rosario por la victoria de sus hermanos.

En determinado momento, mientras despachaba asuntos urgentes, pero con su atención toda colocada en el peligro que corría la Cristiandad, aquel venerable anciano interrumpe los trabajos bruscamente y se dirige a la ventana. Los circunstantes quedan perplejos, no comprenden la actitud. Reina el silencio por breve espacio de tiempo, roto por la afirmación aún más misteriosa del Pontífice: ¡vencemos en Lepanto!

Manda reunir a los fieles y preparar la conmemoración por la milagrosa victoria de Don Juan de Austria, comandante de la flota. Una solemne procesión tiene lugar en las calles de la Ciudad Eterna. Días más tarde, llegan los emisarios de la escuadra trayendo la noticia ya antes anunciada por los Ángeles. Poco después estaba instituida la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias en el día 7 de octubre.

Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre para fiesta de Nuestra Señora del Rosario, y determinó que fuese celebrada en el primer domingo de octubre (día en que se venció la batalla en Lepanto). Actualmente la fiesta es celebrada en el día 7 de octubre.

fuente: Gaudium Press

Santos Ángeles Custodios

Mucho antes que las definiciones teológicas de los últimos siglos, la enseñanza sobre los ángeles encuentra su fundamento en la autoridad de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la Iglesia. Tanto en el Antiguo como el Nue­vo Testamento hay numerosos pasajes que muestran a los ángeles en la ta­rea de proteger y guiar a los hombres o sirviendo como mensajeros de Dios. El versículo 11 del Salmo 90 mencio­na claramente a los ángeles de la guar­da: “Él te encomendó a sus ángeles pa­ra que te cuiden en todos tus caminos” .

Si en algunas ocasiones los encarga­dos de misiones en la tierra son ángeles de la más alta jerarquía celestial –los casos de san Gabriel y san Rafael–, en muchas otras se trata de una actuación del ángel guardián de la persona invo­lucrada, aunque la Biblia no lo mencio­na específicamente. Esa es la impre­sión que deja, por ejemplo, la lectura del profeta Daniel, salvado de las fie­ras hambrientas en la cárcel, cuando declara ante el rey Darío: “Mi Dios ha enviado a su ángel, que ha cerrado la bo­ca de los leones para que no me hiciesen mal” (Dn6,   22). Del mismo modo, en los Hechos de los Apóstoles vemos a san Pedro liberado de la prisión por un ángel (Cf. Hch12, 1-11).

Nuestro Señor hace una referencia muy clara a los ángeles de la guarda cuando dice: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Pa­dre que está en los cielos” (Mt18, 10).

San Pablo, en la Epístola a los He­breos, enseña que todos los ángeles son espíritus al servicio de Dios, quien les confía misiones a favor de los herederos de la salvación eterna (Cf. Heb1, 14).

Los Padres de la Iglesia

Siguiendo la huella de las Sagra­das Escrituras, la mayoría de los Pa­dres de la Iglesia habla de los ángeles como custodios del hombre. San Ba­silio Magno declara en la obra Adver­sus Eunomium “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor, para conducirlo a la vida”.

En el siglo II, Hermas, en la obra “El Pastor”, dice que todo hombre posee un ángel de la guarda que lo inspira y aconseja para practicar la justicia y huir del mal. En el siglo III la creencia en los ángeles custodios echaba raíces en el espíritu cristiano, tanto que Orígenes le dedica varios pasajes, y sobre la misma materia encontramos hermosos textos de san Basilio, san Hilario de Poitiers, san Gregorio Nacianceno, san Grego­rio de Nisa, san Cirilo de Alejandría, san Jerónimo. Todos ellos enseñan que: el ángel custodio preside las oraciones de los fieles, ofreciéndolas a Dios por medio de Cristo; como nuestro guía, le pide a Dios que nos libre de los peligros y nos lleve a la bienaventuranza; es co­mo un escudo que nos rodea y protege; es un preceptor que nos enseña el culto y la adoración; nuestra dignidad es más grande por disponer de un ángel pro­tector desde el nacimiento.

Los ángeles, en relación a nosotros, son como hermanos mayores, encargados por el Padre común para conducirnos rumbo a la Patria Celeste. Tienen la misión de guiarnos y de apartar de nosotros, en misteriosa medida, los obstáculos del camino. Su “custodia” no consiste en asistirnos y defendernos como lo haría un subalterno, sino en una especie de tutela protectora que se adapta a nuestra libertad humana y que será tanto más eficaz cuanto más nos apoyemos en ella con confianza y buena voluntad.

