Brasil espera de brazos abiertos al Papa

Son las palabras del nuevo embajador de Brasil ante la Santa Sede, Denis Fontes de Souza Pinto, que presentará sus credenciales la Santo Padre después de la JMJ. Souza Pintos se encuentra en  Río de Janeiro donde participó de la acogida oficial del Gobierno Brasileño al Papa Francisco que llegó al Brasil el 22 de julio. En conferencia de prensa el embajador declaró: “La expectativa mía yo creo que sea la expectativa de todo el pueblo brasileño: es una gran alegría, una gran felicidad poder tener a Río de Janeiro, que es la capital del corazón de todos los brasileños, como el destino del primer viaje internacional del primer Papa latinoamericano en la historia de la Iglesia. Es una enorme satisfacción y yo tengo la absoluta certeza que el pueblo brasileño y todos aquellos que estén en Río de Janeiro para la Jornada de la Juventud estarán de brazos abiertos esperando al Santo Padre.”

fuente: Gaudium Press

Monte Thabor, Monte Calvario

Son dos Montes, sumamente diferentes; lejanos entre sí, y cercanos al mismo tiempo por los acontecimientos que se realizaron en la vida de Nuestro Señor.

Con esta reflexión queremos que cada lector, saque su propia conclusión de cuánto distan ambos montes el uno del otro.

El Monte Thabor  nos evoca realeza, majestad, triunfo y el Monte Calvario, nos evoca sufrimiento, dolor, sacrificio. En el Monte Thabor, aparecen junto a Nuestro Señor dos grandes santos Moisés y Elías; en el Monte Calvario, dos pecadores condenados a muerte. En el Monte Thabor, los discípulos querían quedarse eternamente ahí, en el Monte Calvario sólo un discípulo fue fiel. En el Monte Thabor se abrieron los cielos, con luz resplandeciente; en el monte Calvario se cerraron los cielos y hubo oscuridad.

Noten la lejanía y diferencia que hay entre uno y el otro; pero al mismo tiempo verán la consonancia y necesidad del uno y el otro.

Si sólo hubiese habido un Thabor, con ello Nuestro Señor mostraba su Divinidad y Realeza; y si sólo hubiese habido un Calvario, mostraba su Humanidad y Humildad. Por tanto Nuestro Señor quiere mostrarnos que Él es Dios y Hombre verdadero; que sabe unificar su Realeza con su Humildad, uniendo simbólicamente ambos Montes.

Con la Transfiguración en el Monte Thabor, adelanta la gloria de su Resurrección, antes de padecer y morir por nosotros en el Monte Calvario.

Nuestro Señor nos da además una enseñanza, que debemos aplicar en nuestras vidas.

Cuando llegue el momento de dolor, de sufrimiento, de la oscuridad, por decir así, nuestro Calvario, debemos mantenernos fieles recordando que un día brilló en nosotros un monte Thabor; en donde Nuestro Señor nos mostró su gracia, su bendición y su luz más sensible a nuestros sentidos.

Para que ese calvario sea más llevadero, y perseveremos en él, es necesario recordar las gracias pasadas, y amar por encima del sentimiento.

Nuestro Señor, siendo Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios, dice San Agustín. Por tanto, hay un intercambio de naturalezas. En la que Dios nos quiere divinizar (con “d” minúscula); por medio de la aceptación a nuestra cruz, nuestra fidelidad en los momentos de dificultad y sufrimiento; sustentados por las gracias y bendiciones que nos ha derramado a lo largo de nuestras vidas. Y con ello podemos sacar nuestra propia conclusión, de cuánta distancia hay entre el Monte Thabor y el Calvario.

Una reflexión sobre la Santa Misa

El “corre, corre”, del día a día, nos hace olvidar -más bien dicho nos hace ignorar- cuánto es el valor de la misa. Tanto así, que cuando es domingo o una fiesta de precepto, el demonio o nosotros mismos, por nuestro propio egoísmo y comodidad de vida decimos, – hoy no voy a ir a misa -.O bien vamos y no prestamos ningún interés o atención.

Si conociésemos realmente lo que es la misa, qué valor tiene, seguro que nunca más repetiríamos esa frase.

Por eso compartimos estas consideraciones, de San Leonardo de Porto Maurizio, que nos ayudarán a conocer, amar la Santa Misa y sobre todo hacer un examen de conciencia.

“¡Oh, mundo ignorante, que nada comprendes de misterios tan sublimes! ¿Cómo es posible estar al pie de los altares con el espíritu distraído y el corazón disipado, cuando los Ángeles están allí temblando de respeto y poseídos de un santo temor a vista de los efectos de una obra tan asombrosa?”.

