“Señor, ¿son pocos los que se salvan?”

“Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Pregunta hecha a Jesús con escaso interés de perfección. Sin embargo, pocos serán los desinteresados en oír la respuesta del Divino Maestro. Escuchémosla con claridad y profundidad.

Ofrecemos a nuestros lectores un trecho de la meditación que hace Mons. Juan Clá Dias, fundador de los Heraldos, del Evangelio del domingo XXI del Tiempo Ordinario.(Lucas 13,22-30)

Él les dijo: Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

El consejo de Jesús es imperativo: “esfuércense”, indicándonos hasta dónde no es cosa de “tratar de entrar” a última hora. Pero infelizmente, asusta el número de personas que a lo largo de la vida se despreocupan de saber lo que les pasará después de la muerte. Muchos están dispuestos a cambiar el Cielo por el fugaz placer de un momento, y actúan tal como Judas Iscariote frente a las engañosas delicias de este mundo: “¿Cuánto me quieren dar y yo les entrego a Jesús?” (Mt 26,15). No son pocos los que prefieren a Barrabás antes que a Jesús, entregándose a las pasiones y pecados en detrimento de la convivencia sin fin con Dios. San Basilio describe el modo como toman esa opción insensata:

“En efecto, el alma vacila siempre: cuando reflexiona sobre la eternidad se decide por la virtud. Pero cuando mira el presente, prefiere los placeres de la vida. Aquí se ve la languidez y los deleites de la carne; allá, la dependencia, la servidumbre y el cautiverio de la misma. Aquí la embriaguez, allá la sobriedad. Aquí los riesgos disolutos, allá la abundancia de lágrimas. Aquí las danzas, allá la oración. Aquí el canto, allá el llanto. Aquí la lujuria, allá la castidad” (S. Basilio: in Psalm. 1).

Pero, ¿cuál es esa puerta estrecha? Jesús nos la indica: “No todos los que dicen: «Señor, Señor», entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial.” (Mt 7,21)

Esfuércense en entrar por la puerta estrecha

Esfuércense en entrar por la puerta estrecha

Por lo tanto, consiste en nuestra obligación de abatir el orgullo, controlar nuestra mirada, pensamientos y deseos, guardar nuestro corazón de los afectos desordenados, vivir de la fe y de la esperanza en la práctica de la verdadera caridad, etc.

Una vez que el padre de familia se levante y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y comenzarán a golpear la puerta diciendo: ¡Señor, ábrenos! Y les responderá: No sé de dónde son ustedes.

Los Evangelistas suelen relatar las aproximaciones que el Divino Maestro hacía entre el Reino de los Cielos y un banquete. Según las costumbres de la época, por medidas de seguridad, además de otras razones, al llegar el último invitado el anfitrión atrancaba las puertas. Y así, para hacer aún más clara la alegoría de la puerta estrecha para entrar al Cielo, Jesús presenta la parábola del padre de familia que se reúne con sus hijos y amigos en su casa, a puertas cerradas. Los que se quedaron afuera pedirán que se los deje entrar, y recibirán la respuesta: “No sé de dónde son ustedes”. La razón de tal respuesta no es que no hubiera más lugar, sino por no haber querido entrar por la puerta estrecha.

Qué sorpresa para los que creían ser salvos gracias a la práctica de unas tantas y pocas obligaciones religiosas…

La escena descrita en este pasaje traduce en términos domésticos una profunda realidad eterna. La familia representada aquí es la divina, a la que pertenecen todos los bautizados que viven en la gracia de Dios y, muriendo en ella, gozarán de la felicidad perpetua participativa en la convivencia de la Santísima Trinidad. Fuera de esa intimidad se quedarán todos los que murieran impenitentes de sus pecados. El Padre los tratará como a extraños desconocidos.

Entonces comenzarán ustedes a decir: Comimos y bebimos contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas.