La principal ocupación del ángel de la guarda, nos dice Santo Tomás, es iluminar nuestra inteligencia: “La guarda de los ángeles tiene como último y principal efecto la iluminación doctrinal” (Suma Teológica I, 113, 2).

El Catecismo de la Iglesia Católi­ca se refiere a la misión del ángel de la guarda con nosotros: “Desde la infan­cia a la muerte, la vida humana está ro­deada de su custodia y de su intercesión” (n. 336); y el Papa Juan Pablo II, en la Audiencia General del 6 de agosto de 1986, acentúa que “la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y re­comendando que se recurra a su protec­ción con una oración frecuente, como la invocación ‘Ángel del Señor’.”

Oración al Ángel de la Guarda

Ángel de la Guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes solo, que me perdería. Hasta que me pongas en paz y alegría, con todos los santos, Jesús, José y María.

 

Para saber más

Consuelo en San Martín Jilotepque, Guatemala

El 9 de septiembre 2013, en San Martín Jilotepeque, Guatemala, un bus de pasajeros sufrió un terrible accidente, cayendo a una hondonada en el kilómetro 64 de la ruta hacia la cabecera departamental.
Los Heraldos del Evangelio, fueron invitados por el Padre Delfino López (párroco de San Martín Jilotepeque), para participar en las actividades programadas por cumplirse 9 días del trágico accidente, en el cual, fallecieron 48 personas y hasta el día 18 de septiembre, la cifra era de 54 fallecidos. Los Heraldos del Evangelio llevaron la imagen del Inmaculado Corazón de Maria de Fátima, al llegar al lugar, la Imagen de Nuestra Señora como también el Patrono del lugar (San Martín), familiares y pobladores se acercaron lo más posible al sitio del percance, como un acto simbólico de fraternidad y consternación ante la tragedia.
Al llegar al lugar del accidente, el Padre Delfino (párroco del lugar) rezó el Responsum y luego, bendijo la placa en la base de una cruz que será colocada, que contiene los nombres de los fallecidos y Los Heraldos del Evangelio, con autorización del Padre Delfino, dejaron una medalla de la Virgen de Fátima, como símbolo de unión de fe y esperanza a los deudos.
Se continuó con La Santa Misa, celebrada por el Padre Delfino, la Homilía estuvo a cargo del Padre Javier Pérez, EP (Heraldos del Evangelio). Las Imágenes de Nuestra Señora y el patrono del lugar, fueron colocados juntos en el altar improvisado en el sitio del siniestro.
Seguidamente, tuvo lugar la procesión hacia la Parroquia de San Martín. El recorrido de la procesión fue de aproximadamente 8 Km. A pesar del largo tramo de la procesión, las personas se mostraban fuertes y perseverantes, trataban de cargar la imagen de Nuestra Señora, una y otra vez.
Se recorrió parte del pueblo hasta llegar a la Iglesia Parroquial y se ingresó a esta de manera muy solemne y respetuosa. La cantidad de personas sobrepasó la capacidad de la del templo, por lo que muchos quedaron a las afueras de la misma, escuchando a través de un equipo que auxilio el sonido durante el evento.
El Padre Delfino dio la bendición y agradecimiento a todos los participantes y colaboradores, exhortando a la reflexión y a guardar nuestras almas en gracia de Dios.
Familiares de algunas de las victimas fallecidas, se acercaron al Padre Javier para agradecer las gracias recibidas por la Imagen de Nuestra Madre Santísima y la participación de los Heraldos del Evangelio.

Letanías a Santa Teresita del Niño Jesús

Letanías a Santa Teresita del Niño Jesús

Santa Teresita del Niño Jesús, ruega por nosotros

Señor ten piedad de nosotros,

R/. Por las lágrimas de María, vuestra Hija poderosísima.

Jesucristo, ten piedad de nosotros.

R/. Por las lágrimas de María, vuestra Madre amadísima,

Señor ten piedad de nosotros,

R/. Por las lágrimas de María, tu Esposa amorosísima y misericordiosísima.