“Pueblos insensatos, pueblos extraviados, ¿qué hacéis? ¿Cómo no corréis a los templos del Señor para asistir santamente al mayor número de Misas que os sea posible? ¿Cómo no imitáis a los Santos Ángeles, quienes, según el pensamiento del San Juan Crisóstomo, al celebrarse la Santa Misa bajan a legiones de sus celestes moradas, rodean el altar cubriéndose el rostro con sus alas por respeto, y esperan el feliz momento del Sacrificio para interceder más eficazmente por nosotros?” Porque ellos saben muy bien que aquel es el tiempo más oportuno, la coyuntura más favorable para alcanzar todas las gracias del cielo. ¿Y tú? ¡Ah! Avergüénzate de haber hecho hasta hoy tan poco aprecio de la Santa Misa. Pero, ¿qué digo? Llénate de confusión por haber profanado tantas veces un acto tan sagrado”.

“Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque Tú estás conmigo…”

La verdadera persona que ame a Dios y tenga devoción a Nuestra Señora, siempre tendrá en su corazón escrita la palabra: confianza

Con ésta simple frase, del conocido salmo 22, podríamos escribir verdaderos tratados de confianza.

Cuántas veces, hemos oído en diferentes oportunidades “El Señor es mi pastor, nada me falta”….

Dice la oración compuesta de San Bernardo, La Salve Regina, que estamos en un valle de lágrimas; partiendo por ahí, nos será mucho más fácil, meditar el trecho de éste salmo que consideramos, y recordar que la felicidad no está en éste mundo, pues siempre tendremos sufrimientos y adversidades que vencer.

“Aunque camine por cañadas oscuras”. Ubiquémonos en ésta situación; estamos caminando solos, al filo de un desfiladero o de una quebrada en plena noche y oscuridad; como es de noche y está oscuro no sabemos si el paso que vamos a da será en falso y con ellos podemos resbalar y caer o aún peor no sabemos si en el siguiente paso será el precipicio y el fin de nuestro camino. Desde luego sería una situación desconcertante, sin pensar en el peligro externo, de que de pronto pueda aparecer alguien para hacernos algún daño, que empeore ésta situación.

Nuestra Señora de la Confianza

    Nuestra Señora de la Confianza

Pues bien. Ubicados en ésta situación, el salmo continua diciendo, “nada temo, porque Tú estás conmigo”. Que maravilloso tener la plena seguridad, la completa confianza de que es Nuestro Señor, es el que está conmigo; por tanto, tengo la certeza de la victoria, la certeza que llegaré a buen fin; pues Él conduce mis pasos, Él me sirve de guía y más aún Él está a mi lado siendo mi compañero.

No cabe lugar la palabra: duda. La verdadera persona que ame a Dios y tenga devoción a Nuestra Señora, siempre tendrá en su corazón escrita la palabra: confianza. Dudar es el peor insulto que podemos hacer a Nuestro Señor. Hay un dicho que nos puede ayudar a reflexionar, “no le digas a Dios que grande es tu problema, sino dile a tu problema que grande es Dios”.

Entonces, cuándo nos veamos en un momento de angustia y aflicción recordemos ésta frase: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque Tú estás conmigo”.

Efectos de los Sacramentales

Jesucristo instituyó la Iglesia para conferirnos la gracia necesaria para nuestra salvación y santificación. Los principales canales de gracia son la Santa Misa, los sacramentos, la oración.

Los sacramentales son “signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la glesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida” -Catecismo #1667; Cf. Ley Canónica (Canon 1166).

Los sacramentales santifican una gran variedad de momentos en la vida de las familias, personas y comunidades. Se pueden celebrar cada vez que hay necesidad de la oración de la Iglesia y la bendición de DiosPara saber más.

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 Los efectos que producen los sacramentales [p.ej. Bendiciones, uso de agua bendita] son “principalmente espirituales” (Código de Derecho Canónico, 1166). Los que normalmente invoca la Iglesia son en forma de gracias actuales para auxilio en el ejercicio de la virtud, muy especialmente en orden a las virtudes teologales infusas – fe, esperanza y caridad -, a perdonar los pecados veniales, a la mejor preparación para la recepción de los sacramentos y a la protección contra los demonios sea por medio de exorcismos o de bendiciones.

Incluso las indulgencias, por ejemplo, son sacramentales por los cuales es obtenida – por obra de la Iglesia administradora como ministra de la Redención del tesoro de los méritos de Cristo y los santos – la remisión de la pena temporal debida a Dios por los pecados y que debería ser satisfecha en el Purgatorio. Del mismo modo, en el caso de las bendiciones constitutivas las cuales consagran de manera permanente para el servicio de Dios una cosa o una persona, su eficacia, es también de carácter infalible.