Es muy cierto. Cuántas veces nos acercamos a la mesa de la Comunión y nos beneficiamos con los demás Sacramentos, escuchamos buenas predicaciones sobre el Evangelio, además de los consejos en particular, en el seno de la Iglesia fundada por el Redentor. No obstante, ¿qué provecho sacamos de todos esos privilegios? Se nos dan para cumplir mejor los Mandamientos. Insensatos son los que se entregan a una vida de pecado hasta la hora de la muerte, arriesgándose a oír de los labios de Jesús la sentencia irrevocable de eterna reprobación. Solamente entonces entenderán las palabras del Divino Maestro: “Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mt 16,26).

Pero él les dirá: No sé de dónde son ustedes; apártense de mí todos los que obran la iniquidad.

Esta respuesta contiene dos afirmaciones:

1. “No sé de dónde son ustedes…”. No debemos pensar que solamente los no-bautizados serán objeto del rechazo de Jesús. También se nos podrá aplicar a nosotros, bautizados, si no cumplimos con nuestros deberes. En este caso, Jesús se dirigirá a nosotros de manera aún más explícita: “A ustedes Yo los arranqué de las tinieblas del pecado y los redimí a costa de mi propia sangre, elevándolos a la dignidad de hijos de la Iglesia. Pero ustedes quisieron las sendas del orgullo y, siguiendo el consejo de Satanás, obedecer a la ley del mundo y entregarse a las pasiones. No escucharon la voz de la gracia ni la de mis Ministros…”

2. “… apártense de mí todos los que obran la iniquidad”.

Ser repelido por Dios es el más terrible de los tormentos eternos, según nos enseña la Teología. Hemos sido creados en vista de la felicidad eterna, o sea, para conocer a Dios cara a cara y amarlo como Él mismo se ama, guardando siempre las debidas proporciones. Nuestra alma tiene sed de esa convivencia con Dios y solamente reposaremos en Él. Ahora bien, vernos expulsados por Quien es la única Causa de nuestra alegría, significaría para nosotros un tormento sin comparación. Qué terrible palabra: “Apártense de mí…”

María Puerta del Cielo

Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

Sorprendente será esa inversión de valores, por eso jamás debemos sentirnos seguros debido a nuestras cualidades, ni por las gracias recibidas, ni menos aún por la riqueza que pueda estar en nuestras manos. Es necesario servir a Dios con ardor y entusiasmo, entrando “por la puerta estrecha” que bien podrá ser María Santísima. No sin razón se le dio el título de Puerta del Cielo. Estrecha, porque nos exige una confianza robusta en su protección maternal. Invoquémosla en todas las tentaciones y dificultades, a fin de comprobar la irrefutable realidad de que “jamás se oyó decir que alguno de los que han recurrido a su protección maternal, implorado su asistencia o reclamado su socorro, fuera por Ella desamparado”. Y cuando lleguemos al Cielo, rindamos eternas gracias a los méritos infinitos de Jesús y a las poderosas súplicas de María.

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Inmaculado Corazón de María

“Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrace le prometo la salvación; y serán amadas de Dios estas almas, como flores puestas por mí para adornar su trono” (2ª aparición, 13 de junio de 1917).

Hoy se mira al corazón como símbolo del amor sentimental. Pero no fue siempre así. Desde tiempos remotos, la humanidad acostumbro simbolizar distintas disposiciones o potencias del alma con órganos del cuerpo. La ciencia legitimó ese hábito ancestral, al comprobar una efectiva y misteriosa relación entre algunos órganos y varias de estas disposiciones o potencias. Por ejemplo, la inteligencia tiene un íntimo lazo con el cerebro; la ira, con el hígado. El corazón, a su vez, era tenido por símbolo del ánimo del hombre, es decir, receptáculo de lo relacionado a la voluntad. Por eso se lo consideraba también el núcleo de la bondad y del amor, partes integrantes del ánimo. Existen múltiples pasajes en la Sagrada Escritura en este sentido.

Sin embargo, en el siglo XIX el movimiento romántico -expresado mediante las artes plásticas, la música y la literatura- desfiguró ese concepto tradicional poniendo en boga la idea del corazón como símbolo de un amor meloso, indolente e incluso sensual, sin consistencia ni fiabilidad; por lo mismo, sin auténtica generosidad ni bondad.