 

Santa María, ruega por nosotros

Santa Teresita del Niño Jesús, ruega por nosotros

Ángel de inocencia, ruega por nosotros

Alegría de tus padres, ruega por nosotros

Modelo de la infancia, ruega por nosotros

Esposa de Jesucristo, ruega por nosotros

Espejo de los que hacen la Primera Comunión, ruega por nosotros

Devotísima del santo escapulario, ruega por nosotros

Fidelísima a la regla Carmelitana, ruega por nosotros

Ejemplo de pobreza, ruega por nosotros

Ejemplo de castidad, ruega por nosotros

Ejemplo de obediencia, ruega por nosotros

Ejemplo de la vida monástica, ruega por nosotros

Aurora de renovación de la vida espiritual, ruega por nosotros

Guía seguro de las almas, ruega por nosotros

Que prometiste una lluvia de rosas, ruega por nosotros

V/. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,

R/. Perdónanos, Señor.

V/. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,

R/. Escúchanos, Señor

V/. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,

R/. Ten piedad de nosotros.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria (tres veces).

V/. Ruega por nosotros, Santa Teresita del Niño Jesús.

R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.

Oremos: ¡Oh Dios que te dignaste designar a tu sierva Santa Teresita del Niño Jesús, como ejemplo para nosotros, concédenos la gracia de imitarla y de, por su intercesión, alcanzar lo que te pedimos!

¡Oh Corazón Sapiencial e Inmaculado de María que abrasaste con el fuego de tu amor el alma de Santa Teresita del Niño Jesús, concédenos la gracia de amarte y de hacerte amar siempre! Amén.

Santa Teresita del Niño Jesús

En su corta existencia llegó a un elevado grado de santidad. Por sus inmensos deseos y su vida de sacrificios, fue misionera sin salir del convento y se convirtió en Patrona de las Misiones. Inauguró una nueva senda espiritual y fue proclamada Doctora de la Iglesia.

Era un 30 de septiembre de 1897. Cerca de las 16 horas, la comunidad del Carmelo de Lisieux, en Francia, se reunió en torno al lecho de una religiosa que, con tan sólo 24 años de edad, parecía entrar en agonía. A la hora del Ángelus, miró largamente a la Virgen de la Sonrisa, que siempre la había protegido en su breve existencia.

Sujetaba con firmeza el crucifijo. Notando que la enferma parecía tardar un poco más en esta tierra, la superiora dispensó a la comunidad. Pero enseguida sonó la campana de la enfermería y las religiosas regresaron a toda prisa, a tiempo para presenciar una sublime escena.

Con los ojos puestos en el crucifijo, la agonizante pronunció esta breve frase: “Dios mío… yo… ¡Te amo!”. Su semblante se iluminó, parecía estar en éxtasis. Durante algunos instantes, su mirada se posó un poco por debajo de la imagen de María que tenía en la cabecera. Después cerró los ojos y, con una sonrisa en los labios, entregó su alma al Creador.

Sublime compendio de la Creación

Ofrecemos a nuestros lectores un pequeño trecho del Pequeño Oficio de la Inmaculada, Comentado“, de autoria de Nuestro Fundador, Mons. Juan Clá Dias

Comentando el capítulo de los Proverbios (VIII,22-31) usado por la Liturgia en la celebración de la Natividad de Nuestra Señora, San Juan Eudes escribe:

“[María] estuvo presente con el Creador del universo, cuando Él asentaba los cielos, regulaba el movimiento de los astros, y cuando cercaba los abismos; cuando formaba el aire y los vientos y daba consistencia a las nubes en lo alto; cuando ponía límites al mar, para que las aguas no sobrepasasen sus confines; cuando asentaba los cimientos de la tierra.

¿Cómo se entiende esto?. ¿De qué modo esta sagrada Virgen estaba con Dios en la Creación del mundo, y de qué manera hizo todo con Él?

Estaba con Dios porque Él la llevaba siempre en su espíritu y en su corazón, y consideraba cuidadosamente todas las perfecciones naturales y sobrenaturales diferentemente repartidas entre todas las criaturas, para recogerlas un día y reunirlas todas en Aquella que había sido destinada para ser la Soberana del universo. Por esta razón, San Epifanio La llama: «Misterio del Cielo y de la tierra», porque Dios puso en esta maravillosa Virgen como en un resumen y compendio, todo lo que hay de más hermoso en el Cielo y en la tierra”.

En ese mismo sentido, el Pe. Jourdain transcribe este comentario de un piadoso autor: “Dios se confirma en la creación de los Ángeles, de los Arcángeles, de los Querubines y de los Serafines; se confirma en la creación del cielo material, de los astros, del sol, de la tierra y de las criaturas que la contienen. Creando todos esos seres, Dios prenunciaba su obra maestra por excelencia, la creación de María, que ella misma sería el preludio de la creación de la humanidad del Salvador. Todo se aplicaba a Jesús y a María, todo les representaba, todo preparaba su venida a la tierra para el rescate de los hombres y la glorificación de Dios”.