Pero quien dice efectos “principalmente espirituales” está admitiendo implícitamente la posibilidad de obtener gracias materiales desde que éstas cooperen para la obtención de un bien espiritual mayor en el orden amoroso y sumamente sapiencial de la Providencia. Tales pedidos podrán ser, por ejemplo, el alivio de nuestros sufrimientos, el alejamiento de los castigos divinos, la cura de enfermedades, una abundante colecta o un viaje exitoso, etc., siempre desde que sean conforme la voluntad de nuestro Padre Celestial e, insistimos, para la mayor santificación del alma y con vistas a la vida eterna.

Los sacramentales ofrecen, pues, a los fieles bien dispuestos la posibilidad de santificar casi todos los eventos de su vida por medio de la gracia divina que, como vimos, fluye de los méritos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y, en este caso, es administrada por la Santa Iglesia. En este sentido preparan para recibir con fruto los sacramentos.

Pero es preciso considerar que, si bien que sus efectos no dependen principalmente de la disposición moral del ministro o el sujeto, puede esta concurrir a una eficacia mayor, pues Dios otorga sus dones en cantidad y calidad mayor en virtud del mérito y disposiciones que concurren en quien los administra, confiere o recibe. Incluso sucede con la oración. Serán más eficaces en la medida en que nos identifiquemos, por nuestra religiosidad profunda, con la Iglesia que opera a través de ellos y con su intención. Se puede decir en este sentido – y es tal la tesis defendida por muchos teólogos – que los sacramentales operan casi ex opere operato (REGATILLO apud MARTÍN, 2002: 1647), o sea que ellos no tienen el poder natural, como los sacramentos, de obrar la gracia, pero sí de obtenerla de la misericordia y bondad de Dios. Son ayudas poderosas con las cuales se recibe, por eso mismo, protección contra las tentaciones, gracias y ayudas según el caso, así como capacidad operativa y gracias actuales para corresponder a la voluntad de Dios según la vocación y carisma propios.

Entretanto, se debe siempre llevar en consideración que la oración de la Iglesia, Esposa Mística de Nuestro Señor Jesucristo, no puede dejar de ser plenamente aceptada por la Divinidad y, por tanto, si bien que lo sacramental no es totalmente infalible como el sacramento (desde que debidamente recibido) sino que sigue, como vimos, las reglas habituales de la oración, y aunque opera más por vía de misericordia que de justicia, no deja de ser evidente que su eficacia supera de lejos la de una obra buena hecha sin ser sacramental, tanto cuanto puede tener de aceptado y sumamente agradable a la Divina Majestad la oración de la Esposa amantísima, indefectiblemente santa, castísima y fidelísima de Jesucristo. Esto más se aplicará, si cabe, cuanto la principal finalidad es contribuir para la santificación de los fieles.

Por P. Ignacio Montojo, EP.

 

Natividad de San Juan Bautista

La liturgia nos invita a celebrar la Natividad de San Juan Bautista, el único santo cuyo nacimiento se conmemora, porque marcó el inicio del cumplimiento de las promesas divinas: Juan es el “profeta”, identificado con Elías, que estaba destinado a preceder inmediatamente al Mesías a fin de preparar al pueblo de Israel para su venida (cf.  Mt 11, 14; 17, 10-13). Su fiesta nos recuerda que toda nuestra vida está siempre “en relación con” Cristo y se realiza acogiéndolo a él, Palabra, Luz y Esposo, de quien somos voces, lámparas y amigos (cf. Jn 1, 1. 23; 1, 7-8; 3, 29). “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30): estas palabras del Bautista constituyen un programa para todo cristiano. (Benedicto XVI, Ángelus, 25 de Junio de 2006)

Cinco siglos habían pasado sin que naciera el profeta en Israel. ¿Por qué? Porque la venida de aquél que los profetas habían anunciado estaba cerca.

Los tiempos se cumplieron. Jacob había previsto que el Mesías vendría cuando el cetro o el poder soberano saliesen de Judá. El pueblo de Judá no tenía más el poder soberano: residía ahora en manos del edomita Herodes, que lo recibió de los romanos.

Los romanos eran verdaderos señores. Pasaron cuatro imperios de Daniel a Jesucristo. El cuarto imperio, el de los romanos, se extendía sobre todos los pueblos. Después de largas y sangrientas guerras, reinaba la paz, una paz universal.

Estaba por venir el Dios de la paz. Todos lo esperaban. No solamente los judíos, también los gentiles. En esta expectativa general, eran sobre todo los justos que redoblaban las oraciones y votos.

El Profeta Simeón

                         El Profeta Simeón

Había otro hombre en Jerusalén. Se llamaba Simeón. Justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel. El Espíritu Santo, que vivía en él, le hizo saber que no vería la muerte antes de ver a Jesús, el Cristo.