Es evidente que para comprender y practicar bien la devoción al Inmaculado Corazón de María, no podemos usar el prisma viciado del romanticismo.

Una devoción impulsada por los santos

“Y su Madre conservaba todas estas cosas en su corazón”, dice el Evangelista san Lucas, quien menciona en dos lugares al Corazón de María, presentándolo como un relicario en donde María guardaba las palabras y los episodios ocurridos con su Hijo.

Desde la época de san Bernardo, el culto al Corazón de María se fue intensificando gracias al impulso de numerosos santos, entre los cuales destacan santa Matilde, santa Gertrudis, santa Brígida, san Bernardino de Siena, san Francisco de Sales y san Antonio María Claret, este último fundador, en el siglo pasado, de la Congregación de los Hijos del Corazón de María.

San Juan Eudes

San Juan Eudes

El gran florecimiento se produjo en el siglo XVII, con san Juan Eudes, el gran apóstol de la doble devoción al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María. A sólo ocho días de fallecer terminó su última obra, El Corazón admirable de la Santísima Madre de Dios, de más de mil páginas.

Este desarrollo histórico culminó en las apariciones de Fátima, cuando la propia Santísima Virgen comunicó a los pastorcitos que Dios quiere establecer la devoción al Inmaculado Corazón de María, y mediante ella salvar a muchas almas.

Un culto a las virtudes y a los dones de María

Al venerar el Inmaculado Corazón de María honramos sus afectos, virtudes y méritos, su constante fortaleza, su eximia e inigualable santidad, y sobre todo a su ardoroso amor a Dios y a su Hijo Jesús, junto a su bondad materna para con los hombres redimidos por la sangre divina.

En la piedad católica existe una larga serie de invocaciones a la Virgen. Cada una manifiesta un momento psicológico, un don, una virtud o una disposición de la Virgen. Al honrar el Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, puesto que es el templo de la Trinidad, receptáculo de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura y dolor, consuelo de los afligidos, abogado lleno de compasión y misericordia para con los hombres, sede de la sabiduría, etc.

La simbología católica representa al Corazón de María con el color rojo, lo mismo que el Sagrado Corazón de Jesús, y traspasado por una espada. Del corazón brota una llama, su ardiente amor a Dios.

Corazón inmaculado y sapiencial

Todos heredamos de Adán y Eva la mancha del pecado original. Todos, excepto María. Ella no fue tocada por el pecado de nuestros primeros padres.

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Pero tampoco hay en Ella absolutamente ninguna otra mancha causada por cualquier infidelidad o imperfección posterior. En todos los momentos de su vida respondió íntegramente a las gracias asombrosas que Dios le concedió, alcanzando un incalculable pináculo de virtudes. Así, Ella es Inmaculada en todos los sentidos.

El concepto de inmaculada trae consigo el de virginidad. María fue madre de Jesucristo, pero se mantuvo perfectamente virgen; una razón más para glorificarla como Inmaculada.

Otra característica del Corazón de María que conviene destacar es su sabiduría, una virtud referente no sólo a la inteligencia sino también a la voluntad. La Letanía de la Virgen, más conocida como Lauretana, reza: “Sede de la Sabiduría, ruega por nosotros”. Tan excelsa es la sabiduría de la Virgen, que excede la de ángeles y hombres sumados. Puede decirse que el Corazón Sapiencial de María es el que ama todo de acuerdo a la fe, la recta razón y el sentido común.

Invitación a la confianza

Lo propio del corazón materno es rebosar de bondad, suavidad, generosidad, indulgencia. El Corazón Inmaculado de María representa todo ese afecto materno llevado a un extremo inimaginable. Y su bondad considera incluso a los pecadores, algo que traduce muy bien la oración de san Bernardo: “Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos.”

El Corazón de María invita a la confianza; tanto más que Ella, en palabras de san Luis Grignion de Montfort, tiene hacia cada uno de nosotros, incluso el más miserable, un afecto superior a la suma del cariño de todas las madres del mundo por un único hijo. Es un amor inagotable, ininterrumpido, siempre volcado hacia nosotros, un amor cuya intensidad y solicitud crecen a medida que aumentan nuestras dificultades y carencias.