“Señor, ¿son pocos los que se salvan?”

“Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Pregunta hecha a Jesús con escaso interés de perfección. Sin embargo, pocos serán los desinteresados en oír la respuesta del Divino Maestro. Escuchémosla con claridad y profundidad.

Ofrecemos a nuestros lectores un trecho de la meditación que hace Mons. Juan Clá Dias, fundador de los Heraldos, del Evangelio del domingo XXI del Tiempo Ordinario.(Lucas 13,22-30)

Él les dijo: Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

El consejo de Jesús es imperativo: “esfuércense”, indicándonos hasta dónde no es cosa de “tratar de entrar” a última hora. Pero infelizmente, asusta el número de personas que a lo largo de la vida se despreocupan de saber lo que les pasará después de la muerte. Muchos están dispuestos a cambiar el Cielo por el fugaz placer de un momento, y actúan tal como Judas Iscariote frente a las engañosas delicias de este mundo: “¿Cuánto me quieren dar y yo les entrego a Jesús?” (Mt 26,15). No son pocos los que prefieren a Barrabás antes que a Jesús, entregándose a las pasiones y pecados en detrimento de la convivencia sin fin con Dios. San Basilio describe el modo como toman esa opción insensata:

“En efecto, el alma vacila siempre: cuando reflexiona sobre la eternidad se decide por la virtud. Pero cuando mira el presente, prefiere los placeres de la vida. Aquí se ve la languidez y los deleites de la carne; allá, la dependencia, la servidumbre y el cautiverio de la misma. Aquí la embriaguez, allá la sobriedad. Aquí los riesgos disolutos, allá la abundancia de lágrimas. Aquí las danzas, allá la oración. Aquí el canto, allá el llanto. Aquí la lujuria, allá la castidad” (S. Basilio: in Psalm. 1).

Pero, ¿cuál es esa puerta estrecha? Jesús nos la indica: “No todos los que dicen: «Señor, Señor», entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial.” (Mt 7,21)

Esfuércense en entrar por la puerta estrecha

Esfuércense en entrar por la puerta estrecha

Por lo tanto, consiste en nuestra obligación de abatir el orgullo, controlar nuestra mirada, pensamientos y deseos, guardar nuestro corazón de los afectos desordenados, vivir de la fe y de la esperanza en la práctica de la verdadera caridad, etc.

Una vez que el padre de familia se levante y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y comenzarán a golpear la puerta diciendo: ¡Señor, ábrenos! Y les responderá: No sé de dónde son ustedes.

Los Evangelistas suelen relatar las aproximaciones que el Divino Maestro hacía entre el Reino de los Cielos y un banquete. Según las costumbres de la época, por medidas de seguridad, además de otras razones, al llegar el último invitado el anfitrión atrancaba las puertas. Y así, para hacer aún más clara la alegoría de la puerta estrecha para entrar al Cielo, Jesús presenta la parábola del padre de familia que se reúne con sus hijos y amigos en su casa, a puertas cerradas. Los que se quedaron afuera pedirán que se los deje entrar, y recibirán la respuesta: “No sé de dónde son ustedes”. La razón de tal respuesta no es que no hubiera más lugar, sino por no haber querido entrar por la puerta estrecha.

Qué sorpresa para los que creían ser salvos gracias a la práctica de unas tantas y pocas obligaciones religiosas…

La escena descrita en este pasaje traduce en términos domésticos una profunda realidad eterna. La familia representada aquí es la divina, a la que pertenecen todos los bautizados que viven en la gracia de Dios y, muriendo en ella, gozarán de la felicidad perpetua participativa en la convivencia de la Santísima Trinidad. Fuera de esa intimidad se quedarán todos los que murieran impenitentes de sus pecados. El Padre los tratará como a extraños desconocidos.

Entonces comenzarán ustedes a decir: Comimos y bebimos contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas.

Es muy cierto. Cuántas veces nos acercamos a la mesa de la Comunión y nos beneficiamos con los demás Sacramentos, escuchamos buenas predicaciones sobre el Evangelio, además de los consejos en particular, en el seno de la Iglesia fundada por el Redentor. No obstante, ¿qué provecho sacamos de todos esos privilegios? Se nos dan para cumplir mejor los Mandamientos. Insensatos son los que se entregan a una vida de pecado hasta la hora de la muerte, arriesgándose a oír de los labios de Jesús la sentencia irrevocable de eterna reprobación. Solamente entonces entenderán las palabras del Divino Maestro: “Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mt 16,26).