En la misma esperanza, una santa viuda, Ana la profetiza, no abandonaba el templo, donde ayunaba y rezaba día y noche.

El sacerdote Zacarías, ofreciendo incienso delante del santuario, vio un ángel, el ángel que le anunció que sería padre del Precursor, profeta que predecería inmediatamente al Señor.

Zacarías dijo al ángel:

– ¿Cómo conoceré esto? Porque soy viejo, y mi mujer está avanzada en edad.

Respondiendo el ángel, le dijo:

– Yo soy Gabriel, que asisto delante de Dios; fui enviado para hablar y dar esta buena nueva. He aquí que quedarás mudo, y no podrás hablar hasta el día en que estas cosas sucedan, puesto que no creíste en mis palabras que se han de cumplir a su tiempo.

Y el pueblo, saliendo Zacarías del templo, observó que había ocurrido una misteriosa aparición. Y la esperanza de conocer en breve al Mesías nació en todos los corazones.

La misteriosa aparición de Zacarías comenzó a revelarse. Es que nació un hijo de Isabel. ¿Quién era aquel niño? De él se contaban historias maravillosas. Una virgen de Nazareth fue a saludar a la madre. El saludo lo estremeció de alegría en las entrañas maternales. Y la madre, llena del Espíritu Santo, profetizó de la virgen de Nazareth cosas extraordinarias.

¿Quién era ese niño? ¿Qué nombre le darían? No tendría el nombre del padre, Zacarías, que quiere decir “a quien Dios recuerda”, sino Juan, o sea, lleno de gracia. Y después que al padre se le liberó la lengua, profetizó diciendo:

“Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque visitó y rescató a su pueblo; y suscitó una fuerza para salvarnos en la casa de su siervo David, conforme anunció por la boca de sus santos, de sus profetas, desde los tiempos antiguos; que nos libraría de nuestros enemigos, y de manos de todos los que nos odian; para ejercer su misericordia a favor de nuestros padres, y recordar su santa alianza, según el juramento que hizo a nuestro padre Abrahán, de concedernos que, libres de las manos de nuestros enemigos, lo sirvamos sin temor, caminando delante de él con santidad y justicia, durante todos los días de nuestras vidas”.

Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos; para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, para remisión de sus pecados, por las entrañas de la misericordia de nuestro Dios, gracias a que nos visitó de lo alto el Sol naciente. Para iluminar a los que se encuentran en las tinieblas y sombras de la muerte; para dirigir nuestros pasos en el camino de la paz”.

Ahora, el niño crecía y se fortificaba en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

En ausencia de indicaciones exactas de parte de San Lucas, es difícil especificar la edad con que San Juan Bautista buscó el desierto. Es probable que, aunque joven, estaba el santo Precursor suficientemente apto para proveerse a si propio, lo que lleva a creer que contaba de diez a doce años. Los padres, naturalmente, ya habían fallecido.

¿Que vida llevaba San Juan en el desierto? Dice el Padre Buzy:

Es inútil demorarse en describir el tipo de vida del Precursor en el desierto…Es cierto que el precoz anacoreta vivió por cuenta de la divina Providencia.

Más adelante comenta:

Algunas hierbas en primavera, raíces, miel, frutas silvestres, fueron, en mayor o menor medida, las riquezas que poseía. Pero si el cuerpo era tratado con rigor, el alma se alimentaba abundantemente con los divinos festines de la oración y de la reflexión.

Y vino el ministerio de San Juan y el bautismo de Jesús.

En el año décimo quinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilatos gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y Felipe, su hermano, tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilene, siendo pontífices Anás y Caifás, el Señor habló a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue a la tierra del Jordán, predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías: Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo el valle será reconstruido, y todo monte y colina será arrasado, y los planes escabrosos; y todo hombre verá la salvación de Dios.

Decía Juan a las multitudes, que venían a ser bautizadas:

– Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que os amenaza? Haced, por tanto, frutos dignos de penitencia, y no comencéis a decir: Tenemos a Abrahán por padre. Porque yo os digo que Dios es poderoso para suscitar de estas piedras hijos de Abrahán. Porque el hacha ya está puesta en la raíz de los árboles. Todo árbol que no de buen fruto, será cortado y lanzado al fuego.

Y las multitudes lo interrogaban diciendo:

– ¿Qué debemos hacer nosotros? Y les respondió diciendo:

– El que tiene dos túnicas, de una al que no tiene, y el que tiene que comer haga lo mismo.

Fueron también publícanos, para ser bautizados y le dijeron:

– Maestro, ¿qué debemos hacer? Y les respondió:

– No exijas nada más de lo que está establecido.

Lo interrogaron también los soldados, diciendo:

– ¿Y nosotros qué haremos? Y les dijo:

– No hagáis violencia a nadie, ni denunciéis falsamente, y contentaos con vuestro sueldo.