Pongámonos, pues, con toda confianza en manos de esta Madre tiernísima. Al fin y al cabo, fue a nosotros que dirigió su mensaje en la Cova de Iría. Fue por todos nosotros -hasta por el más tibio y debilitado en la Fe, hasta por los que cayeron en los abismos a lo largo del camino- que la Virgen quiso bajar a la tierra, a fin de ofrecer la salvación eterna por medio de la devoción a su Inmaculado Corazón.

Mons. Joao Clá Dias

Fuente:  Gaudium Press

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Ofrecemos al lector las Letanías del Inmaculado Corazón de María

Letanías del Inmaculado Corazón de María

Señor, ten piedad de nosotros.

R/. Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo, ten piedad de nosotros.
R/. Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
R/. Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
R/. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
R/. Cristo, escúchanos.

Dios Padre celestial, R/. ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Trinidad Santa, un solo Dios,

Corazón de María, siempre inmaculado,  R/. ruega por nosotros.
Corazón de María, lleno de gracia,
Corazón de María, bendito entre todos los corazones,
Corazón de María, sagrario de la Santísima Trinidad,
Corazón de María, el más semejante al de Jesús,
Corazón de María, en quien tuvo Jesús sus complacencias,
Corazón de María, abismo de humildad,
Corazón de María, modelo de paciencia, y mansedumbre,
Corazón de María, asiento de la misericordia,
Corazón de María, incendio del divino amor,
Corazón de María, océano de bondad,
Corazón de María, milagro de pureza e inocencia,
Corazón de María, espejo de las Divinas perfecciones,
Corazón de María, donde se formó la sangre de Jesucristo Redentor,
Corazón de María, que aceleras con tus ansias la salvación del mundo,
Corazón de María, que alcanzas la conversión de los pecadores,
Corazón de María, que conservas fielmente las palabras y acciones de Jesús,
Corazón de María, traspasado con la espada de dolor,
Corazón de María, afligidísimo en la Pasión de Jesucristo,
Corazón de María, clavado con Jesús en la cruz,
Corazón de María, sepultado de tristeza con Jesucristo,
Corazón de María, renacido de gozo por la resurección de Jesús,
Corazón de María, lleno de inefable dulzura en la Ascensión,
Corazón de María, colmado de una nueva plenitud de gracias en la venida del Espíritu Santo,
Corazón de María, consolación de los afligidos,
Corazón de María, refugio de los justos y pecadores,
Corazón de María, esperanza y dulce sustentación de aquelos que Os veneran,
Corazón de María, auxilio de los moribundos,
Corazón de María, júbilo de los ángeles y santos,
Corazón de María, madre y amparo de la Iglesia,

V/. María Inmaculada, mansa y humilde de Corazón,
R/. Haz mi corazón conforme al de Jesús.
V/. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
R/. Perdónanos, Señor.
V/. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
R/. Escúchanos, Señor.
V/. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
R/. Ten misericordia de nosotros.

Oración: Clementísimo Dios, que para la salud de los pecadores y refugio de los miserables quisiste que fuera el Corazón Santísimo e Inmaculado de María el más semejante en caridad y misericordia al divino Corazón de su Hijo Jesucristo; concédenos que cuantos veneramos la memoria de este dulcísimo y amantísimo Corazón merezcamos por su intercesión y méritos ser hallados conformes con el de Jesús. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Sagrado Corazón de Jesús

Presentamos a nuestros lectores una breve historia de la devoción al Corazón de Cristo, y de la devoción de los 9 primeros viernes en su honra

En las páginas sagradas de los Evangelios brota la devoción al Sagrado Corazón de Jesús abierto por la lanza de Longinos del cual brotó sangre y agua (cf. Jn 19, 34). También de este Corazón cruelmente traspasado nace, en un derramarse de amor por la humanidad, la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana.

Los años vieron esta devoción expandirse por todo el mundo. En la segunda mitad del siglo XVII, más precisamente en el año 1670, San Juan Eudes introdujo por primera vez una fiesta pública al Sagrado Corazón de Jesús. Apenas tres años después, en el monasterio de Paray-le-Monial, Francia, Santa Margarita María Alacoque pasó a recibir una serie de apariciones de nuestro Señor Jesucristo indicándole la devoción a Su Corazón Sagrado.