Pero él les dirá: No sé de dónde son ustedes; apártense de mí todos los que obran la iniquidad.

Esta respuesta contiene dos afirmaciones:

1. “No sé de dónde son ustedes…”. No debemos pensar que solamente los no-bautizados serán objeto del rechazo de Jesús. También se nos podrá aplicar a nosotros, bautizados, si no cumplimos con nuestros deberes. En este caso, Jesús se dirigirá a nosotros de manera aún más explícita: “A ustedes Yo los arranqué de las tinieblas del pecado y los redimí a costa de mi propia sangre, elevándolos a la dignidad de hijos de la Iglesia. Pero ustedes quisieron las sendas del orgullo y, siguiendo el consejo de Satanás, obedecer a la ley del mundo y entregarse a las pasiones. No escucharon la voz de la gracia ni la de mis Ministros…”

2. “… apártense de mí todos los que obran la iniquidad”.

Ser repelido por Dios es el más terrible de los tormentos eternos, según nos enseña la Teología. Hemos sido creados en vista de la felicidad eterna, o sea, para conocer a Dios cara a cara y amarlo como Él mismo se ama, guardando siempre las debidas proporciones. Nuestra alma tiene sed de esa convivencia con Dios y solamente reposaremos en Él. Ahora bien, vernos expulsados por Quien es la única Causa de nuestra alegría, significaría para nosotros un tormento sin comparación. Qué terrible palabra: “Apártense de mí…”

María Puerta del Cielo

Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

Sorprendente será esa inversión de valores, por eso jamás debemos sentirnos seguros debido a nuestras cualidades, ni por las gracias recibidas, ni menos aún por la riqueza que pueda estar en nuestras manos. Es necesario servir a Dios con ardor y entusiasmo, entrando “por la puerta estrecha” que bien podrá ser María Santísima. No sin razón se le dio el título de Puerta del Cielo. Estrecha, porque nos exige una confianza robusta en su protección maternal. Invoquémosla en todas las tentaciones y dificultades, a fin de comprobar la irrefutable realidad de que “jamás se oyó decir que alguno de los que han recurrido a su protección maternal, implorado su asistencia o reclamado su socorro, fuera por Ella desamparado”. Y cuando lleguemos al Cielo, rindamos eternas gracias a los méritos infinitos de Jesús y a las poderosas súplicas de María.

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Santa Rosa de Lima, la primera rosa del continente americano

América ha visto florecer los frutos de la santidad desde los comienzos de su evangelización. Este es el caso de Santa Rosa de Lima (1586-1617), « la primera flor de santidad en el Nuevo Mundo »… Después de ella, el santoral americano se ha ido incrementando hasta alcanzar su amplitud actual… S.S. Juan Pablo II (Ecclesia in America , n.15)

Rosa de Santa María, conocida en la Iglesia Universal como Santa Rosa de Lima, nace en la capital de Perú, el 30 de Abril de 1586 y fallece en la misma el 24 de agosto de 1617.

“Es la primera santa que antes de ser canonizada – sólo 54 años después de su muerte, en 167l- sería proclamada – cosa excepcional- patrona del Perú (1669), del Nuevo Mundo y de Filipinas (1670)”.

Ella es pues, la primera rosa que el continente americano ofrecía al Altísimo. En Lima se vivía la denominada “época dorada de la santidad”. Una constelación de santos tuvieron como escenario de vida esta ciudad: Rosa conoció a san Martín de Porres, fue confirmada en 1597 en Quives, por el segundo arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo y escuchó las predicaciones de san Francisco Solano y san Juan Masías.

Su nombre ¿Rosa o Isabel?

Nuestra santa fue bautizada con el nombre de Isabel Flores de Oliva, pero un día cuando su nana la estaba meciéndola en la cuna, la descubrió para ver si dormía y vio su rostro tan hermoso, que llamó a unas niñas para que la viesen. Su mama admirada por lo que pasaba se acercó a la bebe y la vio tan linda y hermosa, parecía que todo su rostro estaba hecha una rosa muy linda y en medio de ella veía las facciones de sus ojos, boca, nariz y orejas como si hubiese puesto su cabecita en una rosa grande de un color muy encendido.

La mamá quedó admirada de ver aquel prodigioso suceso; la tomó en las manos y contenta le dijo: “Yo te prometo, hija y alma mía, que mientras viviré, de mi boca no has de oír otro nombre sino Rosa”…

¿Laica o monja?