Estando el pueblo a la expectativa, y pensando todos en sus corazones que tal vez fuese el Cristo, Juan respondió diciendo a todos:

Yo, en verdad, bautizo con agua, pero vendrá uno más grande que yo, a quien yo no soy digno de desatar la correa de sus zapatos; él os bautizará en el Espíritu Santo y con fuego; tomará en su mano la pala y limpiará la trilla del suelo, y recogerá el trigo en su granero, pero la paja la quemará en un fuego inextinguible.

Y predicaba muchas otras cosas al pueblo, enseñándoles.

Y él, vestía con pieles de camello, y con un cinturón de cuero a la cintura; y su comida eran langostas y miel silvestre.

Y salió a Jerusalén, a la Judea y toda la región del Jordán, confesando sus pecados. Todos corrían a escucharlo, pero no todos buscaban el bautismo: Todo el pueblo que lo escuchó, incluso los publícanos, dieron gloria a Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Los fariseos, sin embargo, y los doctores de la ley frustraron el designio de Dios respecto de ellos, no se hicieron bautizar por él.

¿Y qué exigía San Juan Bautista a sus discípulos? Un arrepentimiento moral, una conversión interior, una pureza toda espiritual, de la cual el bautismo sería un signo.

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San Luis Gonzaga

Altísimo fue el grado de santidad que había alcanzado en la vía de la inocencia. No le atraía nada terrenal, vivía en contemplación y todas sus acciones eran plenamente conformes con los designios divinos.

Vínole a visitar el Padre Provincial, y luego que le vio exclamó como transportado:

– Marchamos, Padre mío, y marchamos con alegría.

– ¿A dónde, Luis?

– ¡Al Cielo…! Si mis pecados no me lo impidieran, espero ir allí, por la misericordia de Dios.

Ésta era la excelente disposición de alma de ese joven novicio de la Compañía de Jesús que había interrumpido sus estudios de Teología al haber contraído una grave enfermedad, por la cual yacía en cama desde hacía ya tres meses. Ocho días antes había predicho que éstos serían los últimos para él.

Rectitud desde la infancia

Nació el 9 de marzo de 1568, en el castillo de Castiglione, Italia. Fue el primer hijo de don Ferrante Gonzaga, Marqués de Castiglione delle Stivieri y príncipe del Sacro Imperio, y de doña Marta Tana de Santena, dama de la reina Isabel de Valois.

Mucho agradaba a la marquesa ver cómo asimilaba bien, desde pequeño, sus maternales instrucciones de piedad. Sin embargo, a su padre esto le inquietaba, pues temía que tanta devoción lo desviara de la carrera de las armas a la que se destinaban los primogénitos.

Cuando Luis tenía cinco años, su padre fue llamado a que participara en la expedición española contra Túnez y, para que se acostumbrara al gusto por las armas, el marqués lo llevó consigo hasta la ciudad de Casalmaggiore, en donde se ejercitaban unos tres mil hombres en preparación de la campaña militar. El niño estuvo algunos meses conviviendo con los soldados y, entre otras cosas, aprendió algunas palabras groseras e indecorosas, que pasó a repetir sin saber su significado.

De regreso a Castiglione, su tutor le reprendió ese rudo y vulgar vocabulario. No sólo no dijo nunca más esas palabras, sino que manifestaba gran enojo cuando oía a alguien pronunciarlas. Muy avergonzado estuvo siempre por esa falta y acostumbraba a contar esa anécdota, ya de religioso, para “demostrar” cómo había sido un niño malo. 

Devoción a María y virtudes ejemplares

Al cumplir los nueve años, don Ferrante lo llevó junto con su hermano Rodolfo a la corte del Gran Duque de Toscana. La Providencia Divina se valió de esos dos años de estancia en Florencia para hacerlo progresar en los caminos de la santidad. La lectura de un libro sobre los misterios del Rosario hizo que brotara en su alma el fervor a la Virgen María. También contribuyó a ello la devoción a Nuestra Señora de la Anunciación, cuadro que se venera en la Basílica della Santissima Annunziata de aquella ciudad. Y tanto se le había inflamado su corazón por Ella que en esta misma iglesia se ofreció al Señor e hizo su voto de virginidad por intercesión de la Madre de Dios.

Las virtudes ya se habían cimentado en él porque había adquirido una completa guarda de los sentidos y una obediencia total a sus superiores, además de un profundo recogimiento y de elevación de espíritu.