Santa Margarita María de Alacoque y el Sagrado Corazón de Jesús

En la octava de la fiesta de Corpus Christi de 1675 el Corazón de Jesús reveló a Santa Margarita: “He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres, que nada guardó, hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Como reconocimiento no recibo de la mayoría de ellos sino ingratitud, por sus irreverencias y sus sacrilegios, y por la frialdad y desprecio que tienen por mí en este sacramento de amor. Pero lo que me es más sensible es que son corazones consagrados que proceden así. Por eso yo te pido que el primer viernes, después de la octava del Santísimo Sacramento, sea dedicado a una fiesta particular, para honrar mi Corazón, comulgando, en este día, y haciéndole reparación de honra, por un pedido de disculpas, para reparar las indignidades que él recibió, durante el tiempo en que quedó expuesto en los altares. Te prometo también que mi Corazón se dilatará para esparcir, en abundancia, las influencias de su divino amor sobre los que le prestaren esta honra, y que consigan que ésta le sea dada” (DUFOUR, Gerard. Rezar 15 dias com Margarida Maria. São Paulo, Loyola, 01996. p. 55.).

Santa Margarita María de Alacoque

Santa Margarita María de Alacoque

A lo largo de las apariciones el divino Corazón prometió a sus devotos; conceder su bendición sobre las casas donde su imagen sea expuesta y venerada; dar gracias especiales; la paz en las familias; la consolación en las aflicciones; ser el refugio durante la vida y principalmente en el momento de la muerte; bendecir todos sus trabajos y emprendimientos; ser una fuente inagotable de misericordia para los pecadores; perfeccionar las almas fervorosas; a los sacerdotes el poder de tocar las almas más empedernidas. Prometió también que aquellos que propaguen la devoción a Él tendrán sus nombres inscritos en su Corazón.

Los primeros Viernes

Durante la Acción de Gracias después de recibir la comunión, Santa Margarita recibe este importante comunicado del Corazón de Jesús: “Te prometo, por la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente obtendrá para todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes del mes consecutivos, la gracia de la penitencia final, que no morirán en mi enemistad, sin recibir los sacramentos y que mi divino Corazón será su refugio asegurado en la última hora. Nada temas, Yo reinaré a pesar de mis enemigos y de todos aquellos que buscarán oponerse”.

A partir de entonces el culto al Corazón de Jesús pasó a ser estimulado con enorme empeño por el Magisterio de la Iglesia. San Claudio la Colombière, sacerdote jesuita, quedó conocido como el apóstol del Sagrado Corazón de Jesús.

Beato Pío IX

El Beato Pío IX, en el año 1856, extendió su fiesta por todo el orbe. León XIII consagró el mundo al Corazón de Jesús en 1899. La encíclica de Pío XII, Haurietis aquas, publicada el 15 de mayo de 1956 es una demostración más de cuánto los Romanos Pontífices han buscado difundir el amor a este Corazón que nos es presentado por el propio Jesús como fuente de paz y reparación: “Venid a mí, todos os que estáis afligidos bajo la carga, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, porque yo soy manso y humilde de corazón y encontrareis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga es leve”. (Mt 11, 28-30)

Fuente: Gaudium Press

También lea: El Corazón que nos amó hasta el final de Mons. Joao Cla Dias

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Ofrecemos a nuestros lectores las Letanías del Sagrado Corazón de Jesús