Santa Rosa fue laica (no fue monja de clausura como a veces se cree). Vivió en casa de sus padres como terciaria dominica (usando el hábito dominico).

¿Cómo era su vida diaria?

Vivió pues su anhelo de ser toda de Dios en la vida ordinaria. Ya en vida tuvo fama de santidad debido a su incansable labor para con los menesterosos y olvidados de Lima y a la limpieza de su alma que irradiaba en todo el que le conocía.

Si Rosa llegó a la perfección en la caridad hacia el prójimo fue porque su vida espiritual fue muy intensa: la otra mitad de su jornada estaba destinaba a la vida de piedad, llegando por gracia de Dios a las cumbres de la contemplación y unión con Dios (matrimonio espiritual) dejándonos un legado de vida espiritual. Su escala espiritual la podemos apreciar en sus escritos.

Sus penitencias, ayunos y mortificaciones continuadas aún hoy siguen asombrando al mundo pues nos preguntamos cómo una doncella tan frágil pudo tomar para si tales ofrecimientos, y nos respondemos que ella fue llevada por el encendido amor a Dios que le impulsaba a pedir perdón por sus hermanos.

Su Amor a la Virgen

Rosa fue favorecida con repetidas visitas de la Reina de los ángeles. Tan familiar fue su trato con ella que como buena madre la despertaba en la mañana para ir a la oración.

Deseaba adornar a nuestra madre ofreciéndole preciosas prendas pero realizó un regalo mayor al componer a la Madre de Dios unos “vestidos espirituales” consistentes en un ofrecimiento de decenas de rosarios, oraciones y visitas al Santísimo Sacramento y otras prácticas de piedad. El amor de Rosa bien puede decirse era originalmente delicado.

Su gloriosa muerte

Al saberse la noticia de su muerte, toda Lima se conmocionó y quería ver a la que ya aclamaban como “su santa”. Transcurrieron días sin poder sepultar el sagrado cuerpo como consecuencia de las interminables visitas de toda la población, y su cuerpo, lejos de manifestar señales de corrupción permanecía lozano y sereno como en el mismo instante de su partida al cielo.

Según consta en los archivos de su proceso de canonización, se sucedieron incontables curaciones milagrosas al sólo contacto con su bendito cuerpo o con sólo invocar su nombre. Milagros de todo tipo se sucedieron. Era la canonización anticipada.

Recién el día 4 de setiembre se pudieron realizar las honras. Al coincidir este día con el de santa rosa de Viterbo, la gente se admiró y tomó este gesto como señal divina y anticipada de su elevación a los altares.

Sobre el pozo de Santa Rosa

Se encuentra en la que fuera su hogar, hoy Santuario de nuestra santa (Centro de Lima). Esta imagen nos remite al momento en que Rosa arrojó en el pozo la llave del candado de una cadena que se puso en la cintura a modo de silicio, para hacer perpetua penitencia por los pecadores.

Poco después de fallecida, al crecer el número de milagros y gracias que la gente obtenía por su intercesión, un número cada vez más grande de personas empezó a echar cartas en dicho pozo, confiando en que su protectora recibiría la celestial correspondencia, cosa que se ha verificado con el transcurso de los siglos.

Millones de personas dan fe de las gracias, tanto espirituales como materiales que Rosa brinda, si ésta está en los planes de la Providencia divina.

Viaje a Costa 2013

Un grupo de jóvenes participantes de las actividades de los fines de semana de los Heraldos del Evangelio, en las Fiestas Agostinas han aprovechado para hacer un viaje cultural a Costa Rica.

 San José, capital del país. El Teatro Nacional, donde asistieron a un concierto de canto del Maestro Agustín Lara, la Catedral, plazas y calles fueron la gran atracción del paseo capitalino. El Rosario de luces rezado en la plaza de la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, patrona de Costa Rica, el Parque natural del Volcán Irazú, las Ruinas de Ujarrás, el Canpy en Arenales, El parque de las Cataratas de la Paz, el Museo del Niño, fueron lugares, entre otros, que sin lugar a duda han marcado como una experiencia positiva en los corazones de todos los participantes.

Agradecemos de todo corazón a los Heraldos del Evangelio de Costa Rica por la excelente recepción que nos han brindado y pedimos a la Santísima Virgen de los Ángeles que continúe bendiciendo todo el labor en pro de la juventud que realizan en tierras Ticas y también le pedimos a Ella de ser fieles a todas las gracias que derramó durante estos días inolvidables pasados juntos.