Dios estaba construyendo la hermosa catedral del alma de Luis que, con la candidez de un niño, se dejaba guiar por el Padre celestial. Cuando se trasladaron a la corte del Duque de Mantua, no sólo conservó el hábito de la oración, sino que los sublimó con prácticas de mortificación. Al verse obligado por los médicos a seguir un régimen alimenticio a causa de una enfermedad renal que había contraído, le tomó tal gusto a la penitencia que, sobrepasando las recetas indicadas, se entregó a rigurosos ayunos. Consideraba haber hecho una opulenta comida ¡cuando se comía un huevo entero!

Intensa vida sobrenatural

De regreso a la casa paterna, fue colmado de gracias místicas extraordinarias. Cuando se ponía a considerar los atributos divinos, experimentaba tan gran consolación que derramaba lágrimas suficientes como para empapar varios pañuelos. En algunas ocasiones se quedaba tan arrebatado que perdía por completo los sentidos exteriores. Su mente estaba toda ocupada en lo sobrenatural y sus palabras versaban sólo sobre las cosas de Dios.

En 1580 llegaba a Castiglione el Cardenal Carlos Borromeo, Visitador Apostólico del Papa Gregorio XIII. Seadmiró tanto Su Eminencia al ver cómo aquel pequeño “ángel” discurría sobre los temas de la Religión que, al final de las dos horas de conversación que mantuvo con él, decidió darle por primera vez la Sagrada Eucaristía.

San Carlos Borromeo

San Carlos Borromeo

A los trece años ya había decidido hacerse religioso, pero por ser aún muy joven no les comunicó nada a sus padres y redobló sus austeridades. Eliminó el uso de la chimenea de su cuarto, incluso en los días del riguroso invierno lombardo. Se levantaba de madrugada y, de rodillas, rezaba durante largo tiempo, aun cuando hiciera demasiado frío.

A don Ferrante le dieron, en 1581, la misión de formar parte del séquito de la ex emperatriz María de Habsburgo en su viaje de Bohemia a España. El marqués, cada vez más inquieto por los progresos de su hijo en las vías de la piedad, decidió que su familia le acompañara a Madrid, a ver si con eso lo distraía. Luis fue designado paje de don Diego, hijo del rey Felipe II; sin embargo, con el alma anclada en Dios, permaneció firme y resuelto en sus propósitos, en medio de los placeres y las honras de la corte.

Conquista del permiso paterno

“¿A qué orden religiosa estaré llamado?”, se preguntaba el joven doncel. Optó por la Compañía de Jesús. Además de la noble función de la enseñanza a la cual se dedicaba ésta, su elección se vio motivada por el hecho de que los jesuitas tenían prohibido, por la regla, ascender a cualquier cargo, a no ser que fuera por orden directa del Papa. De esta manera, renunciaría para siempre a las honras, no sólo del mundo, sino también las eclesiásticas.

Gritos de cólera y amenazas de azotes fue la respuesta del marqués a la petición de su hijo de entregarse a Dios en la orden fundada por San Ignacio. Usó su influencia para conseguir que algunas dignidades eclesiásticas intentasen disuadirlo de su vocación o, por lo menos, que entrara por un camino que le pudiera conducir a los posibles honores del cardenalato. No sirvieron de nada, como el choque de las furiosas olas del mar contra las rocas. Entonces don Ferrante le pidió que esperase a volver a Italia para que se decidiera. No podía conformarse con perder a aquel hijo tan dotado, en el que había puesto todas las esperanzas de la principesca casa de los Gonzaga.

Empezó de este modo un largo período de dos arduos años de lucha para conquistar el permiso paterno de abandonar todo y seguir a Cristo. Fue la fase más dura de su vida, pero quizá la más gloriosa. Este combate terminó con un episodio conmovedor: cierto día el marqués estaba mirando por el ojo de la cerradura de la habitación de su hijo y lo vio arrodillado y flagelándose. Fue así como se doblegó y le concedió la tan anhelada autorización.

La alegría de entrar en la casa del Señor

“¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!” (Sl 121, 1). Obtenida la respectiva aprobación del emperador —dada la importancia estratégica del marquesado de Castiglione— de la renuncia pública a sus derechos como primogénito, Luis entraba en el noviciado de la Compañía de Jesús, en Roma. Por todos los lugares por donde pasaba, el noble religioso iba dejando detrás de sí el suave aroma de sus virtudes. Se despojó de todo cuanto podría recordarle su antigua condición, buscando humillaciones y el último sitio. Llegaba a enrojecerse de vergüenza cuando oía elogios a la nobleza de su familia.