 Letanía del Sagrado Corazón de Jesús

Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Jesús, óyenos.
Jesús, escúchanos.
Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros
Dios, Hijo Redentor del Mundo,
Dios, Espíritu Santo,
Santísima Trinidad, un solo Dios.
Corazón de Jesús, Hijo del eterno Padre,
Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre,
Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios,
Corazón de Jesús, majestad infinita,
Corazón de Jesús, templo santo de Dios,
Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo,
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo,
Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad,
Corazón de Jesús, sagrario de justicia y de amor,
Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor,
Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes,
Corazón de Jesús, dignísimo de toda alabanza,
Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones,
Corazón de Jesús, donde se encuentran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia,
Corazón de Jesús, donde habita la plenitud de la divinidad,
Corazón de Jesús, en quien el Padre se ha complacido,
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido,
Corazón de Jesús, deseo de las colinas eternas,
Corazón de Jesús, paciente y de inmensa misericordia,
Corazón de Jesús, magnánimo para todos los que te invocan,
Corazón de Jesús, fuente de vida y de santidad,
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,
Corazón de Jesús, saturado de oprobios,
Corazón de Jesús, lacerado por nuestras culpas,
Corazón de Jesús, obediente hasta la muerte,
Corazón de Jesús, atravesado por la lanza,
Corazón de Jesús, fuente de toda consolación,
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra,
Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra,
Corazón de Jesús, víctima de los pecadores,
Corazón de Jesús, salvación de los que esperan en ti,
Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en ti,
Corazón de Jesús, delicia de todos los santos.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, óyenos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

V. Jesús, manso y humilde de corazón.
RHaz mi corazón semejante al tuyo.

Oremos:

Oh Dios, que en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, nos concedes infinitos tesoros de amor y misericordia; te pedimos que, al rendirle el devoto homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos también el de una digna reparación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Santísimo Nombre de Jesús

En nombre del Divino Salvador la Iglesia reza, cura a los enfermos, evangeliza a los pueblos, expulsa a los demonios y, en fin, realiza su obra de salvación de las almas.

Es su nombre: Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Is 9,5).

¡Qué extraordinario, rico y simbólico es este nombre, que según el profeta Isaías significa “Dios con nosotros”! ¡Qué maravillada debió quedar la Santísima Virgen –que ponderaba todas las cosas en su corazón– cuando el arcángel Gabriel le dijo en el momento de la Anunciación: “Y le pondrás por nombre Jesús”! (Lc 1, 31).

Estas palabras, que quedaron grabadas indeleblemente en el Inmaculado Corazón de María, llegan hasta los oídos de los fieles de todos los tiempos, en el orbe entero, fecundando los buenos afectos de todo hombre bautizado. A lo largo de los siglos, diversas almas monásticas y contemplativas fueron inspiradas por ellas, al punto que innumerables composiciones de canto gregoriano versan sobre el suave nombre del Hijo de Dios.

Existe una relación misteriosa e insondable entre el nombre de Jesús y el Verbo Encarnado, pues resulta imposible concebir otro más apropiado.

Es el más suave y santo de los nombres; es un símbolo sacratísimo del Hijo de Dios, sumamente eficaz para atraer sobre nosotros las gracias y favores celestiales. El mismo Señor prometió: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo concederá” (Jn 15, 6). ¡Magnífica invitación para repetirlo sin cesar y con ilimitada confianza!

 ¡Invoque este nombre poderosísimo! 

La Santa Iglesia, madre próvida y solícita, concede indulgencias a quien lo invoque con reverencia; incluso pone a disposición de sus hijos la Letanía del Santísimo Nombre de Jesús, para incentivarlos a rezar con frecuencia.

En el siglo XIII, el Papa Gregorio X exhortó a los obispos del mundo y sus sacerdotes a pronunciar muchas veces el nombre de Jesús e incentivar al pueblo cristiano a colocar toda su confianza en este nombre todopoderoso, como un remedio contra los males que amenazaban la sociedad de entonces. El Papa confió particularmente a los dominicos la tarea de predicar las maravillas del Santo Nombre, obra que realizaron con celo, logrando grandes éxitos y victorias para la Santa Iglesia.

Un vigoroso ejemplo de la eficacia del Santo Nombre de Jesús se verificó con motivo de la devastadora epidemia que azotó a Lisboa (Portugal) en 1432. Todos los que podían se fugaban de la ciudad aterrorizados, llevando así la enfermedad a todos los rincones del país. Murieron miles de personas. Entre los heroicos miembros del clero que daban asistencia a los agonizantes estaba un venerable obispo dominico, Mons. Andrés Diaz, que incentivaba a la población a invocar el Santo Nombre de Jesús.

Recorría incansablemente el país, recomendándoles a todos, hasta a los que se habían librado de la terrible enfermedad, que repitieran: Jesús, Jesús. “Escriban este nombre en letreros y guárdenlos sobre sus cuerpos; por la noche pónganlos bajo la almohada; cuélguenlos en sus puertas; pero sobre todo invoquen continuamente, con sus labios y en sus corazones, este nombre poderosísimo”.

¡Maravilla! En un plazo increíblemente breve el país fue liberado por completo de la epidemia, y las personas siguieron confiando agradecidas y con amor en el Santo Nombre de nuestro Salvador. Tal confianza se extendió desde Portugal hasta España, Francia y el resto del mundo.

(Revista Heraldos del Evangelio, Enero/2005, n. 37, pag. 22-25)

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Santa María, Madre de Dios

La maternalidad de María resplandece con tan alto brillo virginal, que todas las vírgenes, delante de Ella, es como si no lo fuesen. Solamente Ella es la Inmaculada, la Virgen entre las vírgenes, la única que perfuma y torna perfecta la castidad de todas.

El primer día del año, el calendario de los santos inicia con la fiesta de María Santísima, en el misterio de su maternidad divina. Decisión correcta, porque en realidad Ella es “la Virgen Madre, Hija de su Hijo, humilde y más sublime que cualquier criatura, objeto fijado para un eterno designio de amor”. Ella tiene el derecho de llamarlo “Hijo”, y Él, Dios omnipotente, de llamarla verdaderamente, Madre.

Se remontan hasta la eternidad los incomparables privilegios concedidos por el Creador a la Virgen Santísima, con su predestinación para la augusta misión de ser la Madre de Dios. Los Padres de la Iglesia, fieles intérpretes de la Sagrada Escritura, reconocieron la predestinación de María para la maternidad divina.

San Agustín dice que antes de que Nuestro Señor Jesucristo naciera de María, Él la conoció y la predestinó para ser su Madre.

Y San Juan Damasceno, dirigiéndose a la Virgen María: “Porque el decreto de la predestinación nace del amor como de su primera raíz, Dios, Soberano maestro de todas las cosas, que os sabía previamente digna de su amor, os amó; y porque os amó, os predestinó”.

Y San Juan Damasceno, dirigiéndose a la Virgen María: “Porque el decreto de la predestinación nace del amor como de su primera raíz, Dios, Soberano maestro de todas las cosas, que os sabía previamente digna de su amor, os amó; y porque os amó, os predestinó”.

“¡Oh Virgen! – exclama San Bernardino de Siena- Vos fuisteis predestinada en el pensamiento divino antes de toda criatura, para dar vida al mismo Dios que se quiso revestir de nuestra humanidad”.

San Andrés de Creta en su discurso sobre la Asunción de la Virgen María explica el mismo pensamiento: “Esta Virgen es la manifestación de los misterios de la incomprensión divina, el fin que Dios se propuso antes de todos los siglos”.

Y San Bernardo: “Fue enviado el Ángel Gabriel a una Virgen (Lc. I, 26-27), Virgen en el cuerpo, Virgen en el alma; (…) no encontrada al azar o sin especial providencia, sino escogida desde todos los siglos, conocida en la presencia del Altísimo que la predestinó para ser un día su Madre; guardada por los Ángeles, designada anticipadamente por los antiguos Padres, prometida por los Profetas”.

Entre las infinitas criaturas posibles, Dios escogió y predestinó a la Virgen. No fueron otras las palabras de Pío IX en la célebre Bula que definió el dogma de la Inmaculada Concepción: “Desde el principio y antes de todos los siglos, escogió y predestinó [Dios] para su Hijo una Madre en la que se Encarnaría y de la cual, después, en la feliz plenitud de los tiempos, nacería; y con preferencia a cualquier otra criatura, hízola limpísima por el mucho amor, hasta el punto de complacerse en Ella con singularísima bondad”.

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(Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción comentado, Monseñor João Clá Dias, EP, Artpress, São Paulo,1997)