Los novicios se disputaban el lugar para estar a su lado en las horas de recreación, por el placer de participar en sus elevadas conversaciones. Y consideraban sus objetos personales como auténticas reliquias. En el estudio de Filosofía y Teología se había mostrado tan sabio que defendió una tesis, muy aplaudida, ante tres cardenales y otras autoridades. Al ver sus superiores el valor de la joya que tenían en sus manos y, a su vez, la fragilidad de su salud multiplicaron los desvelos por él. Recurrieron en vano a un cambio de aires, con la esperanza de que le haría bien. A la vista de lo infructuoso de esta terapia, el Padre Rector le ordenó que, durante un tiempo, no se detuviera en pensamientos elevados, por si acaso éstos le estuviesen perjudicando…

Víctima de la caridad

En 1591, su caridad para con el prójimo encontró una excelente ocasión para expandirse hasta el heroísmo: atender a las pobres víctimas de la peste que asolaba la Ciudad Eterna. Sin embargo, poco tardó para que él mismo fuera contagiado. Pero Dios, que había decidido coger tan temprano a este lozano lirio, no quiso llevárselo antes de que esparciera sus últimas fragancias. Tres meses con una fiebre ardiente, aceptada con absoluta abnegación, encerraban los 23 años de su permanencia en esta Tierra.

Su confesor, San Roberto Belarmino, afirmó que había llevado una vida perfecta y había sido confirmado en gracia. Más tarde, Santa Magdalena de Pazzi, a propósito de una visión que había tenido de la gloria inmensa que gozaba en el Cielo este hijo de San Ignacio de Loyola, declararía: “Mientras vivió, Luis mantuvo su mirada siempre atenta en dirección al Verbo, y por ello que es tan grande. […] ¡Oh, cuánto amó en la Tierra! Es por eso que hoy en el Cielo posee a Dios en una soberana plenitud de amor”. Luis Gonzaga fue beatificado por Pablo V en 1605 y canonizado el 13 de diciembre de 1726 por Benedicto XIII, que lo declaró patrono de la juventud.

Modelo de santidad en el amor

“Al atardecer de esta vida, te examinarán en el amor”. Es a este amor, en una total entrega, al que Dios nos llama desde nuestra juventud, tal como lo hizo con el joven rico del Evangelio: “Ven y sígueme” (Mt 19, 21). Que la juventud actual —tan carente de modelos a seguir y tan confundida acerca del amor— no tome la actitud del joven rico, que se entristeció por tener que desapegarse de las cosas de este mundo, sino que se encuentre con el ejemplo de su patrono, San Luis Gonzaga.

A eso incentivó el recordado Papa Juan Pablo II, al dirigirse a los jóvenes de Mantua: “San Luis es sin duda un santo a ser re descubierto en su alta estatura cristiana. Es un modelo indicado también para la juventud de nuestro tiempo, un maestro de la perfección y un experimentado guía hacia la santidad. ‘El Dios que me llama es Amor —se lee en uno de sus apuntes—, ¿cómo puedo circunscribir este amor, cuando para hacerlo sería demasiado pequeño el mundo entero?’”.

 (Revista Heraldos del Evangelio, Junio/2010, n. 102, pag. 34 a 37)

La Imagen Peregrina visita Belice

El pasado 5 de febrero, la imagen peregrina del Inmaculado Corazón de María llegaba al aeropuerto de Ciudad de Belice, donde un numeroso grupo de fieles la esperaba para darle la bienvenida. Durante la semana que permaneció en este pequeño país de América Central recorrió, además de Belmopan y Ciudad de Belice, pequeñas poblaciones como Benque Viejo, San Ignacio, Independence, Punta Gorda, Orange Walk, Cayo San Pedro y Dangriga, donde todos los escolares salieron al encuentro de la imagen. Se organizaron Misas y procesiones en honor de la Santísima Virgen, y en el transcurso de esos días 150 coordinadores del Oratorio recibieron la característica esclavina naranja.

La Misa dominical en la catedral de Ciudad de Belice- Belmopan fue presidida por el obispo auxiliar, Christopher John Glancy, CSV, y contó con la presencia del obispo diocesano, Mons. Dorick McGowan Wright, que dirigió unas palabras de ánimo a los fieles.

P. Javier Pérez Beltrán, EP.

Un mandamiento Nuevo

“Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jo 15,12-13).

Ofrecemos a nuestros lectores un interesante comentario de este trecho del Evangelio de   San Juan, hecho por el Fundador de los Heraldos del Evangelio, Mons. Juan S. Clá Dias.

Un Mandamiento nuevo

Nuestro Señor nos dio un mandamiento nuevo que será una de las principales columnas de la Nueva Alianza: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. En la Antigüedad, también existía amor –por ejemplo, entre los miembros de una familia- pero este amor aún era imperfecto. Sin embargo, si Cristo no se hubiese encarnado, jamás podría la humanidad haber conocido este amor que infunde bondad y transforma. Jesús trajo para la Tierra una nueva y riquísima forma de amor, nos la enseñó con su vida, palabras y ejemplo, y nos benefició con su gracia, sin la cual nos sería imposible practicarla. Así es como Él quiere que nos amemos: tomando la iniciativa de estimar a los otros, sin esperar de ellos retribución, y estando dispuestos a dar todo por el prójimo, hasta la propia vida, a fin de ayudarlo a alcanzar la perfección. El gran drama de los días de hoy es causado justamente por la falta de este amor. Y para dejar bien claro hasta dónde este amor debe ser llevado, Nuestro Señor da un ejemplo pre anunciador de su holocausto en la Cruz, sacrificio supremo que, bajo un prisma meramente humano, podría ser calificado como una locura. Jamás en la Historia alguien había amado a sus amigos a punto de entregarse por ellos como víctima expiatoria. Ahora, si Cristo, siendo Dios,  así se inmoló por nosotros, ¿cuál debe ser nuestra retribución?

En qué consiste la verdadera amistad

Amigo: palabra sui generis, cuyo profundo significado fue, sin embargo, manchado a lo largo de los siglos.  Por encima de la mera consonancia o simpatía, hay en la verdadera amistad un elemento capital: desear el bien a quien se estima. Y, por esto, ella sólo puede estar fundada en Dios, viendo  que no es posible ambicionar nada mejor para el otro que su salvación eterna.

Al encarnarse y revelarnos las maravillas del a Buena Nueva, Jesús no se reservó para sí aquello que oyó del Padre, sino que lo transmitió en una medida proporcionada a nuestra naturaleza. Conociéndolo, amándolo y cumpliendo los Mandamientos, nos transformamos en verdaderos amigos suyo, porque amigo es aquel que conoce la voluntad del otro y la pone en práctica.

El verdadero sentido de la palabra amor

El Evangelio sitúa la palabra “amor” en una perspectiva enteramente diferente a la que estamos acostumbrados, invitándonos para la más elevada relación que sea posible alcanzar en esta tierra: la amistad con Jesús.

Si en los principios de nuestra era los paganos, al referirse a los cristianos decían “vean como ellos se aman” ( TERTULIANO. Apologeticum. c.39: ML 1, 584.), en nuestros días, tan tristemente paganizado, este afecto debe brillar de modo a atraer a aquellos que se alejaron de la Iglesia. Y para esto, necesitamos sacar de nuestras almas todo sentimentalismo, romanticismo o egoísmos que puedan existir en ellas.

“Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”, exhorta el Apóstol San Juan (I Jo 4, 7). Quien ama con verdadero amor no busca se adorado por el otro, ni exige reciprocidad. Busca, por el contrario, ser educado, cuidadoso y celoso con todos, sin hacer acepción de personas, visando reflejar de algún modo en el convivio del día a día el afecto indecible que Cristo manifestó por cada uno de nosotros durante su Pasión.

Gran Peregrinación a la Diócesis de San Vicente

El pasado 26 de mayo, Solemnidad de la Santísima Trinidad, tuvo lugar la gran Peregrinación de la imagen Peregrina del Inmaculado Corazón de María de Fátima, en la Diócesis de San Vicente, donde era esperada por Mons. José Elías Rauda, OFM, Obispo de dicha diócesis,  junto con un numeroso números de  fieles  que prestaban honores a la Augusta visita con sus cantos y oraciones.

La procesión se dirigió  hacia la Iglesia Catedral dedicada a María Auxiliadora, pasando por las calles de San Vicente al son de la Banda Municipal que acompañaba las alabanza de la población. Durante el trayecto se rezó el Santo Rosario hasta las puertas de la Catedral. Ya en el Templo, al pie del altar, la imagen fue solemnemente coronada por el Señor Obispo ante los aplausos de los presentes. Inmediatamente después fue la celebración de la Santa Misa, en la cual Mons. José Elías en su homilía recalcó la importancia de la devoción a Nuestra Señora, Hija Predilecta de Dios Padre, Madre Admirable de Dios Hijos y Esposa Fidelísima de Dios Espíritu Santo.

La imagen permaneció todo el día en la Catedral para la veneración de los fieles que se han turnado durante la jornada para manifestarle su amor filial con diferentes actos de piedad principalmente el rezo del Santo Rosario y cantos de alabanza. También hubo una charla mariana sobre la Coronación de la Santísima Virgen por parte de la Santísima Trinidad, dada por un Heraldo del Evangelio y a seguir la misa de clausura, presidida por Mons. José Elías Rauda, de esta magnífica Peregrinación.  Antes de la bendición final se hizo, dentro del Templo, una procesión con candelas al son del Ave de Fátima, recordando coºmo se hace en el Santuario a Ella dedicado en  Portugal.

Queremos agradecer al Pastor de San Vicente, Mons. José Elías, por la manifestaciones, repetidas veces, de su amor filial a María Santísima y por haber hecho posible este día inolvidable en los corazones de todos los que pudieron participar de este día tan especial.